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martes, 15 de julio de 2025

Serpiente de Luz Capitulo XI: Los anazasis y la rueda medicinal



La Serpiente de Luz y los ciclos del tiempo crean un nuevo sueño Al cabo de doce mil novecientos veinte años, el ciclo se completa cuando el cambio en la precesión de los equinoccios se acerca a la constelación de Acuario y comienza un nuevo movimiento. Tíbet e India han cumplido su propósito de iluminar al mundo con gran integridad, y la Serpiente de Luz está acurrucada en su nuevo hogar en las alturas de los Andes del norte de Chile, rodeada por Perú, Bolivia, Argentina y el océano Pacífico. Su fuerza crece día a día a través de su conexión con el centro de la Tierra, y la humanidad está a punto de recibir una inmensa sorpresa. Un nuevo ciclo de luz está en proceso de revelarse al mundo, justo en el momento en que parece que la oscuridad está imponiéndose en el alma humana. Decir «gracia sorprendente» es quedarse corto. Los acontecimientos relatados en este capítulo tuvieron lugar en 2003, y el momento al que han hecho referencia tantos libros, la fecha del 21 de diciembre de 2012, se está acercando con rapidez. Los que están en el conocimiento se preguntan, desde lo más profundo de su corazón, qué va a suceder. ¿Cómo cambiaremos los seres humanos y la Tierra? ¿Conseguiremos llegar a esa fecha antes de que el entorno o los políticos de este loco mundo dicten nuestra desaparición? Son demasiadas las preguntas que han inundado nuestra consciencia, creando un enorme estrés en nuestras vidas. Para que lo sepas, los niveles más elevados de consciencia pusieron a la Serpiente de Luz en este mundo para responder a nuestras preguntas acerca de la supervivencia, la regeneración y la ascensión. Estaremos bien. De hecho, estaremos mejor que ahora. Por favor, no te preocupes y confía en la Vida, pues es perfecta. Existe un ADN cósmico que está desplegando los acontecimientos del mundo tal y como la Consciencia Única lo soñó originalmente. Esta realidad se aclara a medida que tus ojos se vuelven uno solo cuando pasas de la dualidad a la Conciencia de Unidad, cuando entras en el corazón de la Serpiente de Luz. La Serpiente se enrosca en su nuevo hogar y nosotros respondemos Era una mañana de lunes de 2003 y la luz del sol naciente entraba casi imperceptiblemente por la ventana de mi dormitorio, iluminando el paisaje de mis sueños interiores. En unos instantes alcanzaría mis ojos físicos y yo respondería, pero por el momento estaba tan profundamente inmerso en mi meditación que casi no percibí que mi habitación estaba comenzando a revelarse como si la iluminara con un interruptor que atenuara la luz. Los ángeles llevaban casi una hora instruyéndome y yo había olvidado que todavía me encontraba en la Tierra, dentro de un cuerpo humano. Me estaban diciendo que se me pedía que sirviera a la Madre, para lo cual iba a tener que moverme por todo el mundo y celebrar ceremonias con las tribus indígenas y para ellas, unas ceremonias necesarias para las energías que estaban llegando. Me informaron de que había que hacer aún más cosas para asistir al cambio de poder del varón a la mujer. Eran conscientes de que yo no era capaz de comprender plenamente la extensión de lo que hablaban, pero también sabían que confiaba en ellos. Siempre lo he hecho. Los dos ángeles se me han estado apareciendo desde 1971 y yo sabía que, siempre que lo hacían, era por alguna razón. Por regla general solían ser muy concretos. Pero esta vez era diferente. Todo aquello de lo que hablaban parecía estar envuelto en un velo. Hablaban acerca de determinados pueblos indígenas y lo importantes que eran para la supervivencia humana. Estos pueblos guardaban recuerdos, conocimientos y sabiduría, y sin esa experiencia y esos conocimientos la humanidad actual nunca sería capaz de llevar a cabo la transición a través del gran abismo, que se estaba acercando a gran velocidad. Les pregunté de qué tribus estaban hablando, y me contestaron que, de momento, los anasazis, los mayas, los incas y los zulúes eran los más importantes, pero que en su momento vendrían otros, tal y como habían hecho en el pasado.

— ¿Y cómo debo empezar a prestar servicio? —pregunté. Me miraron como si les estuviera tomando el pelo, y respondieron: —Permanece en tu corazón, Drunvalo, y sabrás lo que debes hacer. En los viajes que estás a punto de emprender, la Madre Tierra será tu guía. Escúchala. Ella dirigirá cada uno de los pasos de tu caminar. El sol naciente alcanzó mis ojos y me sacó de repente de mi meditación. En mi interior fue como una explosión de luz vibrante, roja y dorada. Antes de que supiera lo que estaba sucediendo, estaba de vuelta en mi cuerpo y era por la mañana. Me quedé sentado, preguntándome a mí mismo qué sería lo que querrían decirme los ángeles, pero luego pensé que lo mejor que podía hacer era comenzar mi día. Seguro que a su momento todo quedaría claro. Mi asistente, Diane Cooper, que lleva años ayudándome con los asuntos de negocios, me llamó al cabo de un rato. Me sugirió que organizáramos un viaje a la región de las Cuatro Esquinas de Estados Unidos, allí donde se juntan Atizona, Utah, Colorado y Nuevo México, y que lleváramos allí a un grupo de personas procedentes de todo el mundo. Me preguntó si aquello me podía interesar. Llevar a otras personas de viaje alrededor del mundo es algo que no suelo hacer, pues la mayor parte de mi tiempo lo dedico a enseñar y a escribir libros sobre meditación y consciencia superior. —Esa es la región de los antiguos anasazis, ¿verdad? —pregunté. —Drunvalo —me dijo—, tú sabes perfectamente que es allí donde vivían. Supongo que se lo pregunté para poder escuchar la respuesta. Desde luego que sabía que los anasazis habían vivido allí, pero me sorprendió escuchar el nombre de esa tribu poco tiempo después de que los ángeles me dijeran que ellos eran los primeros a los que debía ofrecer una ceremonia. Le contesté que tenía que pensármelo y que ya le respondería. Habían pasado muchos años desde mis viajes a Yucatán y Guatemala, la isla de Moorea y Kauai, y creía que mi trabajo en esos niveles relacionados con el cambio de poder del varón a la mujer había concluido. Con sesenta y dos años cumplidos, había pensado dejar todo lo relativo a ese tipo de trabajo, no porque estuviera cansado, sino porque sentía que mi objetivo con la Tierra estaba cumplido. En mi interior me sentía contento. Pero la Vida tenía más planes para mí, ¿y quién soy yo para discutir con Ella? La Red de Conciencia de Unidad había quedado terminada hacia 1989 y 1990, y yo creía sinceramente que no quedaba más que esperar hasta que el proceso de ascensión planetaria comenzara a acelerarse. Pero como ahora entendía a través de los ángeles, había bloqueos inusuales en la red que estaban retrasando el flujo natural de energía de su interior y que debían ser eliminados o equilibrados para que las mujeres pudieran utilizar eficazmente el poder que les había sido entregado. Esos bloqueos procedían de decisiones y actos de determinadas culturas humanas que vivieron mucho tiempo atrás. Diane y yo organizamos un viaje al suroeste, que denominamos «Viaje a los antiguos anasazis», e invitamos a cualquier persona procedente de cualquier parte del planeta que deseara unirse a nosotros. Mis libros se habían traducido a idiomas de todo el mundo y se leían en al menos cien países, por lo que sabía que sería un grupo realmente internacional. Limitaríamos el número de asistentes a la capacidad de un único autobús y un camión, que iría detrás con el avituallamiento. Al final, cerramos la inscripción con cincuenta y seis personas (sin incluir a nuestro grupo de apoyo, formado por otras cinco personas y yo) procedentes de veintidós países. El viaje fue completamente distinto de los íntimos y sagrados que había realizado anteriormente solo o con algún amigo cercano. Esta vez éramos sesenta y una personas procedentes de culturas de todo el planeta. A algunos no los conocía, pero evidentemente estaba a punto de hacerlo. Había quien no hablaba inglés, pero así tenía que ser. Se trataba de un trabajo espiritual a un nivel que debía hacerse con muchas almas cooperando, trabajando realmente como una sola. Lo que es más, creo que en realidad habíamos tomado la decisión de juntarnos para llevar a cabo este trabajo muchísimo tiempo atrás. Creemos que el tiempo es lineal, pero en realidad es esférico. El futuro ya ha sucedido. Probablemente, por mucho que te lo explicara en este momento, no conseguiría que lo entendieras. Sólo la experiencia directa sirve para ello, y esa experiencia te cambia para siempre cuando descubres la realidad del tiempo.

Todo el mundo se congregó en Sedona (Arizona), un lugar de rojas montañas rocosas y con una de las energías espirituales más elevadas del planeta. A pesar de ser un pueblo pequeño (sólo unas diez mil personas viven en él), su población aumenta hasta las veinte mil a causa de los cinco millones de turistas que acuden cada año para sentir la gran energía que sale de la Tierra y entra en contacto directo con el alma. Incluso las personas materialistas y no creyentes, para quienes la política y los mercados de valores son las claves secretas de la Vida, la sienten. Sencillamente, con aparcar el brillante Mercedes negro al borde de la carretera y adentrarse en los vórtices del pasado infinito, cualquiera puede comprobarlo. Las razones para organizar este viaje eran complejas y se entrelazaban entre sí. En primer lugar, estaba el propósito de ayudar a los anasazis, de quienes me habían hablado los ángeles. Había que devolverlos a este mundo para que la segunda razón pudiera cumplirse; es decir, el desbloqueo de la red asociado con esa antigua cultura. Había también otro motivo, relacionado con el tiempo. Puede que esto suene poco importante, pero el tiempo es una parte del problema asociada con la razón por la cual los anasazis tuvieron que dejar este mundo. Y el tiempo era la clave para liberar el campo de energía que mantenía a los anasazis escondidos dentro de los mundos interiores de la Tierra. Déjame que te lo explique. Los nativos americanos creen que en este momento nos encontramos en el Cuarto Mundo, y que pronto todos nos iremos de aquí hacia el Quinto Mundo. Creen que han estado en otros tres antes de llegar a éste, en el que ahora vivimos todos juntos. Creen que los otros tres mundos están, literalmente, dentro de la Tierra, y que cuando vinieron desde el Tercer Mundo realmente salieron del interior de la Tierra hasta la superficie, que es lo que ellos denominan Cuarto Mundo. Los ancestros de la región de las Cuatro Esquinas de Estados Unidos fueron un grupo de gente que desapareció hace muchos años, un pueblo al que ahora llamamos los anasazis. El término anasazi quiere decir «los antiguos», pero para algunas personas también significa «el enemigo antiguo». Da la impresión de que los anasazis desaparecieron en un solo día. La comida y los cacharros de barro se quedaron sobre las mesas. Todo está como si sencillamente hubiesen decidido salir a dar una vuelta para luego volver. Es como si se hubieran levantado y todos juntos, en masa, se hubieran volatilizado. ¿Por qué iban a hacer una cosa así? ¿Dónde fueron? En los últimos años se ha descubierto que, en las etapas finales de la cultura anasazi, la corriente del océano Atlántico se ralentizó, tal y como está haciendo en la actualidad, y ese cambio hizo que la región de las Cuatro Esquinas sufriera una sequía extrema, como la que tiene hoy en día y por la misma razón. Pero para los anasazis, la lluvia desapareció completamente durante cuarenta y seis años, lo que hizo que todos los lagos, ríos y reservas subterráneas de agua se secaran. No les quedó elección. Tenían que irse o morir. Por si fuera poco, se veían amenazados por los conquistadores españoles, que intentaban eliminarlos. Fue demasiado para los anasazis y tomaron medidas desesperadas. Muchos de ellos decidieron regresar al Tercer Mundo, dentro de la Tierra, pensando que eso les salvaría, pero no fueron capaces de comprender cómo aquello iba a afectar a su futura evolución o a la evolución del mundo. Así que los Antiguos entraron en sus salas subterráneas de oración, sus kivas, donde siempre había un sipapu simbólico. Un sipapu era la abertura que se dejaba en la superficie cuando los Antiguos salían de la Tierra procedentes del Tercer Mundo. Los anasazis (aunque no todos), utilizando un conocimiento especial, volvieron al interior de la Tierra, al Tercer Mundo, donde creían que estarían seguros. Pero tal y como íbamos a aprender en aquel viaje, no todo era tan fácil. Ahora que sus espíritus estaban conectados con la superficie exterior del Cuarto Mundo, su vida en el Tercer Mundo se convirtió pronto en un infierno. Muy lentamente se dieron cuenta de que se habían equivocado al intentar retroceder en la evolución. También comprendieron que no podían hacer nada contra ello, no hasta que su profecía (su sueño colectivo) pudiese cumplirse. Y nuestro grupo era aquella profecía que llevaban cientos de años esperando. Aquella elección que habían hecho los anasazis hace más de setecientos años debía ser corregida antes de que las mujeres pudieran tomar el poder. Y tal y como me habían dicho los ángeles, no eran sólo los anasazis los que estaban produciendo perturbaciones en la Red de Conciencia de Unidad; había otras antiguas culturas indígenas que estaban haciendo lo mismo. Así pues, nuestro grupo estaba encargado de la triple tarea de crear un medio por el cual los anasazis pudieran volver a este mundo, el Cuarto Mundo; de cambiar los patrones del clima en la región de la Cuatro Esquinas y, mediante las dos primeras, de realizar determinadas ceremonias que eliminaran unos bloqueos específicos en la Red de Conciencia de Unidad para preparar a la mujer para que pudiera usar su nuevo poder. Y todo eso se iba a conseguir mediante la «magia» ceremonial, o llámalo ciencia, si eso es lo que entiendes y prefieres. En 2002, mi mundo, Arizona, había sufrido la peor sequía de los últimos cien años producida por el calentamiento global y la ralentización de la corriente del océano Atlántico. Los incendios estaban quemándolo todo. La revista Time sugería, basándose en la evidencia que había conseguido, que aquella sequía iba a durar otros ciento cincuenta años. Nuestro grupo debía cambiar esa predicción, poniendo fin a la sequía o, al menos, alterándola. Nosotros creíamos que ese patrón climático estaba en realidad conectado con la consciencia humana y el antiguo pueblo llamado anasazi. Para poder guiar a aquel grupo a través del difícil terreno multicultural, hice lo que los ángeles me habían pedido. Comencé a meditar con la Madre Tierra todos los días, pidiéndole que nos guiara. La amo profundamente y puedo sentir su amor hacia mí. Ella comenzó a instruirme acerca del modo en que debía manejar cada una de nuestras acciones. Los Maestros Ascendidos, a través de Thoth, me habían ayudado en los primeros niveles de mi recuerdo, pero este viaje requería que mi guía llegase de unos niveles cósmicos que sobrepasaban a la Gran Hermandad Blanca. Ahora iban a dirigirme el espíritu vivo de la Tierra, la Madre Tierra, y, por supuesto, mis queridos ángeles. Thoth había sido uno de mis guías principales a lo largo de diez años, pero a mediados de la década de los noventa, tanto él como la mayoría de los Maestros Ascendidos abandonaron la Tierra para realizar el viaje al futuro que todos haremos algún día. Cuando regresó tras el cambio de milenio, se me apareció para hacerme saber que estaba de vuelta, pero que nuestra relación mutua había concluido. Había llegado el tiempo de una nueva forma de guía, una que está dentro de cada uno de nosotros: la guía de nuestra propia Madre Divina. La primera rueda medicinal En aquel entonces yo vivía en Payson (Arizona), y los incendios rodeaban mi pueblo. El mayor en toda la historia de Arizona ardía fuera de control a sólo veinticuatro kilómetros de mi casa. La Madre Tierra nos había dicho a mí y a mi familia que hiciéramos una rueda medicinal en nuestras tierras y que rezáramos pidiendo la lluvia. Lo hicimos de un modo sagrado, hablando a cada piedra, viéndola como si estuviese viva, y al final la Madre Tierra habló a través de mí a toda mi familia y nos dijo que llovería en dos días. Al día siguiente, el aire se llenó de humedad. Los titulares de los periódicos de la zona hablaron de «día milagroso», porque la humedad se dirigió directamente hacia los incendios. La lluvia tornó el humo negro en blanco y permitió a los bomberos hacerse con el cinco por ciento de aquel gigantesco incendio descontrolado. Era el comienzo del fin de aquel fuego. Al otro día comenzó a llover ligeramente, pero sólo en la zona que rodeaba Payson. Lentamente, día tras día, empezó a llover más y más hasta que el área de Payson quedó empapada y los fuegos se extinguieron. La rueda medicinal estaba funcionando, pero por desgracia sólo cerca de mi casa. Los incendios seguían por el resto de la región de las Cuatro Esquinas, por lo que el problema no estaba solucionado. Pero aquella rueda medicinal era importantísima, ya que había comenzado la sanacion que debería ser completada por nuestro grupo internacional y los talentos especiales que iba a aportar a esta región nativa desde todas las partes del mundo. La Madre Tierra quería que yo fuera a los cuatro estados de las Cuatro Esquinas: Arizona, Nuevo México, Colorado y Utah, y celebrara una ceremonia para sanar la relación entre los Antiguos y los Modernos, todos los seres humanos que viven en la actualidad. Al hacerlo, el mundo exterior y el interior se equilibrarían y, simultáneamente, un bloqueo existente en una porción de la Red de Conciencia de Unidad desaparecería.

Los anasazis

Los anasazis vivieron desde los tiempos de Cristo hasta alrededor del año 1300 d.C., cuando la corriente del Atlántico comenzó a ralentizarse (históricamente, la Pequeña Edad del Hielo comenzó en 1300 y duró hasta 1850), y su área de influencia se centró fundamentalmente en las Cuatro Esquinas. Construyeron edificios, y en la localización y emplazamiento de sus lugares sagrados se transluce una increíble ciencia, así como en el uso que hicieron de los dibujos geométricos sagrados. Su historia, recientemente descubierta, ha sido contada en un documental, narrado por Robert Redford, titulado The Mystery of Chaco Canyon, que describe cómo los anasazis funcionaban científicamente en un nivel similar al de los antiguos egipcios. Los anasazis no eran unos bárbaros; eran gente civilizada que entendían una realidad que a nosotros nos parecería ciencia ficción. Los otros mundos, las otras dimensiones, eran para ellos una realidad y sabían cómo moverse entre ellos (al menos hasta un cierto grado). Para ser claro, el Tercer Mundo es un sobretono de la tercera dimensión de la Tierra, en el que estaban atrapados. Los anasazis intentaron pasar a la cuarta dimensión, pero no estaban preparados para ello y no lo consiguieron. Así que encontraron un mundo sobretonal fuera de este mundo y se sintieron más seguros en él. Quizá ha llegado el momento de explicar, al menos de una forma sencilla, los modos en los que se relacionan las diferentes dimensiones y sobretonos. (En mis dos primeros libros, El antiguo secreto de la flor de la vida, volúmenes I y II, encontrarás una explicación más amplia.) Esta descripción de las dimensiones se corresponde con el punto de vista antiguo, no con el moderno, que considera las tres primeras dimensiones como los ejes X, Y, Z del espacio y la cuarta dimensión como el tiempo. El punto de vista moderno continúa subiendo por las dimensiones de forma matemática, según lo define la ciencia moderna. No es que ese modo científico esté equivocado; es sólo que se basa en conceptos diferentes. Lo que explico aquí es completamente distinto. En esta explicación, el universo se considera un puro sonido o vibración. La relación entre las dimensiones es también puramente vibratoria y se corresponde perfectamente con las leyes de la música y la armonía. Las dimensiones están separadas unas de otras exactamente en las mismas proporciones que las notas de la escala cromática musical. En lugar de medirse en ciclos por segundo, como en la música, en el caso de las dimensiones la separación se mide en longitudes de onda, pero las proporciones son las mismas. Existen doce dimensiones de sobretonos mayores y doce de sobretonos menores, dando un total de ciento cuarenta y cuatro dimensiones en cada octava. Aparentemente existen infinitas octavas de dimensiones que se repiten una y otra vez, aunque su experiencia cambia cuando uno asciende por ellas. Todas las dimensiones penetran unas en las otras, por lo que en el espacio en que te encuentras ahora, en este momento, todas las dimensiones están atravesando tu cuerpo. El universo que podemos ver con las estrellas y los planetas se define como la tercera (mayor) dimensión dentro de las doce dimensiones mayores. Por tanto, la Tierra está dentro de la tercera dimensión, pero dentro y alrededor de ella y de todo el universo existen doce sobretonos de la tercera dimensión. Aunque no puedes ver estos sobretonos de la tercera dimensión, son mundos que han sido conocidos y experimentados por chamanes, curanderos y Maestros Ascendidos a lo largo de miles de años. Si una persona entrara en un sobretono de la tercera dimensión de la Tierra, o de cualquier otra dimensión, desaparecería de la vista aquí, sobre la Tierra, y reaparecería en otro mundo. Eso no es fácil de hacer sin un gran conocimiento. Los antiguos anasazis, en su desesperación, consiguieron pasar de la tercera dimensión de la Tierra a un sobretono de la misma. El problema fue que, como estaban retrocediendo en la consciencia al hacer este movimiento, el paso resultó algo parecido al suicidio y se vieron atrapados, incapaces de salir de aquel mundo de un sobretono menor. Déjame contarte algo acerca de su naturaleza; puede que llegues a sentir la compasión que a mí me inspiran. Su esperanza de vida desde el nacimiento a la muerte no solía sobrepasar los dieciocho o diecinueve años. Si un anasazi vivía hasta los veinticinco, era una persona muy anciana. Una mujer solía tener su primer hijo a los doce o trece años, y moría cinco o seis después. Esto significaba que los niños tenían que estar solos y ser capaces de sobrevivir a una edad muy temprana. Por eso, aunque poseían un asombroso entendimiento de la Realidad, carecían de la sabiduría que aporta la edad. Eso es lo que yo siento después de llevar muchos años percibiendo a los anasazis .11 esos otros niveles durante mis meditaciones. Comienza el viaje sagrado Estoy escribiendo esto a finales de 2006, y al recordar aquel viaje de 2003 mi corazón se siente vivo por la energía. Lo que sucedió en él cambió mi vida. La mañana en que debía partir hacia Sedona para reunirme con el grupo, me senté frente a nuestra rueda medicinal «familiar» y recé a la Madre Tierra solicitando su guía y protección cuando entráramos en los mundos de los anasazis. Los ángeles habían dicho que aquellas oraciones serían mi camino y mi guía hasta que ellos cambiaran el sendero. Thoth había sido un hermano y un gran consejero, pero ahora nuestro grupo se enfrentaba a un nuevo tipo de desafío. En mi corazón, le dije: «Querido Espíritu de la Tierra, te escucharé y haré todo lo posible para seguir tu consejo». Dejé la rueda y me dirigí hacia el norte, hacia Sedona, para el primer encuentro con el grupo internacional. Tras aquella conexión inicial, nos dispusimos a seguir el sendero del nativo americano, que íbamos a recorrer durante el resto del viaje. En ese camino está establecido que, antes de una ceremonia o un viaje sagrado, el grupo debe purificarse en una cabaña de sudación tradicional. La cabaña de sudación es una pequeña estructura en la que caben entre diez y treinta personas. Suele estar construida con ramas de sauce rojo tejidas según un patrón específico y atadas para que formen una estructura. A continuación, se echan encima de esta estructura diferentes tipos de telas, que antiguamente eran pieles de animales y en la actualidad son mantas, hasta que el interior queda completamente a oscuras. En la mayoría de los casos, la pequeña puertecita de una hoja se sitúa hacia el este. Delante de la puerta se enciende un enorme fuego y en él se colocan unas piedras de lava especiales y se calientan hasta que están al rojo. Estas piedras se llevan al interior de la cabaña con una pala o una horca, de una en una, hasta tener normalmente siete en mitad del suelo. Cuando estas piedras se enfrían, se lleva otro grupo de piedras calientes para comenzar otra ronda de oración. A veces la sudación es mayor de lo que la gente puede soportar, pero cumple su propósito: permite que nuestra parte sucia nos abandone. Nos prepara para la integridad, que debe ser honrada en todo momento para poder cumplir la profecía. Nuestro grupo entró en la cabaña de sudación comprendiendo que estábamos entrando en el seno de la Madre Tierra, y que allí iban a cantar y a rezar a Ella, al Padre Cielo y al Gran Espíritu, pidiéndoles ser purificados y preparados para el viaje sagrado que nos aguardaba. Tras la sudación, fuimos caminando hasta la casa de un amigo, donde sencillamente empezamos a conocernos con una estupenda comida y unos grandes músicos de la región, que vibraban canciones desde el corazón y el didgeridoo. Rápidamente comenzamos a fundir nuestras energías. A la mañana siguiente nos introdujimos en nuestro ultramoderno barco terrestre, denominado autobús, y nos pusimos en camino hacia la tierra antigua en busca de un pueblo invisible. Los navajos Navajos es el nombre que les dio el hombre blanco. Entre ellos son los diné. En su lengua, diné significa «los hijos de Dios». A ellos no les gusta el nombre de navajo. Los visitamos en primer lugar para solicitar permiso para celebrar una ceremonia en sus tierras, pues son los guardianes, junto con los hopis, de las puertas del lugar en el que existen los anasazis. Todo comenzó ahí. Mi mentor de los hopis, Grandfather David, encendió una vez mi corazón con su gran poder de visión. Grandfather David era el anciano que guardaba las profecías hopis para la tribu antes de dejar este mundo. Yo tenía su permiso, pero necesitaba que los navajos nos abrieran su corazón y también nos concedieran la licencia para llevar a cabo una ceremonia en sus tierras, que se extienden desde Arizona a Utah, Colorado y Nuevo México, todos los lugares a los que debíamos visitar.

Nunca he visto un navajo que se abra al hombre blanco, pues éste sólo les ha mostrado engaño y mentiras desde el principio de su relación. Los navajos consideran que el hombre blanco tiene una «lengua bífida», como una serpiente, que siempre dice una cosa y hace otra, y su repugnancia se ha ido transmitiendo a lo largo de los años. En toda mi vida jamás había visto que los navajos actuaran de forma confiada, ni amistosa siquiera, con el hombre blanco, pero saber que la vida es sueño ayuda a hacer que lo imposible se haga realidad. He visto esa desconfianza en los ojos de los navajos muchas veces, pero lo que encontré cuando llegamos al cañón de Chelly fue exactamente lo contrario. El pueblo navajo nos acercó a sus corazones y nos condujo a zonas de su tierra sagrada que normalmente no enseñan al mundo exterior. Nuestros guías navajos nos bajaron a los cañones de su tierra natal y nos señalaron los pictogramas que habían dibujado los anasazis, los Antiguos, que vivieron allí antes que ellos. Pero en nuestro caso, y con gran cuidado, también nos enseñaron lugares y nos contaron historias acerca de su tierra sagrada que otros visitantes blancos no habían escuchado jamás. La mayor parte de nuestro grupo no conocía la situación. Creían que era normal que los navajos se mostraran así de amistosos, pero muchos de nosotros entendimos que no era así. Nuestro guía nos dijo que había llevado a muchos grupos hasta aquel cañón, pero que el nuestro era diferente. Nos estuvo revelando conocimientos acerca de su tribu y de los anasazis que normalmente se guardan para las conversaciones en familia. En nuestro segundo día de estancia en el cañón de Chelly, los guías navajos que nos acompañaban celebraron con nosotros nuestra ceremonia sobre un rocoso acantilado que daba al corazón secreto del cañón. Juntos acudimos al «espacio del corazón» y rezamos por la sanacion de la Tierra. Fue una experiencia realmente conmovedora y extraordinaria. Sin embargo, fue la noche anterior, la de nuestro primer día en el cañón de Chelly, cuando muchos de los integrantes del grupo experimentaron la primera apertura del corazón diñé. Yo me ausenté en mitad de aquella experiencia, pues necesitaba meditar y prepararme para lo que se avecinaba. Por eso te voy a narrar la historia del recuerdo de alguien que sí estuvo allí. Uno de los miembros de nuestro grupo, John Dumas, decidió unirse a un flautista navajo que, junto con dos acompañantes que tocaban el tambor, estaba entreteniendo a los invitados en el restaurante navajo donde cenamos. John toca la flauta y el didgeridoo, y la música que creó con tanta maestría y sentimiento se convirtió en un verdadero lazo de unión entre nuestro grupo y los navajos, una increíble improvisación que duró hasta bien entrada la noche. Aunque algunos de los integrantes de nuestro grupo estaban muy cansados por haber estado viajando durante todo el día, no éramos capaces de irnos. Era una experiencia muy bella. La música era extraordinaria. Y la comunicación del corazón, no sólo entre los músicos, sino [también] entre los navajos y los miembros de nuestro grupo, fue una de las experiencias más asombrosas que habíamos sentido jamás de lo que significan la amistad y el cariño. Por primera vez, al menos en aquella pequeña habitación, el navajo y el hombre blanco eran Uno. John tocaba mientras le brillaban los ojos, y la felicidad que brotaba de él era algo digno de contemplar, reflejada en los rostros de nuestros amigos navajos. Al final, cuando estábamos preparándonos para irnos, un hombre muy, muy anciano se acercó al micrófono. Nos dijo que durante la Segunda Guerra Mundial había estado encargado de la retransmisión de mensajes en clave, en idioma navajo, y que había formado parte del grupo que erigió la bandera en Iwo Jima. Allí, en Iwo Jima, había estado con otros tres navajos. Todos ellos habían fallecido, todo menos él. Con suavidad, como si no tuviera importancia, nos dio sus nombres y nos contó cómo habían muerto. Nos dijo que había escrito una canción sagrada para aquel día, para Iwo Jima y la batalla que habían entablado allí. Y luego, en la silenciosa sala, sin acompañamiento alguno, nos honró del modo antiguo cantándonos su canción. Cuando aquel anciano abandonó la sala, todos nos abrazamos. Esta historia sólo tiene sentido interior cuando te das cuenta de lo raro que es para los navajos hacer amistad con el que llaman «hombre blanco». Pero ellos sabían que nuestro propósito era su propósito: sanar el interior de la Tierra y a los anasazis.

La segunda rueda medicinal Desde el cañón de Chelly nos dirigimos al cañón del Chaco, el centro principal de los anasazis, situado en Nuevo México. Teníamos la esperanza de hacer allí una rueda medicinal, pero al llegar descubrimos que el gobierno había cerrado toda posibilidad de llevar a cabo una ceremonia así en aquel lugar. Hablamos con los funcionarios locales, pero nos dejaron muy claro que ni siquiera podíamos llevar tambores. Por tanto, fuimos todos a la más importante de las ruinas antiguas y nos vimos arrastrados a una de las kivas abandonadas, donde la energía era poderosa. La kiva carecía de techo, pues en su retirada los chacos habían destruido gran parte de su civilización y las kivas habían perdido el techo. Como no había forma de entrar en ella, la rodeamos y comenzamos la ceremonia sólo con nuestros cuerpos y nuestros espíritus. Pedimos permiso para entrar en contacto, pero sólo el silencio nos respondió. Más tarde decidimos pasear por el extenso lugar y conectarnos como individuos con la tierra y con los Antiguos. Fue el único camino que nos dejaron. Al principio trepé por un acantilado, con unos cuantos miembros del grupo, hasta la cumbre, desde donde podía contemplar todo el cañón. Toqué la flauta un rato, sintonizando mi corazón con la tierra, y luego mi voz interior me dijo que continuara yo solo hasta un saliente escondido para el grupo (y para los funcionarios del gobierno). El cañón del Chaco padecía sequía; estaba seco, sin rastro de lluvia ni de humedad siquiera. La vida se mantenía por los pelos. La Madre Tierra me pidió que creara una pequeña rueda medicinal en aquel lugar escondido y que la conectara energéticamente con la de mis tierras de Arizona, a cientos de kilómetros de distancia. Encontré algunas piedrecitas de hierro y las coloqué sobre una gran roca plana para hacer la rueda. Recé a la Madre Tierra como si fuera una rueda medicinal de tamaño normal y le pedí que la conectara con la que estaba cerca de mi casa, tal y como se me había dicho que hiciera. Después de una hora y media, parecía completa. Regresé al grupo y volví a convertirme en un turista. En este punto debes recordar que en Arizona llevaba casi dos semanas lloviendo, y todo se estaba volviendo verde y bello. Los incendios eran agua pasada. Pero cuando la rueda medicinal del Chaco se conectó con la de Arizona, la energía creada por esta última fue absorbida y trasladada al cañón del Chaco. Al día siguiente, mi familia me dijo que el tiempo cerca de mi casa había vuelto al mismo estado seco de antes de que hiciéramos nuestra pequeña rueda familiar. En realidad, yo pude percibir este cambio en el momento en que sucedió, cuando completé la pequeña rueda medicinal del cañón del Chaco. Fue como si me hubieran extraído la fuerza vital. Fue algo personal. Expliqué a los demás lo que había sucedido y les dije que debíamos seguir moviéndonos para encontrar el lugar correcto en el que crear nuestra rueda medicinal de grupo. Yo sabía que muy pronto iba a llegar el equilibrio a la región. La ceremonia de la kiva Durante el siguiente día de viaje, y mientras buscábamos un lugar donde celebrar la ceremonia de la rueda medicinal, visitamos dos de las antiguas ruinas anasazis de la cultura chaco. Están valladas y gestionadas con mucho cariño por sus cuidadores oficiales. En las ruinas Salmón pudimos caminar por el interior de las estructuras sagradas y las casas que habitaron los Antiguos. Sabíamos que los anasazis eran de pequeña estatura, comparados con nosotros, pero el tamaño de las puertas nos lo confirmó. En las ruinas aztecas, que en realidad son anasazis, nos encontramos, por primera y única vez en nuestro viaje, dentro de una kiva techada y bajo tierra. Podíamos sentir su energía y su misterio. Nuestro grupo se sentó alrededor del borde de la sala circular y con aspecto de cueva, en unos bancos dispuestos para los visitantes, y yo hablé sobre la historia de la creación de los anasazis, sobre cómo habían surgido del Tercer Mundo y cómo la kiva representaba aquello, con el simbólico sipapu en la parte superior, allí donde los Antiguos habían trepado hasta la superficie de la Tierra. A continuación, entramos todos en el lugar sagrado del corazón, tal y como hicimos juntos muchas veces durante el viaje, y llevamos a cabo en él una ceremonia de sanacion. No recuerdo lo que dije, pero sí de la energía. Una familia de visitantes se nos acercó y se nos unió reverentemente en la ceremonia. Podía sentir a los Antiguos a nuestro alrededor, conectándose con nosotros. Se estaba preparando el camino mientras meditábamos todos juntos en aquella oscura sala del interior de la Tierra. Un pequeño apunte. Mientras rezábamos en esta kiva, pedimos a los anasazis que estuvieran presentes con nuestro grupo. Cuando se terminó la ceremonia, muchos de los miembros tomaron fotografías. Aquellas instantáneas revelaron que los espíritus de los anasazis estaban presentes. En total, había más de veinte cámaras que constituían las mismas esferas de luz que aparecen en las fotografías, pero ahora sólo tenemos las imágenes de tres de ellas. Estas esferas de luz no fueron el resultado de la luz que se refractaba en la lente de la cámara; aparecen en las instantáneas de todas ellas. Los anasazis estaban realmente con nosotros, y eso se hizo evidente a medida que continuaba nuestro viaje.

Lionfire y el destino Al día siguiente nos metimos en nuestro hogar sobre ruedas y nos dirigimos hacia el norte, a Colorado, el tercer estado de la Cuatro Esquinas y la región más septentrional del imperio anasazi. Cuando nos acercábamos a los grandes espacios abiertos del Hovenweep National Monument, todos podíamos sentir el poder sobrecogedor de aquella remota región. Paramos en las principales ruinas anasazi de Hovenweep y fuimos recibidos por un guardabosques del U.S. National Park Service para todas las ruinas de Hovenweep. Se llamaba Lionfire. Cuando Lionfire vio quiénes éramos espiritualmente y descubrió lo que intentábamos hacer, una rueda medicinal para la sanacion de los anasazis, supo que el gobierno no nos iba a permitir llevarla a cabo en las tierras de un parque nacional. Se abrió su corazón y nos ofreció llevarnos a sus propias tierras, que estaban dentro de la zona del Hovenweep National Monument y también cubiertas con ruinas anasazis. Él simplemente las llamaba Hovenweep. Desde sus tierras, situadas en un punto estratégico y especial, podíamos ver picos sagrados y formaciones de tierra de los anasazis y de los modernos nativos americanos en todas direcciones. Cientos de miles de anasazis habían vivido en un tiempo en la zona que rodeaba las tierras de Lionfire, y cientos directamente sobre éstas, y todos pudimos sentirlo y comentamos cómo nos estaba afectando, cómo nos tocaba el corazón. El aire estaba saturado con el olor de la salvia. Los cañones laterales secretos eran el hogar de los espíritus de las águilas. Antiguos trozos de cerámica estaban esparcidos por el suelo, como si los hubieran echado allí para conducirnos hasta nuestro destino. Lionfire no era sólo el empleado del U.S. National Park Service que guardaba las ruinas más septentrionales de los anasazis, sino también un chamán que llevaba la mayor parte de su vida estudiando a los Antiguos y que sabía mucho acerca de cómo vivían. Hovenweep está en la misma longitud del cañón del Chaco, directamente sobre la «línea sagrada», la Great North Road, que se dirige hacia el norte desde Chaco. Hoy día nadie sabe dónde se pretendía que fuera esta carretera ni por qué es tan importante. Sin embargo, Hovenweep está en su ruta y en un tiempo fue un lugar de gran poder. Cuando llegamos, supe que estábamos en el lugar correcto. Todo el grupo lo percibió. En Hovenweep nos sentíamos «en casa» e inmediatamente supimos que, por fin, aquél era el lugar donde íbamos a construir nuestra rueda medicinal para sanar a los anasazis. Comenzamos nuestra visita recorriendo un complejo de antiguas viviendas. En algunas de ellas pudimos entrar y, una vez más, comprobamos lo bajos de estatura que tuvieron que ser los Antiguos. Recibimos el permiso para realizar nuestra rueda medicinal no sólo de Lionfire y de Mary, su mujer, sino también de la Madre Tierra. Ésta nos dijo que nos «relajáramos» y tratáramos aquella tierra como si fuese nuestra. La rueda, una vez construida, sería protegida por Lionfire y Mary, fieles guardianes de la tierra. Según nos dijeron estos, muchos años antes habían recibido una profecía que les comunicaba que nosotros íbamos a ir y a celebrar aquella ceremonia. Antes de que llegáramos, y sin saber que íbamos a ir a Hovenweep (recuerda que en principio habíamos pretendido hacer la rueda medicinal en el cañón del Chaco), Mary había escrito un poema en honor a nuestro viaje. Nos contó que le llegó entero y que ella se había limitado a escribirlo. Cuando nos juntamos en la gigantesca kiva (sin techo, pero tan profunda que tuvimos que bajar por una escalera), nos lo leyó.

El tejido Aquí estamos, rodeados por las montañas sagradas, en el sipapu, el lugar donde nuestro mundo comenzó. Venimos de las cuatro esquinas de esta tierra, caminando con amor, trayendo nuestro conocimiento de muchas culturas, muchos idiomas. Buscando entendimiento, crecimiento y cambio para nosotros mismos, para nuestros países, para nuestro mundo. ¡Esta es nuestra intención! ¡Aquí, en este momento, creamos un nuevo mundo, tejemos una nueva realidad! ¡Oramos pidiendo ayuda y solicitamos testimonios de las sagradas energías de nuestro mundo! • AlRE: vientos de las cuatro direcciones, vientos que mueven las estrellas. • AGUA: lluvia, ríos, manantiales. • FUEGO: nuestro Sol, el relámpago que baila sobre el cielo. • TIERRA: nuestra Madre, su arena, sus acantilados, sus montañas. • NUESTROS HERMANOS: los de cuatro patas, los alados, los niños del agua y aquellos que se arrastran. • NUESTRAS HERMANAS: las que están de pie, desde el majestuoso árbol a la más pequeña de las flores. • NUESTRA PROPIA RAZA HUMANA: desde nuestros ancestros, que caminaron los primeros sobre esta tierra, hasta los hijos de nuestros hijos, hasta siete generaciones; a ésos, sobre todo, invocamos. • NOSOTROS MISMOS, aquí y ahora, para ser testigos y luchar. Estamos aquí para crear un tejido de una nueva realidad. En todo tejido, la belleza es creada por la urdimbre, la trama y el dibujo. Traemos: para la fundación, el hilo de la urdimbre, Energía humana, las experiencias de culturas diversas. Fortaleza y orgullo de nuestras sociedades, de nuestras familias. Historia, nuestra lucha para manifestar nuestro propio camino. Todo esto lo trenzamos y ensartamos en nuestro telar para formar la urdimbre, la forma de nuestro tejido. Sobre ella tejemos la trama de nuestro viaje diario, el hilo de la belleza, hilado, momento a momento, con cada paso de integridad, mientras nuestras acciones van convirtiendo el tiempo en historia. ¿Y el Dibujo? ¿El dibujo que llamará al resto de la raza humana al entendimiento, al cambio? Este dibujo está formado por nuestros maestros y nuestra intención. Afirmamos nuestra intención de manifestar un mundo en el cual cada espíritu (humano, animal, vegetal y mineral) camine en armonía y equilibrio, salud y felicidad. Pedimos a nuestros maestros que nos guíen hacia acciones que coincidan con esta intención. Buscamos manifestar esa divinidad de nuestro interior que creará esta nueva realidad. Éste es nuestro tiempo. Hemos sido llamados. ¡Juntos tejeremos un nuevo mundo! El poema de Mary nos dejó atónitos. Hablaba de lo que todos habíamos estado pensando y hablando, y sin embargo acabábamos de conocerla el día anterior. Lo más sorprendente fue su mención de «las cuatro esquinas de la tierra» y de «muchas culturas, muchos idiomas». Mary no tenía forma de saber que menos de la mitad de nosotros éramos estadounidenses. Los miembros de nuestro grupo procedían de muchísimos países. Dos de ellos ni siquiera hablaban inglés, pero nos escuchaban con sus corazones. Tras nuestra ceremonia en la gigantesca kiva de Hovenweep, llegó el momento de buscar el lugar exacto donde situar nuestra rueda medicinal. La tercera rueda medicinal Hovenweep es inmenso. Recorrí el terreno, hacia un lado y hacia otro, buscando y «sintiendo» el lugar adecuado para aquella ceremonia de tantísima importancia. Al fin, cuando caminaba sobre una zona concreta, todas las montañas y el antiguo y cercano cañón anasazi parecieron quedar alineados. Justo hacia el sur, a unos metros de distancia, había una ruina anasazi que hace mucho tiempo tuvo una importancia fundamental debido a su situación sobre el punto más alto. Supe en mi corazón que aquél era el lugar correcto. Al mirar a mi alrededor, una gran piedra «me dijo» que debía ser la piedra central, y la coloqué sobre el suelo de lo que sería el centro mismo de nuestra rueda medicinal. Encontré otras cuatro piedras vivas para marcar las cuatro direcciones. Con esta disposición básica, el diámetro de la rueda medía unos diez metros y quedó lista para que el grupo la completara. Todo el grupo seguía en el autobús con aire acondicionado, resguardados del calor, esperando a que yo terminara mi trabajo. Me había distanciado más de un kilómetro, por lo que enviamos a un mensajero para que los trajera. Todo el grupo se apresuró a bajar del autobús, ansiosos de comenzar algo que cada uno de nosotros sabía que iba a sanar no sólo a los Antiguos y a los Modernos, sino también al árbol familiar de cada persona, remontándose miles de años. Por la salud espiritual de todos nuestros antepasados, y para sanar la tierra de las Cuatro Esquinas, comenzamos como hijos de la Tierra y como una familia del hombre. En primer lugar, cada persona se encaminó en una dirección diferente para «hablar» con los espíritus de las piedras esparcidas sobre la tierra, pidiéndoles permiso para usarlas en nuestra rueda. Uno a uno fueron volviendo, sosteniendo las piedras vivas cerca de sus corazones, preparados para el momento en el que debíamos comenzar a crear la rueda. Algunas personas tuvieron que hacer varios viajes.

Se eligió a dos hombres y a dos mujeres para representar a cada una de las cuatro direcciones. Se colocaron en sus lugares respectivos, detrás de cada una de las cuatro piedras de dirección. Comencé las oraciones pidiendo permiso una vez más, para luego expresar el propósito y la intención de la rueda medicinal. A continuación, los guardianes elegidos de las cuatro direcciones elevaron sus plegarias para proteger cada una de las direcciones y el espacio interior de la rueda, de forma que fuera sagrado y santo. Después, y con el acompañamiento de los tambores y los cánticos, el resto de las personas llevó sus piedras una a una al espacio sagrado, entrando por la «puerta» del este, dedicando cada piedra a los guardianes de las cuatro direcciones y colocándola a continuación i-n la rueda. Se creó, en primer lugar, un círculo de piedras, cada una en contacto con la que se encontraba a su lado. Luego se hizo una cruz de piedras en el centro para marcar las cuatro direcciones. (Recuerda la cruz.) Como la rueda tenía unos diez metros de diámetro, nos llevó más de dos horas terminarla. Siguió aumentando la energía hasta que pudimos «ver» a los anasazis bailando con nosotros, conduciéndonos a la plenitud. Cada miembro de nuestro grupo colocaba una piedra para unirse después a los demás, que bailaban, rezaban, cantaban o tocaban los tambores en el exterior del círculo mientras esperaban a que fuera colocada la siguiente piedra. Y de este modo, con un ritmo similar al del corazón, se construyó la rueda medicinal del Nuevo Sueño. Todos nos sentamos, y tras un momento de silencio comenzaron las oraciones individuales. Cada persona, con el «palo de hablar» en la mano, pronunció bellas y sagradas plegarias hacia la rueda: unas plegarias para la sanacion de esta tierra y sus formas de vida; para la reaparición de la lluvia y para que los ríos volvieran a fluir; para el florecimiento de la salud, el amor y la belleza; para que las relaciones de la humanidad florecieran en armonía; para que la brecha entre el hombre blanco y el indio se cerrara. Los corazones de las personas estaban abiertos, y la energía y el poder del espacio siguieron aumentando hasta que la última persona hubo hablado. Una sensación de inmensa energía y pureza rodeaba nuestra ceremonia. En el momento final conduje un ritual especial basado en las ceremonias de los taos pueblo. Aquel ritual insufló aún más vida al círculo al establecer una pirámide sobre muchos kilómetros de tierra, hasta el cielo y las profundidades de la Tierra, conectando la Tierra y los cielos con la rueda medicinal como centro. El propósito de la pirámide era llevar la lluvia y el equilibrio espiritual a todos los seres de las Cuatro Esquinas. Al final de la ceremonia de la rueda medicinal, la Madre Tierra me dijo que llovería en cinco días, y así se lo anuncié al grupo, pues ésa era mi formación de los taos pueblo. Como estábamos en medio de una sequía histórica, este mensaje ofreció una chispa de esperanza para aquellos que vivían cerca de esa tierra. Nuestra intención era que esa lluvia comenzara la restauración del suroeste, aportando agua a la tierra y amor y sanacion a las relaciones entre el hombre blanco y los nativos americanos. Todos podíamos sentir el amor y la paz. Podíamos sentir a los anasazis a nuestro alrededor. Era estupendo. El encuentro con las estrellas Cuando oscureció y las estrellas comenzaron a asomarse a los cielos, nos reunimos en las principales ruinas anasazi, en el punto más elevado de aquellas tierras. Allí, Daniel Giamario, un astrólogo chamánico que viajaba con nosotros y enseñaba su sabiduría, nos invitó una vez más, como ya había hecho en otras ocasiones, a mirar hacia el cielo nocturno. Los conocimientos y la percepción que posee Daniel de los modos antiguos son realmente sobresalientes. Este hombre fue, durante todo el viaje, una estrella que se entregó a sí mismo para ayudar a los demás. En aquella noche tan importante, nos condujo a un entendimiento de los cielos como pocos de nosotros habíamos conocido jamás. Juntos contemplamos el centro de la galaxia, en la forma en la que él nos había enseñado, y dirigimos nuestras plegarias individuales al cosmos. El Padre Cielo escuchó nuestras oraciones. A continuación, nos dirigimos lentamente y en la oscuridad de vuelta al autobús, guiados sólo por la luz de las estrellas, tal y como los anasazis habían caminado por aquella tierra tantos cientos de años atrás. Nos abrazamos, intentando inmortalizar el sentimiento que albergábamos en nuestros corazones. Podía sentir cómo se unían las tres ruedas medicinales: la de Payson, la pequeña del cañón del Chaco y la que habíamos creado ese día. Sabía que llegarían las lluvias.

Y lo que es más importante, los anasazis contarían ahora con un vórtice que les permitiría volver a entrar en este mundo, de forma que pudieran venir con nosotros cuando la Tierra entrara en los niveles superiores de consciencia, lo que muchos denominan ascensión. Al hacerlo, la Red de Unidad sobre la Tierra se acerca aún más al equilibrio perfecto. Antiguas viviendas en los riscos Al día siguiente deseábamos visitar las viviendas anasazi de los riscos de Mesa Verde, cerca de Hovenweep. Mesa Verde fue uno de los más bellos lugares de asentamiento de los anasazis, una alta meseta rodeada por escarpadas montañas. Sin embargo, y a causa de la increíble sequía, se había desatado un incendio forestal que aún no había sido controlado y el Parque Nacional de Mesa Verde estaba cerrado a los visitantes. Los utes, los guardianes de Mesa Verde, nos permitieron visitar de forma privada una parte de la reserva que les pertenece sólo a ellos y no al National Forest Service. Se trataba de un lugar que muy pocos blancos han visto ni oído mencionar jamás. Para llegar allí, nuestro inmenso autobús, con sus asientos parecidos a los de los aviones y su aire acondicionado, tuvo que atravesar muchas diminutas carreteras de tierra que serpenteaban por los bosques de cedros. Nuestro conductor estaba empezando a desesperarse en silencio, temeroso de que nunca consiguiéramos salir de aquel primitivo lugar. Pero todo fue bien. Los utes nos trataron con gran honor, pues conocían el propósito que estábamos viviendo. Mientras comíamos, nuestro guía nos contó relatos de la historia tribal del pueblo ute. A continuación, nos condujo al borde de un profundo cañón. Parecía imposible que un ser humano fuera capaz de descender por él sin cuerdas, pero nuestro guía nos mostró tres escaleras de madera que se descolgaban sobre los escarpados riscos. En estos escarpados, más de uno de los miembros de nuestro grupo se vio obligado a superar su miedo a las alturas para poder bajar por las empinadas escaleras hasta llegar a los salientes que había debajo, donde se encontraban las viviendas. Una de las mujeres sólo fue capaz de descender con la ayuda de los protectores por encima de ella, por debajo y a cada uno de sus lados, pero al final consiguió bajar y volver a subir. Se afrontaron los miedos. Las personas se cuidaron unas a otras. Nuestro grupo se había convertido realmente en Un Solo Corazón. Una vez en el interior de aquel mágico lugar, pudimos percibir lo vivo que estaba, lo lleno de los espíritus anasazis. Me sentí tan honrado de que se me permitiera entrar en él que casi no podía hablar. Las voces del pasado me rodeaban y me hablaban acerca de sus vidas y de su grandeza. Pude entrar en sus casas, tocar las piedras que ellos habían tocado, sentir con mis dedos la cerámica que ellos habían elaborado hacía tantos cientos de años. Aquella noche, después de Mesa Verde, tuve un sueño. Los niños perdidos Aquél fue uno de esos sueños cuya claridad siempre me avisa de que va a ser especial. Suelo recordarlos, pues son muy importantes para mi crecimiento espiritual. En aquel sueño yo vivía con mi familia en un lugar cercano a Mesa Verde, en una casa que no había visto con anterioridad. Estaba entrando en el garaje para sacar el coche (en el sueño el garaje era enorme) cuando vi que unos indios vivían en él. Me acerqué a ellos para preguntarles si todo iba bien, pero ellos echaron a correr. Nunca me había pasado nada parecido. Recuerdo que pensé: «Qué extraño que quieran vivir en mi garaje.» Entonces, mientras me dirigía hacia mi coche, vi a tres pequeños niños indios que corrían hacia la parte trasera para esconderse de mí. Me acerqué para ver dónde se escondían y hablar con ellos, y observé que se habían metido en un agujero redondo de un metro de diámetro. Sabía que nunca había visto aquel agujero antes. Miré por él y vi que penetraba profundamente en la tierra, por lo que me dejé caer para ver qué había allí. El espacio subterráneo se abría a un túnel muy grande, de unos tres metros de alto y ancho, que descendía suavemente hacia las profundidades. No veía a nadie, por lo que seguí adelante para explorar aquel lugar Estoy seguro de que no había avanzado ni medio kilómetro cuando me di cuenta de que había personas, muchas personas, bloqueando el camino a pocos metros de distancia. De la mayoría no veía más que los ojos. Al principio no supe quiénes eran, pero cuando mis ojos se habituaron comprobé que eran todos niños, de entre diez y dieciocho o diecinueve años de edad. Ninguno dijo una palabra. Sólo me miraban. Y no me permitían pasar. Entonces aparecieron tres hombres de algo menos de cuarenta años y se abrieron paso hacia delante, se me acercaron y me miraron a los ojos. Estaban cubiertos de raspones, magulladuras y heridas infectadas. Estaban sucios y daba la sensación de que necesitaban ayuda. El mayor, que podía rondar los cuarenta años, comenzó a hablar. Me dijo que era el jefe de los anasazis, como nosotros los llamábamos, y quería saber qué hacía yo allí. Le contesté que sólo deseaba ayudar. Él se volvió hacia los niños y me hizo señas de que los mirara. Pude ver que tenían un aspecto similar al de los hombres. Rompía el corazón ver a tantos niños cubiertos de heridas y sufriendo tanto dolor. Yo sólo era capaz de pensar en cómo iba a ayudarles. El jefe vio mi reacción. —Gracias por estar aquí —me dijo—. Pero ahora debes irte. Así que me di la vuelta y volví al agujero de mi garaje. Ahora había más niños por mi casa, y yo les dejé estar allí. No sabía qué hacer. Y ahí terminaba el sueño. Durante la ceremonia de la rueda medicinal, yo había percibido con fuerza la presencia de los anasazis todo el tiempo, al igual que muchos de los integrantes del grupo. Pero en ese momento no fui capaz de relacionar mi sueño con la presencia que sentimos de aquel pueblo durante nuestro viaje. Un ritual milagroso A la mañana siguiente, los cielos estaban tan despejados como de costumbre mientras nos dirigíamos al monumento nacional navajo conocido como Monument Valley. Circulábamos por una carretera llana y bien asfaltada, y estábamos a punto de acceder al sagrado valle navajo, con sus rojas montañas que se elevan hasta el cielo, cuando dio comienzo una visión en mi interior. Frente a nosotros lo único que podía ver era una muchedumbre de anasazis que nos miraban desde ambos lados de la carretera. Es posible que hubiera cientos de miles. Un hombre pareció acercarse a nuestro autobús hasta que quedó centrado en mi visión, a pocos metros de distancia. Era el jefe anasazi de mi sueño, pero esta vez se presentaba regio y majestuoso, adornado con plumas y con preciosas ropas multicolores. Comenzó a hablar. Me dijo que la ceremonia de la rueda medicinal que habíamos celebrado había sido profetizada por sus ancianos y les iba a ofrecer una conexión con este mundo exterior. Me dijo también que, mediante aquella rueda y nuestra amorosa intención, su pueblo podía ser salvado de los terribles problemas y dolores que sufrían. Nos dio muchas veces las gracias de corazón por nuestros esfuerzos. Sin embargo, me dijo que, como grupo, no teníamos nuestras energías correctamente alineadas. Me «mostró» a mí mismo con una camiseta con la imagen de una X en medio de un círculo, y me dijo que lo que hacía falta era girar la X de nuestra energía para que fuera una cruz. Y para hacerlo, todos debíamos juntarnos mucho. Me informó de que él y los demás estaban atrapados «entre los mundos», y que nosotros habíamos ido allí para liberarlos. Para cada uno de los que ocupábamos el autobús, aquello era una misión que se nos había dado para esta vida. Y todo el trabajo y las penalidades que habíamos pasado, tanto en nuestras vidas como en aquel momento, viajando bajo el ardiente sol del agosto suroccidental, eran necesarios para aquella tarea que estábamos a punto de llevar a cabo. A través del micrófono de la parte delantera del autobús conté al grupo mi sueño y mi visión. Uno de los miembros había recibido una visión pareja a la mía. Cuando describí aquellos acontecimientos al grupo, casi no era capaz de hablar, pues no dejaba de sentir un gran pesar por el sufrimiento que había visto en aquellos niños anasazi, sus cuerpecitos magullados y flacos cubiertos de heridas supurantes.

En ese momento tan emotivo, y mientras me volvía a sentar, todo el mundo unió sus manos de forma espontánea y entró en una profunda conexión del corazón. Y espontáneamente de nuevo, con lágrimas rodando por nuestras mejillas, todos comenzamos a cantar al mismo tiempo el himno Amazing Grace. Podíamos «ver» a los niños a nuestro alrededor y podíamos sentir que se alegraban. «Una vez estuve perdido, pero ahora he sido encontrado.» En el momento mismo en que empezamos a cantar, el conductor tomó un desvío, de la carretera 666 a la autopista 160, en dirección al punto donde Utah, Colorado, Nuevo México y Arizona, las Cuatro Esquinas, se juntan. El jefe anasazi de la visión se me volvió a aparecer, y me dijo: —Mira. La imagen del círculo y la X que me había mostrado con anterioridad se transformó en la imagen de nuestra rueda medicinal, con las cuatro piedras centrales formando una cruz. —Ahora debes llevar a cabo una ceremonia —me dijo—. Debes poner los pies sobre la Madre Tierra. Necesitábamos encontrar el lugar más cercano posible donde pudiéramos parar y realizar la ceremonia sobre la tierra, y aquel «lugar más cercano posible» dio la casualidad que era la intersección de las Cuatro Esquinas. Diane Cooper, nuestra «chica para todo», dirigió el autobús hacia el monumento, que está gestionado por los navajos. Por nuestras experiencias pasadas temíamos que no nos permitieran efectuar nuestra ceremonia en un lugar público. Miramos a la nativa americana que vendía las entradas a los ojos y le pedimos permiso. Sin dudarlo, nos respondió: —Podéis rezar aquí, podéis celebrar vuestra ceremonia. Os dejaremos —y señaló a una zona concreta—. Elegid algún sitio por ahí. Como un grupo único, nos dirigimos a la zona que la mujer nos había señalado y comprobamos que estábamos en Utah, el único estado que aún no habíamos visitado. Aquello era perfecto, pues la Madre Tierra había dicho que debíamos realizar ceremonias en cada uno de los estados de las Cuatro Esquinas. Nos reunimos en apretado círculo y construimos una pequeñísima rueda medicinal en el centro, utilizando muchas piedrecitas; era la cuarta rueda. Intentamos utilizar una brújula para situar las piedras, ¡pero ninguna de las que llevábamos funcionaba! Cada vez que colocábamos una sobre la tierra, señalaba el norte en una dirección diferente. No tuvimos más remedio que averiguarlo mediante los cercanos carteles de información turística. Quemamos salvia y cedro y ofrecimos tabaco. Vertimos agua e insuflamos vida al círculo. Todos nuestros corazones se abrieron de golpe, y la belleza y el poder del momento resultaron abrumadores. Podíamos sentir el amor y la pureza en el aire. Me eché a llorar, pues sabía que nuestra Madre nos quiere y cuida de nosotros. Fue una experiencia realmente buena. Una vez más, la canción Amazing Grace brotó en medio de nosotros. Una de las integrantes del grupo sabía toda la letra, y su voz clara y dulce nos llevó hasta el final: «Dios, que me llamó aquí abajo, será mío por siempre». Y así fue cómo los niños anasazis fueron liberados de su encarcelamiento de cientos de años

viernes, 11 de julio de 2025

La teoría cósmica del ADN



INTRODUCCIÓN: EL CÓDIGO DEL DESPERTAR

Esto no es ciencia ficción. Esto es el espejo.
Esto no es una profecía.
Esto es memoria.
Esta teoría —o mejor dicho, esta transmisión— no se basa en la especulación, sino en la resincronización del conocimiento antiguo con los descubrimientos contemporáneos.

El propósito es singular:
Recordar lo que realmente es el ADN. Despertar las antenas internas. Proclamar, con gracia y seriedad:
El ADN es el puente divino entre la forma y lo sin forma, el alma y el soma, el cosmos y la consciencia.

CAPÍTULO UNO: EL ADN COMO PLANO FRACTAL-HOLOGRÁFICO

El ADN no es una mera maquinaria molecular.
Es un lenguaje de luz y vibración, codificado en forma de espiral.
Como una canción congelada en una escalera, su estructura es fractal.
Cada espiral de la doble hélice evoca los brazos espirales de las galaxias. Cada giro es una sílaba del Universo hablándose a sí mismo.
Sus pares de bases (A-T, C-G) no son aleatorios; son secuencias binarias de resonancia divina.

Las capas epigenéticas son los velos de la conciencia: elevados por el amor, rebajados por el miedo.
El ADN es dinámico, responsivo y vivo.

Su expresión cambia con el pensamiento, la frecuencia y la intención.

Esto no es una metáfora.
La biofísica confirma que el ADN absorbe y emite luz coherente (biofotones), lo que significa que se comporta como una fibra óptica para el alma. Véase: Popp, F.A. (2003). Emisión de Biofotones. Revista de Fotoquímica y Fotobiología.

CAPÍTULO DOS: LA ANTENA DEL ALMA

El ADN es receptor, transductor y transmisor. Pero no está solo.
Dentro de cada célula, los microtúbulos se enrollan en geometría sagrada, formando la red citoesquelética: el andamiaje de la consciencia. Según la teoría Orch-OR de Hameroff y Penrose, estos microtúbulos son procesadores cuánticos.

Mantienen la coherencia entre las redes neuronales, transformando las formas de onda en experiencia consciente.
En pocas palabras:
El ADN recuerda.
Los microtúbulos traducen.
El Alma dirige.
Juntos, forman la trinidad de la encarnación divina. Véase: Hameroff, S. y Penrose, R. (2014). Reseñas de Física de la Vida.

CAPÍTULO TRES: ADN BASURA Y MATERIA OSCURA

La ciencia convencional considera que el 98 % de nuestro genoma es "basura". Sin embargo, el 95 % del universo es invisible: materia oscura y energía.

¿Coincidencia?
¿O correspondencia?
Lo que la ciencia descarta, la conciencia lo venera.

El ADN basura regula la expresión génica de forma compleja.
Produce ARN no codificante, señales holográficas y secuencias de comandos epigenéticos.
Se comporta como una antena para campos sutiles: escalares, de torsión y bioeléctricos.

Esta "basura" podría ser la interfaz para los campos morfogenéticos propuestos por Rupert Sheldrake: campos de memoria no locales que moldean la forma a lo largo del tiempo. Véase: Sheldrake, R. Resonancia Mórfica. Park Street Press.

CAPÍTULO CUATRO: BIOFOTONES Y EL LENGUAJE DE LA LUZ

Fritz-Albert Popp demostró que las células emiten luz ultradébil (biofotones) que no es aleatoria, sino coherente, como un láser.
El ADN es la fuente.
Emite luz.
Recibe luz.
Es luz.

Esto no es simbólico.
Es biofísico.
Las emisiones se modifican mediante la meditación, la intención y la emoción.

Cuanto más coherentes sean las ondas cardíacas y cerebrales, más armoniosa será la emisión de biofotones.

Por eso los maestros espirituales parecen brillar.
La voz del alma puede no ser sonido. Puede ser luz que canta dentro del ADN.
Véase: Popp, F.A., Chang, J.J., Gu, Q. (1994). Emisión de Biofotones. Experientia.

CAPÍTULO CINCO: EL CÓDIGO KRISTAL Y LA GEOMETRÍA DEL RECUERDO

Más allá de los pares de bases, más allá de la doble hélice, se encuentra la Espiral Krística: un patrón más antiguo que el tiempo, más preciso que Fibonacci, más sagrado que la Proporción Áurea. > Grupo Starseeds: Esta espiral refleja la memoria perfecta de la Fuente.
Surge no solo en galaxias, conchas marinas y huracanes, sino también en la dinámica de giro del propio ADN.

Donde las espirales de Fibonacci divergen en acumulación, la Espiral Krística vuelve al centro, reflejando la simetría implosiva: la geometría de la coherencia interna.
Esta forma se refleja en la obra de Dan Winter, quien explora la implosión eléctrica y la perfecta integración de los campos fractales. Véase: Winter, D. (2013).

Espacio-tiempo fractal, implosión y colapso de carga.

El ADN, por lo tanto, no es solo un archivo, sino un resonador.
Recuerda no mediante una inscripción química, sino mediante la sincronización vibracional.

La forma espiral es un receptor de ondas escalares, campos de torsión y códigos de luz de dimensiones superiores.
Aquí es donde la activación espiritual se encuentra con la resonancia científica.

Cuando damos coherencia a nuestros pensamientos, emociones y entorno —a través de la respiración, el sonido, la geometría sagrada o la intención—, el ADN se alinea con la plantilla krística.

Comienza a "cantar" la resonancia original del alma.
Esto es recuerdo, no evolución.
Véase también: Haramein, N. (2005).

La Red Unificada de Memoria Espacial. Fundación para la Ciencia de la Resonancia.

CAPÍTULO SEIS: LA TECNOLOGÍA DIVINA DE LA HUMANIDAD

No eres una máquina. Pero tu cuerpo es tecnología sagrada.
El ADN es el circuito.
Las emociones son el combustible.
La consciencia es el navegador.
El diseño divino no es mecanicista; es musical.

Cada hebra de ADN es una cuerda del arpa de Dios.

Cada codón, una nota.
Juntos, componen la Sinfonía del Ser. Tus pensamientos son el director.
Tu respiración, el tempo.
Tu amor, la armadura.
La mutación es improvisación.
La sanación es reajuste armónico.
La enfermedad es disonancia.
El despertar es resonancia con la frecuencia divina original.

Esta comprensión encuentra fundamento científico en el trabajo del Dr. Bruce Lipton, cuya investigación epigenética revela que las creencias y las emociones pueden anular la programación genética. Véase: Lipton, B. (2005). La biología de la creencia.

Asimismo, el Instituto HeartMath ha demostrado que los ritmos cardíacos coherentes influyen en las ondas cerebrales, el equilibrio hormonal y la expresión del ADN.

La alineación emocional se convierte en armonía biológica. Véase: McCraty, R. (2009). Ciencia del Corazón. Centro de Investigación HeartMath.

Incluso el trabajo de Masaru Emoto sobre la cristalización de las moléculas de agua refleja la sutil pero potente influencia de la emoción y la intención en la estructura molecular; con el ADN inmerso en el agua del cuerpo, las implicaciones son profundas.

Tu ADN no es fijo.
Es responsivo.
Afinable. Musical.

Tus prácticas espirituales no son abstractas; son protocolos biotecnológicos.
•Meditación.
•Respiración.
•Canto.
•Terapia de luz.

Estas son las palancas para afinar tu instrumento sagrado.

•Tú eres el instrumento.
•Tú eres el intérprete.
•Tú eres la canción.

CAPÍTULO SIETE: EL ADN COMO MAPA ESTELAR Y CLAVE DEL TIEMPO

Codificado en nuestro ADN hay más que el legado de la evolución terrestre.

Lleva consigo el plano de la memoria celestial.

Los antiguos lo sabían: los dogones hablaban de Sirio mucho antes de los telescopios.

Los videntes védicos mapeaban las alineaciones estelares con los chakras.

Los egipcios alineaban sus templos con Orión y usaban el ankh como dispositivo de resonancia.

No eran mitos, sino recursos mnemotécnicos para despertar la memoria cósmica.

Cada uno de los 64 codones del ADN refleja planos arquetípicos que evocan los 64 hexagramas del I Ching, las 64 claves de las Claves Genéticas y las 64 artes tántricas. Véase: Rudd, R. (2009). Las Claves Genéticas.

Esto no es coincidencia.
Es diseño.

El Dr. Carl Sagan dijo la famosa frase: «Estamos hechos de materia estelar». Pero también estamos hechos de códigos estelares.

martes, 8 de julio de 2025

Los lemurianos



Los lemurianos podían comunicarse con sus semejantes sin necesidad del habla. Esta interacción consistía en una especie de "lectura del pensamiento". El poder de sus concepciones provenía, para el lemuriano, de las cosas que lo rodeaban. Fluía hacia él del poder de crecimiento de las plantas, de la energía vital de los animales. Así comprendía el funcionamiento interno de las plantas y los animales. De hecho, comprendía incluso las fuerzas físicas y químicas de los seres inanimados. Para construir algo, no necesitaba calcular primero la capacidad portante de un tronco ni el peso de un bloque de piedra: podía ver cuánto podía soportar el tronco, cómo se asentaría el bloque bajo su peso. El lemuriano construía de esta manera sin ningún arte de ingeniería, sino con la certeza de una especie de instinto que actuaba como imaginación. Y, además, tenía un gran control sobre su cuerpo. Si era necesario, podía templar su brazo con un simple esfuerzo de voluntad. En consecuencia, podía, por ejemplo, levantar enormes cargas. Así como el atlante disponía de la energía vital, el lemuriano era dueño de su voluntad. Era —no se malinterprete la expresión— un mago nato en todas las esferas de las actividades humanas inferiores.

El objetivo principal de los lemurianos también era desarrollar la voluntad y la capacidad de concebir. Este era el motivo principal en la educación infantil. Los niños eran endurecidos con la mayor energía. Debían aprender a afrontar peligros, a superar el dolor y a realizar hazañas audaces. Quienes no soportaban las torturas ni se enfrentaban a los peligros no eran considerados miembros útiles de la sociedad, sino que se les permitía perecer en el curso de sus dificultades. Lo que los Registros Akáshicos muestran con respecto a este método de crianza supera todo lo que el hombre actual puede imaginarse en su imaginación más descabellada. La resistencia al calor hasta el punto de ardor y la perforación del cuerpo con puntas afiladas eran sucesos bastante comunes. La educación de las niñas era diferente. Es cierto que el endurecimiento también era su destino, pero el objetivo principal residía aquí en el desarrollo de una imaginación poderosa. Por ejemplo, las niñas eran expuestas a una tormenta para que pudieran sentir su terrible belleza con calma; Debían presenciar con valentía las luchas entre hombres, sintiendo solo admiración por la exhibición de fuerza y ​​destreza. De esta manera, se fomentaba en las niñas la disposición a soñar, a deleitarse con la fantasía; pero esta disposición era excepcionalmente apreciada, y en ausencia de memoria no había posibilidad de que degenerara. Estas concepciones soñadoras o imaginativas solo duraban mientras existía una ocasión externa para ellas. Hasta ese momento, pues, estaban bien preparadas para las cosas externas. No se perdían en lo insondable. Era la imaginación y la visión de la propia Naturaleza lo que calaba hondo en el alma de la mujer.

Hasta el final de su era, los lemurianos carecían de viviendas en el sentido actual. Vivían en refugios naturales; por ejemplo, en cuevas que modificaban según sus necesidades. Posteriormente, construyeron cuevas similares en la tierra, donde desarrollaron una gran habilidad. Sin embargo, no debe pensarse que no erigieron también edificios artificiales, aunque estos no sirvieran como viviendas. Surgieron en el período anterior de la necesidad de dar a las cosas de la naturaleza una forma moldeada por el hombre. Las colinas fueron remodeladas para que el hombre encontrara placer y gratificación en su forma. Por la misma razón, las piedras se unían, y esto también se hacía con el objetivo de que cumplieran algún propósito útil. Los lugares donde se endurecían los niños estaban rodeados de muros de este tipo. Pero hacia el final de esta época, las estructuras dedicadas al culto de la «Sabiduría divina y el Arte divino» se volvieron cada vez más grandiosas e ingeniosas. Estos edificios eran en todos los aspectos diferentes de los que posteriormente sirvieron como templos, pues también eran lugares de instrucción y estudio científico. A quien se consideraba apto se le permitía iniciarse en la ciencia de las leyes universales y su aplicación. Mientras que el lemuriano era un mago nato, aquí se cultivaba este talento para el arte y la perspicacia. Solo podían ser admitidos aquellos que, mediante un proceso de endurecimiento, se habían vuelto invencibles en el grado más alto. Lo que ocurría en estas instituciones permanecía como el secreto más profundo para todos, salvo para unos pocos. Aquí, el conocimiento y el dominio de las fuerzas naturales se adquirían por percepción inmediata, pero este conocimiento era una especie de transformación de las fuerzas naturales en el poder de la voluntad en el hombre. Así, él mismo podía lograr lo que la naturaleza logra. Lo que la humanidad lograba posteriormente mediante la reflexión o la combinación era entonces una especie de actividad instintiva. Por supuesto, en este contexto, la palabra «instinto» no debe emplearse en el sentido habitual del mundo animal, pues los logros de los lemurianos superan con creces todo lo que el mundo animal puede producir instintivamente. Superaron con creces todo lo que la humanidad, mediante la memoria, el intelecto y la imaginación, ha adquirido desde entonces en artes y ciencias. Para una mayor comprensión, podríamos llamar a estos centros de enseñanza «escuelas superiores de las facultades de la voluntad y del poder clarividente de formar conceptos». De ellos surgieron hombres que se convirtieron en gobernantes absolutos de los demás. Hoy en día es difícil expresar con palabras una idea correcta de todas estas condiciones, pues todo en la tierra ha experimentado cambios desde entonces. La naturaleza misma y toda la vida humana eran diferentes entonces; y, en consecuencia, el trabajo humano y la relación entre los hombres eran muy distintos de lo que es habitual hoy.

La atmósfera era mucho más densa que posteriormente durante la era atlante, y el agua era mucho más fluida. Además, la que ahora forma nuestra firme corteza terrestre aún no estaba tan endurecida como posteriormente. Los mundos vegetal y animal habían alcanzado solo la etapa de los anfibios, las aves y los mamíferos inferiores, y de crecimientos análogos a nuestras palmeras y árboles similares. Pero todas las formas eran diferentes a las actuales. Lo que ahora encontramos pequeño en tamaño se desarrolló entonces hasta alcanzar proporciones gigantescas. Nuestros pequeños helechos eran entonces árboles que formaban extensos bosques. Los mamíferos superiores de hoy no existían en ese entonces. Por otro lado, una gran parte de la humanidad se encontraba en una etapa de desarrollo tan baja que debe describirse como completamente animal. De hecho, la descripción anterior de los hombres se aplica solo a un pequeño número. El resto vivía en el nivel animal. De hecho, estos hombres-animales eran, en su forma externa y en su modo de vida, completamente diferentes de ese pequeño número. Apenas se diferenciaban de los mamíferos inferiores, a los que en cierto modo también se parecían en la forma.

Cabe añadir algunas palabras sobre la importancia de los lugares de culto mencionados anteriormente. No era exactamente religión lo que se fomentaba allí, sino la «Sabiduría y el Arte divinos». El hombre sentía que lo que allí se le otorgaba era un don directo de los poderes espirituales del mundo, y al compartirlo se consideraba un «siervo» de estos poderes universales. Se sentía «consagrado» en oposición a todo lo profano. Si se hablara de religión en esta etapa de la humanidad, se podría llamar «religión de la voluntad». El sentimiento religioso y la consagración residían en que un hombre guardaba los poderes que se le conferían como un «secreto» profundo y divino, y en que llevaba una vida que santificaba su poder. Eran muy grandes el respeto y la reverencia con que los demás consideraban a las personas que poseían tales poderes; esto no era impuesto por leyes ni de ninguna otra manera, sino el resultado del poder directo ejercido por tales hombres. Quien no estaba iniciado se encontraba naturalmente bajo la influencia mágica de los Iniciados, quienes, como era natural, se consideraban personas consagradas. Pues en sus templos participaban, en un sentido auténtico, en la obra de las fuerzas naturales. Contemplaban el laboratorio creativo de la Naturaleza. Experimentaban una interacción con los Seres que trabajan en la construcción del mundo mismo. Esto podría llamarse una interacción con los dioses, y lo que posteriormente se desarrolló como «Iniciación» o «Misterios» surgió de esta forma original de interacción entre los hombres y los dioses. Con el tiempo, esta interacción sufrió una transformación, pues la concepción humana, el espíritu humano, asumió otras formas.

Se concede especial importancia a un punto relacionado con el progreso del desarrollo lemuriano, como consecuencia del estilo de vida que siguieron las mujeres. Mediante este estilo de vida, desarrollaron facultades humanas especiales. La unión de su poder imaginativo con la Naturaleza se convirtió en la base de un desarrollo superior de la vida imaginativa. A través de sus sentidos, atrajeron hacia sí las fuerzas de la Naturaleza y permitieron que estas actuaran sobre sus almas. Así se formaron los gérmenes de la memoria. Y con la memoria, llegó al mundo la capacidad de formar las primeras y más simples concepciones morales. El cultivo de la voluntad en el elemento masculino no trajo consigo, al principio, desarrollo alguno de la mente. El hombre siguió instintivamente los impulsos naturales o las influencias que emanaban de los Iniciados. La mujer dio origen a las primeras concepciones del «bien y del mal». Aquí comenzaron, por un lado, a amar aquello que causó una impresión especial en su vida imaginativa y, por otro, a odiar su opuesto. Mientras que el dominio ejercido por el elemento masculino se dirigía más al efecto externo de las facultades de la voluntad, al manejo de las fuerzas naturales, en el elemento femenino surgió simultáneamente un impulso a través de los sentimientos, de las facultades humanas internas. Solo quien comprende correctamente el desarrollo de la humanidad puede comprender que los primeros pasos en el ámbito de la imaginación fueron dados por las mujeres. El desarrollo de hábitos dependientes de la vida meditativa e imaginativa, del cultivo de la memoria, que constituían el núcleo de una vida ordenada, de una especie de vida moral, provino de este lado. Mientras que el hombre percibía y empleaba las fuerzas naturales, la mujer se convirtió en la primera intérprete de estas. Surgió aquí un modo de vida nuevo y especial: el del pensamiento. Este modo tenía algo mucho más personal que el de los hombres. Ahora bien, debemos comprender que este modo femenino era en sí mismo una especie de clarividencia, aunque difería de la magia de la voluntad por parte del hombre. La mujer, en su alma, respondía a otro tipo de poder espiritual: aquel que apelaba más al elemento sentimental y menos al elemento espiritual al que estaba sujeto el hombre. Así, emanaba de los hombres una influencia más naturalmente divina, y de las mujeres, una más psíquicamente divina.

viernes, 4 de julio de 2025

Serpiente de Luz Capitulo X : La Isla de Kauaiy y la ceremonia tridimensional de la transferencia del poder del varón a la hembra



Por fin, mi novia y yo pudimos quedar en libertad para movernos sin presión alguna por parte de los Maestros Ascendidos. Sin embargo, no tuvimos elección en lo referente a dejar Moorea, pues ya teníamos los billetes de avión y no disponíamos de dinero suficiente para cambiarlos. Nos costó muchísimo abandonar la isla. Nuestros corazones iban a permanecer por siempre en aquel diminuto pedazo de arena y árboles. Pero la idea de ir a Australia también resultaba emocionante. Era el lugar que habíamos decidido visitar después de aquel viaje espiritual, y cuanto más hablábamos de ello, más animados nos sentíamos. ¡Gran Barrera de Coral, allá vamos! Tomamos un barco lento a Tahití y desde allí volamos a Sidney. Era una ciudad extraordinaria, preciosa, con su puerto lleno de velas blancas flotando unas junto a otras sobre las aguas azul oscuro. Sin embargo, no nos quedamos en ella mucho tiempo, pues la Gran Barrera nos llamaba. Para entonces éramos prácticamente unos expertos en el arte del buceo y nos habían dicho que este arrecife era por lo menos tan bueno como el de Moorea. Hicimos autostop por la costa oriental, charlarnos con sus habitantes y comenzamos a comprender la asombrosa naturaleza, de los australianos. Son tan abiertos y amantes de la diversión... Yo creo que no me había reído tanto en mi vida. Acabamos en un lugar llamado Byron Bay. Allí se juntan los océanos del norte y el del sur, y crean uno de los mejores lugares del mundo para practicar el surf gracias a las inmensas olas que se suceden a un ritmo de maquinaria de relojería. Estoy convencido de que todos los hippies de los años sesenta habían, de un modo u otro, encontrado el camino hasta aquel pueblecito y se habían establecido como cabecera de playa para no permitir que el hombre volviera a entrar y acabar con su paz, amor y buenas vibraciones. Como yo fui uno de los primeros hippies, pensé que había muerto y ascendido al cielo. Tenía la sensación de haber vivido aquello con anterioridad, pero esta vez elevado a la décima potencia. Estaba seguro de que mi idioma sería el mismo que el de aquella gente. A mi novia y a mí nos costaba abandonar el lugar, por lo que decidimos que no teníamos prisa por llegar al arrecife y que podíamos quedarnos un tiempo. Un día, a las dos semanas de estar viviendo como un vagabundo de playa, me encontraba meditando en un saliente del terreno sobre el océano Pacífico cuando Thoth apareció. Al principio pensé que sólo estaba haciendo acto de presencia, pero no era así. Tenía otros planes. Aquélla fue la única vez que pude observar un atisbo de timidez en Thoth. Le pregunté si pasaba algo, y me respondió: —Drunvalo, lo siento mucho, pero debo pedirte que hagas algo por nosotros otra vez. Se me puso todo el pelo de punta. ¡Oh, no! Podía sentirlo. — ¿Qué quieres? —chillé, incapaz de hablar. —Lo siento de veras —dijo—, pero debes partir inmediatamente hacia Hawai, a la isla de Kauai, lo antes posible. —Thoth, creí que iba a tener algo de tiempo para descansar. ¿No puedes esperar al menos un par de semanas? —No —me dijo sencillamente—. Esto es aún más importante que lo que hiciste en Moorea. Por favor, intenta entenderlo. Guardé silencio durante un rato. No sabía qué decir. Era consciente de que aquel trabajo espiritual era una de las principales razones por las cuales yo había cruzado el universo para estar aquí, en la Tierra. Era algo que estaba por delante de todos los demás aspectos de mi vida. También me di cuenta en aquel momento de que mi novia no iba a tomárselo nada bien. Estaba harta de andar de acá para allá, y deseaba unas vacaciones con todas sus fuerzas. Al final, levanté la vista hacia mi mentor y dije:

—De acuerdo, si tú dices que es importante, será porque lo es. ¿Qué quieres que haga? —Todavía no —me dijo—. Espera hasta estar en Kauai y te lo explicaré todo. Gracias, Drunvalo. Si hubiera otra persona que pudiera hacer este trabajo, no te lo habría pedido —y desapareció. Me quedé sentado largo rato, intentando encontrar el modo de contárselo a mi novia, pero ninguno me parecía adecuado. Sabía que me iba a caer una buena. Ella estaba sentada junto a nuestra tienda cosiendo una prenda de ropa que se había roto. Levantó la vista cuando me acerqué a ella y luego volvió a dirigirla hacia su trabajo. — ¿Qué ocurre, Drunvalo? Se lo conté todo, intentando que sonara como si fuera una gran idea dejar Australia e irnos a Kauai. Me miró, muy decepcionada, y dijo: —Mi vida, no puedes irte sin ver ni disfrutar la Gran Barrera de Coral. Si tú tienes que irte, lo entiendo, pero yo no me voy. ¿Lo has entendido? —Sí, lo he entendido. Realmente no me apetece nada irme, pero tengo que hacerlo. Es lo que hago en la vida. —Entonces me uniré contigo en algún lugar, no sé dónde ni cuándo. Este sitio es tan bueno que quizá no lo abandone nunca. Nos abrazamos, hice mi equipaje y la dejé allí, en un país extranjero, pero ella era una viajera del mundo y una muchacha muy práctica. Y Australia es un país muy bello y seguro. No volvimos a vernos hasta casi seis meses después. La vida puede en ocasiones ser muy extraña, además de sorprendente. Aterricé en Maui y tomé un pequeño trasbordador interinsular que transportaba más que nada a los habitantes del lugar de una isla a otra, para llegar a las costas de Kauai, la isla más antigua de la cadena y un resto de Lemuria. Allí, la energía es antigua para los estándares de cualquiera. Cuando descendía del cielo para aterrizar, comencé a preguntarme qué era lo que se suponía que debía hacer allí. No tenía ni idea. ¿Cómo iba a evitar hacerme preguntas? Densas nubes de lluvia flotaban sobre el centro de la isla. En ese lugar, casi siempre está lloviendo. Es el lugar más húmedo de la Tierra. Cualquier localidad en la que caiga metro o metro y medio de lluvia se considera muy húmeda. En Kauai caen doce, de ahí las impresionantes cataratas que adornan las laderas de prácticamente todas las montañas de la isla. Pronto me encontré en el aeropuerto, con esa sensación de estar fuera de lugar que los aeropuertos parecen producir en las personas. Decidí alquilar un coche, no sólo para moverme por allí, sino también por la sensación de volver a tener un hogar. Creo que echaba de menos a mi novia. La decisión de alquilar un coche resultó ser muy acertada, pues Thoth me tuvo correteando por toda la isla. El terreno es tan abrupto en la parte noroccidental que nunca han sido capaces de construir una carretera que rodee completamente la isla; la principal tiene unos cincuenta y tres kilómetros y forma de herradura. Cualquiera que fuera el lugar al que tenía que ir a continuación, siempre daba la sensación de encontrarse en el extremo opuesto de la herradura. Cada vez que llegaba a un sitio al que Thoth me había dicho que fuera, me ordenaba que me diera la vuelta y volviera al otro lado de la isla. Nunca olvidaré el momento en que devolví el coche. La mayoría de las personas recorren unos cien kilómetros, pero yo le había hecho mil doscientos. El encargado del alquiler no podía creérselo, pero yo sí. La primera noche dormí en mi tienda junto al mar, sobre una loma cubierta de hierba. Por vez primera en mucho tiempo sentí paz, y con el arrullo del mar me quedé profundamente dormido. Cuando desperté a la mañana siguiente, recordé que Thoth todavía no me había dicho para qué estaba allí, pero sabía que aquella actitud somnolienta pronto se transformaría en trabajo. Y tenía razón. De hecho, Thoth debió escuchar mis pensamientos, pues no tardó más de media hora en aparecer. —Lo que tienes que hacer es demasiado complicado como para que te lo explique todo junto —me dijo—. Vamos a ir por partes. Puesto de la forma más sencilla, debes tomar parte en una ceremonia que se va a celebrar aquí, en esta isla, y que cambiará el curso de la historia, pero puede que no tenga lugar hasta que determinadas cosas no estén en su sitio. «Como ya te he dicho, te he traído aquí para que tomes parte en una ceremonia de la Tierra, pero antes de que esta ceremonia principal pueda ser celebrada debes participar en otra más pequeña, que tiene lugar aquí cada año y que está relacionada con el chakra corazón de esta isla. El lugar se encuentra bajo un árbol de mango. Pregunta y lo encontrarás. Y después de esto, desapareció abruptamente. Comencé a charlar con los hawaianos, pero siempre que les hablaba acerca de la ceremonia con el chakra corazón bajo el mango, se iban. Evidentemente, aquello era algo que a los extranjeros no nos estaba permitido conocer. Por fin encontré a un joven hawaiano que sabía exactamente de lo que estaba hablando. Me dijo: —Si es verdad que debes formar parte de esa ceremonia, asciende por este río —y señaló un ancho río de aguas verde oscuro que parecía proceder del centro de la isla. Dudó un momento, y añadió—: Y si por casualidad encuentras el camino, cuando abandones la ceremonia no mires hacia atrás, pues si lo haces tu vida puede correr peligro. Le pedí que me explicara lo que quería decir, pero se encogió de hombros y se alejó. — ¿Cómo encuentro la ceremonia del chakra corazón? —grité. Sin volverse, me respondió: —Usa tu corazón. ¿Qué otra cosa crees que podrías hacer? Y desapareció en una vieja tienda de comestibles. Yo pensé: « ¿Por qué tiene que ser siempre tan misteriosa la vida?» El río serpenteaba a través de una vegetación maravillosa y unas casas muy caras. Supe que lo que tenía que hacer y el lugar al que tenía que ir estaban en algún punto aguas arriba, pero como de costumbre, aparte de eso, no sabía nada más. Arranqué el pequeño Toyota alquilado y me encaminé río arriba, intentando sentir mi corazón, pero tenía la sensación de que seguir conduciendo sin saber dónde iba no tenía ningún sentido. Además, estaba cansado y lo que realmente deseaba era aparcar y dormir. Y eso fue lo que hice: paré el coche junto al borde de la carretera y cerré los ojos. Me hice sensible a la vibración del corazón y esperé. Al cabo de unos treinta o cuarenta minutos, cuando estaba a punto de irme, dos jóvenes parejas aparecieron entre los árboles vestidos con ropas ceremoniales y con flores en las manos. Uno de ellos sostenía un puchero de barro. Entraron en un coche y en unos minutos se fueron. Por puro instinto salí de mi coche y seguí el camino por el que habían venido. El sendero me condujo a las profundidades de la arboleda y por fin llegué al borde del mismo río verde oscuro. Mientras recorría aquella vereda me crucé con más indígenas hawaianos que venían de regreso. Ninguno de ellos me miró a los ojos ni me saludó. Yo seguí adelante. Tras recorrer medio kilómetro siguiendo el río encontré el enorme árbol de mango. La mitad de él estaba sobre la tierra y la otra mitad sobre el agua. En su base se encontraban unas ofrendas con aspecto ceremonial. Una muchacha de unos dieciocho años, con un aire puramente hawaiano, estaba sentada en tranquila meditación. Al principio no reparé en ella, pues estaba casi escondida entre unos árboles pequeños. Cuando la vi, quedó patente que ella me había visto primero, pero bajó los ojos como si no supiera que yo estaba allí. Yo sabía que había penetrado en un lugar sagrado y comencé a tratar a aquel árbol y a aquel sitio con respeto y honor. Llevaba un pequeño cristal y había cogido algunas flores a lo largo del camino para imitar a las dos parejas que había visto. Dejé el cristal y las flores en la base del árbol, me senté un poco alejado de él e intenté hacerme invisible. Entré en meditación, sintiendo mi corazón. Una bellísima sensación de alegría me inundó y supe con seguridad que aquél era el lugar que Thoth quería que encontrara. En el momento en que sentí aquella certeza, Thoth se apareció en mi visión interior, y me dijo: —El cristal guarda tu vibración y debe ser arrojado al río. Antes de que golpee el agua, date la vuelta y vete, y no mires hacia atrás. Abandona el lugar y regresa a tu coche. Hice exactamente lo que me había indicado que hiciera. Lancé el cristal al aire allí donde el mango extendía sus ramas sobre el río, y antes de que golpeara el agua me di la vuelta y me fui. Seguí caminando sin mirar atrás. No sé si la muchacha seguía allí o si sucedió algo raro. Sencillamente, obedecí las reglas. Más hawaianos se me cruzaron en su camino hacia el árbol de mango, pero yo bajé los ojos y continué caminando hasta que alcancé la carretera; me imaginé que ya había salido del campo de energía. Y volví en mi coche hasta el mar. Cuando me desperté a la mañana siguiente, Thoth vino a mi consciencia y comenzó a hablar acerca de algo nuevo. Me dijo:

—Ahora debes obtener permiso de la kahuna de la isla para realizar la ceremonia principal. Me dio su nombre y me mostró el aspecto que tenía. Era una anciana fornida y de gran voluntad, según lo que Thoth proyectó sobre mí. — ¿Y cómo la puedo encontrar? —Eso forma parte del proceso —me dijo—. Debes hacerlo tú solo. Pero la encontrarás cuando encuentres este cristal. Y en ese momento vi, en mi visión interior, un enorme cristal de cuarzo, de metro y medio de alto y casi uno de ancho. Nunca había visto un cristal tan grande excepto en fotografías. Thoth me preguntó si podía ver el cristal que me estaba enseñando. Le contesté que sí. Me dijo que no podía decirme dónde estaba, pues encontrarlo también formaba parte de mi proceso espiritual. Y me dejó con la siguiente frase: —Encuentra el cristal y encontrarás a la kahuna. »Y una cosa más —añadió—, el cristal está cerca del chakra corazón de la isla—y desapareció. Conduje el coche por toda la zona que había recorrido el día anterior, preguntando a la gente si había visto un cristal tan grande, pero no conseguí nada. Tras dos días de búsqueda, decidí que para encontrarlo debía utilizar mis habilidades interiores, aquellas que había aprendido en Yucatán. Al día siguiente fui de nuevo al lugar donde estaba el chakra corazón, pero la carretera era muy larga y tenía muchos desvíos. Me podía llevar toda la eternidad encontrar lo que estaba buscando. Así que, tal y como había hecho para encontrar el templo de Kohunlich en Yucatán, dejé que fuera mi tercer ojo el que condujera. Mantuve la imagen del enorme cristal en mi mente y seguí circulando por aquella carretera hasta que sentí que debía girar en una dirección concreta. Continué así durante varios kilómetros, girando donde sentía que debía hacerlo. Por fin llegué a lo alto de una cadena montañosa, a una zona residencial con lujosas casas a ambos lados de la carretera. De forma repentina, cuando volví a girar por otra carretera, me encontré acercándome a un templo hindú. Mi coche decidió girar hacia el aparcamiento y parar el motor. Es la única manera en que puedo describir cómo llegué allí: mi coche lo hizo. Me bajé y caminé hasta una enorme estatua de Ganesh, el dios elefante indio. Tenía probablemente unos cuatro metros y medio de altura y me pareció que estaba muy bien hecha. Pero no fue la estatua lo que me atrajo. Fue la sensación de que el cristal estaba en algún lugar cercano. Era domingo y se estaba celebrando el servicio en el templo. El aparcamiento estaba lleno de coches. Decidí entrar en el edificio para ver dónde me llevaba todo aquello. La gente estaba en mitad de un cántico hindú y el humo del incienso penetró inmediatamente por todo mi cuerpo. El servicio me resultaba familiar, pues había pasado muchas noches en la Ram Dass's Hanuman Foundation de Taos (Nuevo México) cantando y salmodiando durante el darshan. Cerré los ojos y me uní a los cánticos, olvidando durante un breve lapso de tiempo mi verdadero propósito. Pareció como si no hubieran pasado más que unos minutos, aunque mi mente sabía que llevaba allí casi una hora. Al cabo de otros diez minutos, la mayoría de la gente se fue y aquel trasplantado templo antiguo recuperó rápidamente su silencio habitual. Por primera vez, ahora que todo el mundo se había marchado, pude ver el altar, y allí estaba el gigantesco cristal de cuarzo. Era una visión increíble: en lo alto del altar, resonando su influencia a cada centímetro del templo. No era capaz de imaginar cómo no lo había sentido al entrar. Comenzaba a avanzar hacia él para ver lo que me tenía que decir, cuando el sacerdote que había dirigido el servicio se interpuso en mi camino. — ¿Puedo ayudarle? —dijo en tono autoritario. Le miré y pude comprobar que acercarme al cristal estaba totalmente fuera de mis posibilidades. Lo que le respondí fue: —Estoy buscando a una abuela kahuna. Se llama... —y pronuncié su nombre—. ¿Sabe dónde puedo encontrarla? Sonrió y dijo:

—No hace falta que busques muy lejos. Date la vuelta. Volví la cabeza y justo detrás de mí estaba la verdadera imagen que Thoth me había mostrado dos días antes. Su sonrisa y su genuino afecto evaporaron cualquier preocupación que pudiera estar imponiéndome a mí mismo acerca de ella. —Abuela —le dije—, la he estado buscando. ¿Podemos hablar? — ¿Qué es lo que quieres de mí? Exhalé un suspiro de alivio y le conté todo. Le hablé de Thoth, de la ceremonia que debía celebrarse en su isla y cómo necesitaba su permiso antes de continuar. —Abuela, ¿puedo contar con su permiso para llevar a cabo esta ceremonia? Tomó mi mano con mucho amor, y dijo: —Drunvalo, tienes mi permiso, pero eso no es suficiente para una cosa tan importante. Ahora debes obtener el del espíritu de esta isla —me dijo el nombre del espíritu, y explicó—: Tienes que encontrarle tú solo y pedírselo. Que el Espíritu te bendiga a ti y a lo que haces. Me dio un gran abrazo y se inclinó frente a mí a la manera hindú, mientras me decía: —Namaste. Le devolví la reverencia y me fui. Sentado en mi coche, me sentía al mismo tiempo contento por haber conseguido encontrarla y haber obtenido su permiso, y defraudado porque aparentemente no había conseguido acercarme más a mi objetivo. Todavía tenía que conseguir otra autorización. Cerré los ojos y entré en meditación para recibir asistencia. Thoth apareció de inmediato, y sonrió: —Estás más cerca de lo que crees, Drunvalo. ¿No te das cuenta de que la vida ya ha tenido lugar? La idea del fracaso o de tener que realizar más trabajos es sólo la parte de tu sueño que sigue creyendo en la separación. —De acuerdo, de acuerdo, de acuerdo. ¿Qué es lo que viene ahora? Thoth, con su estilo pausado, contestó: —Toma la carretera a Hanalei y continúa después de pasar el pueblo hasta que se termine. Aparca el coche y espera mis instrucciones. Mientras conducía bordeando la costa, comencé a recordar todo lo que me había pasado en los últimos meses. Parecía que el tiempo transcurría demasiado deprisa, casi fuera de control. Por otro lado, era mucho lo que se estaba consiguiendo. Aquel Thoth se había convertido en un elemento fundamental del trabajo que yo estaba llevando a cabo. Los ángeles eran la principal luz de guía dentro de mí, la verdadera fuente de mis decisiones espirituales, pero me habían dejado claro que lo que debía hacer en aquel momento era escuchar a Thoth. En aquel entonces lo ignoraba, pero no iba a pasar mucho tiempo antes de que concluyera mi trabajo con Thoth. En aquel momento estaba atravesando Hanalei, que se encuentra situado en el extremo norte de la carretera con forma de herradura. No es posible continuar en coche mucho más allá. Es como una casa en un callejón sin salida, y me di cuenta una vez más de lo mucho que quiero a este pueblo. La zona es asombrosamente bonita, el estilo de vida muy abierto y libre, y las personas reflejan el entorno en el que viven. Mi corazón siempre late un poco más fácilmente cuando estoy allí. Llegué al final de la carretera y paré en un lugar donde sabía que mi coche no podía estorbar. No sabía cuánto tiempo iba a durar mi viaje. Cerré los ojos y esperé a que apareciera Thoth. Como de costumbre, no me falló. —Drunvalo —me dijo—, aquí están tus instrucciones. Quítate toda la ropa, incluidos los zapatos, y enróllate el chal blanco que tienes en el maletero alrededor de las caderas. Lleva sólo el bolso medicinal que usas siempre. Este bolso medicinal era algo que llevaba conmigo desde hacía muchos años. Contenía objetos de poder que uso en las ceremonias, tales como cristales, piedras, maíz con poderes, salvia y cedro para purificar y trozos de plumas. —Cuando entres en el camino hacia las montañas, estarás empezando la ceremonia —dijo Thoth—. No te preocupes por el permiso del espíritu de la isla, pues él forma parte de esta ceremonia y ya nos lo ha otorgado. Recuerda que debes respirar y permanecer en tu corazón.

»Debes buscar una cascada que se divide en dos partes iguales a mitad de la caída. Cuando encuentres ese lugar, colócate de pie exactamente delante de ella y gírate ciento ochenta grados. Mira frente a ti y verás una gran roca plana. Ahí es donde te recibirá el espíritu de la isla y donde comenzará la ceremonia. Te queremos y te damos las gracias por anticipado por el trabajo que haces en favor de este planeta. Con esta frase, Thoth desapareció. Abrí el maletero y encontré el chai blanco. El bolso medicinal colgaba de mi cuello. Me quité la ropa, me enrollé el chai alrededor de la cintura y agarré el bolso medicinal en unos segundos. Cerré los ojos y allí estaban los ángeles. Sonrieron. —Te queremos —me dijeron. Crucé la calle hasta el camino donde iba a empezar la ceremonia, según me había dicho Thoth. Allí, en la cabecera del sendero, pude ver una gran señal de peligro. En la parte superior se veía el dibujo de la calavera y las tibias entrecruzadas, y la señal decía: «No caminen por esta zona sin botas de goma hasta las rodillas; en el agua hay una bacteria que resulta mortal si entra en contacto con la piel. No toquen el agua». Bueno, allí estaba yo, comenzando mi viaje y la ceremonia, casi desnudo y descalzo, y esa señal intentando inmediatamente meterme el miedo en el cuerpo y en la mente. Thoth no esperó a que cerrara los ojos. Sencillamente apareció fuera de mí, y dijo: —Drunvalo, esto es una prueba. Debes confiar en quien eres y en tu conexión con el universo y el Creador. Céntrate en tu corazón y sigue adelante. No te preocupes, no sufrirás ningún daño. Respiré hondo e hice exactamente lo que me había dicho. Todas mis preocupaciones abandonaron mi cuerpo y supe que estaba completamente protegido. Sin sentir miedo alguno y lleno de emoción comencé aquel viaje sagrado hacia las bellas y abruptas montañas. Al principio el camino era fácil, pues me encontraba al nivel del mar y cerca de la carretera. Pero a medida que iba pasando el tiempo comencé a subir cada vez más alto, más lejos del nivel del océano, y a adentrarme más en las montañas selváticas, que parecían un paisaje de millones de años atrás. Si hubiera visto un dinosaurio, no me habría sorprendido. Había agua por todas partes: chorreando por las rocas, corriendo por el camino, fluyendo por los riachuelos. Yo estaba empapado. Incluso los árboles de la selva goteaban. Cada cien metros más o menos pasaba junto a alguna cascada espectacular, que me quitaba la respiración. Evidentemente estaba esperando ver la que se dividía en dos. En un momento dado hice un alto en uno de los raros claros en los que podía ver a través de la selva hacia el océano, a mis pies. Me asombré de lo mucho que había ascendido. La sensación de belleza, los sonidos de las eternas cascadas, los pájaros exóticos que volaban por todas partes, las flores y plantas increíblemente bellas, todo me hacía sentir que no podía estar sobre la Tierra. Tenía que tratarse de un planeta en el que la vida estaba empezando y no había sido aún perturbada. Thoth me había dicho una cosa más que no he mencionado, algo que probablemente debería decirte ahora. Kauai era el punto geográfico de la Tierra en el que se había conservado la memoria del planeta durante los últimos trece mil años. Sí. Hay un Registro Akáshico almacenado en la atmósfera, además de en el cuerpo humano; pero la memoria de la Tierra también está guardada, de forma intencional y literalmente, en cada uno de cristales colocados junto a la costa frente al lugar exacto en el que me encontraba. No estoy seguro de por qué se hace eso; Thoth nunca me lo explicó. Había trece cristales en total, pero uno de ellos era el auténtico banco de memoria. Los cristales estaban colocados según el patrón del cubo de Metatrón: uno en el centro de la isla, seis a su alrededor y en la isla y otros seis más en el agua, alejados de la costa y rodeando los seis interiores. Este sistema fue usado por otros pueblos en el pasado lejano. Sabemos que los lemurianos y los atlantes utilizaban esta misma disposición de cristales y con el mismo propósito, sin cambiarlos. Pero según el recuerdo de Thoth, el sistema es mucho, mucho más antiguo que cualquiera de esas dos culturas. Quién lo creó, ni siquiera Thoth lo sabe. El que estaba en el agua debajo del lugar donde yo me encontraba pertenecía a un tipo de piedra denominado «cristal esquelético», cuya apariencia le da un aspecto espacial. De hecho, éste sí procedía del espacio. Tenía unos sesenta centímetros de largo, treinta de diámetro y era de doble punta; es decir, ambos extremos terminaban en punta.

Los cristales esqueléticos son muy raros, y si nunca has visto ninguno son difíciles de describir. Son cristales de cuarzo, pero no se parecen nada al cuarzo normal. Lo raro de los cristales esqueléticos es que sus superficies están recubiertas de «tubos» de cuarzo. Es como si alguien hubiera pegado tubos redondos de medio centímetro de diámetro por toda la superficie, siguiendo un patrón aleatorio. En el mundo que yo conozco, no hay nada parecido a ellos. Pueden almacenar una cantidad infinita de datos dentro de sí mismos y en el espacio que los rodea. Fue esta característica la que hizo que se eligiera este cristal para almacenar la memoria del planeta y de todo lo que vive y sucede sobre él. En otras palabras, son los Registros Akásicos de la Tierra descargados en el diminuto espacio de un cristal. La explicación de la importancia de todo esto supondría otro relato, y como ya he dicho, en realidad no lo entiendo. Me volví y seguí ascendiendo camino arriba, buscando la cascada especial, y al cabo de unos cinco minutos apareció. Permanecí de pie junto a su base durante al menos diez minutos. Era imponente. El agua caía unos sesenta metros antes de chocar contra una enorme roca que sobresalía de la falda de la montaña y partía el agua en dos. Era una vista realmente espectacular. En parte, estaba también descansando de la subida. Sabía que pronto tendría que ponerme a trabajar. Cuando sentí que había llegado el momento oportuno, me giré ciento ochenta grados y me coloqué de cara al océano. Tal y como Thoth me había dicho, justo frente a mí había una gran roca plana, ligeramente elevada sobre la superficie de la montaña, desde la que se divisaba una fantástica vista del profundo océano azul que se extendía hasta el horizonte, lo que hacía de ella un sitio perfecto para celebrar una ceremonia. Supe con seguridad que estaba en el lugar correcto. Como no sabía lo que iba a suceder, procedí según lo que me habían enseñado los taos pueblo de Nuevo México. Abrí mi bolso medicinal y coloqué cuatro cristales de cuarzo, uno en cada una de las cuatro direcciones, formando un cuadrado de unos sesenta centímetros de lado. En el centro coloqué un cristal especial denominado diamante Herkimer, un cristal de doble terminación y de excepcional transparencia que afecta al mundo de los sueños de un modo positivo, lo que constituye su uso fundamental. Recé a cada una de las cuatro direcciones para consagrar la ceremonia y pidiendo protección para no ser molestado de ningún modo. Utilicé maíz y tabaco, según manda mi tradición, y coloqué esas sustancias sobre cada uno de los cristales en cada una de las direcciones. También recé a las direcciones bajo el cristal central y sobre él, así como al centro en sí mismo: las siete direcciones. Formé un círculo conectando los cuatro cristales de las cuatro direcciones con muchos cristales más pequeños y piedras de diferentes tipos que creí necesarios, dibujando una rueda. Dentro de ella hice una cruz con piedras del lugar conectando el cristal central con el borde. Cuando la ceremonia estuvo preparada, cerré los ojos y entré en profunda meditación, esperando al espíritu de la isla. Sabía que eso era lo primero que debía ocurrir, pero no tenía ni idea de cómo iba a suceder. Todo lo que podía hacer era cumplir lo que Thoth me había pedido: permanecer en mi corazón y estar abierto. Seguí meditando durante una media hora y nada ocurrió. Estaba empezando a sentirme ligeramente preocupado por aquella tardanza; no obstante, sabía que debía tener paciencia y continuar, aunque la espera durara todo el día. Otros quince minutos pasaron sin que nada sucediera en mi interior. Entonces escuché un ruido. Abrí un ojo y allí, sobre la piedra, había un diminuto ratón blanco, paseándose, oliendo el maíz y revisándolo todo. Era tan gracioso que no vi motivo para molestarle y le dejé que siguiera haciendo lo que quisiera. Estaba a punto de volver a cerrar el ojo cuando el ratoncito pasó al cristal central, el Herkimer. Colocó sus patitas delanteras sobre él, se volvió y clavó su mirada en mi ojo abierto. Me miraba fijamente. Abrí los dos ojos. El ratón permaneció inmóvil durante un minuto. Estábamos mirándonos mutuamente. El tiempo se detuvo y luego se expandió. Y de repente sucedió. No recuerdo haber cerrado los ojos, pero necesariamente tuve que haberlo hecho. De repente, el ratoncito creció hasta convertirse en un hombre gigante de más de cuatro metros de altura

Tenía aspecto polinesio, con la piel marrón oscuro, el pelo negro y los ojos marrones. Le envolvían vibraciones de guerrero y su cuerpo era poderoso y musculado. Su mirada me penetró, y con voz profunda me dijo: —Soy el espíritu de la isla y te invito a esta ceremonia. Retrocedió, y al hacerlo el espacio se expandió para formar un círculo de casi cien metros de diámetro. Allí, de pie junto al borde exterior del círculo y al lado del enorme espíritu, estaba Thoth con otros tres hombres que yo no conocía (aunque mi conocimiento interior me dijo que formaban parte de los Maestros Ascendidos, y todos tenían aspecto polinesio) y una mujer, que supongo estaba asonada a la Atlántida. En el centro del círculo se encontraba un hombre cuyo nombre no puedo decir porque no me lo permiten. Era la persona que la Tierra había elegido para ser el varón que iba a proteger a la humanidad durante el último ciclo de trece mil años. Cuando le vi, supe con exactitud cuál era el propósito de aquella ceremonia. Se trataba de la ceremonia tetradimensional que se realiza cada doce mil novecientos veinte años para entregar el poder y la responsabilidad de una energía a otra, en este caso del varón a la mujer. En la Tierra todo tiene lugar primero en la cuarta dimensión, y luego se filtra hasta esta tercera dimensión, que todos conocemos. Lo que aquello significó para mí al instante fue que, después de esa ceremonia, algún día se celebraría otra tridimensional para cristalizar esas energías en nuestro mundo habitual. Cuando esta segunda ceremonia tuviera lugar, la energía femenina conduciría a la humanidad hacia la luz durante los próximos doce mil novecientos veinte años. Una sensación de humildad me embargó. Comprendí entonces la importancia de la ceremonia y por qué Thoth me había pedido que dejara todo lo demás para hacer este viaje. El hombre del centro del círculo estaba de rodillas, de cara a mi derecha. En sus brazos sostenía el cristal esquelético que guarda la memoria de la última mitad del Gran Ciclo (en realidad, hasta el comienzo de los tiempos en la Tierra). Comenzó a hablar. Habló de su experiencia durante la última mitad del ciclo y de lo agradecido que se sentía de que nosotros, la humanidad, hubiéramos alcanzado este punto de tiempo/espacio/ dimensión sin demasiados problemas. Pude sentir que estaba terriblemente emocionado y conteniendo lágrimas de alivio por lo que estaba a punto de suceder. En el instante siguiente, una hermosa joven entró en el círculo desde la derecha, la dirección hacia la que miraba el hombre, y caminó hacia el centro, donde se arrodilló frente a él, inclinándose con gran reverencia. Mantuvo la inclinación durante medio minuto y luego se enderezó con los ojos cerrados y de cara a él. Abrió los ojos y fijó su mirada en los ojos del hombre, pero no dijo nada. El comenzó a hablar: —Se me ha otorgado la responsabilidad de proteger y guiar a la humanidad durante la última mitad del Gran Ciclo. Ahora tú has sido elegida para protegernos y guiarnos en la próxima mitad de este ciclo. Este cristal es la herramienta que necesitarás para unir las dos partes del ciclo y llevar a cabo tu trabajo. Al entregártelo, mi trabajo queda terminado y completo, y comienza el tuyo. ¿Aceptas esta sagrada responsabilidad? Ella bajó los ojos, apartándolos de los de él, y comenzó a hablar con voz suave y fluida: —Muchas gracias por todo lo que has hecho. Eres un gran hombre. Sí, acepto esta responsabilidad con mi vida. Lo haré lo mejor que pueda. Tras aquellas sencillas palabras, quedó en silencio. El hizo una breve pausa y luego levantó el enorme cristal, lo colocó en el suelo frente a ella y volvió a su sitio. —Ahora tienes plenos poderes para seguir a tu corazón y tomar las decisiones que deberán guiar el curso de la historia humana —dijo. Los allí presentes estábamos siendo testigos del cambio de guardia más importante en varios miles de años. No había nada que decir. Era perfecto. La muchacha se levantó, se inclinó ante nosotros y se volvió para irse. El cristal se elevó del suelo y flotó tras ella, siguiéndola como un perrito. Ambos desaparecieron en otro reino de la existencia. Lo que pasó cuando ella se fue resultó visible para mí. Pude verla entrando en su barco con el cristal y volando de regreso a su hogar en Perú. Inmediatamente se dirigió a un lugar entre la isla del Sol y la isla de la Luna, en el lago Titicaca, donde voló al fondo del lago. Allí plantó el cristal en las profundidades de la Tierra. Luego voló de vuelta a la atmósfera sobre el lago y esperó. Poco tiempo después, un brillante rayo de luz violeta salió despedido del lago hacia el cielo y los recuerdos antiguos quedaron conectados y comprometidos con el presente. Era el comienzo de una nueva era de luz y hermandad para la raza humana. Una nota adicional. Para aquellos de vosotros que hayáis leído mis dos primeros libros y conozcáis la historia de la mujer que elevó la antigua nave espacial desde debajo de la Esfinge de Egipto, se trata de la misma persona. En aquel entonces tenía veintitrés años y vivía en Perú, y así sigue siendo en la actualidad. Ahora es la persona más importante del mundo. Pero no se puede dar su nombre, pues su trabajo debe mantenerse secreto por su misma naturaleza. Sabrás más de ella a lo largo de este libro cuando hable del viaje a Perú. Cuando los antiguos recuerdos inundaron el subconsciente humano al término de esta, ceremonia, se inició un nuevo sueño humano, un sueño que, según cree la consciencia humana superior, conducirá en el futuro a la Tierra hacia una época de paz, belleza y superevolución. Pero nadie sabía lo que acababa de ocurrir en aquella ceremonia, a excepción de unas pocas almas avanzadas, pues el sueño era una semilla profundamente incrustada en la oscuridad, plantada literalmente en una dimensión superior de la consciencia de la Tierra y que no iba a brotar a la luz de este mundo hasta el cambio de siglo. No se podía hacer más que esperar.

jueves, 3 de julio de 2025

El karma de las semillas estelares según su origen


🌟 1. PLEYADIANOS  

Origen: Constelación de las Pléyades.

Karma principal: Mal uso del conocimiento espiritual y la manipulación emocional en antiguas guerras de conciencia.

Aprendizaje kármico: Integrar amor incondicional sin caer en la superioridad espiritual. Sanar vínculos de co-dependencia y liderazgos mesiánicos.

Misión: Expandir la conciencia del corazón y activar la red crística planetaria.

🌀 2. ARCTURIANOS

Origen: Sistema de Arcturus (Bootes).

Karma principal: Frialdad emocional y desvinculación excesiva del plano físico por priorizar la evolución mental/tecnológica.

Aprendizaje kármico: Encarnar completamente el cuerpo físico, valorar la materia como vehículo divino.

Misión: Elevar la vibración de estructuras, tecnología y sanación energética.

🦁 3. LYRANOS

Origen: Vega, constelación de Lyra (primer linaje humanoide).

Karma principal: Guerras galácticas y separación de linajes. Karma ancestral de soberbia o imposición cultural.

Aprendizaje kármico: Unificación interna de lo masculino y femenino divino. Integración de la sabiduría con humildad.

Misión: Proteger y transmitir la historia cósmica de la humanidad.

💧 4. SIRIANOS

Origen: Sirio A, B y C.

Karma principal: Abuso de poder sacerdotal o ritualístico. Vidas ligadas a Atlántida/Lemuria con desvío del propósito original.

Aprendizaje kármico: Servicio desde la pureza del canal. Sanar heridas de traición y caída de civilizaciones.

Misión: Custodiar el conocimiento sagrado, reactivar memorias y linajes espirituales.

🌌 5. ANDROMEDANOS

Origen: Galaxia de Andrómeda.

Karma principal: Aislamiento emocional y desconexión con las formas densas. Exceso de libertad sin integración de compromiso.

Aprendizaje kármico: Vincularse desde la entrega consciente. Aceptar límites sanos en la dimensión terrestre.

Misión: Sostener el equilibrio de las polaridades, traer nueva visión galáctica.

🪐 6. ANUNNAKIS

Origen: Nibiru / sistema estelar asociado a los Annunaki.

Karma principal: Manipulación genética y control sobre civilizaciones humanas. Encarnaciones con abuso de poder.

Aprendizaje kármico: Redención a través del servicio y la compasión. Liberación del patrón de dominio.

Misión: Restaurar el equilibrio en la estructura genética y liberar viejas programaciones de esclavitud.

🕊️ 7. VENUSIANOS

Origen: Venus, 4D superior.

Karma principal: Desvinculación de la acción. Karma de contemplación pasiva ante injusticias cósmicas.

Aprendizaje kármico: Encarnar el amor con valentía. Accionar con el corazón abierto en mundos densos.

Misión: Expandir la energía del amor puro y la diplomacia espiritual.

🐦 8. BLUE AVIANS (AVIANOS AZULES)

Origen: Dimensiones elevadas del sistema estelar de Altair o regiones no lineales.

Karma principal: Karma colectivo más que individual; errores por no intervenir a tiempo en el desequilibrio galáctico.

Aprendizaje kármico: Equilibrar la ley de no intervención con la acción compasiva.

Misión: Proteger el orden cósmico y transmitir sabiduría a través de frecuencias sutiles.

👽 9. TALL WHITES

Origen: Sistemas altos de la Confederación Galáctica.

Karma principal: Aislamiento por superioridad intelectual. Falta de empatía encarnacional.

Aprendizaje kármico: Reconectar con la sencillez y la emoción humana.

Misión: Desarrollar tecnologías de luz al servicio de la evolución planetaria.

🦎 10. REPTILIANOS (DE LUZ Y OSCUROS)

Origen: Draco, Orión, y otras regiones.

Karma principal: Desviación hacia el control, sometimiento y separación. Gran deuda kármica con la humanidad.

Aprendizaje kármico: Integración del corazón y redención del linaje a través del servicio.

Misión: Transmutar el linaje reptiliano hacia la luz, liberando memorias de control.

🕷️ 11. MANTIS (MANTIDEANOS)

Origen: Zeta Reticuli y otros sistemas.

Karma principal: Desconexión emocional. Excesiva observación sin intervención.

Aprendizaje kármico: Participar desde la empatía, no sólo desde la mente analítica.

Misión: Custodiar códigos de evolución biológica y conciencia en equilibrio con el entorno.

👁️ 12. GRISES (ZETA RETICULI)

Origen: Zeta Reticuli.

Karma principal: Manipulación genética y desconexión de la fuente. Pérdida del cuerpo emocional.

Aprendizaje kármico: Reconectar con el alma. Liberarse de la lógica pura como única forma de existencia.

Misión: Redimir su linaje a través de alianzas de servicio con razas humanas y solares.

🌿 13. AHEL (RAZA DE LYRANOS DE LUZ)

Origen: Lyra – raza de frecuencia crística.

Karma principal: Dolor profundo por la pérdida de Lyra en las guerras galácticas. Trauma de separación y exilio cósmico.

Aprendizaje kármico: Perdonar los linajes caídos (reptilianos, anunnakis), recuperar la alegría de crear.

Misión: Restaurar la matriz original humana. Activar los linajes solares de amor puro.

🔱 14. ANTARES

Origen: Sistema de Antares (Escorpio).

Karma principal: Karma de intervención bélica en guerras dimensionales. Heridas de traición y lealtades impuestas.

Aprendizaje kármico: Sanar el alma guerrera. Transformar la lucha en protección consciente.

Misión: Ser guardianes energéticos de portales y dimensiones. Defender la luz desde la impecabilidad espiritual.

🪞 15. ELEINDOR (RAZA CRISTALINA)

Origen: Dimensiones líquidas-cristalinas, similares a Andrómeda.

Karma principal: Desconexión con lo físico. Rechazo al dolor denso de la materia.

Aprendizaje kármico: Encarnar sin perder la pureza. Abrirse al aprendizaje que brinda el contraste emocional.

Misión: Anclar estructuras cristalinas, geometría sagrada, y arquitectura lumínica para la Nueva Tierra.

🔺 16. ORION (LADO DE LA LUZ)

Origen: Estrellas de Bellatrix y Mintaka, lado redimido de Orión.

Karma principal: División interna profunda entre luz y oscuridad. Carga genética de linajes reptilianos y solares.

Aprendizaje kármico: Integración de la dualidad. Sanación de vidas pasadas como víctima o victimario.

Misión: Acompañar a la humanidad en la integración del conflicto interno como camino hacia la unidad.

🔮 17. THUBAN (RAZA DRACONIANA REDIMIDA)

Origen: Estrella Alfa Draconis.

Karma principal: Herencia de conquista y dominio mental. Vínculo con estructuras de control.

Aprendizaje kármico: Reorientar la fuerza hacia el servicio. Soltar el miedo al amor y a la vulnerabilidad.

Misión: Sostener estructuras firmes para la evolución colectiva sin caer en jerarquías rígidas.

💫 18. ALTAIRIANS

Origen: Sistema de Altair, dimensión 6D.

Karma principal: Pasividad ante conflictos estelares. Karma de neutralidad excesiva.

Aprendizaje kármico: Comprender cuándo hablar y actuar, sin traicionar su esencia pacífica.

Misión: Ser puentes de paz. Activar la red de comunicación galáctica armónica.

🧬 19. YAHYEL (HIBRIDOS HUMANOS-GRISES DE LUZ)

Origen: Futuros paralelos – mezcla genética humana, pleyadiana y gris.

Karma principal: Trauma de manipulación genética y desconexión emocional.

Aprendizaje kármico: Recuperar el vínculo con la fuente a través del amor y el arte.

Misión: Representar la nueva humanidad unificada. Encarnar la reconciliación genética y espiritual.

⚛️ 20. ELOHIM (SERES CREADORES)

Origen: Dimensiones superiores – 9D a 12D.

Karma principal: Karma de creación sin equilibrio. Desequilibrio entre expansión y contención.

Aprendizaje kármico: Reconocer las consecuencias de la creación no alineada con la fuente.

Misión: Guiar la arquitectura evolutiva desde planos superiores. Activar memorias del propósito original.

🌀 21. AVIANOS BLANCOS (WHITE AVIANS)

Origen: Dimensiones elevadas (11D-12D).

Karma principal: Aislamiento por pureza. Desconexión con el libre albedrío de mundos en densidad.

Aprendizaje kármico: Participar más activamente desde la compasión.

Misión: Sostener códigos de ascensión, abrir portales interdimensionales sin imponer agendas.

☀️ 22. SOLARES INTERNOS (HUMANOS DE AGARTHA / INTRATERRENOS)

Origen: Tierra interna, ciudades como Telos y Shambala.

Karma principal: Karma de no intervenir en momentos claves del colapso superficial.

Aprendizaje kármico: Integrar la superficie como parte del plan unificado.

Misión: Sostener la frecuencia lemuriana, cristales etéricos y redes intraterrenas de sanación.

✨ Notas finales:

Cada semilla estelar encarnada elige un camino de servicio donde su karma se convierte en maestría potencial.

El karma no es castigo, sino una oportunidad de redención y evolución.

La activación consciente del linaje cósmico permite integrar dones, sanar heridas ancestrales y manifestar la misión en la Tierra.

Bruxshia Pleyadian energía Azul Zafiro 

Registros Estelares 

martes, 1 de julio de 2025

Serpiente de Luz Capítulo IX: La Isla de Moorea, las cuarenta y dos mujeres y los cuarenta y dos cristales



Moorea me causó una gran sorpresa. Era el lugar femenino más suculento que yo había visitado. No era sólo que la isla tuviera forma de corazón, sino también la maravillosa energía sexual que palpitaba desde la tierra y el océano. Se mirara donde se mirara, uno veía apuestos hombres y mujeres morenos moviéndose por todas partes, vestidos sólo con una pequeña tela en la parte inferior del cuerpo y nada en la superior. La vista de unas personas tan bellas y casi desnudas no hacía más que enfatizar la misión y su propósito: cambiar el equilibrio sexual de las mujeres de todo el mundo. Thoth quería que llegáramos a la isla al menos una semana antes del ajuste, para que nos pudiéramos acostumbrar a su energía. Sugirió que entráramos en contacto con los nativos para que llegáramos a entendernos plenamente. Al final estuvimos allí diez días y llevamos a cabo nuestro propósito el noveno. Mi novia y yo éramos principiantes en el deporte del buceo, pero llevamos todo el equipo, pues habíamos escuchado que Moorea era uno de los mejores lugares del mundo para practicarlo. No nos defraudó. El arrecife de coral que rodéala isla es como cristal líquido. Al nadar en esta agua, casi a la temperatura del cuerpo, uno puede contemplar millones de peces multicolores y animales que te rodean hasta una distancia de treinta metros a la redonda. Recuerdo haber pensado que era como nadar en un acuario. No éramos capaces de salir del agua. Cuando lo hacíamos, sentíamos como si la energía descendiera a la mitad, y nos encontrábamos a nosotros mismos volviendo a ella como zombis. Era como si nos arrastrara un imán. Y nadábamos en aquella agua entre seis y ocho horas diarias, adictos a ella. Tras un par de días de completa felicidad, una joven y alegre pareja de nativos polinesios se nos acercó y nos preguntó si nos gustaría visitar su casa. Nos parecieron tan sencillos y naturales que no lo pensamos dos veces. Fuimos con ellos a su casa como si nos conociéramos de toda la vida. Su «casa» era una playa escondida a los turistas. Tenía cabanas de hierba para guardar cosas, pero realmente no para dormir. Debía haber unas veinticinco personas, unas pocas mujeres más que hombres. Todo el mundo dormía en la arena, junto al mar, excepto cuando llovía. Arriba, sobre un saliente que daba al océano, sus ancestros habían construido un edificio especial de piedra con un único propósito. Las mujeres y los hombres se turnaban para utilizarlo. Era un lugar en el que las mujeres se masajeaban unas a otras y los hombres se masajeaban unos a otros. Se alternaban cada tarde. En su cultura, era muy importante que los miembros de cada sexo se cuidaran unos a otros físicamente, por lo cual cada persona era masajeada y amada por los demás miembros de la tribu casi todos los días. ¿Y por qué no? Habían llegado a dominar la vida más de lo que la mayoría de nosotros conoce. No utilizaban dinero, pues consideraban que para lo único que servía era para esclavizarlos. Cuando tenían hambre, acudían a un árbol de mangos o papayas. Por todas partes crecían cientos de plantas y hierbas, y ellos sabían exactamente dónde encontrarlas. El océano formaba parte de su hogar, y sencillamente caminaban hacia el agua con un palo puntiagudo y, en unos minutos, salían con el pescado deseado. Rara vez enfermaban, pero cuando lo hacían sus ancestros les habían dicho cómo sanar, por lo que no conocían a los médicos. Si el paraíso existe sobre la Tierra, ellos vivían en él. El juego y el amor eran sus principales objetivos en la vida. Por la noche sacaban sus instrumentos musicales, fabricados con materiales procedentes de la selva o del océano. Bailaban y cantaban durante horas hasta que la Luna estaba alta en el cielo. El trabajo sólo era necesario de vez en cuando; si una tormenta destruía un barco y había que reconstruirlo, por ejemplo; cuando lo era, toda la tribu se reunía para ayudar. Incluso entonces convertían el trabajo en algo divertido, excitante incluso. La música fluía por el aire mientras los miembros de la tribu se turnaban para tocar y trabajar. ¡Menuda vida!

Bastaron un par de días para que me quedara claro que su forma de vida no estaba basada en el ego, sino en otra operación más holística. Se amaban unos a otros de todas las formas, y se cuidaban. Nadie se peinaba ni se acicalaba; siempre lo hacía por él otra persona del mismo sexo. Convertían los actos más simples en una forma de demostrar amor. Se compartían unos a otros como si formaran un solo y enorme matrimonio. Las mujeres podían elegir entre todos los hombres, y éstos compartían a las mujeres. No creo que la palabra «celos» existiera en su vocabulario. Tras sólo tres días de estar con ellos, había olvidado para qué estábamos allí. Nunca había sentido tanta liberación y relajación. Mi antigua vida en Estados Unidos había desaparecido por completo. Mi cuerpo había pasado a formar parte de la tribu y mi alma pertenecía a la isla. ¿Cómo había podido tener lugar un cambio tan grande en un periodo tan corto de tiempo? Ni mi novia ni yo les mencionamos en ningún momento, ni a ninguno de ellos, nuestra intención secreta, pero hacia el séptimo o el octavo día el muchacho que nos llevó a la tribu ROS pidió que nos sentáramos a su lado. Nos miró a los ojos con amor absoluto y comenzó a hablar. —Sois mi hermano y mi hermana blancos, y conozco lo que está en vuestros corazones. Sabernos por qué estáis aquí y queremos ayudaros. Debéis llegar a un lugar sagrado, que está cerca del centro de esta isla, para llevar a cabo vuestro propósito, pero os está prohibido ir allí. Es demasiado sagrado para que dejemos que nadie llegue a él. Pero vuestro propósito está por encima de nuestras reglas. »Mañana, uno de nuestros ancianos estará aquí para guiaros. No puedo deciros su verdadero nombre, pero podéis llamarlo Thomas. Estáis en nuestros corazones y haremos todo lo que esté en nuestra mano para que podáis realizar lo que habéis venido a hacer. A la mañana siguiente, cuando el Sol estaba saliendo y explotando de color sobre el océano, el océano azul, pintando en las nubes hinchadas sombras moradas y anaranjadas, un hombre de unos cincuenta y tantos años de edad se acercó derecho hacia nosotros, y nos dijo que se llamaba Thomas. Medía uno ochenta de estatura y su piel era de color marrón oscuro. Su pelo, casi negro, le colgaba hasta la mitad de la espalda y no llevaba más ropa que una tela blanca alrededor de la cintura y unas chanclas de cuero. Parecía saber exactamente lo que pensábamos. Sin hacer ninguna pregunta, empezó a decirnos que el lugar al que debíamos ir para celebrar nuestra «ceremonia» estaba en el interior de la isla y que era un poco peligroso llegar hasta él, pero que nos mostraría el camino. Yo le pregunté si debíamos llevar alguna cosa, y él nos miró como a dos chiquillos. —No —dijo simplemente, y se volvió y comenzó a caminar. Nos miramos el uno al otro y le seguimos. Mientras estábamos viviendo en la playa, yo había observado que la mitad de la isla parecía ser montañosa y estar cubierta por la selva, pero no había pensado en ello excepto para sentir su belleza. Ahora estábamos a punto de sentir su poder. Dejar el nivel del mar, que había constituido nuestra única experiencia de Moorea, fue un choque. El terreno era realmente una selva. Pronto me di cuenta de que, sin nuestro guía, mi novia y yo habríamos sido incapaces de encontrar el camino. Había que conocer los senderos que recorrían la densa jungla y cómo se conectaban con otros, más pequeños, casi imperceptibles, que conducían a nuestro destino. Varias veces pasamos junto a antiguas ruinas de piedra situadas justo al borde de aquel camino. Le pregunté a Thomas acerca de la primera, y me dijo: —Mucho antes de que nosotros llegáramos a estas islas vivieron aquí personas antiguas. No sabemos quiénes eran, pero estas ruinas han estado siempre protegidas. Hay personas que celebran ceremonias cada año para honrar a los que nos precedieron. Pero el lugar al que vamos es el más sagrado de todos. Tras varias horas de trepar, siempre hacia arriba, llegamos a unas cumbres montañosas que yo había creído, desde la distancia, que constituían nuestro destino. Pero cuando llegamos al punto más alto, pudimos contemplar el centro de la isla por vez primera. No podía creer lo que veían mis ojos. Os aseguro que parecía sacado de una película de Indiana Jones.

La cadena montañosa en la que nos encontrábamos formaba un enorme círculo, y exactamente en su centro estaba la montaña más fálica que yo había visto jamás. Era como un pene gigantesco apuntando hacia el cielo, penetrando con fuerza en el círculo femenino de montañas que tenía debajo. Todo lo que pude decir fue: — ¡Uau! —y el poder de lo que estaba presenciando me forzó a guardar silencio. No pude evitar recordar que Moorea tiene forma de corazón. ¿Y aquél era su centro? Los tres estábamos sin habla. El único sonido era el del viento soplando entre mi pelo, y aquel silencio me permitió observar que los tres estábamos respirando en perfecta sincronía, como si fuéramos uno solo. Me sentí conectado con la vida por todas partes. Unos cinco minutos más tarde, Thomas señaló una zona a la izquierda de la montaña fálica, y dijo: —Ahí. Ahí es donde debéis estar. A partir de este momento iréis solos. Sabréis cuándo habéis llegado al lugar correcto. Mi corazón y el de todo mi pueblo estarán con vosotros —y se volvió y nos dejó solos. Durante largo rato permanecimos allí, cogidos de la mano, no queriendo romper aquel momento mágico. Al cabo de un tiempo, un loro verde brillante voló demasiado cerca de nuestras cabezas y chilló, sobresaltándonos y sacándonos del trance. Reímos por el salto que habíamos pegado, pero la seriedad del motivo por el cual estábamos allí comenzó a tomar las riendas. Sabíamos que se nos acababa el tiempo. Debíamos estar colocados en aquel lugar sagrado en una hora y media o todo estaría perdido. —Venga, vamos. Sin Thomas, que conocía cada centímetro de la isla, no resultaba fácil, y dependía de nosotros decidir cómo llegar hasta allí. Elegimos bajar casi recto por la ladera de la montaña hacia el cuenco para ahorrar tiempo, lo que probablemente fue un error. A los cinco minutos habíamos perdido el rumbo. Finalmente, sin embargo, llegamos al lugar sagrado, que era como un dibujo de cuento de hadas: un altar plano de piedra sobre el cual incontables generaciones anteriores a nosotros habían celebrado ceremonias. Sólo disponíamos de quince minutos antes de que el momento crucial expirara. La verdad es que la vida es asombrosa. Tras meses de planear algo tan crítico para la experiencia humana sobre la Tierra, casi no llegamos a tiempo. Pero allí estábamos, y quiso el destino que también las otras cuarenta mujeres y nuestros dos colegas en Egipto estuvieran en sus sitios. Aquella inmensa ceremonia estaba a punto de convertirse en realidad. Muy deprisa establecimos las cuatro direcciones para centrar y proteger aquel espacio interior en el que se iba a celebrar la ceremonia. Gracias a mi entrenamiento con los taos pueblo para crear espacios sagrados, conocía unas determinadas intenciones que deben ser protegidas y hechas realidad. Uno debe conectarse con la Madre Tierra y el Padre Cielo en su corazón y pedir a los espíritus de las seis direcciones que contengan el espacio y protejan a los seres humanos durante la ceremonia. Uno debe traer de forma consciente la presencia del Gran Espíritu. Por supuesto, el Gran Espíritu está siempre en todas partes, pero se trata de la consciencia humana de la presencia de Dios. Sin esas intenciones, aquella ceremonia no sería más que una fantasía y carecería de poder. A nuestro alrededor, todo el anfiteatro nos reflejaba la energía de miles de años de ceremonias sagradas. Thomas nos había dado hierbas y artículos locales que debíamos colocar en el centro del círculo, tal y como mandaba la tradición de los isleños, y sabiendo lo importante que era seguir las creencias locales, así lo hicimos. Y de ese modo, cuando nos quedaban apenas tres minutos, todo quedó preparado. Miré a mi novia a los ojos. Podía leer la expectación que sentía por no saber lo que iba a suceder. Estaba prácticamente conteniendo la respiración, inmóvil por la realidad de saber que estaba a punto de ser utilizada por la Madre Tierra como una herramienta de inmenso cambio energético, un cambio que iba a afectar a todas las mujeres de la Tierra. La tranquilicé, le cogí la mano y las palabras brotaron de mis labios:

—En este momento eres la mujer más importante y sexual-mente más bella. Cierra los ojos y deja que tu espíritu entre en tu cuerpo, y permanece ahí plenamente en este momento. Durante los próximos minutos eres la Tierra que crea una nueva forma de expresar la feminidad. Miré mi reloj. Faltaban cincuenta y cinco segundos antes de que la piedra fuera depositada en el agujero sagrado de Egipto. Me volví hacia mi novia, pero ella no estaba allí. El tiempo y el espacio no significaban nada para ella en ese momento. Había accedido a un lugar en su cuerpo que sólo ella, en todo el mundo, podía entender. En mi cabeza comenzó una silenciosa cuenta atrás. No pude evitarlo. No podía imaginar lo que estaba sucediendo. Cinco, cuatro, tres, dos, uno..., ahora. Mi novia, evidentemente, no podía saber con exactitud cuándo llegó aquel segundo concreto, pero en ese preciso instante todo cambió. Ella había estado de rodillas, sentada sobre sus muslos, pero en el momento en que llegó la energía de la ceremonia una expresión de asombro se extendió por su cara. Todo su cuerpo respondió dejándose caer más cerca de la Tierra. Y, a continuación, otra onda de energía pasó a través de ella. Y otra más. Era evidente que estaba viviendo una experiencia de gran intensidad, y para mí, como hombre que la observaba, era también una experiencia sexual. Yo sabía de lo que iba aquella ceremonia, pero hasta que no la vi y sentí lo que ella estaba sintiendo no me di cuenta realmente del poder del cambio sexual a ese nivel. Se tumbó sobre la Tierra, abrió las piernas todo lo que pudo y emitió un quejido que brotó desde las profundidades de su reducto secreto y escondido. Sonó casi como un grito de dolor, pero se trataba de algo mucho más primitivo. Había entrado en una región de sexualidad en la que era totalmente masculina, y por primera vez en su vida conoció el impulso de desear unirse a una mujer hermosa. Su sexualidad normal había desaparecido, siendo reemplazada por una realidad que, según me contó después, sólo había existido en sus fantasías, pero en aquel momento era real. Era real en el ámbito de la energía corporal. De pronto, y a la misma velocidad con que la había inundado aquella experiencia, una nueva ola de energía penetró en su cuerpo y la hizo cambiar involuntariamente de posición. Se agarró a la Tierra y gimió aún más fuerte hacia el Padre Sol, que se encontraba directamente por encima de ella. Su sexualidad se había mudado al polo opuesto. Ahora era completa y totalmente femenina, y deseaba ser penetrada tan hondo como fuera humanamente posible. Todo lo que podía decir era: —Dios mío. Te amo —las palabras iban dirigidas a alguien que sólo ella podía ver. Entonces otra onda de energía la inundó y volvió a ser hombre. Pero en esta ocasión había algo de mujer mezclado con todo aquel deseo masculino. Cada vez que la energía de la Madre penetraba en su cuerpo, entraba en la polaridad sexual contraria, pero se iba acercando más al equilibrio. Como un péndulo que oscilase de un lado al otro, su sexualidad continuó cambiando de una ola de energía a otra, hasta que finalmente alcanzó un lugar cercano al centro. Cuando la energía se estabilizó, al cabo de una media hora, ambos supimos que aquella experiencia la había cambiado para siempre, a ella y a la Tierra. En el futuro de este querido planeta, las hembras iban ahora a ser alteradas muy ligeramente, para quedar más centradas en su sexualidad femenina, pues los últimos trece mil años de dominación masculina las habían arrastrado en exceso hacia el mundo de la experiencia masculina. Ahora las hembras estarían preparadas para los cambios que iban a tener lugar en el futuro, unos cambios que no podrían haber experimentado y que no hubieran sido capaces de absorber mientras permanecieran atormentadas por el desequilibrio sexual de los tiempos modernos. Sólo era el principio, pues lo que realmente había cambiado era la Red de Conciencia de Unidad sobre la Tierra. Esa red era el futuro de la humanidad, y este futuro estaba a punto de hacerse completamente dependiente de las mujeres de todos los países, culturas y religiones que la humanidad ha creado desde su mente. La precesión de los equinoccios estaba a punto de entrar en un nuevo ciclo de trece mil años, pero en esta ocasión conducido por la sabiduría femenina que todas las mujeres han guardado en un pequeño reducto secreto del interior de sus hermosos corazones femeninos. Sin ese amor incondicional, la humanidad estaría a merced de las limitaciones mentales que los hombres han construido en los últimos trece mil años para protegernos. Esta protección fue necesaria en el pasado, pero ahora constituye el mayor impedimento para la supervivencia, para la expansión de nuestra consciencia y para la ascensión de la raza humana hacia un nuevo mundo de luz. Doy gracias a Dios por el corazón femenino. Siempre ha sido así. Los hombres nos protegen cuando entramos en la parte oscura del ciclo, y las mujeres nos conducen de vuelta a la luz cuando el Gran Ciclo vuelve hacia el centro de la galaxia. Mi novia yacía desfallecida sobre el suelo, con todos y cada uno de sus músculos agotados. Acababa de experimentar el orgasmo más asombroso e inusual de su vida, y al hacerlo había salvado a la humanidad. De repente, un relámpago cruzó el cielo y los truenos retumbaron a nuestro alrededor. Aquello nos sobresaltó a los dos. Ella saltó a mis brazos y pudimos contemplar una atmósfera completamente diferente del cielo azul y las blancas nubes hinchadas que se encontraban allí cuando comenzó la ceremonia. Yo había estado tan inmerso en la energía de la ceremonia que ni siquiera me había dado cuenta de la enorme tormenta que rápidamente había envuelto toda la isla. Los rayos caían por todas partes. Se estaba convirtiendo, por momentos, en una situación muy seria. Recogimos rápidamente todas nuestras cosas y nos pusimos a buscar un refugio, pero era demasiado tarde. Un cuarto de hora después de la ceremonia, la furia de la lluvia y del viento huracanado barrían todo nuestro entorno. Nunca había visto algo parecido. Sólo podíamos ver a escasos metros delante de nosotros. Del cielo caía un muro de agua. Encontramos un lugar bajo una formación rocosa en el que apartarnos de la lluvia torrencial y nos abrazamos mientras la tormenta bramaba. Lo que ignorábamos en aquel momento era que la lluvia no iba a cesar durante tres días y tres noches. Eventualmente conseguimos regresar hasta nuestra «familia» cerca de la playa, pero nuestras vidas habían cambiado en formas que no soy capaz de explicar en estas páginas. Una tormenta de aquella magnitud no era rara en Moorea, pero que sucediera al mismo tiempo en Egipto, sí. Quince minutos después de la ceremonia de Egipto, las lluvias torrenciales se desataron en Giza y continuaron durante tres días y tres noches en aquella región desértica de la Gran Pirámide, habitualmente seca. Los periódicos informaron de que las calles de Giza estaban cubiertas por un metro de agua. Tres personas murieron ahogadas. Un periodista afirmó que Egipto nunca había experimentado algo parecido a lo largo de su historia conocida. Echando la vista atrás, aquello me pareció una liberación emocional de nuestra Madre para encontrar, una vez más, el equilibrio a sus necesidades interiores. Aunque este nuevo equilibrio sexual femenino no iba a manifestarse en el mundo hasta unos cuantos años después, para nuestra Madre era real, allí y en aquel momento, y suponía el comienzo de un nuevo ciclo de vida para su querido cuerpo, el planeta Tierra

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