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viernes, 27 de junio de 2025

Serpiente de Luz Capitulo Seis: El Yucatán y los Ocho Templos I



La entrada de Juan Concha Cuando Ken se alejó, yo no estaba muy seguro de que fuera a volverle a ver. Habían pasado diez años desde la última vez que estuvimos juntos, pero ahora parecía que la distancia que nos separaba estaba disminuyendo. Unas dos semanas más tarde, me llamó por teléfono. Estaba tan excitado que casi no podía ni hablar. Con voz temblorosa me dijo que había estado alojado en el hotel Hilton de Walnut Creek (California), y que cuando se disponía a abandonar el hotel observó que en el vestíbulo se estaba celebrando una exposición de cristales en la que vendían unos ejemplares fantásticos. Gracias a su pequeño conocimiento de los cristales, le había llamado la atención un enorme generador de cristal de cuarzo de calidad superior, y lo había comprado. Un generador de cristal concentra tu propia energía y la usa según tus intenciones. Aquel cristal en concreto medía unos veinticinco centímetros de longitud por unos cinco de ancho. Empleado correctamente, poseía un gran poder potencial. Mientras conducía hacia su casa, al otro lado de las montañas y junto al mar, Ken sostenía el generador de cuarzo con la mano izquierda y el volante con la derecha. Estaba circulando por una autopista a algo más de cien kilómetros por hora cuando otro coche pasó por su lado como una exhalación, se metió en su carril y comenzó a girar fuera de control delante de él. Ken no tuvo más opción que dar un volantazo hacia el tráfico que venía en dirección contraria para evitar chocar contra el otro coche. Me dijo que la siguiente cosa que recordaba era que se estaba dirigiendo directamente contra un coche conducido por una mujer. Ambos se movían a gran velocidad y les separaban unos seis metros. Ken podía ver a la mujer gritando y con los brazos hacia arriba para protegerse la cara. Y entonces pareció perder la consciencia, y la siguiente cosa que recuerda fue que estaba de nuevo en su carril, circulando a poco más de veinte kilómetros por hora. No había nada delante de él. Miró por el retrovisor y pudo ver muchos coches amontonados a causa de un accidente múltiple, quinientos metros a sus espaldas, pero él estaba bien, no había sufrido ni un rasguño. No era capaz de explicar lo ocurrido. Bajó la mirada hacia el brillante cristal de cuarzo que sostenía en la mano y se preguntó si aquella piedra había tenido algo que ver con el hecho de que él siguiera vivo. Por teléfono, me preguntó: —Drunvalo, ¿por qué sigo vivo? ¿Cómo es posible que no chocara contra aquella mujer? Es imposible que haya sucedido todo esto. Yo no era capaz de responderle, por lo que le dije que le volvería a llamar. Colgué el teléfono y entré en mi sala de meditación para hablar con los ángeles. Éstos me explicaron que Ken y Juan Concha habían hecho un pacto hacía mucho tiempo por el cual ese día se cambiarían los puestos, lo que significaba que el espíritu de Ken pasaría al lugar donde estaba el espíritu de Juan, y el espíritu de Juan pasaría al cuerpo de Ken, pero sólo durante un tiempo, y que luego volverían a cambiarse. El pacto debía durar dos años. Éste es otro tema del que el público en general no suele ser consciente, pero que es conocido en muchas partes del mundo. Los espíritus avanzados pueden «entrar» en otros cuerpos bajo determinadas condiciones. Normalmente, la persona que ocupa el cuerpo muere y deja este mundo, pues ha llegado el momento en que debía morir, y el nuevo espíritu entra en él y lo devuelve a la vida. No es tan sencillo, pero tiene lugar en lo que dura una respiración. Lo que fuere que haya matado al cuerpo es reparado instantáneamente por un profundo conocimiento del modo en que funciona la creación. (Podéis creerme, la vida sobre el planeta Tierra no es lo que parece. Ni siquiera se aproxima a ello.) Hay un par de razones por las cuales un espíritu utilizaría este proceso. La primera y más evidente es para ahorrar tiempo. El espíritu avanzado no tiene que atravesar las etapas iniciales de la vida, pero en ocasiones el proceso de entrada tiene lugar a una edad muy temprana. La otra es para seleccionar a una persona con especiales habilidades, conocimiento o un puesto en la jerarquía de la Tierra que será necesario cuando el espíritu entrante tome el cuerpo para cumplir la razón de su venida a la Tierra. Este proceso se emplea por todo el universo. Para ofrecerte algo más de mi experiencia personal, yo entré en este cuerpo el 10 de abril de 1972. Durante casi nueve años antes del cambio, yo había estado hablando por telepatía con la persona que estaba en este cuerpo para prepararle para lo que iba a suceder. Entonces, cuando exhaló su último aliento, yo respiré hacia el interior de su cuerpo por primera vez e inmediatamente recuperé todos mis recuerdos. Pero a las doce horas olvidé por completo quién era en realidad y los recuerdos del cuerpo tomaron el control durante casi tres años. Realmente creí que era la persona que había nacido en aquel cuerpo. Un día, los ángeles me dijeron: —Ha llegado el momento de que recuperes tus recuerdos. Me pidieron que me tumbara sobre mi cama y me preparara. No sabía de qué estaban hablando, pero casi al instante comencé a recordarlo todo. La llegada desde otro mundo, la entrada en esta galaxia a través de la nebulosa del Cangrejo (detrás de la estrella central de las Tres Marías, las estrellas que forman el cinturón de Orión), el recibimiento de mi tatara-tatara-tatara-tata-rabuelo Machiventa Melchizedek, el paso a las Pléyades, luego a Sirio, más tarde a Venus y, finalmente, a la Tierra en 1840. (Diez años después entré en mi primer cuerpo humano mediante un nacimiento normal.) Por eso entendí perfectamente las dificultades por las que estaba atravesando Ken. En el pacto entre Ken y Juan, este último podría entrar en el cuerpo del primero durante dos años, y luego Ken volvería a recuperarlo para continuar con su vida. Este acuerdo en concreto es muy, muy poco habitual. Juan había muerto hacía unos pocos años, por lo que Ken debía entrar en otro mundo para llevar a cabo aquella hazaña. No era cosa fácil. En cualquier caso, los ángeles me pidieron que le contara todo esto a Ken. Recuerdo que estaba allí sentado, con el teléfono en las manos, incapaz de marcar su número porque no sabía cómo decírselo. Después de los tres días que habíamos pasado juntos, yo era consciente de que él no sabía nada acerca de la consciencia superior. Por fin decidí que lo mejor era exponérselo simplemente, pues me daba cuenta de que probablemente no lo iba a entender. —Ken, ¿eres tú? —Sí. ¿Has averiguado lo que sucedió? —Si, pero probablemente no vas a entender realmente lo que voy a contarte. —No importa —contestó Ken—. Después de lo que me dijiste acerca de los cristales, soy capaz de creer cualquier cosa. —De acuerdo —le dije—. Ken, según mi guía interior, esto es lo que sucedió. Le expliqué todo lo relativo a Juan Concha y cómo realmente en aquel momento él no era Ken, sino Juan. Le expliqué todo, hasta cómo Juan se iría dentro de dos años y Ken volvería. Silencio completo al otro lado del hilo telefónico. —Ken, ¿sigues ahí? Ken suspiró y habló lentamente, arrastrando las palabras: — ¿Estás loco? Y me colgó. Supuse que nunca volvería a saber de él, pero yo había seguido lo que mi guía interior creyó que sería el camino más sano: sencillamente, decir la verdad. Y dejé los resultados en manos del Gran Espíritu. Juan está vivo Pasé algún tiempo sin recibir noticias de Ken. Decidí seguir con mi vida, con el convencimiento de que él recordaría cuando llegara el momento apropiado. Me estaba preparando para ir a Yucatán, en México, para colocar los cristales especialmente programados en los templos de la selva y nunca había estado allí antes.

Me figuraba que, a partir de ese momento, probablemente iba a hacerlo sin ninguna ayuda, excepto la procedente de mi corazón. Y este primer viaje al mundo original debía mantenerse en secreto. Nadie debía saberlo, nadie excepto mi familia y unos cuantos amigos. Estaba solo. Una mañana, poco antes del viaje, sonó el teléfono mientras hacía las maletas. Era Ronda, la mujer de Ken, a la que tampoco había visto en diez años. Por el sonido de su voz me di cuenta de que estaba enfadada: —Drunvalo, sé que hace años que no hablamos, pero hay algo que debo preguntarte ahora mismo. Estoy realmente preocupada. Yo le contesté: —Hola, Ronda. ¿Estás bien? ¿Qué es lo que necesitas preguntarme? Ella respondió: —Sé que has estado trabajando con Ken, y quiero que me digas lo que hiciste con él. ¿Le diste algún tipo de drogas o algo parecido? En ese momento se me dispararon todas las alarmas. Al instante, repliqué: —No. ¿Qué es lo que quieres decir? Su voz se aceleró. —Drunvalo, en este momento Ken está arriba, en el dormitorio, completamente desnudo, con una pluma de águila en el pelo, tocando el tambor y bailando en círculos. Está fuera de sí y creo que tú tienes algo que ver con esto. ¿Qué podía decirle? De ningún modo podía explicarle lo que le había dicho a Ken. Por tanto, sencillamente le conté la verdad. —Ken no parecía el mismo la última vez que hablé con él. Le dije que esperaba que Ken estuviera bien, y ella colgó. Me quedé allí, sentado, intentando entender dónde nos llevaba todo aquello. Menos de una semana después, unos días antes de que emprendiera el viaje, Ken (Juan) me llamó. —Drunvalo, sé que estás a punto de irte a Yucatán, y tú sabes que debo estar contigo durante este viaje. No había previsto aquello. No sabía qué contestarle. Le dije que debía confirmarlo, y así lo hice. Se me comunicó que, efectivamente, él debía acompañarme en aquel viaje a México y Guatemala. Thoth me dijo que ambos tendríamos cosas que enseñarnos mutuamente. El comienzo del viaje Ken me informó de que había decidido ir en coche de California a Alburquerque, donde nos debíamos encontrar para tomar el avión. En la carretera que atraviesa Arizona, cruzando el cálido y seco desierto, se pueden encontrar «tiendas de piedras» en las que viejos mineros venden las piedras y cristales que encuentran entre la artemisa y en los ríos y montañas cercanos. Estos establecimientos no se parecen en nada a las bonitas y refinadas tiendas en las que la mayoría de nosotros adquirimos nuestros cristales. Las viejas tiendas de piedras son unos lugares decididamente mugrientos, pero a veces se puede descubrir en ellas algún estupendo cristal. Ken se había parado en una de aquellas tiendas y estaba observando una vitrina de cristal que protegía los mejores objetos cuando reparó en un péndulo de ónice negro. Estaba depositado en el estante inferior y muy hacia el fondo de la vitrina. Le picó la curiosidad y pidió que se lo enseñaran. El viejo dudó: — ¿De verdad desea ver ese péndulo? Ken se sintió sorprendido, y pensó: « ¿Por qué no?» —Sí, si me hace el favor. —Un hombre me encargó que fabricara este péndulo en los años veinte, pero nunca volvió para recogerlo —respondió el anciano—. Es usted la primera persona que, en todo este tiempo, me ha pedido que se lo enseñara. Ken tomó esto como una señal, y dijo: —Lo hizo usted para mí. Lo que pasa es que me ha llevado algún tiempo llegar hasta aquí — y lo compró, creyendo que, de verdad, el hombre lo había fabricado sólo para él.

Cuando me lo enseñó, no pude creer lo que veían mis ojos. La mayor parte de la gente utiliza péndulos pequeños, ligeros y fáciles de transportar. Aquél medía unos quince centímetros de largo y al menos cinco en la parte más ancha, y tenía forma de cono terminado en punta. Le habían perforado un agujero en la parte superior para atarle una cuerda. Al ser de ónice, era negro como el carbón, estaba muy pulido y pesaba bastante. Era también el mismo tipo de piedra que el primer cristal que Katrina había elegido para que fuera colocado en el templo de Uxmal. Ken se sentía orgullosísimo de su péndulo. Yo no sabía qué decir. No me sentía capaz de contarle que nadie utiliza herramientas psíquicas tan grandes. ¿O sí lo hacen? Los ocho templos Aterrizamos en Mérida y descansamos una sola noche. Barajamos la idea de salir a explorar la ciudad y divertirnos un poco antes de empezar, pero tanto Ken como yo nos sentíamos tan ilusionados con la idea de empezar nuestro trabajo que decidimos hacerlo directamente. Alquilamos un pequeño Toyota rojo con aire acondicionado. Nos dijeron que saldría mucho más caro, pero la verdad es que nos alegramos de poder escapar del calor de vez en cuando. Le expliqué a Ken qué era exactamente lo que estábamos haciendo allí. Le mostré el mapa de México y la lista de los ocho templos, y le dejé sentir los ocho maravillosos cristales que nunca volverían a casa con nosotros. Cada uno de ellos había sido programado por Thoth específicamente para uno de los templos. Le expliqué a Ken que los ocho templos que íbamos a visitar no habían sido erigidos en sus respectivos lugares al azar. Estaban colocados formando una espiral que se ensanchaba cada vez más. El centro exacto de esa espiral estaba situado en Uxmal, y se decía que era más pequeño que un átomo. Cada una de aquellas asombrosas pirámides también había sido construida en un emplazamiento geográfico concreto para representar y canalizar la energía de la Tierra. La energía de cada templo representaba la energía de un chakra del cuerpo humano. 1. Uxmal (México): el chakra base de un nuevo ciclo. 2. Labná: el chakra sexual, la unión de los contrarios. 3. Kaba: el tercer chakra, la fuerza de voluntad. 4. Chichén Itzá: el chakra corazón, el amor incondicional. 5. Tulum: el chakra garganta, las corrientes de sonido y su manifestación. 6. Kohunlich: el chakra tercer ojo, la glándula pituitaria; habilidades psíquicas. 7. Palenque: el chakra pineal, la preparación para el nuevo mundo. 8. Tikal (Guatemala): el chakra base de un nuevo ciclo. Esto lo sabían los mayas desde hacía muchísimo tiempo. Conocían también muchas más cosas, como el mundo está a punto de descubrir. Esta parte femenina de la Red de Conciencia de Unidad está conectada a muchas más espirales de energía femenina. Tikal está conectado con el principio de otra octava de templos encarados hacia el norte, que eventualmente vuelve a conectarse y forma un enorme círculo que procede del sur. Para poder entenderlo mejor, imagina cómo están distribuidos los ocho chakras principales del cuerpo humano. Luego observa los complejos de los templos y te darás cuenta de que sus energías están conectadas entre sí exactamente de la misma forma. Cada templo posee la energía de un chakra concreto. Por ejemplo, al igual que el cuarto chakra del cuerpo humano es el del corazón, así también el cuarto templo posee esa misma energía del corazón. Existe mucha más información esotérica relacionada con este propósito, que tiene que ver con la Red de Conciencia de Unidad que rodea la Tierra. Son estos templos, junto con otros lugares sagrados, los que realmente producen el impulso necesario para formar la red. Sin ellos, seríamos incapaces de pasar a los niveles superiores de consciencia. Estas espirales de energía de los templos invierten su dirección cada vez que se alcanza una octava de templos. Se mueven hacia el sur, desde Guatemala hacia Nicaragua, Costa Rica, Panamá y Colombia, para entrar a continuación en Perú. En este país, en el lago Titicaca, entre la isla del Sol y la isla de la Luna, la energía da un giro de noventa grados para dirigirse hacia el océano Pacífico a través de Chile. En el océano Pacífico, esta energía femenina continúa por el fondo marino hasta llegar a la isla de Pascua y sigue hasta una increíble isla llamada Moorea, en cuyo centro se encuentra el punto central del eje de la Red de Conciencia de Unidad. Si atravesáramos la Tierra siguiendo este eje, volveríamos a salir a la superficie en Egipto, a unos dos kilómetros y medio de la Gran Pirámide. Este punto estaba claramente marcado en el antiguo Egipto. Moorea posee un gran significado para la humanidad. Concentra toda la energía de la Red de Conciencia de Unidad a través del centro de su territorio con forma de corazón. Según yo lo siento, Moorea es el lugar más femenino del mundo. Desde Tikal, en Guatemala, la energía también se dirige hacia el norte, pasando por más templos mayas y luego por templos aztecas, continuando a través de México hasta alcanzar el territorio estadounidense. En Nuevo México, justo al otro lado de la (tontera entre los dos países (según me dijeron los apaches, que me aseguraron que todo esto es verdad), esta energía femenina sigue moviéndose a través de tres pirámides físicas que fueron construidas hace mucho tiempo por los nativos americanos. Estas pirámides eran necesarias como puente hacia el norte para la energía, pues en ese lugar no existía ningún campo natural de energía. Al llegar a Taos Pueblo y a la montaña Taos, continúa hacia el lago Azul, el más sagrado para los taos, y da un giro de noventa grados, exactamente igual que en el Titicaca pero en dirección contraria. El lago Azul, aunque de un tamaño mucho menor que el Titicaca, canaliza esta energía femenina exactamente del mismo modo y con el mismo poder. Desde el lago Azul, la energía pasa al monte Ute, la misma montaña sagrada de la que hablamos anteriormente. A partir de este punto continúa hacia el oeste, pasando sucesivamente de un lugar sagrado a la cumbre de una montaña, a otro lugar sagrado, hasta que llega al lago Tahoe, el lago Donner y el lago Pirámide, en California y Nevada. A continuación, se mueve con rapidez hacia el océano Pacífico y sigue a lo largo de montañas sumergidas y puntos de energía hasta alcanzar la isla de Maui y el cráter Haleakala. Desde ese lugar comienza a dirigirse hacia el sur, siguiendo la cadena de islas que hace mucho tiempo constituían Lemuria. Su destino final es otra vez la isla de Moorea, completando así el círculo. Esta energía femenina de la Red de Conciencia de Unidad forma, más o menos, un enorme círculo dividido en dos partes que se juntan en Moorea. Esta es una isla interesante y asombrosamente bella. Tiene forma perfecta de corazón y está rodeada por un arrecife de coral, que también presenta la misma forma. Cada casa de la isla tiene un dibujo de un corazón en algún lugar que dé a la calle. En ella, tu cuerpo puede sentir el amor. En aquel momento, según le dije a Ken, los Maestros Ascendidos sólo estaban interesados en corregir la red en México y Guatemala. Lo demás formaba parte de una ceremonia que vendría después. Ken estaba sentado, lleno de incredulidad. —Según lo que yo entiendo —comentó Ken—, esta Red de Conciencia de Unidad se comenzó hace más de trece mil años y se está completando justo ahora. La complejidad de este campo de energía sobrepasa todo lo que yo podría imaginar. —Ken, no tienes ni idea. Lo que hemos hablado no es más que una pequeña parte de toda la red de pirámides, templos, iglesias, monasterios, sinagogas, ashrams, kankas, edificios sagrados, mezquitas, círculos de piedra, etcétera, y fenómenos naturales como montañas, valles, manantiales, ríos, lagos, masas de agua y, lo que es más importante, vórtices, que han sido conscientemente alterados mediante la geomancia y funcionan como una unidad que realmente crea la Red de Conciencia de Unidad que rodea el planeta. Si realmente supieras las relaciones interconectadas entre todos esos lugares sagrados que están representados por más de ochenta y tres mil lugares sagrados de todo el mundo, por no mencionar todos los demás que son naturales, te sentirías abrumado. En especial cuando te dieras cuenta de que fue una sola consciencia la que concibió, organizó y creó esta asombrosa Red de Vida que el mundo denomina las «redes». »Ken, lo que me han explicado es que esta Red de Conciencia de Unidad es lo único que separa la extinción del ser humano de su ascensión. Lo que es seguro es que, en este punto de los ciclos, será una cosa o la otra.

»De ahí la importancia de nuestro viaje. El aspecto femenino de la Red de Conciencia de Unidad debe ser equilibrado para que los cambios geométricos de la red que permiten la posibilidad de la nueva consciencia femenina sagrada se conviertan en una realidad viva. Para que las mujeres de todo el mundo recuerden su íntima conexión con Dios y, con ello, sepan exactamente lo que deben hacer para traer el equilibrio a este mundo y más allá. Tenía que decirlo: —Ken, el tiempo de la precesión de los equinoccios está sobre nosotros. Sólo quedan unos veintiocho años para la llegada de 2012 y 2013, el momento en que el calendario maya afirma que será el fin de este largo ciclo. Y los cambios están siendo cada vez más rápidos. Como lo femenino está a punto de recibir el poder para decidir la dirección en la que la Tierra debe moverse, debe ser preparado. Y nosotros podemos ayudar. Uxmal Ken arrancó nuestro Toyota y salimos del hotel. Habíamos comprobado que teníamos todos los mapas que íbamos a necesitar para el viaje. Intentamos pensar en todo lo que podría hacernos falta, cosas como agua embotellada, comida para el viaje y protector solar. Sabíamos que íbamos a estar dentro de aquel coche durante bastante tiempo. Cuando salimos creíamos que todo el viaje nos llevaría unas dos semanas o algo menos, pero en realidad tardamos más de un mes en completarlo. No es fácil viajar por México y Guatemala, pues en muchos sitios las carreteras son muy deficientes. Un estadounidense mira el mapa de carreteras, y dice: —Perfecto, tardaremos una hora. Pero la realidad es que son tres o cuatro horas. Todavía no habíamos adquirido las lentas maneras mexicanas, pero aquello era inevitable. Habíamos planeado ir a los tres primeros templos el primer día, puesto que estábamos al principio de la espiral y no había demasiada distancia entre ellos. Y luego volveríamos a Mérida para pasar la noche y haríamos los otros cinco templos durante los siguientes doce días, más o menos. Uxmal está a unos ciento doce kilómetros de Mérida hacia el interior, y como a Ken le apetecía conducir, yo me recosté en mi asiento. Era la primera vez que estaba en Yucatán y no había esperado que fuera tan llano. No sé por qué, tenía la idea de que estaba cubierto de montañas y selvas. Es verdad que hay montañas y selvas en México, pero no están en Yucatán. Hay mucha maleza y resulta casi imposible avanzar sin un machete, pero para llegar a la auténtica selva hay que ir más hacia el interior. Llegamos a Uxmal fácilmente y sin problemas. Era antes de que el gobierno mexicano decidiera colocar vallas alrededor de los templos para controlar a la gente. En aquella época, prácticamente, no había nadie a quien le importaran los templos y no había necesidad de vallas. Pudimos entrar hasta los lugares sagrados, al menos hasta la mayor parte de ellos, sin pasar ningún control, y pudimos permanecer en ellos todo el tiempo que quisimos. Pero estábamos cumpliendo una misión y sentíamos que aquellos tres primeros templos tenían que quedar finalizados el primer día. Cuando entramos en los terrenos de Uxmal y nos acercamos al Templo del Mago, sentí que la vibración me penetraba hasta los huesos. Se percibía allí una energía claramente diferente de cualquier otra que yo hubiera sentido en México hasta entonces. Había vivido algo parecido en Egipto, en la Gran Pirámide. Es una sensación muy difícil de describir. De pie junto a la base del templo, tuve que inclinarme hacia atrás para ver la punta de la pirámide. Era magnífica. Tenía la piedra de ónice en mis manos, y Ken me dijo: —Drunvalo, ven aquí —Ken estaba recostado contra la pirámide mirando las piedras muy de cerca—. Mira. Y señaló el mortero que unía las piedras. Allí estaba la razón de la piedra de ónice. El mortero negro grisáceo estaba fabricado con ónice molido y cubría toda la pirámide. Es evidente que aquello supuso una recarga para ambos. En ese momento supimos con seguridad que estábamos haciendo exactamente lo que se suponía que debíamos hacer, fuera lo que fuese. Y nos echamos a reír.

Cuando cambiamos de lugar, pudimos contemplar por vez primera una vista general del emplazamiento del templo, y nos pusimos serios. Sabíamos que la pirámide cerca de la cual se suponía que debíamos colocar el cristal de ónice era la llamada Gran Pirámide, y en ese momento nos dimos cuenta de lo colosal que era aquel lugar. Se extendía varios kilómetros a la redonda. No sabíamos por dónde empezar. No tardamos mucho en encontrar a alguien que sabía exactamente dónde estaba la Gran Pirámide. Nos dirigimos hacia ella en línea recta. Tuvimos que andar un rato, pero allí estaba: majestuosamente erguida frente a nosotros. Una pirámide inmensa, impresionante. Todo lo que Thoth me había comunicado era que el cristal debía colocarse en algún lugar directamente frente a la fachada norte. Habíamos traído una brújula para estar seguros de cuál era la que daba a ese punto cardinal. Delante de la fachada norte se extendía una pradera totalmente llana que enmarcaba la pirámide. Era rectangular, creo que de unos treinta metros de largo por unos doce de ancho, y carecía de características distintivas. Ken sacó su ya famoso péndulo, al que había atado una cuerda. Esta cuerda medía casi un metro de largo. Una vez más me quedé sin poder articular palabra. Escondí una sonrisa, me senté sobre los escalones de la pirámide y observé. Ken estaba en plena acción... Lo malo es que nunca había utilizado un péndulo con anterioridad. Sólo me había oído hablar sobre ellos en Taos, cuando le conté cómo puedes encontrar cualquier cosa con uno de ellos. Él no sabía que normalmente las piedras de los péndulos miden entre dos y cinco centímetros, y que la cadena o cuerda que los sostiene puede tener entre quince y veinte. Y que los pequeños círculos se utilizan para encontrar localizaciones o la respuesta a las preguntas. Todo esto carecía de importancia. Ken se encontraba en su corazón y estaba trabajando para Dios. Su péndulo, de casi veinte centímetros y con su cuerda de casi un metro, comenzó a girar en grandes círculos, prácticamente golpeándole las piernas mientras caminaba. Era un hombre que daba la sensación de saber exactamente lo que estaba haciendo, y yo le dejé hacer. ¿Quién era yo para decirle que lo estaba haciendo mal? Ken siguió maniobrando así durante unos veinte minutos, caminando por la hierba hacia delante y hacia atrás varias veces. De repente, dejó de mover el péndulo justo cuando iba a pasar junto a mí, y me dijo: —Drunvalo, ¿cómo sé cuándo he llegado al punto especial en el que debemos colocar el cristal? Con cara seria, le respondí: —Ken, sigue lo que te marque el corazón y, de una forma u otra, lo sabrás. Realmente creía en él, pero aquello suponía un desafío para mi estrecho sendero de entendimiento espiritual. Ken pareció comprender perfectamente y comenzó a utilizar el péndulo otra vez con más energía aún y unos movimientos todavía más amplios. Esto duró unos veinte minutos más; y de pronto sucedió. Cuando Ken estaba pasando sobre un punto concreto, el péndulo giró en espiral al instante hasta alcanzar una posición única y comenzó a tirar hacia el suelo. Ken tiró hacia atrás. Estaba realmente de puntillas, con los brazos levantados y tirando con todas sus fuerzas, cuando la cuerda se rompió y el cristal de ónice se hundió con gran fuerza en el suelo unos siete centímetros. Ken volvió la cabeza hacia mí y me dirigió una mirada que significaba: «No ha sido culpa mía». Lo que realmente salió de sus Labios fue: —Y ahora, ¿qué hago? —Ken, acabas de encontrar el punto; estoy seguro. Recogí su péndulo y en el suelo quedó un agujero cónico perfecto. No cabía ninguna duda. Aquél era el punto en el que debíamos enterrar el cristal. Me eché hacia atrás un momento y contemplé el punto en relación con el conjunto del complejo, y al instante me quedó claro. El punto estaba exactamente en el centro de la pirámide, y si dibujásemos una línea imaginaria a lo largo de la pared final del edificio que estaba inmediatamente a la izquierda de la pirámide, cruzaba exactamente por ese punto. Eso haría que en el futuro resultara muy fácil encontrarlo, si ello fuese necesario. Celebramos nuestra primera miniceremonia, enterramos el cristal de ónice en el agujerito y lo tapamos. El punto desapareció como si nunca hubiera estado allí. Es interesante señalar que, diez años más tarde, el chamán y sacerdote maya Hunbatz Men me pidió que celebrara una ceremonia con él y con su tribu en Uxmal. Volví a aquel punto para ver qué sensación me producía y, ante mi sorpresa, un arbolito había crecido exactamente sobre el lugar en el que el cristal estaba enterrado. Era el único árbol de la pradera. Sentí que la Madre quería asegurarse de que nadie podría mover o tocar el cristal. ¡Qué forma más natural de hacerlo! Kaba Nos apresuramos para que nos diera tiempo a terminar con los otros dos templos. Labná debía ser el siguiente, pero mientras íbamos en el coche Thoth se me apareció y me dijo que quería que cambiásemos el orden y fuéramos primero a Kaba. A medida que nos acercábamos a ese lugar, el centro de la fuerza de voluntad, el cielo se oscureció y comenzó a llover con suavidad. El recinto del templo estaba rodeado por una cadena y daba una sensación extraña, casi carcelaria. No deseaba entrar en él, pero sabía que tenía que hacerlo. Si hubiera podido, me habría saltado aquel lugar. En la entrada nos recibieron dos ancianos; resultaría más exacto decir dos ancianos gruñones. Intentaron que nos fuéramos y volviéramos otro día, pero como comprenderás no teníamos más remedio que llevar aquello a cabo, pues los templos debían seguir su secuencia o la que nos habían indicado. Al fin, aunque a disgusto, nos dejaron entrar en el recinto del templo. Aquel sitio era mucho más pequeño que Uxmal y no creo que tardáramos más de quince minutos en encontrar el punto en el que debíamos enterrar el cristal. Utilicé mi péndulo «normal» y en unos minutos lo teníamos. Enterramos el cristal detrás de una antigua pared y salimos de allí tan pronto como nos fue posible.

Labná Salimos corriendo de Kaba como si acabáramos de asaltar una gasolinera y enfilamos hacia Labná, situado a sólo unos minutos de distancia. Al acercarnos, el cielo se despejó y una preciosa luz rosada nos envolvió como si de una neblina se tratara. Labná era el centro sexual de Yucatán y era fácil sentir su energía. En los límites del recinto del templo nos recibió una pareja joven y hermosa que parecía estar enamorada de la vida. Su forma de invitarnos a «entrar en su hogar» fue extremadamente cordial. Nos dijeron que podíamos ir a cualquier lugar que nos apeteciera y quedarnos allí tanto tiempo como quisiéramos. El cristal de este templo era la cornalina, una piedra rojiza, y la tierra y los caminos del lugar tenían el mismo color. Recuerdo que coloqué la piedra que debíamos plantar sobre el suelo y fue como si desapareciera. La piedra y la tierra eran exactamente del mismo color. Pensé en Katrina. Una vez más, sólo tardamos entre quince y veinte minutos en encontrar el punto, y enterramos el cristal en su hogar. — ¡Qué fácil es esto! —nos dijimos el uno al otro—. Deberíamos ser capaces de terminar este viaje en otros siete u ocho días. Qué poco sabíamos. Llegamos de vuelta a Mérida justo a tiempo para cenar un poco y nos fuimos derechos a la cama. En cuestión de minutos, los dos estábamos dormidos. La energía del día había sido más fuerte de lo que habíamos creído, y antes de que nos diéramos cuenta estábamos ya en brazos de Morfeo. Chichén Itzá Al día siguiente nos pusimos de nuevo en carretera, Ken conduciendo nuestro pequeño hogar rojo lejos del hogar. Teníamos la idea de terminar Chichén Itzá y seguir hacia Tulum, junto al mar Caribe, donde pretendíamos pasar nuestra tercera noche. Pero el día no transcurrió como habíamos planeado. Los retrasos menudearon e hicieron que nuestro viaje se volviera mucho más complicado de lo que habíamos creído al principio. El maravilloso cielo azul y la selva verde eran fascinantes. El olor de la jungla me hacía sentir vivo. Incluso comencé a soñar despierto con mi niñez en California. Lo que más recuerdo de mi época de crecimiento son los olores del campo donde vivía. Y el aroma de todas aquellas flores tropicales disparaba mis recuerdos. Es indudable que aquellos recuerdos formaban parte de un periodo de mi vida anterior a mi entrada en este cuerpo (en abril de 1972), pero se mantenían dormidos en mis células y yo los sentía como propios. De repente me vi sacudido de vuelta a la realidad cuando Thoth intentó llegar hasta mí. Apareció en mi visión interior y comenzó a informarme de que había hecho un cambio en el emplazamiento del cristal de Chichén Itzá. Se estaba comunicando telepáticamente, y este modo de comunicación revela mucho más que las palabras que se pronuncian. Lo que me estaba diciendo en realidad era que el emplazamiento del cristal en Chichén Itzá era tan importante para que todo funcionara correctamente, que no quería que nadie supiera dónde se situaba. Por eso me había dado una localización falsa, por si acaso otra persona leía mi lista. Thoth me miró directamente a los ojos, y me dijo: —Drunvalo, te pido que abras los ojos y yo te mostraré dónde deseo que lo coloques. Hice lo que me indicó, y al instante apareció un punto brillante de luz frente a mí, muy parecido al que había visto con Bupi Naopendara muchos años atrás. La esfera de luz se expandió formando un óvalo y se abrió una ventana a otro lugar de la Tierra. Cuando se completó, tenía un aspecto muy parecido a un brillantísimo y suave anillo dorado de luz de unos noventa centímetros de ancho por sesenta de alto. Fuera de él estaba la realidad del lugar por el que circulábamos. Dentro del anillo aparecía otro lugar. Contemplé un pequeño lago o estanque de agua color esmeralda a través de la cual nada se transparentaba. Un saliente de piedra blanquecina de unos doce metros de altura rodeaba la orilla exterior. Del borde del saliente colgaban plantas y flores, y la selva envolvía el agua. Era precioso. Estaba mirando aquel profundamente romántico agujero de agua cuando Thoth me interrumpió, y me dijo: — ¿Puedes ver lo que hay en el interior del anillo dorado? Le describí el estanque y sus elevadas paredes blancas, y Thoth pareció darse por satisfecho. Me dijo: —En lugar de colocar el cristal sobre la fachada norte de la pirámide llamada El Castillo, como te pedí que hicieras en un principio, tírala al agua cuando la encuentres. ¿Has comprendido? Le pregunté dónde estaba el agua, y el me respondió: —Te llevarán allí. No tienes que hacer nada. Y desapareció. Salí de la meditación, me volví hacia Ken, que estaba conduciendo, y le conté todo lo que acababa de suceder. No pareció extrañarle. Me miró, y dijo: —De acuerdo; sin problemas. Supongo que después del péndulo que se enterró por sí mismo en Uxmal, Ken estaba preparado para cualquier cosa. Cuando llegamos a un cartel que decía «Aparcamiento de (Chichén Itzá», Ken entró y empezó a buscar un sitio donde dejar el coche. Se volvió hacia mí, y dijo: —Drunvalo, las últimas tres veces que estuvimos en los templos nos perdimos. He leído que este sitio es muy grande y me parece que esta vez deberíamos llevar un guía. ¿Qué opinas? — ¿Por qué no? —le respondí, mientras aparcábamos el pequeño Toyota. Estábamos empezando a recoger nuestras cosas cuando un viejo indio de ochenta años o más llamó a la ventanilla de Ken. Ken se sobresaltó y se echó sobre mí, literalmente, mientras se hacía un juicio del anciano, que le estaba pidiendo que abriera la ventanilla. Ken bajó el cristal unos cinco centímetros y le preguntó qué deseaba. El anciano, sonriendo amablemente, le dijo: — ¿Desean un guía? Mirándolo en retrospectiva, no era un anciano cualquiera. Había sido enviado por el Universo y sabía exactamente lo que hacía.

Ken se sintió excitadísimo y se volvió hacia mí como si acabara de crear aquel milagro. Y quién sabe, puede que así fuera. Salimos del coche para conocer a aquel hombre. El viejo maya poseía una energía que yo había percibido con anterioridad muchas veces con algunos de mis maestros. Supe de inmediato que el hombre estaba allí para mucho más que sólo para guiarnos por el recinto del templo. Me incliné y le mostré el respeto que merecía. Era muy amigable y realmente nos «mostró» los terrenos del templo. Pasó unas cuatro horas hablando entre templo y templo, contándonos la historia secreta que se escondía tras cada uno de los edificios. Hacia el final nos condujo a la Pirámide del Castillo, el punto central del recinto, allí donde Thoth nos había pedido originalmente que colocáramos el cristal. Nos dijo que aquella pirámide era la entrada al corazón humano y la clave para el entendimiento maya. Pero a continuación, dijo algo que me sorprendió. Se volvió hacia nosotros y nos miró a los ojos con seriedad. —Esta pirámide —dijo, señalando al Castillo— y todo este gigantesco complejo están aquí por una única razón. Y esa razón no tiene nada que ver con los edificios que nosotros, los mayas, creamos. Aquí, en esta selva, hay algo mucho más poderoso e importante. Si desean seguirme, se lo enseñaré. Se volvió y comenzó a alejarse del templo, y en cuestión de minutos estábamos inmersos en la selva mexicana. Siguió avanzando a través de la espesa vegetación durante medio kilómetro y, de repente, emergió a un claro, un claro que yo reconocí en mi interior. Frente a nosotros estaba la imagen que Thoth me había mostrado de camino hacia Chichén Itzá. Allí, en la vida real, estaban el estanque de agua color esmeralda y la pared blanca de detrás. Era exactamente como Thoth me lo había enseñado. Exactamente igual. El anciano comenzó a hablar, pues tanto Ken como yo nos habíamos quedado mudos. Ligeramente excitado, su voz pareció adquirir mayor potencia. —Este pequeño lago es lo que se denomina un cenote. Para los mayas es un estanque que se abre directamente al corazón de la Madre. Tanto en la antigüedad como ahora nosotros, los mayas, lo consideramos sagrado, y constituye la verdadera razón por la cual construyeron Chichén Itzá en este lugar. No lo hicieron por ninguna otra razón, sólo para honrar este estanque sagrado. Y continuó diciendo: —En mil novecientos cincuenta, los de la revista National Geographic vinieron y dragaron el fondo, encontrando los huesos de más de trescientos mayas que se habían sacrificado a sí mismos a esta agua. Eso se llevaba a cabo durante una ceremonia, y la persona elegida para ser sacrificada recibía el gran honor de volver a la Madre de este modo honorable. »Pero cuando estaban dragando este cenote, el personal de National Geographic encontró también miles y miles de cristales junto a los huesos. Aquellos cristales contenían las oraciones de nuestros antepasados, y se los llevaron. Y por si eso no hubiera bastado para desmoralizarnos, volvieron al cabo de unos pocos años y volvieron a dragar para encontrar cualquier cristal que pudiera haber quedado en el cenote, y se fueron. «Grande fue la tristeza de mi pueblo, pero sabemos por qué estáis aquí. Con gran respeto y honor, os dejo con nuestro sagrado cenote. ¡Qué el Gran Sol bendiga lo que hacéis! Con estas palabras, se volvió y desapareció, envuelto por la jungla. Ken me miró. Sabíamos lo que teníamos que hacer. Cogimos el cristal de la tela que lo envolvía y lo sacamos a la luz. Sabíamos que Thoth había programado en aquel cristal palabras destinadas a sanar la Red de Conciencia de Unidad, pero ambos sentíamos que hacían falta más. No sé lo que Ken le habló al cristal, pero por lo que a mí respecta había visto el interior de aquel anciano y mi corazón se había conectado con él. Podía sentir y conocer la belleza del alma maya a través de él, y lo único que deseaba era ayudarles. Por eso recé al cristal, para que los mayas que viven en la actualidad pudieran despertar y recordar su antiguo pasado, recordar su sagrado conocimiento y sabiduría, y para que les fuera permitido devolver ese poder a la vida. Con estas palabras resonando aún en mi corazón, Ken arrojó el cristal al centro mismo del cenote. Cuando se hundió hasta el fondo y el agua comenzó a cargarse de aquellas oraciones, de alguna forma supe que mi relación con los mayas acababa de empezar. Lloré de alegría, pues sabía que ese cristal iba a devolver la vida al pueblo maya. Mientras las lágrimas rodaban

por mis mejillas, pude sentir cómo el poder volvía a la tierra. Me sentí enormemente humilde y excitado por lo que iba a venir en el futuro. Khan Kha Nos pareció que la ceremonia había sido completada y volvimos a la jungla para regresar al hotel. Pero al salir de ella, lo primero que vimos fue El Castillo, y su vista nos hizo desear subir hasta la cumbre una vez más. En ese momento ya no éramos más que unos turistas, pero ¿qué más daba? Era divertido. En la cumbre de la pirámide se abrían cuatro puertas. Tres de ellas estaban conectadas entre sí por un pasillo interior en forma de «U». En la abertura de la «U» había otra puerta, dando al norte, que conducía al centro mismo de la pirámide. La razón de que los mayas dispusieran así las entradas, la ignoro. Entramos por el este a las tres puertas interconectadas, y una vez dentro vimos que había empezado a lloviznar. Pensando que sería mejor que nos apresuráramos por si se ponía a llover en serio, cruzamos rápidamente la cuarta puerta sólo para sentir aquel lugar una vez más.

Para mí, la energía de aquella pirámide era una de las más poderosas del mundo. Así como la Gran Pirámide de Egipto canaliza la energía de la mente (masculina) de la Red de Conciencia de Unidad, Chichén Itzá canaliza la energía del corazón (femenina). Y a medida que la nueva energía pura y femenina de la kundalini de la Tierra comience a moverse por los cuerpos físicos de nosotros, los seres humanos, y luego a las redes, todos cambiaremos. Tenía que sentirla una vez más. Llevábamos allí unos quince minutos, sintiendo aquella energía, cuando el sonido del aguacero nos devolvió a la realidad. Al darnos cuenta de que debíamos irnos, nos miramos el uno al otro y corrimos hacia la entrada, pero era demasiado tarde. Estaba lloviendo a cántaros, tanto que sólo podíamos ver a una distancia de treinta metros. Todo el resto de la gente se había ido y estábamos completamente solos en la cumbre de aquella increíble pirámide, a excepción de un perrito que, por lo que fuere, se encontraba en nuestra misma situación. ¡No había manera de bajar! Ríos de agua bajaban por los escalones de la pirámide formando pequeñas cascadas. Para poder hacerse una idea de lo que era aquello, habría que haber estado allí. Los escalones mayas de la pirámide están pulidos como cristales por los miles de personas que suben y bajan por ellos cada año, y a diferencia de los de la Gran Pirámide de Egipto, que son inmensos, éstos sólo miden unos veinticinco centímetros de ancho. Estaban tan resbaladizos que resultaba imposible bajar por ellos. Ni siquiera el perro estaba dispuesto a intentarlo. No podíamos hacer más que esperar a que cesara la lluvia Al cabo de una hora, Ken empezó a impacientarse, pero no había nada que hacer. Miré hacia la enorme pradera que rodea la mayor parte de la pirámide y vi que había desaparecido bajo el agua. Era como si estuviéramos sentados en lo alto de una pirámide en medio de un enorme lago. La lluvia nos impedía ver la selva y sólo había agua desde el cielo hasta el suelo y hasta el borde de la pirámide. Creo que jamás podré olvidar aquella imagen. Mientras Ken se reclinaba indolentemente contra la pared de la entrada y observaba la lluvia, yo decidí ir hacia el centro de la pirámide a meditar. Llevé conmigo aquella imagen de la pirámide en medio de un lago y me senté en lo que sentí que era el centro exacto, de cara a la abierta entrada en la que Ken seguía esperando su libertad. Cerré los ojos. Comencé a sentir el fluir de la energía de mi cuerpo humano de luz, el antiguo campo Mer-KaBa de los egipcios y los judíos. Descansé durante unos minutos, simplemente sintiendo el flujo por encima y por debajo. Comencé a entrar en estados de consciencia más profundos, pero sin ningún propósito ni intención. En un momento dado pude percibir todo el campo de energía de la pirámide y me sentí conectado con los mayas. Lo que sucedió después fue de lo más extraño. Me olvidé de dónde me encontraba y, como un niño pequeño, decidí adentrarme en la pirámide para ver si podía encontrar alguna sala. No pedí permiso; tampoco albergaba ningún propósito concreto. Recuerdo con claridad cómo la tierra pasaba a mi lado mientras mi espíritu y mi cuerpo de consciencia se adentraban más y más en el espacio interior de la pirámide. Pude observar los cambios en la estructura de piedra y tierra mientras descendía. Y entonces sucedió. En realidad, fueron dos las cosas que sucedieron simultáneamente. Un gran murciélago negro salió de la lluvia torrencial, pasó volando junto a Ken y el perro y se dirigió directamente hacia mi cara. Se paró unos centímetros antes de llegar, chilló y me clavó ligeramente las garras en la cara. En ese momento exacto, y desde el interior de la pirámide, una voz de hombre gritó a escasos centímetros de mi oído izquierdo: — ¡No! Estos dos sucesos simultáneos me devolvieron de golpe a mi cuerpo con una fuerza enorme. Decir que me hicieron chocar contra mi cuerpo describiría mejor lo que pasó. Lo cierto es que estaba de vuelta. El murciélago me tocaba la cara. Instintivamente levanté el brazo y el animal voló hasta un saliente de piedra, se dejó caer hacia un lado y me observó. Yo le observé a él durante un rato hasta que comprobé que no iba a atacarme de nuevo. Luego volví a cerrar los ojos, en un intento por recuperar el equilibrio tras un sobresalto semejante. Tardé unos minutos en volver a tranquilizar mi respiración, pero cuando lo conseguí volví a estar en espíritu. Me sentí avergonzado porque sabía que nunca debería haber intentado entrar en aquel espacio sagrado sin permiso. ¿Cómo pude hacer algo semejante? La voz masculina que había gritado « ¡no!», volvió a hablar. Me dijo: —Podemos ver tu corazón, así que no te sientas mal. Sabemos que no pretendías hacer ningún daño, pero aun así no puedes entrar en esta zona sagrada. Me hablaba con un tono de voz cargado de amor y respeto, y mi corazón se abrió a él. Este tipo era puro. Muy pocas veces en la vida se encuentra uno a alguien que viva en ese nivel de consciencia. Le pregunté su nombre, y él me contestó: -Khan Kha. Luego me preguntó el mío, y yo se lo dije. Empezó a charlar conmigo como si fuera un viejo amigo. Me dijo que era el arquitecto de aquella pirámide y uno de sus protectores. Yo le dije que lo estaba haciendo muy bien. El se rió como un chiquillo. Me dijo que también era el arquitecto de una pirámide de Palenque que llamamos el Templo de las Inscripciones. Pero me dijo: —Éstos son los dos únicos templos que he diseñado. Oí unos ruidos procedentes de Ken y supe que debía irme. Me despedí de Khan Kha y honré su luz. Abrí los ojos y Ken, desde la entrada, me estaba diciendo que me levantara para irnos. Sentí la energía de Khan Kha y pensé que me gustaba aquella persona. Lo triste era que probablemente nunca le iba a volver a ver. Para entonces no tuvimos ningún problema para bajar, pues hacía ya un rato que la lluvia había cesado y Ken había esperado hasta que los escalones estuviesen más o menos secos. En unos minutos estábamos de vuelta al hotel y allí le conté a Ken todo lo que había pasado en el centro de la pirámide con Khan Kha. Días después me había olvidado por completo del señor Kha. Un apunte de historia Ken y yo decidimos pasar un día más en Chichén Itzá, pues nos habían dicho que la tarde siguiente, a la puesta del sol, iba a tener lugar un fenómeno maya secreto. El día siguiente era el 21 de marzo de 1985, el equinoccio de primavera. ¿Qué importancia tenía esto? En la base de la cara norte de la pirámide del Castillo se puede ver una gigantesca cabeza de serpiente tallada en la piedra. Está mirando hacia el norte. Pero si te sientas de cara a la pared occidental de la pirámide a la puesta del sol de ese día en concreto, sucede una cosa que debes ver para creer. Ese día, los escalones de la pirámide producen una sombra que, durante un corto periodo de tiempo, justo a la puesta del sol, conecta con la cabeza de serpiente de piedra y da la sensación de ser una serpiente completa que baja por el borde de la pirámide. ¡Es impresionante! Esta serpiente anunciaba a los mayas la llegada del equinoccio de primavera, el momento de plantar sus semillas y otros asuntos espirituales. Pero el lector de este libro debe darse cuenta de otra cosa aún más importante. Por todas partes está aumentando el número de personas espirituales, pero en México se puede comprobar la velocidad con la que están despertando. Observa lo siguiente: Ken y yo estábamos allí en 1985, y el gobierno había instalado unas gradas metálicas para que los turistas pudieran contemplar el acontecimiento. Había sitio para unas cien personas y no se llenaron. Diez años más tarde, en 1995, el sacerdote maya Hunbatz Men me pidió que participara con él en la ceremonia de Chichén Itzá, y resultó ser el mismo día, el 21 de marzo. La creciente consciencia en temas espirituales era evidente, pues estaban presentes más de cuarenta y dos mil personas. En 2005 me volvieron a pedir que celebrara la ceremonia con los mayas en Chichén Itzá (además de en otros templos) y había más de ochenta mil personas. (Véase capítulo trece.) Era un mar de gente. La visión de tantas personas despertando a la consciencia hacía que mi corazón cantara y mi mente comprendiera que la humanidad estaba por fin comenzando a abrirse lentamente como un loto a la luz del amanecer. Puede dar la sensación de que, como siempre, la vida es algo serio y que no admite distracciones, pero no es así. Estamos evolucionando de forma exponencial, incluso frente a la vida diaria y corriente que parece no saber dónde va, pero que aun así procede con rara exactitud. El ADN cósmico gira y la vida responde.

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