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viernes, 4 de julio de 2025

Serpiente de Luz Capitulo Diez : La Isla de Kauaiy y la ceremonia tridimensional de la transferencia del poder del varón a la hembra



Por fin, mi novia y yo pudimos quedar en libertad para movernos sin presión alguna por parte de los Maestros Ascendidos. Sin embargo, no tuvimos elección en lo referente a dejar Moorea, pues ya teníamos los billetes de avión y no disponíamos de dinero suficiente para cambiarlos. Nos costó muchísimo abandonar la isla. Nuestros corazones iban a permanecer por siempre en aquel diminuto pedazo de arena y árboles. Pero la idea de ir a Australia también resultaba emocionante. Era el lugar que habíamos decidido visitar después de aquel viaje espiritual, y cuanto más hablábamos de ello, más animados nos sentíamos. ¡Gran Barrera de Coral, allá vamos! Tomamos un barco lento a Tahití y desde allí volamos a Sidney. Era una ciudad extraordinaria, preciosa, con su puerto lleno de velas blancas flotando unas junto a otras sobre las aguas azul oscuro. Sin embargo, no nos quedamos en ella mucho tiempo, pues la Gran Barrera nos llamaba. Para entonces éramos prácticamente unos expertos en el arte del buceo y nos habían dicho que este arrecife era por lo menos tan bueno como el de Moorea. Hicimos autostop por la costa oriental, charlarnos con sus habitantes y comenzamos a comprender la asombrosa naturaleza, de los australianos. Son tan abiertos y amantes de la diversión... Yo creo que no me había reído tanto en mi vida. Acabamos en un lugar llamado Byron Bay. Allí se juntan los océanos del norte y el del sur, y crean uno de los mejores lugares del mundo para practicar el surf gracias a las inmensas olas que se suceden a un ritmo de maquinaria de relojería. Estoy convencido de que todos los hippies de los años sesenta habían, de un modo u otro, encontrado el camino hasta aquel pueblecito y se habían establecido como cabecera de playa para no permitir que el hombre volviera a entrar y acabar con su paz, amor y buenas vibraciones. Como yo fui uno de los primeros hippies, pensé que había muerto y ascendido al cielo. Tenía la sensación de haber vivido aquello con anterioridad, pero esta vez elevado a la décima potencia. Estaba seguro de que mi idioma sería el mismo que el de aquella gente. A mi novia y a mí nos costaba abandonar el lugar, por lo que decidimos que no teníamos prisa por llegar al arrecife y que podíamos quedarnos un tiempo. Un día, a las dos semanas de estar viviendo como un vagabundo de playa, me encontraba meditando en un saliente del terreno sobre el océano Pacífico cuando Thoth apareció. Al principio pensé que sólo estaba haciendo acto de presencia, pero no era así. Tenía otros planes. Aquélla fue la única vez que pude observar un atisbo de timidez en Thoth. Le pregunté si pasaba algo, y me respondió: —Drunvalo, lo siento mucho, pero debo pedirte que hagas algo por nosotros otra vez. Se me puso todo el pelo de punta. ¡Oh, no! Podía sentirlo. — ¿Qué quieres? —chillé, incapaz de hablar. —Lo siento de veras —dijo—, pero debes partir inmediatamente hacia Hawai, a la isla de Kauai, lo antes posible. —Thoth, creí que iba a tener algo de tiempo para descansar. ¿No puedes esperar al menos un par de semanas? —No —me dijo sencillamente—. Esto es aún más importante que lo que hiciste en Moorea. Por favor, intenta entenderlo. Guardé silencio durante un rato. No sabía qué decir. Era consciente de que aquel trabajo espiritual era una de las principales razones por las cuales yo había cruzado el universo para estar aquí, en la Tierra. Era algo que estaba por delante de todos los demás aspectos de mi vida. También me di cuenta en aquel momento de que mi novia no iba a tomárselo nada bien. Estaba harta de andar de acá para allá, y deseaba unas vacaciones con todas sus fuerzas. Al final, levanté la vista hacia mi mentor y dije:

—De acuerdo, si tú dices que es importante, será porque lo es. ¿Qué quieres que haga? —Todavía no —me dijo—. Espera hasta estar en Kauai y te lo explicaré todo. Gracias, Drunvalo. Si hubiera otra persona que pudiera hacer este trabajo, no te lo habría pedido —y desapareció. Me quedé sentado largo rato, intentando encontrar el modo de contárselo a mi novia, pero ninguno me parecía adecuado. Sabía que me iba a caer una buena. Ella estaba sentada junto a nuestra tienda cosiendo una prenda de ropa que se había roto. Levantó la vista cuando me acerqué a ella y luego volvió a dirigirla hacia su trabajo. — ¿Qué ocurre, Drunvalo? Se lo conté todo, intentando que sonara como si fuera una gran idea dejar Australia e irnos a Kauai. Me miró, muy decepcionada, y dijo: —Mi vida, no puedes irte sin ver ni disfrutar la Gran Barrera de Coral. Si tú tienes que irte, lo entiendo, pero yo no me voy. ¿Lo has entendido? —Sí, lo he entendido. Realmente no me apetece nada irme, pero tengo que hacerlo. Es lo que hago en la vida. —Entonces me uniré contigo en algún lugar, no sé dónde ni cuándo. Este sitio es tan bueno que quizá no lo abandone nunca. Nos abrazamos, hice mi equipaje y la dejé allí, en un país extranjero, pero ella era una viajera del mundo y una muchacha muy práctica. Y Australia es un país muy bello y seguro. No volvimos a vernos hasta casi seis meses después. La vida puede en ocasiones ser muy extraña, además de sorprendente. Aterricé en Maui y tomé un pequeño trasbordador interinsular que transportaba más que nada a los habitantes del lugar de una isla a otra, para llegar a las costas de Kauai, la isla más antigua de la cadena y un resto de Lemuria. Allí, la energía es antigua para los estándares de cualquiera. Cuando descendía del cielo para aterrizar, comencé a preguntarme qué era lo que se suponía que debía hacer allí. No tenía ni idea. ¿Cómo iba a evitar hacerme preguntas? Densas nubes de lluvia flotaban sobre el centro de la isla. En ese lugar, casi siempre está lloviendo. Es el lugar más húmedo de la Tierra. Cualquier localidad en la que caiga metro o metro y medio de lluvia se considera muy húmeda. En Kauai caen doce, de ahí las impresionantes cataratas que adornan las laderas de prácticamente todas las montañas de la isla. Pronto me encontré en el aeropuerto, con esa sensación de estar fuera de lugar que los aeropuertos parecen producir en las personas. Decidí alquilar un coche, no sólo para moverme por allí, sino también por la sensación de volver a tener un hogar. Creo que echaba de menos a mi novia. La decisión de alquilar un coche resultó ser muy acertada, pues Thoth me tuvo correteando por toda la isla. El terreno es tan abrupto en la parte noroccidental que nunca han sido capaces de construir una carretera que rodee completamente la isla; la principal tiene unos cincuenta y tres kilómetros y forma de herradura. Cualquiera que fuera el lugar al que tenía que ir a continuación, siempre daba la sensación de encontrarse en el extremo opuesto de la herradura. Cada vez que llegaba a un sitio al que Thoth me había dicho que fuera, me ordenaba que me diera la vuelta y volviera al otro lado de la isla. Nunca olvidaré el momento en que devolví el coche. La mayoría de las personas recorren unos cien kilómetros, pero yo le había hecho mil doscientos. El encargado del alquiler no podía creérselo, pero yo sí. La primera noche dormí en mi tienda junto al mar, sobre una loma cubierta de hierba. Por vez primera en mucho tiempo sentí paz, y con el arrullo del mar me quedé profundamente dormido. Cuando desperté a la mañana siguiente, recordé que Thoth todavía no me había dicho para qué estaba allí, pero sabía que aquella actitud somnolienta pronto se transformaría en trabajo. Y tenía razón. De hecho, Thoth debió escuchar mis pensamientos, pues no tardó más de media hora en aparecer. —Lo que tienes que hacer es demasiado complicado como para que te lo explique todo junto —me dijo—. Vamos a ir por partes. Puesto de la forma más sencilla, debes tomar parte en una ceremonia que se va a celebrar aquí, en esta isla, y que cambiará el curso de la historia, pero puede que no tenga lugar hasta que determinadas cosas no estén en su sitio. «Como ya te he dicho, te he traído aquí para que tomes parte en una ceremonia de la Tierra, pero antes de que esta ceremonia principal pueda ser celebrada debes participar en otra más pequeña, que tiene lugar aquí cada año y que está relacionada con el chakra corazón de esta isla. El lugar se encuentra bajo un árbol de mango. Pregunta y lo encontrarás. Y después de esto, desapareció abruptamente. Comencé a charlar con los hawaianos, pero siempre que les hablaba acerca de la ceremonia con el chakra corazón bajo el mango, se iban. Evidentemente, aquello era algo que a los extranjeros no nos estaba permitido conocer. Por fin encontré a un joven hawaiano que sabía exactamente de lo que estaba hablando. Me dijo: —Si es verdad que debes formar parte de esa ceremonia, asciende por este río —y señaló un ancho río de aguas verde oscuro que parecía proceder del centro de la isla. Dudó un momento, y añadió—: Y si por casualidad encuentras el camino, cuando abandones la ceremonia no mires hacia atrás, pues si lo haces tu vida puede correr peligro. Le pedí que me explicara lo que quería decir, pero se encogió de hombros y se alejó. — ¿Cómo encuentro la ceremonia del chakra corazón? —grité. Sin volverse, me respondió: —Usa tu corazón. ¿Qué otra cosa crees que podrías hacer? Y desapareció en una vieja tienda de comestibles. Yo pensé: « ¿Por qué tiene que ser siempre tan misteriosa la vida?» El río serpenteaba a través de una vegetación maravillosa y unas casas muy caras. Supe que lo que tenía que hacer y el lugar al que tenía que ir estaban en algún punto aguas arriba, pero como de costumbre, aparte de eso, no sabía nada más. Arranqué el pequeño Toyota alquilado y me encaminé río arriba, intentando sentir mi corazón, pero tenía la sensación de que seguir conduciendo sin saber dónde iba no tenía ningún sentido. Además, estaba cansado y lo que realmente deseaba era aparcar y dormir. Y eso fue lo que hice: paré el coche junto al borde de la carretera y cerré los ojos. Me hice sensible a la vibración del corazón y esperé. Al cabo de unos treinta o cuarenta minutos, cuando estaba a punto de irme, dos jóvenes parejas aparecieron entre los árboles vestidos con ropas ceremoniales y con flores en las manos. Uno de ellos sostenía un puchero de barro. Entraron en un coche y en unos minutos se fueron. Por puro instinto salí de mi coche y seguí el camino por el que habían venido. El sendero me condujo a las profundidades de la arboleda y por fin llegué al borde del mismo río verde oscuro. Mientras recorría aquella vereda me crucé con más indígenas hawaianos que venían de regreso. Ninguno de ellos me miró a los ojos ni me saludó. Yo seguí adelante. Tras recorrer medio kilómetro siguiendo el río encontré el enorme árbol de mango. La mitad de él estaba sobre la tierra y la otra mitad sobre el agua. En su base se encontraban unas ofrendas con aspecto ceremonial. Una muchacha de unos dieciocho años, con un aire puramente hawaiano, estaba sentada en tranquila meditación. Al principio no reparé en ella, pues estaba casi escondida entre unos árboles pequeños. Cuando la vi, quedó patente que ella me había visto primero, pero bajó los ojos como si no supiera que yo estaba allí. Yo sabía que había penetrado en un lugar sagrado y comencé a tratar a aquel árbol y a aquel sitio con respeto y honor. Llevaba un pequeño cristal y había cogido algunas flores a lo largo del camino para imitar a las dos parejas que había visto. Dejé el cristal y las flores en la base del árbol, me senté un poco alejado de él e intenté hacerme invisible. Entré en meditación, sintiendo mi corazón. Una bellísima sensación de alegría me inundó y supe con seguridad que aquél era el lugar que Thoth quería que encontrara. En el momento en que sentí aquella certeza, Thoth se apareció en mi visión interior, y me dijo: —El cristal guarda tu vibración y debe ser arrojado al río. Antes de que golpee el agua, date la vuelta y vete, y no mires hacia atrás. Abandona el lugar y regresa a tu coche. Hice exactamente lo que me había indicado que hiciera. Lancé el cristal al aire allí donde el mango extendía sus ramas sobre el río, y antes de que golpeara el agua me di la vuelta y me fui. Seguí caminando sin mirar atrás. No sé si la muchacha seguía allí o si sucedió algo raro. Sencillamente, obedecí las reglas. Más hawaianos se me cruzaron en su camino hacia el árbol de mango, pero yo bajé los ojos y continué caminando hasta que alcancé la carretera; me imaginé que ya había salido del campo de energía. Y volví en mi coche hasta el mar. Cuando me desperté a la mañana siguiente, Thoth vino a mi consciencia y comenzó a hablar acerca de algo nuevo. Me dijo:

—Ahora debes obtener permiso de la kahuna de la isla para realizar la ceremonia principal. Me dio su nombre y me mostró el aspecto que tenía. Era una anciana fornida y de gran voluntad, según lo que Thoth proyectó sobre mí. — ¿Y cómo la puedo encontrar? —Eso forma parte del proceso —me dijo—. Debes hacerlo tú solo. Pero la encontrarás cuando encuentres este cristal. Y en ese momento vi, en mi visión interior, un enorme cristal de cuarzo, de metro y medio de alto y casi uno de ancho. Nunca había visto un cristal tan grande excepto en fotografías. Thoth me preguntó si podía ver el cristal que me estaba enseñando. Le contesté que sí. Me dijo que no podía decirme dónde estaba, pues encontrarlo también formaba parte de mi proceso espiritual. Y me dejó con la siguiente frase: —Encuentra el cristal y encontrarás a la kahuna. »Y una cosa más —añadió—, el cristal está cerca del chakra corazón de la isla—y desapareció. Conduje el coche por toda la zona que había recorrido el día anterior, preguntando a la gente si había visto un cristal tan grande, pero no conseguí nada. Tras dos días de búsqueda, decidí que para encontrarlo debía utilizar mis habilidades interiores, aquellas que había aprendido en Yucatán. Al día siguiente fui de nuevo al lugar donde estaba el chakra corazón, pero la carretera era muy larga y tenía muchos desvíos. Me podía llevar toda la eternidad encontrar lo que estaba buscando. Así que, tal y como había hecho para encontrar el templo de Kohunlich en Yucatán, dejé que fuera mi tercer ojo el que condujera. Mantuve la imagen del enorme cristal en mi mente y seguí circulando por aquella carretera hasta que sentí que debía girar en una dirección concreta. Continué así durante varios kilómetros, girando donde sentía que debía hacerlo. Por fin llegué a lo alto de una cadena montañosa, a una zona residencial con lujosas casas a ambos lados de la carretera. De forma repentina, cuando volví a girar por otra carretera, me encontré acercándome a un templo hindú. Mi coche decidió girar hacia el aparcamiento y parar el motor. Es la única manera en que puedo describir cómo llegué allí: mi coche lo hizo. Me bajé y caminé hasta una enorme estatua de Ganesh, el dios elefante indio. Tenía probablemente unos cuatro metros y medio de altura y me pareció que estaba muy bien hecha. Pero no fue la estatua lo que me atrajo. Fue la sensación de que el cristal estaba en algún lugar cercano. Era domingo y se estaba celebrando el servicio en el templo. El aparcamiento estaba lleno de coches. Decidí entrar en el edificio para ver dónde me llevaba todo aquello. La gente estaba en mitad de un cántico hindú y el humo del incienso penetró inmediatamente por todo mi cuerpo. El servicio me resultaba familiar, pues había pasado muchas noches en la Ram Dass's Hanuman Foundation de Taos (Nuevo México) cantando y salmodiando durante el darshan. Cerré los ojos y me uní a los cánticos, olvidando durante un breve lapso de tiempo mi verdadero propósito. Pareció como si no hubieran pasado más que unos minutos, aunque mi mente sabía que llevaba allí casi una hora. Al cabo de otros diez minutos, la mayoría de la gente se fue y aquel trasplantado templo antiguo recuperó rápidamente su silencio habitual. Por primera vez, ahora que todo el mundo se había marchado, pude ver el altar, y allí estaba el gigantesco cristal de cuarzo. Era una visión increíble: en lo alto del altar, resonando su influencia a cada centímetro del templo. No era capaz de imaginar cómo no lo había sentido al entrar. Comenzaba a avanzar hacia él para ver lo que me tenía que decir, cuando el sacerdote que había dirigido el servicio se interpuso en mi camino. — ¿Puedo ayudarle? —dijo en tono autoritario. Le miré y pude comprobar que acercarme al cristal estaba totalmente fuera de mis posibilidades. Lo que le respondí fue: —Estoy buscando a una abuela kahuna. Se llama... —y pronuncié su nombre—. ¿Sabe dónde puedo encontrarla? Sonrió y dijo:

—No hace falta que busques muy lejos. Date la vuelta. Volví la cabeza y justo detrás de mí estaba la verdadera imagen que Thoth me había mostrado dos días antes. Su sonrisa y su genuino afecto evaporaron cualquier preocupación que pudiera estar imponiéndome a mí mismo acerca de ella. —Abuela —le dije—, la he estado buscando. ¿Podemos hablar? — ¿Qué es lo que quieres de mí? Exhalé un suspiro de alivio y le conté todo. Le hablé de Thoth, de la ceremonia que debía celebrarse en su isla y cómo necesitaba su permiso antes de continuar. —Abuela, ¿puedo contar con su permiso para llevar a cabo esta ceremonia? Tomó mi mano con mucho amor, y dijo: —Drunvalo, tienes mi permiso, pero eso no es suficiente para una cosa tan importante. Ahora debes obtener el del espíritu de esta isla —me dijo el nombre del espíritu, y explicó—: Tienes que encontrarle tú solo y pedírselo. Que el Espíritu te bendiga a ti y a lo que haces. Me dio un gran abrazo y se inclinó frente a mí a la manera hindú, mientras me decía: —Namaste. Le devolví la reverencia y me fui. Sentado en mi coche, me sentía al mismo tiempo contento por haber conseguido encontrarla y haber obtenido su permiso, y defraudado porque aparentemente no había conseguido acercarme más a mi objetivo. Todavía tenía que conseguir otra autorización. Cerré los ojos y entré en meditación para recibir asistencia. Thoth apareció de inmediato, y sonrió: —Estás más cerca de lo que crees, Drunvalo. ¿No te das cuenta de que la vida ya ha tenido lugar? La idea del fracaso o de tener que realizar más trabajos es sólo la parte de tu sueño que sigue creyendo en la separación. —De acuerdo, de acuerdo, de acuerdo. ¿Qué es lo que viene ahora? Thoth, con su estilo pausado, contestó: —Toma la carretera a Hanalei y continúa después de pasar el pueblo hasta que se termine. Aparca el coche y espera mis instrucciones. Mientras conducía bordeando la costa, comencé a recordar todo lo que me había pasado en los últimos meses. Parecía que el tiempo transcurría demasiado deprisa, casi fuera de control. Por otro lado, era mucho lo que se estaba consiguiendo. Aquel Thoth se había convertido en un elemento fundamental del trabajo que yo estaba llevando a cabo. Los ángeles eran la principal luz de guía dentro de mí, la verdadera fuente de mis decisiones espirituales, pero me habían dejado claro que lo que debía hacer en aquel momento era escuchar a Thoth. En aquel entonces lo ignoraba, pero no iba a pasar mucho tiempo antes de que concluyera mi trabajo con Thoth. En aquel momento estaba atravesando Hanalei, que se encuentra situado en el extremo norte de la carretera con forma de herradura. No es posible continuar en coche mucho más allá. Es como una casa en un callejón sin salida, y me di cuenta una vez más de lo mucho que quiero a este pueblo. La zona es asombrosamente bonita, el estilo de vida muy abierto y libre, y las personas reflejan el entorno en el que viven. Mi corazón siempre late un poco más fácilmente cuando estoy allí. Llegué al final de la carretera y paré en un lugar donde sabía que mi coche no podía estorbar. No sabía cuánto tiempo iba a durar mi viaje. Cerré los ojos y esperé a que apareciera Thoth. Como de costumbre, no me falló. —Drunvalo —me dijo—, aquí están tus instrucciones. Quítate toda la ropa, incluidos los zapatos, y enróllate el chal blanco que tienes en el maletero alrededor de las caderas. Lleva sólo el bolso medicinal que usas siempre. Este bolso medicinal era algo que llevaba conmigo desde hacía muchos años. Contenía objetos de poder que uso en las ceremonias, tales como cristales, piedras, maíz con poderes, salvia y cedro para purificar y trozos de plumas. —Cuando entres en el camino hacia las montañas, estarás empezando la ceremonia —dijo Thoth—. No te preocupes por el permiso del espíritu de la isla, pues él forma parte de esta ceremonia y ya nos lo ha otorgado. Recuerda que debes respirar y permanecer en tu corazón.

»Debes buscar una cascada que se divide en dos partes iguales a mitad de la caída. Cuando encuentres ese lugar, colócate de pie exactamente delante de ella y gírate ciento ochenta grados. Mira frente a ti y verás una gran roca plana. Ahí es donde te recibirá el espíritu de la isla y donde comenzará la ceremonia. Te queremos y te damos las gracias por anticipado por el trabajo que haces en favor de este planeta. Con esta frase, Thoth desapareció. Abrí el maletero y encontré el chai blanco. El bolso medicinal colgaba de mi cuello. Me quité la ropa, me enrollé el chai alrededor de la cintura y agarré el bolso medicinal en unos segundos. Cerré los ojos y allí estaban los ángeles. Sonrieron. —Te queremos —me dijeron. Crucé la calle hasta el camino donde iba a empezar la ceremonia, según me había dicho Thoth. Allí, en la cabecera del sendero, pude ver una gran señal de peligro. En la parte superior se veía el dibujo de la calavera y las tibias entrecruzadas, y la señal decía: «No caminen por esta zona sin botas de goma hasta las rodillas; en el agua hay una bacteria que resulta mortal si entra en contacto con la piel. No toquen el agua». Bueno, allí estaba yo, comenzando mi viaje y la ceremonia, casi desnudo y descalzo, y esa señal intentando inmediatamente meterme el miedo en el cuerpo y en la mente. Thoth no esperó a que cerrara los ojos. Sencillamente apareció fuera de mí, y dijo: —Drunvalo, esto es una prueba. Debes confiar en quien eres y en tu conexión con el universo y el Creador. Céntrate en tu corazón y sigue adelante. No te preocupes, no sufrirás ningún daño. Respiré hondo e hice exactamente lo que me había dicho. Todas mis preocupaciones abandonaron mi cuerpo y supe que estaba completamente protegido. Sin sentir miedo alguno y lleno de emoción comencé aquel viaje sagrado hacia las bellas y abruptas montañas. Al principio el camino era fácil, pues me encontraba al nivel del mar y cerca de la carretera. Pero a medida que iba pasando el tiempo comencé a subir cada vez más alto, más lejos del nivel del océano, y a adentrarme más en las montañas selváticas, que parecían un paisaje de millones de años atrás. Si hubiera visto un dinosaurio, no me habría sorprendido. Había agua por todas partes: chorreando por las rocas, corriendo por el camino, fluyendo por los riachuelos. Yo estaba empapado. Incluso los árboles de la selva goteaban. Cada cien metros más o menos pasaba junto a alguna cascada espectacular, que me quitaba la respiración. Evidentemente estaba esperando ver la que se dividía en dos. En un momento dado hice un alto en uno de los raros claros en los que podía ver a través de la selva hacia el océano, a mis pies. Me asombré de lo mucho que había ascendido. La sensación de belleza, los sonidos de las eternas cascadas, los pájaros exóticos que volaban por todas partes, las flores y plantas increíblemente bellas, todo me hacía sentir que no podía estar sobre la Tierra. Tenía que tratarse de un planeta en el que la vida estaba empezando y no había sido aún perturbada. Thoth me había dicho una cosa más que no he mencionado, algo que probablemente debería decirte ahora. Kauai era el punto geográfico de la Tierra en el que se había conservado la memoria del planeta durante los últimos trece mil años. Sí. Hay un Registro Akáshico almacenado en la atmósfera, además de en el cuerpo humano; pero la memoria de la Tierra también está guardada, de forma intencional y literalmente, en cada uno de cristales colocados junto a la costa frente al lugar exacto en el que me encontraba. No estoy seguro de por qué se hace eso; Thoth nunca me lo explicó. Había trece cristales en total, pero uno de ellos era el auténtico banco de memoria. Los cristales estaban colocados según el patrón del cubo de Metatrón: uno en el centro de la isla, seis a su alrededor y en la isla y otros seis más en el agua, alejados de la costa y rodeando los seis interiores. Este sistema fue usado por otros pueblos en el pasado lejano. Sabemos que los lemurianos y los atlantes utilizaban esta misma disposición de cristales y con el mismo propósito, sin cambiarlos. Pero según el recuerdo de Thoth, el sistema es mucho, mucho más antiguo que cualquiera de esas dos culturas. Quién lo creó, ni siquiera Thoth lo sabe. El que estaba en el agua debajo del lugar donde yo me encontraba pertenecía a un tipo de piedra denominado «cristal esquelético», cuya apariencia le da un aspecto espacial. De hecho, éste sí procedía del espacio. Tenía unos sesenta centímetros de largo, treinta de diámetro y era de doble punta; es decir, ambos extremos terminaban en punta.

Los cristales esqueléticos son muy raros, y si nunca has visto ninguno son difíciles de describir. Son cristales de cuarzo, pero no se parecen nada al cuarzo normal. Lo raro de los cristales esqueléticos es que sus superficies están recubiertas de «tubos» de cuarzo. Es como si alguien hubiera pegado tubos redondos de medio centímetro de diámetro por toda la superficie, siguiendo un patrón aleatorio. En el mundo que yo conozco, no hay nada parecido a ellos. Pueden almacenar una cantidad infinita de datos dentro de sí mismos y en el espacio que los rodea. Fue esta característica la que hizo que se eligiera este cristal para almacenar la memoria del planeta y de todo lo que vive y sucede sobre él. En otras palabras, son los Registros Akásicos de la Tierra descargados en el diminuto espacio de un cristal. La explicación de la importancia de todo esto supondría otro relato, y como ya he dicho, en realidad no lo entiendo. Me volví y seguí ascendiendo camino arriba, buscando la cascada especial, y al cabo de unos cinco minutos apareció. Permanecí de pie junto a su base durante al menos diez minutos. Era imponente. El agua caía unos sesenta metros antes de chocar contra una enorme roca que sobresalía de la falda de la montaña y partía el agua en dos. Era una vista realmente espectacular. En parte, estaba también descansando de la subida. Sabía que pronto tendría que ponerme a trabajar. Cuando sentí que había llegado el momento oportuno, me giré ciento ochenta grados y me coloqué de cara al océano. Tal y como Thoth me había dicho, justo frente a mí había una gran roca plana, ligeramente elevada sobre la superficie de la montaña, desde la que se divisaba una fantástica vista del profundo océano azul que se extendía hasta el horizonte, lo que hacía de ella un sitio perfecto para celebrar una ceremonia. Supe con seguridad que estaba en el lugar correcto. Como no sabía lo que iba a suceder, procedí según lo que me habían enseñado los taos pueblo de Nuevo México. Abrí mi bolso medicinal y coloqué cuatro cristales de cuarzo, uno en cada una de las cuatro direcciones, formando un cuadrado de unos sesenta centímetros de lado. En el centro coloqué un cristal especial denominado diamante Herkimer, un cristal de doble terminación y de excepcional transparencia que afecta al mundo de los sueños de un modo positivo, lo que constituye su uso fundamental. Recé a cada una de las cuatro direcciones para consagrar la ceremonia y pidiendo protección para no ser molestado de ningún modo. Utilicé maíz y tabaco, según manda mi tradición, y coloqué esas sustancias sobre cada uno de los cristales en cada una de las direcciones. También recé a las direcciones bajo el cristal central y sobre él, así como al centro en sí mismo: las siete direcciones. Formé un círculo conectando los cuatro cristales de las cuatro direcciones con muchos cristales más pequeños y piedras de diferentes tipos que creí necesarios, dibujando una rueda. Dentro de ella hice una cruz con piedras del lugar conectando el cristal central con el borde. Cuando la ceremonia estuvo preparada, cerré los ojos y entré en profunda meditación, esperando al espíritu de la isla. Sabía que eso era lo primero que debía ocurrir, pero no tenía ni idea de cómo iba a suceder. Todo lo que podía hacer era cumplir lo que Thoth me había pedido: permanecer en mi corazón y estar abierto. Seguí meditando durante una media hora y nada ocurrió. Estaba empezando a sentirme ligeramente preocupado por aquella tardanza; no obstante, sabía que debía tener paciencia y continuar, aunque la espera durara todo el día. Otros quince minutos pasaron sin que nada sucediera en mi interior. Entonces escuché un ruido. Abrí un ojo y allí, sobre la piedra, había un diminuto ratón blanco, paseándose, oliendo el maíz y revisándolo todo. Era tan gracioso que no vi motivo para molestarle y le dejé que siguiera haciendo lo que quisiera. Estaba a punto de volver a cerrar el ojo cuando el ratoncito pasó al cristal central, el Herkimer. Colocó sus patitas delanteras sobre él, se volvió y clavó su mirada en mi ojo abierto. Me miraba fijamente. Abrí los dos ojos. El ratón permaneció inmóvil durante un minuto. Estábamos mirándonos mutuamente. El tiempo se detuvo y luego se expandió. Y de repente sucedió. No recuerdo haber cerrado los ojos, pero necesariamente tuve que haberlo hecho. De repente, el ratoncito creció hasta convertirse en un hombre gigante de más de cuatro metros de altura

Tenía aspecto polinesio, con la piel marrón oscuro, el pelo negro y los ojos marrones. Le envolvían vibraciones de guerrero y su cuerpo era poderoso y musculado. Su mirada me penetró, y con voz profunda me dijo: —Soy el espíritu de la isla y te invito a esta ceremonia. Retrocedió, y al hacerlo el espacio se expandió para formar un círculo de casi cien metros de diámetro. Allí, de pie junto al borde exterior del círculo y al lado del enorme espíritu, estaba Thoth con otros tres hombres que yo no conocía (aunque mi conocimiento interior me dijo que formaban parte de los Maestros Ascendidos, y todos tenían aspecto polinesio) y una mujer, que supongo estaba asonada a la Atlántida. En el centro del círculo se encontraba un hombre cuyo nombre no puedo decir porque no me lo permiten. Era la persona que la Tierra había elegido para ser el varón que iba a proteger a la humanidad durante el último ciclo de trece mil años. Cuando le vi, supe con exactitud cuál era el propósito de aquella ceremonia. Se trataba de la ceremonia tetradimensional que se realiza cada doce mil novecientos veinte años para entregar el poder y la responsabilidad de una energía a otra, en este caso del varón a la mujer. En la Tierra todo tiene lugar primero en la cuarta dimensión, y luego se filtra hasta esta tercera dimensión, que todos conocemos. Lo que aquello significó para mí al instante fue que, después de esa ceremonia, algún día se celebraría otra tridimensional para cristalizar esas energías en nuestro mundo habitual. Cuando esta segunda ceremonia tuviera lugar, la energía femenina conduciría a la humanidad hacia la luz durante los próximos doce mil novecientos veinte años. Una sensación de humildad me embargó. Comprendí entonces la importancia de la ceremonia y por qué Thoth me había pedido que dejara todo lo demás para hacer este viaje. El hombre del centro del círculo estaba de rodillas, de cara a mi derecha. En sus brazos sostenía el cristal esquelético que guarda la memoria de la última mitad del Gran Ciclo (en realidad, hasta el comienzo de los tiempos en la Tierra). Comenzó a hablar. Habló de su experiencia durante la última mitad del ciclo y de lo agradecido que se sentía de que nosotros, la humanidad, hubiéramos alcanzado este punto de tiempo/espacio/ dimensión sin demasiados problemas. Pude sentir que estaba terriblemente emocionado y conteniendo lágrimas de alivio por lo que estaba a punto de suceder. En el instante siguiente, una hermosa joven entró en el círculo desde la derecha, la dirección hacia la que miraba el hombre, y caminó hacia el centro, donde se arrodilló frente a él, inclinándose con gran reverencia. Mantuvo la inclinación durante medio minuto y luego se enderezó con los ojos cerrados y de cara a él. Abrió los ojos y fijó su mirada en los ojos del hombre, pero no dijo nada. El comenzó a hablar: —Se me ha otorgado la responsabilidad de proteger y guiar a la humanidad durante la última mitad del Gran Ciclo. Ahora tú has sido elegida para protegernos y guiarnos en la próxima mitad de este ciclo. Este cristal es la herramienta que necesitarás para unir las dos partes del ciclo y llevar a cabo tu trabajo. Al entregártelo, mi trabajo queda terminado y completo, y comienza el tuyo. ¿Aceptas esta sagrada responsabilidad? Ella bajó los ojos, apartándolos de los de él, y comenzó a hablar con voz suave y fluida: —Muchas gracias por todo lo que has hecho. Eres un gran hombre. Sí, acepto esta responsabilidad con mi vida. Lo haré lo mejor que pueda. Tras aquellas sencillas palabras, quedó en silencio. El hizo una breve pausa y luego levantó el enorme cristal, lo colocó en el suelo frente a ella y volvió a su sitio. —Ahora tienes plenos poderes para seguir a tu corazón y tomar las decisiones que deberán guiar el curso de la historia humana —dijo. Los allí presentes estábamos siendo testigos del cambio de guardia más importante en varios miles de años. No había nada que decir. Era perfecto. La muchacha se levantó, se inclinó ante nosotros y se volvió para irse. El cristal se elevó del suelo y flotó tras ella, siguiéndola como un perrito. Ambos desaparecieron en otro reino de la existencia. Lo que pasó cuando ella se fue resultó visible para mí. Pude verla entrando en su barco con el cristal y volando de regreso a su hogar en Perú. Inmediatamente se dirigió a un lugar entre la isla del Sol y la isla de la Luna, en el lago Titicaca, donde voló al fondo del lago. Allí plantó el cristal en las profundidades de la Tierra. Luego voló de vuelta a la atmósfera sobre el lago y esperó. Poco tiempo después, un brillante rayo de luz violeta salió despedido del lago hacia el cielo y los recuerdos antiguos quedaron conectados y comprometidos con el presente. Era el comienzo de una nueva era de luz y hermandad para la raza humana. Una nota adicional. Para aquellos de vosotros que hayáis leído mis dos primeros libros y conozcáis la historia de la mujer que elevó la antigua nave espacial desde debajo de la Esfinge de Egipto, se trata de la misma persona. En aquel entonces tenía veintitrés años y vivía en Perú, y así sigue siendo en la actualidad. Ahora es la persona más importante del mundo. Pero no se puede dar su nombre, pues su trabajo debe mantenerse secreto por su misma naturaleza. Sabrás más de ella a lo largo de este libro cuando hable del viaje a Perú. Cuando los antiguos recuerdos inundaron el subconsciente humano al término de esta, ceremonia, se inició un nuevo sueño humano, un sueño que, según cree la consciencia humana superior, conducirá en el futuro a la Tierra hacia una época de paz, belleza y superevolución. Pero nadie sabía lo que acababa de ocurrir en aquella ceremonia, a excepción de unas pocas almas avanzadas, pues el sueño era una semilla profundamente incrustada en la oscuridad, plantada literalmente en una dimensión superior de la consciencia de la Tierra y que no iba a brotar a la luz de este mundo hasta el cambio de siglo. No se podía hacer más que esperar.

jueves, 3 de julio de 2025

El karma de las semillas estelares según su origen


🌟 1. PLEYADIANOS  

Origen: Constelación de las Pléyades.

Karma principal: Mal uso del conocimiento espiritual y la manipulación emocional en antiguas guerras de conciencia.

Aprendizaje kármico: Integrar amor incondicional sin caer en la superioridad espiritual. Sanar vínculos de co-dependencia y liderazgos mesiánicos.

Misión: Expandir la conciencia del corazón y activar la red crística planetaria.

🌀 2. ARCTURIANOS

Origen: Sistema de Arcturus (Bootes).

Karma principal: Frialdad emocional y desvinculación excesiva del plano físico por priorizar la evolución mental/tecnológica.

Aprendizaje kármico: Encarnar completamente el cuerpo físico, valorar la materia como vehículo divino.

Misión: Elevar la vibración de estructuras, tecnología y sanación energética.

🦁 3. LYRANOS

Origen: Vega, constelación de Lyra (primer linaje humanoide).

Karma principal: Guerras galácticas y separación de linajes. Karma ancestral de soberbia o imposición cultural.

Aprendizaje kármico: Unificación interna de lo masculino y femenino divino. Integración de la sabiduría con humildad.

Misión: Proteger y transmitir la historia cósmica de la humanidad.

💧 4. SIRIANOS

Origen: Sirio A, B y C.

Karma principal: Abuso de poder sacerdotal o ritualístico. Vidas ligadas a Atlántida/Lemuria con desvío del propósito original.

Aprendizaje kármico: Servicio desde la pureza del canal. Sanar heridas de traición y caída de civilizaciones.

Misión: Custodiar el conocimiento sagrado, reactivar memorias y linajes espirituales.

🌌 5. ANDROMEDANOS

Origen: Galaxia de Andrómeda.

Karma principal: Aislamiento emocional y desconexión con las formas densas. Exceso de libertad sin integración de compromiso.

Aprendizaje kármico: Vincularse desde la entrega consciente. Aceptar límites sanos en la dimensión terrestre.

Misión: Sostener el equilibrio de las polaridades, traer nueva visión galáctica.

🪐 6. ANUNNAKIS

Origen: Nibiru / sistema estelar asociado a los Annunaki.

Karma principal: Manipulación genética y control sobre civilizaciones humanas. Encarnaciones con abuso de poder.

Aprendizaje kármico: Redención a través del servicio y la compasión. Liberación del patrón de dominio.

Misión: Restaurar el equilibrio en la estructura genética y liberar viejas programaciones de esclavitud.

🕊️ 7. VENUSIANOS

Origen: Venus, 4D superior.

Karma principal: Desvinculación de la acción. Karma de contemplación pasiva ante injusticias cósmicas.

Aprendizaje kármico: Encarnar el amor con valentía. Accionar con el corazón abierto en mundos densos.

Misión: Expandir la energía del amor puro y la diplomacia espiritual.

🐦 8. BLUE AVIANS (AVIANOS AZULES)

Origen: Dimensiones elevadas del sistema estelar de Altair o regiones no lineales.

Karma principal: Karma colectivo más que individual; errores por no intervenir a tiempo en el desequilibrio galáctico.

Aprendizaje kármico: Equilibrar la ley de no intervención con la acción compasiva.

Misión: Proteger el orden cósmico y transmitir sabiduría a través de frecuencias sutiles.

👽 9. TALL WHITES

Origen: Sistemas altos de la Confederación Galáctica.

Karma principal: Aislamiento por superioridad intelectual. Falta de empatía encarnacional.

Aprendizaje kármico: Reconectar con la sencillez y la emoción humana.

Misión: Desarrollar tecnologías de luz al servicio de la evolución planetaria.

🦎 10. REPTILIANOS (DE LUZ Y OSCUROS)

Origen: Draco, Orión, y otras regiones.

Karma principal: Desviación hacia el control, sometimiento y separación. Gran deuda kármica con la humanidad.

Aprendizaje kármico: Integración del corazón y redención del linaje a través del servicio.

Misión: Transmutar el linaje reptiliano hacia la luz, liberando memorias de control.

🕷️ 11. MANTIS (MANTIDEANOS)

Origen: Zeta Reticuli y otros sistemas.

Karma principal: Desconexión emocional. Excesiva observación sin intervención.

Aprendizaje kármico: Participar desde la empatía, no sólo desde la mente analítica.

Misión: Custodiar códigos de evolución biológica y conciencia en equilibrio con el entorno.

👁️ 12. GRISES (ZETA RETICULI)

Origen: Zeta Reticuli.

Karma principal: Manipulación genética y desconexión de la fuente. Pérdida del cuerpo emocional.

Aprendizaje kármico: Reconectar con el alma. Liberarse de la lógica pura como única forma de existencia.

Misión: Redimir su linaje a través de alianzas de servicio con razas humanas y solares.

🌿 13. AHEL (RAZA DE LYRANOS DE LUZ)

Origen: Lyra – raza de frecuencia crística.

Karma principal: Dolor profundo por la pérdida de Lyra en las guerras galácticas. Trauma de separación y exilio cósmico.

Aprendizaje kármico: Perdonar los linajes caídos (reptilianos, anunnakis), recuperar la alegría de crear.

Misión: Restaurar la matriz original humana. Activar los linajes solares de amor puro.

🔱 14. ANTARES

Origen: Sistema de Antares (Escorpio).

Karma principal: Karma de intervención bélica en guerras dimensionales. Heridas de traición y lealtades impuestas.

Aprendizaje kármico: Sanar el alma guerrera. Transformar la lucha en protección consciente.

Misión: Ser guardianes energéticos de portales y dimensiones. Defender la luz desde la impecabilidad espiritual.

🪞 15. ELEINDOR (RAZA CRISTALINA)

Origen: Dimensiones líquidas-cristalinas, similares a Andrómeda.

Karma principal: Desconexión con lo físico. Rechazo al dolor denso de la materia.

Aprendizaje kármico: Encarnar sin perder la pureza. Abrirse al aprendizaje que brinda el contraste emocional.

Misión: Anclar estructuras cristalinas, geometría sagrada, y arquitectura lumínica para la Nueva Tierra.

🔺 16. ORION (LADO DE LA LUZ)

Origen: Estrellas de Bellatrix y Mintaka, lado redimido de Orión.

Karma principal: División interna profunda entre luz y oscuridad. Carga genética de linajes reptilianos y solares.

Aprendizaje kármico: Integración de la dualidad. Sanación de vidas pasadas como víctima o victimario.

Misión: Acompañar a la humanidad en la integración del conflicto interno como camino hacia la unidad.

🔮 17. THUBAN (RAZA DRACONIANA REDIMIDA)

Origen: Estrella Alfa Draconis.

Karma principal: Herencia de conquista y dominio mental. Vínculo con estructuras de control.

Aprendizaje kármico: Reorientar la fuerza hacia el servicio. Soltar el miedo al amor y a la vulnerabilidad.

Misión: Sostener estructuras firmes para la evolución colectiva sin caer en jerarquías rígidas.

💫 18. ALTAIRIANS

Origen: Sistema de Altair, dimensión 6D.

Karma principal: Pasividad ante conflictos estelares. Karma de neutralidad excesiva.

Aprendizaje kármico: Comprender cuándo hablar y actuar, sin traicionar su esencia pacífica.

Misión: Ser puentes de paz. Activar la red de comunicación galáctica armónica.

🧬 19. YAHYEL (HIBRIDOS HUMANOS-GRISES DE LUZ)

Origen: Futuros paralelos – mezcla genética humana, pleyadiana y gris.

Karma principal: Trauma de manipulación genética y desconexión emocional.

Aprendizaje kármico: Recuperar el vínculo con la fuente a través del amor y el arte.

Misión: Representar la nueva humanidad unificada. Encarnar la reconciliación genética y espiritual.

⚛️ 20. ELOHIM (SERES CREADORES)

Origen: Dimensiones superiores – 9D a 12D.

Karma principal: Karma de creación sin equilibrio. Desequilibrio entre expansión y contención.

Aprendizaje kármico: Reconocer las consecuencias de la creación no alineada con la fuente.

Misión: Guiar la arquitectura evolutiva desde planos superiores. Activar memorias del propósito original.

🌀 21. AVIANOS BLANCOS (WHITE AVIANS)

Origen: Dimensiones elevadas (11D-12D).

Karma principal: Aislamiento por pureza. Desconexión con el libre albedrío de mundos en densidad.

Aprendizaje kármico: Participar más activamente desde la compasión.

Misión: Sostener códigos de ascensión, abrir portales interdimensionales sin imponer agendas.

☀️ 22. SOLARES INTERNOS (HUMANOS DE AGARTHA / INTRATERRENOS)

Origen: Tierra interna, ciudades como Telos y Shambala.

Karma principal: Karma de no intervenir en momentos claves del colapso superficial.

Aprendizaje kármico: Integrar la superficie como parte del plan unificado.

Misión: Sostener la frecuencia lemuriana, cristales etéricos y redes intraterrenas de sanación.

✨ Notas finales:

Cada semilla estelar encarnada elige un camino de servicio donde su karma se convierte en maestría potencial.

El karma no es castigo, sino una oportunidad de redención y evolución.

La activación consciente del linaje cósmico permite integrar dones, sanar heridas ancestrales y manifestar la misión en la Tierra.

Bruxshia Pleyadian energía Azul Zafiro 

Registros Estelares 

martes, 1 de julio de 2025

Serpiente de Luz Capítulo Nueve: La Isla de Moorea, las cuarenta y dos mujeres y los cuarenta y dos cristales



Moorea me causó una gran sorpresa. Era el lugar femenino más suculento que yo había visitado. No era sólo que la isla tuviera forma de corazón, sino también la maravillosa energía sexual que palpitaba desde la tierra y el océano. Se mirara donde se mirara, uno veía apuestos hombres y mujeres morenos moviéndose por todas partes, vestidos sólo con una pequeña tela en la parte inferior del cuerpo y nada en la superior. La vista de unas personas tan bellas y casi desnudas no hacía más que enfatizar la misión y su propósito: cambiar el equilibrio sexual de las mujeres de todo el mundo. Thoth quería que llegáramos a la isla al menos una semana antes del ajuste, para que nos pudiéramos acostumbrar a su energía. Sugirió que entráramos en contacto con los nativos para que llegáramos a entendernos plenamente. Al final estuvimos allí diez días y llevamos a cabo nuestro propósito el noveno. Mi novia y yo éramos principiantes en el deporte del buceo, pero llevamos todo el equipo, pues habíamos escuchado que Moorea era uno de los mejores lugares del mundo para practicarlo. No nos defraudó. El arrecife de coral que rodéala isla es como cristal líquido. Al nadar en esta agua, casi a la temperatura del cuerpo, uno puede contemplar millones de peces multicolores y animales que te rodean hasta una distancia de treinta metros a la redonda. Recuerdo haber pensado que era como nadar en un acuario. No éramos capaces de salir del agua. Cuando lo hacíamos, sentíamos como si la energía descendiera a la mitad, y nos encontrábamos a nosotros mismos volviendo a ella como zombis. Era como si nos arrastrara un imán. Y nadábamos en aquella agua entre seis y ocho horas diarias, adictos a ella. Tras un par de días de completa felicidad, una joven y alegre pareja de nativos polinesios se nos acercó y nos preguntó si nos gustaría visitar su casa. Nos parecieron tan sencillos y naturales que no lo pensamos dos veces. Fuimos con ellos a su casa como si nos conociéramos de toda la vida. Su «casa» era una playa escondida a los turistas. Tenía cabanas de hierba para guardar cosas, pero realmente no para dormir. Debía haber unas veinticinco personas, unas pocas mujeres más que hombres. Todo el mundo dormía en la arena, junto al mar, excepto cuando llovía. Arriba, sobre un saliente que daba al océano, sus ancestros habían construido un edificio especial de piedra con un único propósito. Las mujeres y los hombres se turnaban para utilizarlo. Era un lugar en el que las mujeres se masajeaban unas a otras y los hombres se masajeaban unos a otros. Se alternaban cada tarde. En su cultura, era muy importante que los miembros de cada sexo se cuidaran unos a otros físicamente, por lo cual cada persona era masajeada y amada por los demás miembros de la tribu casi todos los días. ¿Y por qué no? Habían llegado a dominar la vida más de lo que la mayoría de nosotros conoce. No utilizaban dinero, pues consideraban que para lo único que servía era para esclavizarlos. Cuando tenían hambre, acudían a un árbol de mangos o papayas. Por todas partes crecían cientos de plantas y hierbas, y ellos sabían exactamente dónde encontrarlas. El océano formaba parte de su hogar, y sencillamente caminaban hacia el agua con un palo puntiagudo y, en unos minutos, salían con el pescado deseado. Rara vez enfermaban, pero cuando lo hacían sus ancestros les habían dicho cómo sanar, por lo que no conocían a los médicos. Si el paraíso existe sobre la Tierra, ellos vivían en él. El juego y el amor eran sus principales objetivos en la vida. Por la noche sacaban sus instrumentos musicales, fabricados con materiales procedentes de la selva o del océano. Bailaban y cantaban durante horas hasta que la Luna estaba alta en el cielo. El trabajo sólo era necesario de vez en cuando; si una tormenta destruía un barco y había que reconstruirlo, por ejemplo; cuando lo era, toda la tribu se reunía para ayudar. Incluso entonces convertían el trabajo en algo divertido, excitante incluso. La música fluía por el aire mientras los miembros de la tribu se turnaban para tocar y trabajar. ¡Menuda vida!

Bastaron un par de días para que me quedara claro que su forma de vida no estaba basada en el ego, sino en otra operación más holística. Se amaban unos a otros de todas las formas, y se cuidaban. Nadie se peinaba ni se acicalaba; siempre lo hacía por él otra persona del mismo sexo. Convertían los actos más simples en una forma de demostrar amor. Se compartían unos a otros como si formaran un solo y enorme matrimonio. Las mujeres podían elegir entre todos los hombres, y éstos compartían a las mujeres. No creo que la palabra «celos» existiera en su vocabulario. Tras sólo tres días de estar con ellos, había olvidado para qué estábamos allí. Nunca había sentido tanta liberación y relajación. Mi antigua vida en Estados Unidos había desaparecido por completo. Mi cuerpo había pasado a formar parte de la tribu y mi alma pertenecía a la isla. ¿Cómo había podido tener lugar un cambio tan grande en un periodo tan corto de tiempo? Ni mi novia ni yo les mencionamos en ningún momento, ni a ninguno de ellos, nuestra intención secreta, pero hacia el séptimo o el octavo día el muchacho que nos llevó a la tribu ROS pidió que nos sentáramos a su lado. Nos miró a los ojos con amor absoluto y comenzó a hablar. —Sois mi hermano y mi hermana blancos, y conozco lo que está en vuestros corazones. Sabernos por qué estáis aquí y queremos ayudaros. Debéis llegar a un lugar sagrado, que está cerca del centro de esta isla, para llevar a cabo vuestro propósito, pero os está prohibido ir allí. Es demasiado sagrado para que dejemos que nadie llegue a él. Pero vuestro propósito está por encima de nuestras reglas. »Mañana, uno de nuestros ancianos estará aquí para guiaros. No puedo deciros su verdadero nombre, pero podéis llamarlo Thomas. Estáis en nuestros corazones y haremos todo lo que esté en nuestra mano para que podáis realizar lo que habéis venido a hacer. A la mañana siguiente, cuando el Sol estaba saliendo y explotando de color sobre el océano, el océano azul, pintando en las nubes hinchadas sombras moradas y anaranjadas, un hombre de unos cincuenta y tantos años de edad se acercó derecho hacia nosotros, y nos dijo que se llamaba Thomas. Medía uno ochenta de estatura y su piel era de color marrón oscuro. Su pelo, casi negro, le colgaba hasta la mitad de la espalda y no llevaba más ropa que una tela blanca alrededor de la cintura y unas chanclas de cuero. Parecía saber exactamente lo que pensábamos. Sin hacer ninguna pregunta, empezó a decirnos que el lugar al que debíamos ir para celebrar nuestra «ceremonia» estaba en el interior de la isla y que era un poco peligroso llegar hasta él, pero que nos mostraría el camino. Yo le pregunté si debíamos llevar alguna cosa, y él nos miró como a dos chiquillos. —No —dijo simplemente, y se volvió y comenzó a caminar. Nos miramos el uno al otro y le seguimos. Mientras estábamos viviendo en la playa, yo había observado que la mitad de la isla parecía ser montañosa y estar cubierta por la selva, pero no había pensado en ello excepto para sentir su belleza. Ahora estábamos a punto de sentir su poder. Dejar el nivel del mar, que había constituido nuestra única experiencia de Moorea, fue un choque. El terreno era realmente una selva. Pronto me di cuenta de que, sin nuestro guía, mi novia y yo habríamos sido incapaces de encontrar el camino. Había que conocer los senderos que recorrían la densa jungla y cómo se conectaban con otros, más pequeños, casi imperceptibles, que conducían a nuestro destino. Varias veces pasamos junto a antiguas ruinas de piedra situadas justo al borde de aquel camino. Le pregunté a Thomas acerca de la primera, y me dijo: —Mucho antes de que nosotros llegáramos a estas islas vivieron aquí personas antiguas. No sabemos quiénes eran, pero estas ruinas han estado siempre protegidas. Hay personas que celebran ceremonias cada año para honrar a los que nos precedieron. Pero el lugar al que vamos es el más sagrado de todos. Tras varias horas de trepar, siempre hacia arriba, llegamos a unas cumbres montañosas que yo había creído, desde la distancia, que constituían nuestro destino. Pero cuando llegamos al punto más alto, pudimos contemplar el centro de la isla por vez primera. No podía creer lo que veían mis ojos. Os aseguro que parecía sacado de una película de Indiana Jones.

La cadena montañosa en la que nos encontrábamos formaba un enorme círculo, y exactamente en su centro estaba la montaña más fálica que yo había visto jamás. Era como un pene gigantesco apuntando hacia el cielo, penetrando con fuerza en el círculo femenino de montañas que tenía debajo. Todo lo que pude decir fue: — ¡Uau! —y el poder de lo que estaba presenciando me forzó a guardar silencio. No pude evitar recordar que Moorea tiene forma de corazón. ¿Y aquél era su centro? Los tres estábamos sin habla. El único sonido era el del viento soplando entre mi pelo, y aquel silencio me permitió observar que los tres estábamos respirando en perfecta sincronía, como si fuéramos uno solo. Me sentí conectado con la vida por todas partes. Unos cinco minutos más tarde, Thomas señaló una zona a la izquierda de la montaña fálica, y dijo: —Ahí. Ahí es donde debéis estar. A partir de este momento iréis solos. Sabréis cuándo habéis llegado al lugar correcto. Mi corazón y el de todo mi pueblo estarán con vosotros —y se volvió y nos dejó solos. Durante largo rato permanecimos allí, cogidos de la mano, no queriendo romper aquel momento mágico. Al cabo de un tiempo, un loro verde brillante voló demasiado cerca de nuestras cabezas y chilló, sobresaltándonos y sacándonos del trance. Reímos por el salto que habíamos pegado, pero la seriedad del motivo por el cual estábamos allí comenzó a tomar las riendas. Sabíamos que se nos acababa el tiempo. Debíamos estar colocados en aquel lugar sagrado en una hora y media o todo estaría perdido. —Venga, vamos. Sin Thomas, que conocía cada centímetro de la isla, no resultaba fácil, y dependía de nosotros decidir cómo llegar hasta allí. Elegimos bajar casi recto por la ladera de la montaña hacia el cuenco para ahorrar tiempo, lo que probablemente fue un error. A los cinco minutos habíamos perdido el rumbo. Finalmente, sin embargo, llegamos al lugar sagrado, que era como un dibujo de cuento de hadas: un altar plano de piedra sobre el cual incontables generaciones anteriores a nosotros habían celebrado ceremonias. Sólo disponíamos de quince minutos antes de que el momento crucial expirara. La verdad es que la vida es asombrosa. Tras meses de planear algo tan crítico para la experiencia humana sobre la Tierra, casi no llegamos a tiempo. Pero allí estábamos, y quiso el destino que también las otras cuarenta mujeres y nuestros dos colegas en Egipto estuvieran en sus sitios. Aquella inmensa ceremonia estaba a punto de convertirse en realidad. Muy deprisa establecimos las cuatro direcciones para centrar y proteger aquel espacio interior en el que se iba a celebrar la ceremonia. Gracias a mi entrenamiento con los taos pueblo para crear espacios sagrados, conocía unas determinadas intenciones que deben ser protegidas y hechas realidad. Uno debe conectarse con la Madre Tierra y el Padre Cielo en su corazón y pedir a los espíritus de las seis direcciones que contengan el espacio y protejan a los seres humanos durante la ceremonia. Uno debe traer de forma consciente la presencia del Gran Espíritu. Por supuesto, el Gran Espíritu está siempre en todas partes, pero se trata de la consciencia humana de la presencia de Dios. Sin esas intenciones, aquella ceremonia no sería más que una fantasía y carecería de poder. A nuestro alrededor, todo el anfiteatro nos reflejaba la energía de miles de años de ceremonias sagradas. Thomas nos había dado hierbas y artículos locales que debíamos colocar en el centro del círculo, tal y como mandaba la tradición de los isleños, y sabiendo lo importante que era seguir las creencias locales, así lo hicimos. Y de ese modo, cuando nos quedaban apenas tres minutos, todo quedó preparado. Miré a mi novia a los ojos. Podía leer la expectación que sentía por no saber lo que iba a suceder. Estaba prácticamente conteniendo la respiración, inmóvil por la realidad de saber que estaba a punto de ser utilizada por la Madre Tierra como una herramienta de inmenso cambio energético, un cambio que iba a afectar a todas las mujeres de la Tierra. La tranquilicé, le cogí la mano y las palabras brotaron de mis labios:

—En este momento eres la mujer más importante y sexual-mente más bella. Cierra los ojos y deja que tu espíritu entre en tu cuerpo, y permanece ahí plenamente en este momento. Durante los próximos minutos eres la Tierra que crea una nueva forma de expresar la feminidad. Miré mi reloj. Faltaban cincuenta y cinco segundos antes de que la piedra fuera depositada en el agujero sagrado de Egipto. Me volví hacia mi novia, pero ella no estaba allí. El tiempo y el espacio no significaban nada para ella en ese momento. Había accedido a un lugar en su cuerpo que sólo ella, en todo el mundo, podía entender. En mi cabeza comenzó una silenciosa cuenta atrás. No pude evitarlo. No podía imaginar lo que estaba sucediendo. Cinco, cuatro, tres, dos, uno..., ahora. Mi novia, evidentemente, no podía saber con exactitud cuándo llegó aquel segundo concreto, pero en ese preciso instante todo cambió. Ella había estado de rodillas, sentada sobre sus muslos, pero en el momento en que llegó la energía de la ceremonia una expresión de asombro se extendió por su cara. Todo su cuerpo respondió dejándose caer más cerca de la Tierra. Y, a continuación, otra onda de energía pasó a través de ella. Y otra más. Era evidente que estaba viviendo una experiencia de gran intensidad, y para mí, como hombre que la observaba, era también una experiencia sexual. Yo sabía de lo que iba aquella ceremonia, pero hasta que no la vi y sentí lo que ella estaba sintiendo no me di cuenta realmente del poder del cambio sexual a ese nivel. Se tumbó sobre la Tierra, abrió las piernas todo lo que pudo y emitió un quejido que brotó desde las profundidades de su reducto secreto y escondido. Sonó casi como un grito de dolor, pero se trataba de algo mucho más primitivo. Había entrado en una región de sexualidad en la que era totalmente masculina, y por primera vez en su vida conoció el impulso de desear unirse a una mujer hermosa. Su sexualidad normal había desaparecido, siendo reemplazada por una realidad que, según me contó después, sólo había existido en sus fantasías, pero en aquel momento era real. Era real en el ámbito de la energía corporal. De pronto, y a la misma velocidad con que la había inundado aquella experiencia, una nueva ola de energía penetró en su cuerpo y la hizo cambiar involuntariamente de posición. Se agarró a la Tierra y gimió aún más fuerte hacia el Padre Sol, que se encontraba directamente por encima de ella. Su sexualidad se había mudado al polo opuesto. Ahora era completa y totalmente femenina, y deseaba ser penetrada tan hondo como fuera humanamente posible. Todo lo que podía decir era: —Dios mío. Te amo —las palabras iban dirigidas a alguien que sólo ella podía ver. Entonces otra onda de energía la inundó y volvió a ser hombre. Pero en esta ocasión había algo de mujer mezclado con todo aquel deseo masculino. Cada vez que la energía de la Madre penetraba en su cuerpo, entraba en la polaridad sexual contraria, pero se iba acercando más al equilibrio. Como un péndulo que oscilase de un lado al otro, su sexualidad continuó cambiando de una ola de energía a otra, hasta que finalmente alcanzó un lugar cercano al centro. Cuando la energía se estabilizó, al cabo de una media hora, ambos supimos que aquella experiencia la había cambiado para siempre, a ella y a la Tierra. En el futuro de este querido planeta, las hembras iban ahora a ser alteradas muy ligeramente, para quedar más centradas en su sexualidad femenina, pues los últimos trece mil años de dominación masculina las habían arrastrado en exceso hacia el mundo de la experiencia masculina. Ahora las hembras estarían preparadas para los cambios que iban a tener lugar en el futuro, unos cambios que no podrían haber experimentado y que no hubieran sido capaces de absorber mientras permanecieran atormentadas por el desequilibrio sexual de los tiempos modernos. Sólo era el principio, pues lo que realmente había cambiado era la Red de Conciencia de Unidad sobre la Tierra. Esa red era el futuro de la humanidad, y este futuro estaba a punto de hacerse completamente dependiente de las mujeres de todos los países, culturas y religiones que la humanidad ha creado desde su mente. La precesión de los equinoccios estaba a punto de entrar en un nuevo ciclo de trece mil años, pero en esta ocasión conducido por la sabiduría femenina que todas las mujeres han guardado en un pequeño reducto secreto del interior de sus hermosos corazones femeninos. Sin ese amor incondicional, la humanidad estaría a merced de las limitaciones mentales que los hombres han construido en los últimos trece mil años para protegernos. Esta protección fue necesaria en el pasado, pero ahora constituye el mayor impedimento para la supervivencia, para la expansión de nuestra consciencia y para la ascensión de la raza humana hacia un nuevo mundo de luz. Doy gracias a Dios por el corazón femenino. Siempre ha sido así. Los hombres nos protegen cuando entramos en la parte oscura del ciclo, y las mujeres nos conducen de vuelta a la luz cuando el Gran Ciclo vuelve hacia el centro de la galaxia. Mi novia yacía desfallecida sobre el suelo, con todos y cada uno de sus músculos agotados. Acababa de experimentar el orgasmo más asombroso e inusual de su vida, y al hacerlo había salvado a la humanidad. De repente, un relámpago cruzó el cielo y los truenos retumbaron a nuestro alrededor. Aquello nos sobresaltó a los dos. Ella saltó a mis brazos y pudimos contemplar una atmósfera completamente diferente del cielo azul y las blancas nubes hinchadas que se encontraban allí cuando comenzó la ceremonia. Yo había estado tan inmerso en la energía de la ceremonia que ni siquiera me había dado cuenta de la enorme tormenta que rápidamente había envuelto toda la isla. Los rayos caían por todas partes. Se estaba convirtiendo, por momentos, en una situación muy seria. Recogimos rápidamente todas nuestras cosas y nos pusimos a buscar un refugio, pero era demasiado tarde. Un cuarto de hora después de la ceremonia, la furia de la lluvia y del viento huracanado barrían todo nuestro entorno. Nunca había visto algo parecido. Sólo podíamos ver a escasos metros delante de nosotros. Del cielo caía un muro de agua. Encontramos un lugar bajo una formación rocosa en el que apartarnos de la lluvia torrencial y nos abrazamos mientras la tormenta bramaba. Lo que ignorábamos en aquel momento era que la lluvia no iba a cesar durante tres días y tres noches. Eventualmente conseguimos regresar hasta nuestra «familia» cerca de la playa, pero nuestras vidas habían cambiado en formas que no soy capaz de explicar en estas páginas. Una tormenta de aquella magnitud no era rara en Moorea, pero que sucediera al mismo tiempo en Egipto, sí. Quince minutos después de la ceremonia de Egipto, las lluvias torrenciales se desataron en Giza y continuaron durante tres días y tres noches en aquella región desértica de la Gran Pirámide, habitualmente seca. Los periódicos informaron de que las calles de Giza estaban cubiertas por un metro de agua. Tres personas murieron ahogadas. Un periodista afirmó que Egipto nunca había experimentado algo parecido a lo largo de su historia conocida. Echando la vista atrás, aquello me pareció una liberación emocional de nuestra Madre para encontrar, una vez más, el equilibrio a sus necesidades interiores. Aunque este nuevo equilibrio sexual femenino no iba a manifestarse en el mundo hasta unos cuantos años después, para nuestra Madre era real, allí y en aquel momento, y suponía el comienzo de un nuevo ciclo de vida para su querido cuerpo, el planeta Tierra

lunes, 30 de junio de 2025

Serpiente de Luz Capítulo Ocho: Te necesitamos otra vez...



Cuando regresé de mi último viaje a México y Guatemala, creí que iba a poder disfrutar de algo de tiempo para mí, pero estaba completamente equivocado. Yo creo que la Madre Tierra utiliza cada minuto de su tiempo para seguir expandiendo la consciencia e intentando poner en práctica nuevas ideas de todas las maneras que es capaz de imaginar. Thoth regresó durante una de mis meditaciones, y me dijo: —Drunvalo, te necesitamos otra vez. Es necesario que se lleve a cabo otra corrección de la red. ¿Estás listo para el servicio? Si no hubiera sido porque Ken tenía dinero y pagó gran parte tic los gastos, el último viaje habría supuesto un duro golpe para mis finanzas. Pero como no había sido así, pude permitirme continuar. Thoth me dejó claro desde el principio que Ken no iba a formar parte del próximo viaje. Pero no me especificó lo que debía conseguirse en él. Quería que me comprometiera antes de explicarme la situación. Supuse que me estaba volviendo a poner a prueba. Daba la sensación de que eso era lo que hacía constantemente, por lo que le respondí: —Thoth, tú sabes que la única razón por la que vine a la Tierra fue para ayudar a la humanidad. Dime qué es lo que necesitas. Empezó a ofrecerme una larguísima explicación que duró casi dos horas. En resumen, me dijo que la energía sexual de la mujer (de todas las mujeres de la Tierra) estaba desequilibrada con respecto a la del hombre, y que incluso aunque en aquel momento ese desequilibrio era pequeño, se haría inmenso cuando la ascensión planetaria diera comienzo al cabo de unos pocos años. Debíamos devolver un equilibrio casi perfecto a esa energía sexual o las consecuencias posteriores serían muy importantes. Como realmente no le entendía, sólo podía intentar absorber lo que me estaba diciendo. —De acuerdo, entonces. ¿Cómo quieres que empiece? Thoth empezó a hablar como si lo llevara ensayado. —Tienes que comprar un cristal de calcita verde de unos treinta centímetros cuadrados y que tenga una gran calidad. Deberás partirlo exactamente en cuarenta y dos trozos de aproximadamente el mismo tamaño, a excepción de los dos últimos, que serán un poco mayores. Yo sabía dónde podía encontrar ese cristal, pues lo había visto unos meses antes, suponiendo que todavía estuviera allí. —Sin problemas —le contesté—, sé dónde hay uno. Thoth se me quedó mirando durante un minuto sin hablar, y luego me dijo: —Cuando tengas los cuarenta y dos trozos, debes soñar que cuarenta y dos mujeres van a venir para ayudarte en este proyecto. Estas cuarenta y dos mujeres saben quiénes son, pero tú debes crear el sueño. ¿Lo has entendido? Estuve a punto de echarme a reír a carcajadas. Thoth sabía lo que estaba pensando, bajó ligeramente los ojos y me dirigió una mirada oblicua. ¿Cómo es posible conseguir que cuarenta y dos mujeres cooperen en algo? (Es broma.) —No estamos hablando de tus conceptos de la energía humana —me dijo—. Se trata de tu sueño. —Muy bien. Cuando tenga los cuarenta y dos cristales y las cuarenta y dos mujeres aparezcan por arte de magia, ¿qué debo hacer? —pregunté. Se enderezó y recuperó su habitual forma estudiada de ser. —Lo que vas a hacer debe estar perfectamente calculado. La alteración de la Red de Conciencia de Unidad sólo es posible durante unos pocos minutos. No habrá espacio ni para un error de un minuto. Por eso, en tu sueño, debes verlo suceder como si un ordenador estuviera controlando los acontecimientos. ¿Lo has comprendido? —No dije nada, y él continuó—: Existen cuarenta y dos lugares sagrados en la Tierra que deben ser cambiados de forma simultánea. Estos cuarenta y dos sitios están relacionados con los cuarenta y dos cromosomas principales del ADN humano. Cuarenta y uno de ellos están en el círculo femenino de la red, y el último está en Egipto, a unos dos kilómetros y medio de la Gran Pirámide, en medio del desierto. »Los lugares cuarenta y uno y cuarenta y dos están íntimamente conectados. El cuarenta y uno se localiza en el centro de la isla de Moorea, en el Pacífico Sur. Moorea y Egipto (el lugar número cuarenta y dos) eran los extremos del eje de la Red de Conciencia de Unidad, por lo que aquello tenía sentido. Thoth respiró profundamente y siguió diciendo: —Cuando este ajuste se realice, debes contar con un hombre y una mujer en cada extremo del eje, en Egipto y Moorea, mientras que otras cuarenta mujeres estarán también situadas en los cuarenta lugares sagrados concretos que te voy a nombrar. Debes creer en tu sueño. Ve preparando todo esto y yo te daré los detalles finales cuando nos vayamos acercando a ese momento. Thoth dejó mi meditación y yo regresé a la habitación pensando que me acababan de dar una misión casi imposible. ¿Cómo iba a encontrar a cuarenta y dos mujeres (y otro hombre y yo, por lo que en total sumábamos cuarenta y dos mujeres y dos hombres) que pudieran hacer esto exactamente el mismo día en cuarenta y dos lugares diferentes del mundo? Honradamente estaba convencido de que ni siquiera conocía a cuarenta y dos mujeres. Pero, como él me había indicado, no se trataba de lo que normalmente se considera posible; lo único que importaba era el proceso del sueño. Suspiré y dejé todo en manos de Dios. Sentí que no había forma humana de que Drunvalo pudiera conseguirlo. Fui a la tienda de cristales donde había visto la calcita verde un par de meses atrás, y todavía seguía allí. Por alguna razón, sabía que así iba a ser. Compré el cristal y, de camino hacia casa, intenté visualizar la manera de partirlo exactamente en cuarenta y dos pedazos. La verdad es que no tenía ni idea de cómo hacerlo. Decidí empezar partiéndolo por la mitad, y resultó ser más fácil de lo que había imaginado. A continuación, partí a su vez cada uno de los trozos por la mitad. Seguí haciéndolo hasta tener dieciséis pedazos, pero a partir de ese momento tuve que tener mucho más cuidado y pensar mucho cómo debía cortar cada uno de ellos para conseguir tener al final los cuarenta y dos que deseaba. Fue bastante sencillo, si exceptuamos el proceso de pensar en cómo hacerlo. Cuando partí los dos últimos trozos, completando los cuarenta y dos cristales, me sentí inmensamente orgulloso de mí mismo. Daba la sensación de que se había hecho sin esfuerzo. Ahora venía lo que creí que iba a ser la parte difícil: las cuarenta y dos mujeres. No me preocupaba el hombre. Estaba seguro de poder contar con algún amigo que quisiera hacer ese viaje para mí. Pero el hecho de encontrar a las mujeres no fue tan complicado como yo había imaginado. Me quedé allí sentado, sin hacer absolutamente nada. Una mujer, a veces dos, llegaban a la Escuela de Misterio Nakkal y me decían que se iban a un lugar sagrado del océano Pacífico, o a Perú, o a California, exactamente a los lugares a los que Thoth quería que fueran. Siempre terminaban preguntando: — ¿Quieres que haga algo mientras esté allí? A cada una de ellas le expliqué la misión y le pregunté si deseaba tomar parte en ella. Y cada una de las mujeres me respondió: —Por supuesto. Estaré encantada de ayudarte. Ya tengo el billete de avión y estoy lista para partir. Era una de las situaciones más asombrosas que yo había presenciado jamás. La parte que no les expliqué a la mayoría de ellas fueron las instrucciones finales. Pero no era necesario; todo lo que tenían que hacer era estar allí en el momento preciso con su cristal y mantener el espacio. Incluso sincronizamos nuestros relojes según el mío para ser lo más exactos posible. Aproximadamente un mes antes de que partiera para este viaje, Thoth se me apareció de nuevo en mi meditación. —Drunvalo —me dijo—, el varón del polo norte, situado en Egipto, va a sufrir un cambio sexual con la parte femenina de sí mismo, y la hembra del polo sur de la red, situada en Moorea, experimentará simultáneamente un ajuste sexual dentro de su aspecto femenino. La mujer que estará con el hombre en Egipto será la que controle todo el ajuste, mientras que el varón, que serás tú, será el actor secundario en el polo sur para controlar a la hembra que estará sufriendo el cambio. »En un momento muy concreto en el tiempo, el espacio y la dimensión, la mujer de Egipto dejará caer uno de los cristales de calcita verde en un agujero del suelo, cerca de la fuente de esta Red de Unidad que sale de la Tierra. Mientras el cristal esté cayendo, y unos pocos minutos después, es cuando el ajuste puede realizarse. »Para que se pueda llevar a cabo este trabajo, las cuarenta mujeres deben estar en sus lugares de todo el mundo, sosteniendo su trozo del cristal original y meditando acerca de este cambio en el equilibrio de la Red de Conciencia de Unidad. Thoth quería que yo fuera el varón de Moorea y me dijo que debería elegir a la mujer. Sobre ese particular, no había posible duda. Yo tenía novia, y si hubiera elegido a cualquier otra, probablemente no estaría ahora vivo para contar esta historia. Aparentemente todo estaba en orden, por lo que mi novia y yo nos dirigimos a Moorea, mientras el resto de las mujeres y el otro hombre se ponían en camino hacia sus respectivos lugares en todo el mundo. Todo lo que podía hacer era confiar en el Gran Espíritu, pues sólo Él podía coordinar un acontecimiento tan elaborado. Yo sólo estaba en contacto con una persona del grupo, la mujer de Egipto, para confirmar que todo funcionaba correctamente.

sábado, 28 de junio de 2025

Serpiente de Luz Capitulo Siete: El Yucatán y los Ocho Templos II



Los últimos cuatro templos El tiempo se fue ralentizando, más y más, hasta que perdí la noción del día en que estábamos. Ya ni siquiera se trataba de pensar. Era un segundo tras otro segundo y el eterno ahora. Todos mis sentidos estaban abiertos de par en par a medida que cada templo disolvía cada vez más mis formas de ser urbanas, y mi espíritu iba lentamente haciéndose consciente del mundo tridimensional con una nueva luz. Allí estábamos sobre la tierra firme de cada día, profundamente inmersos en cada nanosegundo. La vida se abría constantemente a otra nueva apertura. Me sentía de maravilla. Casi no podía esperar a llegar a Tulum. Aquél era el chakra garganta, conectado con el mundo de las corrientes de sonido, una de las primeras energías de la creación. A medida que pasábamos por cada uno de los templos, íbamos ascendiendo cada vez más niveles de consciencia de la parte femenina de la Red de Conciencia de Unidad. Podía sentirla, a pesar incluso de mis problemas para sintonizar con ella. Tulum está a orillas del Caribe, de cata al mar. Había sido fácil conectarse con Chichén Itzá, pues resultaba enormemente familiar, pero Tulum vibraba en lo que me parecía un nivel mucho más elevado. Y era precioso: hierba, piedras vivas, cielo azul claro y agua azul oscuro por todas partes. Pude comprobar con mis propios ojos por qué los mayas habían elegido aquel lugar, pero supe que pronto iba a tener que ver con mi tercer ojo, mi «ojo único», la razón energética de por qué habían ido allí. Antes de que saliéramos de Estados Unidos, Thoth nos había dicho que nos indicaría dónde debían ir los primeros cuatro cristales, pero que para los cuatro últimos Ken y yo estaríamos solos a la hora de encontrar el emplazamiento exacto que devolvería cada templo a la vida o a otro nivel de vibración. En Tulum me sentía confiado cuando comencé a buscar el lugar, pero a medida que pasaba el tiempo comencé a pensar que aquel trabajo estaba por encima de mi comprensión o de mi capacidad. Había estado utilizando un péndulo para sentir las energías antiguas, al igual que había hecho Ken; pero en Tulum cada punto parecía tan increíblemente fuerte que la tarea de elegir uno u otro resultaba en principio insuperable. Le confié a Ken que era como distinguir la melodía de un violín en una orquesta de cien instrumentos. Todos producían la misma sensación: ¡poder! Buscamos durante cinco horas sin encontrar ni una sola posibilidad. En un punto concreto, paramos a comer. Ken me decía que se sentía completamente desconcertado, y que si no éramos capaces de encontrar el lugar especial bien podíamos volver a casa. Eso no hacía más que provocarme una tensión mayor, pues yo sentía lo mismo. Le dije: —De acuerdo; vamos a meditar y ver si hay algo dentro de nosotros que sienta de forma nueva. Es evidente que lo que estamos haciendo no funciona. Encontramos los dos un lugar en el que sentarnos a unos pocos metros uno del otro y entramos en nosotros mismos. Al cabo de media hora obtuve un «conocimiento». No podría decirte cómo llegué a aquella conclusión, pero sentí que sería capaz de encontrar el emplazamiento del cristal si dejaba que mi intuición tomara el control de mi mente emitiendo un zumbido y «siguiendo» el sonido. Después de todo, estábamos en el chakra garganta. Ken dijo simplemente: —Yo te sigo. ¡Adelante, tío! (Tener a Ken allí era como tener al personaje serio de un dúo cómico siguiéndome por todo México.)

Pues funcionó. Comencé a moverme sin pensar, escuchando el sonido de mi garganta. Este método nos condujo, en cuestión de minutos, a un pequeño templo situado en las alturas, cerca del borde de un acantilado que daba al océano, un lugar en el que antes no habíamos reparado. Si me alejaba del punto donde debía enterrar el cristal, el sonido cambiaba y bajaba de tono, pero cuando me acercaba a él aumentaba su potencia. Cuando entramos en el pequeño edificio, de no más de tres metros cuadrados y medio, el sonido de mi garganta paró por completo. Supe que había llegado. Lo supe con certeza cuando saqué el cristal y pude comprobar que la antigua pintura que cubría el interior de la cúpula era exactamente del mismo color. Enterramos el cristal bajo aquella cúpula y nuestro trabajo quedó finalizado. Kohunlich Mientras circulábamos siguiendo la costa hasta nuestro próximo templo, nos mantuvimos en silencio. Después de Tulum, sabíamos que aquello iba a ser mucho más complicado de lo que creímos en Nuevo México, ¿íbamos a tener que cambiar psíquicamente en cada uno de los templos? ¿Poseíamos en nuestro interior ese tipo de habilidades? ¿Las poseía todo el mundo? ¿Qué iban a suponer para nosotros, como seres humanos, aquellas experiencias? ¿Había algún propósito en nuestra estancia allí más allá de lo que Thoth nos había dicho? Las preguntas no cesaban de formularse en mi mente. Dejamos el océano a nuestra izquierda cuando pasamos de la cosa oriental de México a un pueblecito llamado Chetumal, cerca de Belize. Al principio no sabíamos si el templo de Kohunlich estaba en aquel país o en México. Se había descubierto hacía poco y no llevaba mucho tiempo reflejado en los mapas, y daba la sensación de estar situado justo en la frontera. Una vez en Chetumal, sin embargo, la gente nos dijo que Kohunlich estaba en México. Fue un gran alivio, pues pronto descubrimos que el gobierno mexicano no nos dejaría llevar nuestro coche alquilado a Belize. — ¿Están ustedes locos? —dijeron—. Si llevan ese coche a Belize, se lo habrán desguazado y vendido antes de que transcurra un solo día. Así que fuimos disminuyendo la marcha cada vez más y nos detuvimos para pasar la noche en una hacienda apartada de la carretera. Decidimos beber un poco de tequila por vez primera para relajar nuestros cuerpos cansados. Y lo logramos. Yo no estoy acostumbrado a beber. A la mañana siguiente nos despertamos muy tarde, pero con anchas sonrisas de felicidad en nuestros rostros. Estábamos preparados para cualquier cosa. O eso pensábamos. Echamos todas nuestras cosas en el «viejo rojo» y partimos llenos de emoción, como si estuviéramos sobre el camino de baldosas amarillas del Mago de Oz. Estábamos convencidos de que aquel día iba a suceder algo mágico. Tulum había sido increíble y Kohunlich tenía que serlo aún más. Estaba más alto en el espectro de energía. Habíamos comprado un mapa del terreno que mostraba con gran detalle las carreteras secundarias y los pueblecitos pequeños. Kohunlich estaba claramente señalado y el camino para llegar allí parecía muy sencillo. Creíamos que nuestro día estaba ya establecido. Pero cuando llegamos al lugar en el que el mapa señalaba Kohunlich, éste no estaba allí. De hecho, allí no había nada. Las gentes del lugar nos miraban como si estuviéramos locos. Confundidos, regresamos a Chetumal. No sabíamos qué hacer. De vuelta al pueblo, decidimos preguntar a alguien que pudiera saber dónde estaba realmente situado Kohunlich. Vimos a un militar de pie junto a un viejo y destartalado restaurante mexicano, y Ken entabló conversación con él, pues aquel hombre hablaba inglés. Ken le preguntó si conocía Kohunlich, y los ojos del hombre se iluminaron. —Sí 1. Llevé a mi familia y a mis hijos a Kohunlich el mes pasado, y sé exactamente dónde está. 1 En español en el original (N. de la T.) Estudió nuestro mapa y se echó a reír. Nos dijo que la persona que lo había dibujado no tenía ni idea de dónde se encontraba el templo. Según él, ni siquiera estaba en el mismo lado del mapa.

Nos marcó el lugar y nos dio detalles de cómo llegar a él. Le dimos las gracias y nos pusimos en camino hacia Kohunlich, con la sensación de que por fin íbamos a ser capaces de empezar aquella parte de nuestro viaje. Unos tres cuartos de hora más tarde, llegamos a la zona donde el militar nos había dicho que estaba Kohunlich, pero allí no era. Nadie sabía de qué estábamos hablando. Kohunlich estaba empezando a constituir un problema. Volvimos al pueblo una vez más, pensando a quién podríamos pedir que nos indicara el camino, y decidimos que un conductor de taxi sería quien mejor lo podría saber. Elegimos a uno y le preguntamos acerca de Kohunlich. Él sacó nuestro mapa y reunió a otros cinco taxistas en corro. Empezaron a hablar en español muy rápido. Luego se separaron, y el primero nos dijo: —Bueno 2, podemos mostrarles exactamente dónde se encuentra en este mapa. Todos hemos estado allí muchas veces, pero estaba intentando buscarles la mejor ruta para llegar desde aquí. La he marcado con el bolígrafo. Es un sitio precioso. Les gustará. Le dimos las gracias y Ken le entregó una propina por su ayuda. Su sonrisa se hizo casi más ancha que su cara. Seguimos la ruta que nos había sugerido el taxista y ésta nos llevó directamente al punto al que él había pretendido que fuéramos, pero, como de costumbre, Kohunlich no estaba allí. Después de tres viajes, lentamente estábamos perdiendo el día. Paramos a la orilla de la carretera, mudos de asombro. No dijimos nada, sino que nos quedamos mirando el paisaje. Parecía imposible. De repente, Ken se incorporó de golpe y gritó: —Ya lo tengo. Sé lo que se supone que debemos hacer. Me hizo dar un brinco, pues estaba empezando a dejarme llevar por mis pensamientos. — ¿Y qué es lo que debemos hacer, Ken? — ¿No es Kohunlich el sexto chakra, el del tercer ojo? ¿No te acuerdas de que en Tulum tuvimos que cambiar? Quizá se suponga que debemos utilizar nuestro tercer ojo para encontrar este templo. Drunvalo, estoy seguro de que es así. Escucha, tú utilizas tus habilidades psíquicas para encontrar Kohunlich y yo conduzco. Todo lo que pude decir fue: —Gracias, Ken. Me di cuenta de que probablemente tenía razón. Thoth había dicho que en los últimos cuatro templos deberíamos encontrar el punto especial por nosotros mismos, y que ambos íbamos a aprender de este viaje. Quizá había llegado el momento de hacerlo. La idea me excitó y levantó mi ánimo. —De acuerdo, tú conduces —me volví hacia Ken—, y yo te diré cuándo debes girar. Sigue de frente —Ken arrancó y volvió a la carretera, dirigiéndose a algún lugar. Cerré los ojos y repetí el sonido del nombre del templo, «Kohunlich», una y otra vez para mis adentros. Tras tres o cuatro minutos, dejé de pensar y comencé a sentir. Cada vez que llegábamos a una intersección o un cruce de caminos, dejaba que mi cuerpo sintiera y respondiera. Cualquier cosa que mi cuerpo sugiriera, yo lo aceptaba. —Ken, gira a la izquierda en esta próxima intersección. Sin hacer ninguna pregunta, Ken giraba. Continuamos así durante casi ciento veinte kilómetros, girando allí donde mi cuerpo decía que lo hiciéramos. Estábamos completamente perdidos. Todo nos resultaba extraño y estábamos muy lejos de nuestro hotel. Recuerdo el último desvío hacia un camino de tierra muy poco transitado. Era estrecho y estaba lleno de baches. Y lo peor de todo era que nos estábamos metiendo en una selva muy espesa.

Yo creo que Ken estaba empezando a ponerse nervioso por la forma en la que se sentaba, erguido en su asiento, y por primera vez expresó una duda. —Drunvalo, ¿estás seguro de que este camino es el correcto? —Ken, no estoy seguro de nada. Sólo estoy intentando utilizar mis posibilidades. Y el camino nos llevaba cada vez más hacia el interior de la selva. Ya no había ningún rastro de civilización, sólo jungla.
Seguimos unos cinco minutos más por aquel camino y, de repente, observamos una señal marrón con una flecha dorada señalando el camino: Kohunlich. Ken y yo casi nos volvimos locos de alegría. ¡Bien! ¡Había funcionado! Nada en mi vida había jamás despertado mis emociones y movilizado mi adrenalina tanto como la vista de aquella sencilla señal. También me enseñó cosas acerca de mí mismo y de las posibilidades de los seres humanos, cosas que he conservado hasta hoy. Thoth tenía razón, íbamos a aprender mucho el uno del otro.
El tercer ojo Entramos en aquel recinto, inmerso en la jungla, en el que el cielo quedaba completamente fuera de la vista. Había estanques con flores de loto flotando en la superficie del agua y plantas tropicales por todas partes. Era increíblemente fantástico..., ¡y tan surrealista! Nada parecía real. Me sentí como si estuviera en el escenario de una película de Hollywood. Encontramos a un hombre solitario, un arqueólogo a punto de irse a casa, y nos dijo que su equipo acababa de descubrir Kohunlich hacía un año y medio. Sólo estaban trabajando en la primera pirámide, pero el lugar se extendía a lo largo de kilómetros en todas direcciones. —Adelante, echad un vistazo —nos dijo—. Pero, por favor, no toquéis la superestructura que rodea la pirámide. Y nos dejó solos. Subimos por la única pirámide expuesta y por primera vez vimos algo que nos dejó muy claro el concepto de la conexión de cada uno de estos templos con los chakras. Cubriendo cada superficie de esta pirámide de cuatro lados había caras humanas en relieve. Cada una de estas caras medía unos tres metros de altura y sobresalía de la pirámide alrededor de medio metro. Y en cada cara, en la zona situada entre las cejas, aparecía un punto redondo señalando el tercer ojo. Nunca había visto nada parecido en todo México. Kohunlich estaba conectado con el sexto chakra, que se localiza exactamente en el tercer ojo. Y allí, sobre la frente de cada uno de aquellos rostros regios, estaba la prueba de que los antiguos mayas también conocían la función energética de este lugar sagrado. Era impresionante. Pero teníamos trabajo que cumplir, y al cabo de un cuarto de hora dejamos de ser turistas y comenzamos a buscar psíquicamente el lugar secreto donde debíamos colocar nuestro cristal. Kohunlich era el lugar más poderoso, en términos de energía pura, de todos los que habíamos visitado hasta entonces. Pero fue como si padeciéramos de muerte cerebral y, olvidándonos de la lección de Tulum, una vez más comenzamos a utilizar nuestros péndulos. Al cabo de una hora nos rendimos. Aquello no funcionaba. La realidad nos hizo recordar nuestro dilema inicial. Nos sentamos en los escalones de un pequeño templo cercano a la pirámide grande y comenzamos a razonar como habíamos hecho en Tulum. —Drunvalo, esto no vale para nada —dijo Ken—. Deberíamos haber aprendido algo de Tulum. Puesto que aquí está el tercer ojo, y dado que encontramos este templo gracias a nuestras habilidades psíquicas, creo que sólo necesitamos ese método para localizar el punto. Tú fuiste el que encontraste este sitio, pero ahora quiero hacer yo lo que tú hiciste y, de un modo u otro, encontrar el punto en meditación. ¿Crees que podré hacerlo? —Ken, yo creo en ti. Adelante, y hazme saber lo que encuentres.
Ken cerró los ojos y estuvo ausente unos veinte minutos. Luego los volvió a abrir muy excitado. —Ya sé lo que estamos buscando. Déjame que te lo enseñe. Sacó papel y bolígrafo y dibujó lo que había descubierto en su meditación. Me dijo que en el suelo había un agujero como el del dibujo, y que directamente delante de él había un arbolito. Entre el árbol y el agujero grande había otro agujero pequeño de unos siete centímetros de diámetro. Allí, en ese agujero pequeño, era donde debíamos colocar el cristal. El agujero grande era tan raro que, si lo encontrábamos, no íbamos a tener ninguna duda de que fuera ése, pero resultaba muy extraño que un agujero así pudiera existir. En lugar de expresar mis dudas, me levanté y dije: —De acuerdo, vamos allá. Si está por ahí, lo encontraremos. Ken respondió con rapidez:
—Drunvalo, yo he descubierto el aspecto que tiene el agujero. Te toca a ti encontrarlo —no hay duda de que lo suyo es la oratoria. Acepté el reto. Mantuve la imagen del agujero en mi mente e intenté percibir la realidad para buscarlo. Mi cuerpo se vio empujado en una dirección que nos alejaba de la pirámide principal hacia la jungla. En cuestión de segundos había desaparecido todo rastro de civilización y estábamos rodeados sólo de naturaleza. Pero el tirón de mi cuerpo continuaba. Era difícil moverse a través de la densa jungla, y no contábamos con ningún machete, que es lo que la mayoría de los mexicanos utiliza. Pero no dejamos que eso nos detuviese. Nos abrimos camino entre la maleza y seguimos avanzando. Noté que me estaba arañando los brazos, por lo que me bajé las mangas y las abotoné para protegerme. Debíamos llevar casi tres kilómetros recorridos cuando el tirón de mi cuerpo cambió. Estábamos pasando a la izquierda de dos grandes colinas cuando mi cuerpo, literalmente, se volvió hacia ellas. Entre ambas colinas había un espacio abierto y supe que debíamos entrar en él. —Ken, ven conmigo. No estoy seguro, pero creo que el camino es por aquí.
Aquel espacio abierto entre las dos colinas medía unos dieciocho metros de ancho y, por alguna extraña razón, estaba limpio de maleza. Por primera vez pudimos caminar con facilidad, y habíamos recorrido la mitad del camino cuando ambos paramos de golpe. Estábamos contemplando algo que no debería haber estado allí, pero que estaba. Sobre la ladera que quedaba a nuestra derecha había una escalera que conducía a la cumbre. Allí, en medio de la densa selva mexicana, una escalera que parecía traída de Grecia. Estaba fabricada de un mármol dorado y blanco formando dibujos y pulido como el cristal. Daba la sensación de haber sido construida el día anterior. Una barandilla de mármol conducía a lo que debían ser unos ciento cincuenta o doscientos escalones. A ambos lados de la escalinata, selva áspera y enmarañadas raíces de viejos árboles. Realmente era como si alguien la hubiera construido hasta la cima de la selva y es tuviera escondido en algún lugar, observándonos. Producía escalofríos.
Habíamos olvidado totalmente nuestra misión. Aquello resultaba demasiado fascinante. Finalmente, Ken preguntó: — ¿Tú crees que habrá alguien que conozca esto?
Yo no supe qué responder. En su lugar, le dije: —Subamos y veamos dónde nos conduce. En completo silencio, como si pudiésemos despertar a alguna criatura mitológica, trepamos por aquellas escaleras que parecían elevarse hasta el cielo. En la parte superior, la escalera giraba a la derecha y se abría a una zona dispuesta para el descanso, de unos trece metros cuadrados, con suelo y bancos de mármol. Toda la cumbre de la colina estaba cubierta por la selva excepto aquella zona. Totalmente confundidos y fascinados, nos sentamos en uno de los bancos. — ¿Qué te parece, Ken? ¿Tú crees que los griegos llegaron a Yucatán y reclamaron esta colina como de su propiedad? Ken negó silenciosamente con la cabeza. Por alguna razón, saqué mi péndulo y lo probé. Funcionaba. A través de él podía sentir que el extraño agujero de Ken estaba allí, en aquella colina. La excitación recorrió mi cuerpo. —Ken, está funcionando. Creo que es aquí. — ¿Dónde? ¿En esta colina? Sin contestarle, le pedí que me siguiera y caminé en la dirección que sugería el péndulo. Me condujo directamente al otro lado de la cumbre de la colina. Otra vez estábamos envueltos por la densa selva, avanzando con lentitud. Y de repente, allí estaba. Nos sentimos como si acabara de tocarnos la lotería y no supiéramos qué hacer con todo el dinero. Cuando miré hacia abajo, hacia aquel extrañísimo agujero del suelo, me recorrió el cuerpo un sentimiento que nunca olvidaré. Aquel sentimiento me decía: «Recuerda esto, pues la Vida te va a presentar cosas aún más extrañas durante tu vida, y todas ellas poseen un significado y un propósito». Aquel agujero medía unos tres metros de profundidad y entre tres y medio y cuatro de ancho. Las paredes y el suelo, que se adentraban en la tierra, estaban fabricados por el hombre y bordeados de piedras perfectamente cortadas en forma rectangular. Había algo obvio que Ken no había visto en su meditación: del suelo salían dos tubos de arcilla roja. Cada uno de estos tubos tenía unos treinta centímetros de diámetro y sobresalía otros treinta del suelo. Reflexioné acerca de lo que podrían ser, pero no se me ocurrió nada. Volví a mirar hacia arriba y vi el arbolito que Ken había visto en su meditación. Me levanté de un salto, me dirigí hacia él a través de la vegetación y busqué un agujero pequeño frente a él. Allí estaba, tal y como Ken lo había visto con su visión interior. Enfoqué mi linterna a través de él para ver lo que había en su interior, pero no pude ver nada. Estaba negro como ala de cuervo. Pero en cuanto al lugar donde se suponía que debíamos colocar el cristal, no cabía ninguna duda. Ken se acercó y miró también hacia el interior, pero tampoco pudo ver nada. Era como mirar hacia las estrellas, pero sin que hubiera estrellas. ¡Todo lo que podíamos ver era misterio! Misterio, pero confianza. Retiramos el cristal de la tela. Ambos lo sostuvimos un momento en oración por los mayas y luego yo fui el elegido para colocarlo en el interior de la Tierra. Recuerdo que, durante nuestra ceremonia y en el momento adecuado, dejé caer el cristal en la oscuridad y pude sentir cómo caía. No estaba golpeando contra nada. Psíquicamente era como si lo hubiera liberado al espacio profundo y el cristal estuviera flotando, alejándose del planeta. Nos mantuvimos en silencio durante largo rato. Sin decir nada, ambos nos sentamos en el borde del gran agujero maya para observar el arbolito. Cerramos los ojos. Me daba la sensación de que los mayas estaban a nuestro alrededor, y ahora eran mis hermanos y hermanas. Éramos del mismo espíritu. Nuestro propósito era el mismo: acercar el cielo a la tierra. Estuve bastante tiempo meditando y, de repente, volví a mi cuerpo y me encontré sentado frente al sagrado agujero maya, mirando hacia la tierra. Ken seguía meditando. En silencio me levanté y seguí a mi corazón a través de la selva hasta el borde de la colina, y mis sospechas se confirmaron. ¡La colina era una pirámide maya! Los tubos de arcilla roja eran los que habían despertado mis sospechas. Creo que eran los tubos de respiración de los espacios interiores. Todo quedó claro. En ese momento comprendí muchas cosas. Me sentí increíblemente honrado por ser una de las personas que estaban ayudando a traer de vuelta los antiguos recuerdos, algo que le sucede a la consciencia sobre la Tierra siempre que la humanidad de ese momento comienza a recordar lo que realmente es.
Palenque Estuvimos conduciendo toda la tarde con la intención de llegar a Palenque a la puesta de sol, pero no lo conseguirnos. Estaba mucho más lejos de lo que creíamos. Palenque estaba vallado y no lo abrían hasta las ocho de la mañana siguiente, por lo que nos dimos la vuelta para encontrar el hotel más cercano. Ken aparcó y pagó el hospedaje mientras yo descargaba el equipaje. Habíamos encontrado una habitación pequeña y sin grandes lujos, con dos camas bastante viejas que casi la ocupaban por completo. La puerta chocó contra mi cama antes incluso de llegar a abrirse a la mitad, lo que me pareció que tenía una cierta elegancia desde el punto de vista mexicano. (No me malinterpretes; me encantan México y los mexicanos. Por tanto, si sabes lo que quiero decir, sabes lo que quiero decir.) Saltamos de la cama al amanecer y ya estábamos en los terrenos del templo cuando lo abrieron. Éramos los primeros y únicos en entrar a aquella hora, y todo el espacio era perfecto para nosotros. Muy pronto aquello se iba a convertir en un hormiguero de personas. Sin perder un minuto comenzamos a buscar el punto sagrado. Como el templo estaba conectado con el séptimo chakra, el pineal, nos encontramos en la misma situación que en Tulum y Kohunlich. Sabíamos que teníamos que cambiar nosotros mismos de alguna forma para adquirir la sensibilidad necesaria para encontrar el lugar. Cuando una persona alcanza el nivel de consciencia asociado con el chakra pineal en el cuerpo humano, es porque se está preparando para dejar su cuerpo y ascender al siguiente nivel de consciencia, más allá de lo humano. En los doscientos mil años anteriores de consciencia humana, sólo tres Maestros Ascendidos habían sido capaces de alcanzarlo. Ahora, por supuesto, todo ha cambiado. Todos los ocho mil Maestros Ascendidos han pasado ese nivel en los últimos diez años, llevando la consciencia humana hasta la frontera de nuevas y realmente asombrosas posibilidades. Con el tiempo, todos sabremos de lo que estoy hablando, pues ninguno de nosotros escapará a los cambios que están a punto de sobrevenirnos. La glándula pineal, situada muy cerca del chakra pineal, en el centro de la cabeza, es la clave para el tercer ojo. Y el tercer ojo tiene posibilidades de largo alcance y que superan en mucho lo que la mayoría de las enseñanzas permiten que se conozca en el mundo exterior. Es el enlace entre el campo Mer-Ka-Ba y el Espacio Sagrado del Corazón. Cuando ambos se unen, un ser humano se convierte en más que humano. Se extiende a la divinidad. (El próximo libro que escriba explicará esto con gran detalle.) Jesús no podría haber caminado sobre las aguas si no se hubiera abierto su tercer ojo y los ocho rayos de luz procedentes del chakra pineal no hubieran salido sobre la superficie de su cabeza. No es más que un dato cósmico. Tras varias horas de búsqueda, Ken y yo nos rendimos, como habíamos hecho las veces anteriores, y nos sentamos en los escalones de un templo pequeño, pero muy elegante, al borde de la selva. Habíamos probado con el péndulo, con una aproximación psíquica y con todo lo que conocíamos, pero nada había funcionado. Estábamos realmente cansados y la sensación de estar perdidos inundó nuestros espíritus. Nos quedamos mirando hacia la selva y pedimos ayuda interior. De repente, un joven maya pasó corriendo a nuestro lado, vestido sólo con un taparrabos, y desapareció en la jungla. Aquella imagen nos produjo la sensación de haber retrocedido unos cuantos cientos de años. Era tan maya y tan real... Sentimos una sacudida. Nos miramos mutuamente y supimos con exactitud qué era lo que debíamos hacer, pero no el porqué. Sin pronunciar una sola palabra, corrimos tras el joven y entramos en el muro de vegetación. Un camino bien definido se alejaba de Palenque, y al cabo de unos minutos estábamos avanzando por la selva más espesa que habíamos visto en México. Palenque no está situado en Yucatán, sino en una zona denominada Chiapas, más hacia el interior del país. Allí las colinas podrían denominarse montañas. Ésa es la belleza de Palenque; todos los templos están edificados sobre montañas a diferentes alturas, lo que le da un cierto aire de misterio.
Nuestro joven amigo maya había desaparecido. O bien era mucho más rápido que nosotros, o bien había tomado otro sendero, pero aquello carecía de importancia. Sabíamos que ése era el camino para encontrar el punto especial, aunque no sabíamos por qué ni cómo. Debimos caminar al menos once o doce kilómetros por la jungla. A esa distancia de la civilización, la selva vuelve a la vida. De los árboles colgaban las serpientes y unos raros y coloridos pájaros pasaron volando junto a nosotros para ver quién era el loco que penetraba en aquel mundo misterioso. Todo estaba húmedo y viscoso, lo que nos hacía resbalar y caer a cada momento. Pronto adquirimos el aspecto de dos mugrientos mendigos escapando de la justicia. Pero nada podía detenernos. De repente, el terreno cambió y comenzamos a correr cuesta arriba. Aquello parecía no tener fin. En lo alto de la colina prácticamente tuvimos que escalar, usando nuestras manos para auparnos a lo que parecía ser un saliente de la roca. Y entonces, cuando alcanzamos la cumbre de la montaña, nos asomamos al otro lado para descubrir otro mundo. Toda la falda sur era un campo de maíz. Resultaba enormemente extraño pasar de la jungla salvaje, húmeda y fresca, aparentemente interminable, a un campo de maíz, fabricado por el hombre, seco y cálido. Aquello supuso un fuerte choque para mi cuerpo. No podíamos creer lo que estábamos viendo. Pero cuando nuestros ojos se volvieron a acostumbrar a la luz, tras salir de la oscuridad de la maleza, pudimos ver que allá abajo, en el valle que se encontraba frente a nosotros, había un auténtico pueblo maya, a poco más de un kilómetro de distancia. Nos quedamos muy quietos y nos sentamos para observar a sus pobladores. Mi corazón se sentía inmensamente feliz de poder comprobar que los mayas seguían viviendo igual que hacía cientos de años. Me eché a llorar. No pude evitarlo. Seguían vivos. De alguna forma, me habían hecho creer que los mayas ya no conservaban sus antiguos modos de vida y que habían sido asimilados por la civilización. Había al menos quince cabañas redondas de hierba, con perros y otros animales correteando a su alrededor. En un hoyo en el centro del grupo ardía un fuego. Unas cuantas personas se movían de acá para allá entre las cabañas. Era como si hubiéramos corrido hasta un pasado distante muy anterior a la llegada del hombre moderno. Me invadió una sensación de paz y mi respiración se ralentizó, pues mi cuerpo prácticamente había detenido su funcionamiento. Alguien se estaba comunicando conmigo. Se me apareció la imagen de un templo y el espacio junto a él. No lo reconocí. La imagen se concentró en una zona pequeña, de no más de un metro cuadrado, junto a una de las paredes del templo. El punto especial para el cristal vibraba de energía. En ese momento supe dónde debía plantarse. Llevábamos allí sentados una media hora cuando, sin previo aviso para Ken, me levanté y le dije. —Ken, vámonos. Creo que sé lo que debemos hacer. Ken no dijo ni una palabra. Pude ver que aquella experiencia también había sido fuerte para él. Cuando volvimos a Palenque, mi cuerpo se vio empujado directamente a través del complejo del templo, por detrás del Templo de las Inscripciones; pasamos el palacio y el observatorio astronómico, y llegamos a un pequeño templo que se encontraba a un lado, a unos trescientos metros de distancia. Al llegar a él, mi cuerpo se movió hacia una pared en concreto. Cuando llegué a aquella zona, miré hacia el suelo y, en unos pocos minutos, encontré el punto exacto. Reconocí cada piedra de aquel espacio de un metro cuadrado junto a la pared. Había estado allí anteriormente. Justo cuando el Sol se estaba poniendo, enterramos el cristal elevando oraciones para que los sueños de los mayas y los de otras personas conectadas con aquella tierra pudieran sincronizarse y crear una nueva realidad, un nuevo comienzo. La séptima nota de la octava estaba terminada. La octava nota está, en realidad, en otra dimensión, en otra octava, en otro ciclo. En otras palabras, el regreso de la energía a los templos de Palenque estaba completando la primera espiral. La siguiente no estaba en México, sino en Guatemala, y representaba el comienzo de un nuevo ciclo de consciencia. El octavo chakra es una bola de energía, un diminuto campo Mer-Ka-Ba, que flota en el espacio a un palmo de distancia sobre la cabeza. Es la primera nota de la siguiente octava de la consciencia superior.
Khan Kha: un ojo Di la espalda a la pared y al punto en que acabábamos de enterrar el cristal vivo, el punto sagrado de luz, y mirando hacia la entrada di un paso al frente. Un terrible dolor me atravesó la cabeza, especialmente entre los ojos, y me hizo tambalearme. Me rehíce y consideré mi situación. No suelo padecer dolores de cabeza, quizá uno cada diez años, y no suelen durarme más de unas horas. Pero en aquel momento estaba padeciendo uno de los peores de mi vida. Parecía no proceder de ningún sitio. Cuando busqué sus causas, descubrí que había abusado de mis habilidades psíquicas, prácticamente infantiles. Había sido como utilizar los músculos de las piernas por primera vez en muchos años y hacer una caminata de cuarenta kilómetros cuesta arriba. Los músculos se agotan, y eso era lo que les había sucedido a mis habilidades psíquicas. Necesitaba descansar lo antes posible. Cerraron las puertas del templo detrás de nosotros cuando salimos. Habíamos sido los primeros en entrar y los últimos en salir. El hotel se encontraba a pocos cientos de metros, por lo que unos minutos después estábamos dejando el coche. Ken aparcó en la cuneta, entre otros dos. Salí y la primera cosa que vi fue la matrícula del coche aparcado delante de nosotros. Era 444- XY-OO. Hace mucho tiempo, los ángeles me enseñaron que ver un número triple en la Realidad posee un significado relacionado con lo que estás pensando o con tu entorno. Tiene que ver con la música y con el hecho de que todas las notas de una octava están separadas entre sí por intervalos de once ciclos por segundo. Por tanto, los intervalos entre las notas son de 11, 22, 33, 44, 55, 66, 77, 88 y 99 ciclos por segundo, o múltiplos de esos números, lo que nos presenta un afinamiento armónico o momento en el tiempo, dado que toda la Realidad fue creada a través de los armónicos de la música. Por eso, cuando aparecen números triplicados o repetidos más veces de cualquier manera, representan físicamente un momento matemático en el tiempo que contiene los armónicos del valor de ese número. En palabras humanas, 444 podría describirse como la Escuela de Misterio, allí donde uno aprende acerca de la Realidad. Alice Bailey fue la primera persona en escribir acerca de este significado de los números. Brevemente, he aquí los significados de los números triples. 111= Flujo de energía: cualquier flujo energético, como la electricidad, el dinero, el agua, la energía sexual, etc. 222 = Nuevo ciclo: el comienzo de un nuevo ciclo cuya naturaleza depende del siguiente número triple que veas. 333 = Decisión: debes tomar una decisión, que te llevará al 666, lo que significa que debes repetirla de alguna otra forma, o al 999, que significa culminación y que has aprendido la lección. 444 = La Escuela de Misterio: lo que está ocurriendo en la vida es una lección para aprender acerca de la Realidad. En esta escuela se trata de aprender, leyendo libros o estudiando un tema, y no de hacer. 555 = Conciencia de la Unidad: es el número de alguien que ha obtenido la Conciencia de la Unidad. Ha dominado todos los niveles de la Escuela de Misterio. Es el número más alto. Es el número de Cristo. 666 = Consciencia de la Tierra: en la Biblia es el número de la Bestia, por lo que puede representar el mal puro, pero también es el número de la humanidad y de la vida. El carbono es la base de ésta, y este elemento cuenta con seis protones, seis neutrones y seis electrones. Cuando vemos este número, suele significar que debemos estar alerta ante los acontecimientos físicos que se presentan en ese momento, y que debemos tener cuidado. 777 = La Escuela de Misterio: ésta es la parte de la escuela en la que no estás sólo leyendo libros sobre la vida, sino poniéndolos en práctica. 888 = Culminación de una lección concreta en la Escuela de Misterio. 999 = Culminación de un ciclo de acontecimientos concreto. 000 = Carece de valor.
De pie junto al coche, y mientras observaba el 444, me pregunté qué era lo que se me iba a presentar. Me di la vuelta y vi que la matrícula del coche que estaba detrás era 666. Esto me indicó que la lección estaría relacionada con el plano físico. Me dirigí hacia el hotel y, por primera vez, vi su nombre. Era el hotel Khan Kha. Me quedé mudo durante cinco minutos pensando en lo que aquello significaba. Cuando estaba a medio camino del hotel, Ken me vio de pie allí y volvió sobre sus pasos hasta donde yo me encontraba. —Drunvalo, ¿qué ocurre? —Ken, mira el nombre del hotel. — ¿No es ése el nombre del maya que habló contigo en Chi-chén Itzá? —Sí —y le mostré las dos matrículas. — ¡Vaya! ¿Qué crees que significa? —Ken, no lo sé, pero creo que es importante. Recuerda: Khan Kha dijo que era el arquitecto del Templo de las Inscripciones de Palenque. Es posible que realmente lo sea. Nos encaminamos hacia nuestra habitación, charlando acerca de la lección que nos estaba presentando la vida. Abrimos la puerta, entramos, e inmediatamente encontré una nota doblada por la mitad sobre mi cama. La cogí, y Ken se colocó a mi lado mientras la leía. Decía: «Gracias por todo lo que habéis hecho. Permaneceréis en el corazón del pueblo maya por siempre». Y firmaba «Khan Kha». Antes de que pudiera reaccionar ante la nota, Ken me la arrebató de las manos, la contempló durante un segundo, me miró a los ojos, y dijo: —Lo has hecho tú. Sé que lo has hecho tú. Khan Kha nunca escribió esta nota. Intenté decirle que yo no tenía nada que ver con aquello, pero no me creyó. Durante casi media hora estuvo gruñendo cosas como: «Seguro, un espíritu escribió esta nota y la colocó sobre tu cama. ¿Es que te has creído que soy idiota?» No paraba. Continuó murmurando hasta que, por fin nos quedamos dormidos. Para que lo sepas, guardé la nota durante muchos años. Incluso ahora sigue siendo una inspiración para mí. Me costó dormirme, pues el dolor de cabeza no cesaba. Eventualmente, me quedé traspuesto. Y de repente, en medio de la noche, me desperté. Algo me había sacado de un profundo sueño. Me di la vuelta y miré hacia el espacio sobre mi cama. Allí había un enorme ojo humano que me miraba fijamente. Al principio pensé que seguía soñando, pero el ojo no se iba y la habitación era real. Aquel ojo medía casi dos metros de ancho y algo más de uno de alto. Era fundamentalmente dorado, pero el iris era verde y negro. De cuando en cuando, parpadeaba. He visto tantos fenómenos psíquicos a lo largo de mi vida que aquello no me alteró, pero supe que tenía que entender lo que estaba ocurriendo. Mientras lo intentaba, una voz masculina comenzó a hablar. Inmediatamente la reconocí. Era la de Khan Kha. Comenzó a hablarme acerca de Palenque y de lo que había sucedido aquel día. De repente, paró un segundo y dijo: —Drunvalo, tienes un terrible dolor de cabeza. Debemos ponerle solución. Dentro de un momento voy a enviarte un conocimiento que te lo curará. Pero ese conocimiento tiene un significado y un propósito que exceden en mucho a tu dolor de cabeza. Al instante siguiente, en un abrir y cerrar de ojos, recibí un conocimiento ancestral relacionado con la glándula pineal del centro de la cabeza y con los rayos de luz que salen del chakra pineal cuando se dan las debidas condiciones. Hice lo que me indicaba aquel conocimiento y al instante desapareció el dolor. Resulta impresionante pasar del dolor a la falta de él en unos segundos. Khan Kha dijo: —Así está mejor —y siguió hablando de Palenque. En ese momento, Ken rebulló en su cama. Supongo que fueron mis movimientos los que lo estaban despertando. Se giró para mirarme, luego hacia lo alto de la habitación, y vio el inmenso ojo de Khan Kha. Se sentó de un salto, tiró de las sábanas contra su pecho y gritó todo lo fuerte que puede hacerlo un hombre adulto. Estoy seguro de que despertó a todo el hotel. Rápidamente intenté calmarle: —Ken, tranquilo. Sólo es Khan Kha
Pero aquello no sirvió de nada. Ken estaba mirando fijamente hacia el fenómeno psíquico y parecía estar en estado de shock. Al cabo de unos minutos logré captar su atención y me escuchó cuando le dije que todo iba bien. Creo que fue su primera experiencia de un fenómeno psíquico que apareciera en la Realidad misma y no sólo dentro de su cabeza. Tardamos un rato en volver a quedarnos dormidos, pero al cabo de un tiempo lo logramos. La iniciación de Ken en Palenque completó el chakra pineal. La reacción de Ken ante Khan Kha puso fin a la conversación, pero la información que me había dado era de lo más interesante. Y al cabo de los años he descubierto la increíble importancia que tiene para la consciencia humana en expansión. Es demasiado complicada para un libro de relatos, pero algún día, en otro libro, te la explicaré claramente para que, si lo deseas, puedas comprenderla y ponerla en práctica. Guatemala Me sentía completo. Ir al siguiente templo en Guatemala parecía un trabajo que casi no necesitara ni ser terminado, pero sabíamos que sí debíamos hacerlo. Tikal era el lugar en que debíamos terminar nuestro viaje. Aquél es el lugar donde viven los mayas más ancianos y con mayores conocimientos. El Templo del Jaguar era el que guardaba el punto de luz sagrado que necesitaba recibir el último cristal. Sin embargo, allí tuvo lugar un acontecimiento del que los mayas no me dejan hablar. Lo siento. Nuestro relato debe terminar en este punto. Quizá en un futuro, cuando llegue el momento adecuado, pueda contar la historia de lo que realmente sucedió. Pero debo obedecer, en honor al deseo maya, de que esta información quede reservada por el momento. In Lak'esh. Es el saludo y la despedida maya, y significa «tú eres otro yo».

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