Como tanto Katrina como yo vivíamos en Taos (Nuevo México), el encargo era fácil y me acerqué en mi coche hasta su casa. Pero aquél no era un día corriente para Katrina. Era una experta en cristales que estaba escribiendo su primer libro, titulado La iluminación por los cristales, acerca de sus conocimientos especiales, y su editor le había pedido que entregara el manuscrito a las cinco de la tarde de ese mismo día. Por eso, cuando me asomé a la puerta, me dijo: —Vete, Drunvalo; hoy no. Estoy demasiado ocupada para charlar. Levanté el índice de mi mano izquierda, y dije: —Katrina, sólo necesito unos cinco minutos, por favor. —Drunvalo, por favor, voy retrasadísima. En otro momento. Pero a mí me habían dicho que me asegurara de recibir la información de dónde iban los cristales ese día. Por eso insistí, y ella me contestó: —De acuerdo, cinco minutos, ni un segundo más. Rápidamente le hablé de los ocho templos y los ocho cristales, y le entregué la lista que se me había dado. La leyó durante unos tres segundos, abrió la tela azul que contenía los ocho cristales y, sin pensarlo, señaló los templos uno a uno y anunció un cristal para cada uno, sin emplear más de ocho segundos en cada cristal. —Muy bien, Drunvalo, tengo que trabajar. —De acuerdo, de acuerdo —murmuré—. Déjame que escriba lo que acabas de decirme. Al recordar aquella experiencia, sé que realmente fue la grandeza lo que inspiró a Katrina para elegir qué cristal iba en cada uno de los templos. En mi recorrido por ellos, cada cristal que ella había elegido era siempre exactamente del mismo color principal o de la energía de ese templo. Sigo sin saber por qué no me dijeron eso de principio. Supongo que estaba aprendiendo a confiar. Mientras estaba teniendo lugar el viaje a México y Guatemala, otra parte de la historia, relacionada con los fenómenos psíquicos y la red sobre la Tierra, se engranó con él. Para contar esta parte debo volver al principio. Los taos pueblo En mi anterior y única otra vida sobre la Tierra, desde 1850 hasta 1890, viví como curandera de una pequeña tribu de Nuevo México llamada los taos pueblo. Puedo recordar cada minuto de esa vida, que forma una historia por sí misma, pero no una que necesite contar aquí. Lo importante es que mi padre en aquel tiempo era el jefe de la tribu, y mi madre estaba considerada por los taos como una gran alma. En mi vida actual, mi madre de la tribu es mi hermana mayor, Nita Page, y mi padre de la tribu es el hijo de mi hermana, Ken Page. Ahora soy su tío, aunque sólo nos llevemos cuatro años de diferencia. (Mi hermana es dieciséis años mayor que yo.) En esta vida, cada año y durante más de cuarenta, un hombre fuerte y realmente santo llamado Juan Concha, el dirigente espiritual de la tribu taos en 1985, estuvo yendo a casa de mi hermana, en California, para asegurarse de que Nita, Ken y yo nunca olvidáramos nuestras raíces. En realidad, la tribu iba a tener trabajo para nosotros en el futuro y no quería perder nuestro rastro. Los tres osos se despiertan Mi hermana fue la primera en despertar, hace mucho tiempo, a principios de los años sesenta. La tribu la recogió, confirmó quién era, y dio comienzo a un programa de entrenamiento especial creado específicamente para ella. Dentro de la tribu taos había doce tribus, y cada una de estas tribus menores poseía su propia kiva y su camino espiritual específico. Nita fue entrenada en la tribu «fetiche de cristal», que la condujo a su kiva de las profundidades de la tierra para empezar su entrenamiento. Esto resultaba tremendamente inusual, pues normalmente sólo los hombres son admitidos en las kivas. Pero debido a quién era, hicieron una excepción y le enseñaron los antiguos modos. Yo fui el segundo en despertar, en 1971, cuando las dos esferas de luz, los ángeles, se me aparecieron, pero hasta 1980 no me pidieron que fuera a Taos para comenzar mi entrenamiento con la tribu. Yo di por supuesto que, cuando llegara allí, la tribu correría hacia mí con los brazos abiertos y me acogería, pero no fue así. Anuncié que había ido para comenzar mi recuerdo. Sólo me miraron, y dijeron: —Entra en el pueblo y espera. Vendrán a buscarte cuando llegue el momento. Dos años más tarde, cuando ya casi había olvidado por qué estaba allí, Jimmy Reyna, mi futuro mentor, llegó a mi casa y me pidió que asistiera a una ceremonia tribal. Era el comienzo de un programa de entrenamiento, de doce años de duración, en el que me enseñaron gran parte de lo que he aprendido acerca de los niveles espirituales. Pasaba mucho tiempo con la hermana de Juan Concha, Cradle Flower, que me enseñó el funcionamiento interno de las formas que tenía la tribu de usar los cristales, los fetiches y los sueños para crear realidades. Aunque aprendí todo esto directamente de la tribu, fue en la vida diaria donde tuve que darme cuenta de su poder. Lo que debía dominar era el cruce del puente entre dos mundos, los dos modos de ser, tan diferentes. Mi hermana y yo esperamos durante años el despertar de Ken. Pensábamos que tendría lugar cualquier día, pero nada sucedía. Ken había crecido en la tradición católica, pero su dios era el dinero. Se había hecho muy rico con centros comerciales, puertos deportivos, restaurantes, tiendas de automóviles y muchas cosas más. Creo que puedo afirmar que Ken era un multimillonario con el materialismo instalado en el núcleo de su mundo. Pasaron los años. Tanto Nita como yo comenzamos a creer que Ken nunca iba a despertar. Finalmente, debo admitir que lo dejé a un lado y me mudé desde Nuevo México a Colorado, donde estaba viviendo en aquel momento, para continuar con mi vida. Muchos años más tarde casi me había olvidado de él, pues vivíamos en dos mundos paralelos. Y entonces un día de 1983 ó 1984, un año o dos antes de que la Pirámide Nakkal fuera descubierta, Ken tuvo una experiencia. Ken no tenía ni idea de temas como el que estamos tratando en este libro. Vivía una vida basada por entero en las cosas materiales que uno posee y con las que uno se pasea. La única parte de la vida que le importaba era el tipo de coche que conducía, la marca del traje que llevaba o la dirección donde vivía. El lado espiritual de la vida no le afectaba en absoluto. ¿Habilidades psíquicas? Ken no creía en ninguna de esas extrañas posibilidades. De hecho, si alguien hubiera hecho flotar un objeto por la habitación, al instante habría creído que era cosa del demonio. Católico cien por cien. Pero aquel día, la vida de Ken cambió para siempre. Le habían invitado a una fiesta, con vino y queso, y todo el mundo paseando y hablando de sí mismos. Pero la Madre Tierra había decidido que había llegado el momento en que Ken debía despertar. Una mujer joven se le acercó y le preguntó si le gustaría tener una «lectura». Él le respondió: — ¿Quieres leerme un libro? Ella le hizo sentarse y sacó un mazo de cartas de tarot y comenzó a hacerle una lectura, la primera de su vida. Creo que podríamos llamarla su lectura virginal. La mujer empezó a decirle cosas que sólo él conocía. No una o dos, sino muchas experiencias pasadas y profundamente escondidas, y con todo lujo de detalles. Él estaba abrumado. Nadie, y en especial ningún extraño, le había dicho jamás cosas así de sí mismo de la manera en que esta joven lo estaba haciendo. Aquello estaba alterando su concepto de la vida. Al final de la lectura, Ken estaba completamente abierto a cualquier cosa que ella dijera. Para él, estaba sucediendo un milagro. Ella se inclinó hacia él, señaló con el dedo directamente hacia su tercer ojo, bajó la voz y dijo: —Ken, tienes un tío que vive en Nuevo México y debes visitarle. Tiene algo que enseñarte. Deberás quedarte con él tres días. Aquello era la gota que colmaba el vaso. Ken sabía que yo vivía en Nuevo México, pero no podía imaginar cómo podía saberlo aquella muchacha. Dejó la fiesta y a la mañana siguiente llamó a su madre para pedirle mi número de teléfono. Aquello era algo que, sencillamente, no podía pasar por alto. Era demasiado poderoso, y su curiosidad acerca de lo que yo iba a enseñarle estaba estallando como una supernova.
Reunión
En aquella época yo estaba viviendo con mi novia en una vieja comunidad hispana cerca de Taos. Nuestro hogar era primitivo: una pequeña casita de adobe con dos habitaciones y sin un auténtico cuarto de baño. Ambos éramos artistas y pintábamos sobre el lienzo escenas de naturaleza suroccidental para poder conseguir algo que llevarnos a la boca. Yo me había licenciado en bellas artes y era un apasionado de la materia. Parece que eso nunca me abandona durante demasiado tiempo. Aunque mi entorno era precario, yo me sentía muy feliz viviendo allí. Un día recibí una llamada telefónica de Ken. No había hablado con él desde hacía casi diez años, como le dije, y nuestras vidas habían avanzado en direcciones divergentes. Ken me contó la lectura de la chica y me preguntó si podía venir a visitarme «durante tres días». —Por supuesto, Ken. Me encantará verte. Alrededor de una semana después llegó a mi humilde casa en un flamante Lincoln Town Car negro. Estaba totalmente fuera de lugar en aquella vieja y pobre comunidad hispana. Se bajó del coche con su traje de tres piezas y sus gafas de sol especiales, que se aclaran cuando te apartas del sol. Abrí la puerta. En lugar de saludar, miró hacia el interior, escrutando la habitación; luego dirigió su mirada hacia mí, y dijo: — ¿Vives aquí? No podía creer, acostumbrado a su estilo de vida, que yo pudiera realmente vivir en una casa así. ¿Qué podía decir yo? —Ken, sé que es sencilla, pero a mí la vida me parece maravillosa. Pasa. Caminó hasta una silla, le quitó el polvo con asco y se sentó. Me miró directamente a los ojos, y dijo: —Bueno, pues ya sabes lo de la lectura, pero lo que no sabes es que ella me dijo que tienes algo que enseñarme y que tardarás tres días en hacerlo. ¿De qué se trata? —Poco a poco, Ken. No tengo ni idea de lo que se supone que debo enseñarte, si es que debo enseñarte algo. Si esperas unos minutos, vuelvo enseguida y quizá pueda contestarte. Fui a la habitación trasera, donde había preparado un lugar de meditación. Me senté, y muy pronto entré en un estado de consciencia alterado, tal y como me habían enseñado. Allí, en mi visión interior, estaban los dos ángeles. Les pregunté qué querían que hiciera. —Enséñale a Ken todo lo que sepas acerca de los cristales —me dijeron. Y desaparecieron. Me levanté y pensé en ello por un momento. Yo llevaba muchos años estudiando los cristales y estaba incluso dando talleres sobre éstos para sacar algo más de dinero. (El arte y la pintura no eran suficientes, desde luego.) Si tuviera que enseñar a Ken todo lo que sabía sobre los cristales, eso nos llevaría cada minuto de aquellos tres días. Volví a entrar en la habitación en la que me esperaba Ken. —Bueno, ¿sabes ya lo que vas a enseñarme? —me preguntó. Sin rodeos, como quería Ken, le contesté: —Sí, parece ser que debo enseñarte todo lo que sé acerca de los cristales. A Ken se le salían los ojos de las órbitas y su expresión era de perplejidad. — ¡Piedras! Me vas a enseñar cosas sobre las piedras. ¡Es ridículo! Las piedras no van a ayudarme. —Ken, los cristales son algo más que piedras. Comencé a explicarle cómo los cristales están, en realidad, vivos y conscientes; algo que comprendo que está más allá de la consciencia normal, pero no más allá de la ciencia. Le enseñé la tabla periódica de los elementos, que había colgado en una pared. Le mostré cómo el carbono, el sexto elemento, está asociado con toda la química orgánica y todo lo que normalmente se considera vivo. Pero directamente debajo de él, una octava por debajo, está el silicio, el elemento principal del cristal de cuarzo y del ochenta por ciento de la corteza terrestre. Le expliqué que la ciencia había descubierto, en los años cincuenta, que el silicio posee exactamente los mismos principios de vida que el carbono, y que hoy día la ciencia entiende que el carbono y el silicio son los únicos dos elementos que se sabe que pueden crear vida. La ciencia ha encontrado formas de vida en las profundidades del océano que están vivas, conscientes y que se reproducen, cuyos cuerpos están formados enteramente por silicio, sin ningún rastro de carbono. Por tanto, cuando hablamos de cristales, debemos entender que son conscientes de mucho más de lo que los humanos admitimos. Los cristales son capaces de recibir y enviar tanto los pensamientos humanos como las emociones. Esto lo descubrió el científico Marcel Vogel, que posee más de doscientas patentes, incluida una del disco flexible de los ordenadores mientras trabajaba para la Bell Labs. Todo esto tiene sentido cuando uno se da cuenta que la primera radio del mundo estaba fabricada con cristales. Simplemente colocabas un cristal de cuarzo sobre una mesa, lo tocabas con un cable y podías escuchar la señal de radio por los altavoces. El cristal estaba recogiendo la señal electromagnética en la banda de frecuencias de la radio. Pero también los pensamientos humanos se encuentran en la escala de frecuencias electromagnéticas. Los pensamientos tienen una longitud de onda muy, muy larga, comparada con las ondas de radio; pero a excepción de esa longitud, son exactamente lo mismo. Por tanto, ¿por qué no iba un cristal a ser capaz de captar los pensamientos? Ken jamás había pensado en esto con anterioridad. — ¿Así que quieres decir que un cristal puede saber lo que estás pensando? —Sí, Ken. Pero es mucho más que eso. ¿Cómo crees que funcionan los ordenadores? No son otra cosa que cristales, y sin esos cristales los ordenadores no existirían. Es la naturaleza viva de un cristal lo que les permite hacer lo que hacen. ¿Lo entiendes? »Los cristales naturales pueden guardar un «programa», lo que significa un patrón de pensamiento, y seguir ejecutando ese patrón de pensamiento durante toda la eternidad a menos que alguien lo borre. Un cristal debidamente programado puede cambiar vastas zonas del mundo humano e influir sobre ellas. Así fue como Ken y yo comenzamos a intercambiar ideas acerca de los cristales. Nuestra discusión duró tres días, hasta que sentí que Ken se había hecho buena idea de cómo trabajaban los cristales con la consciencia humana. Al cuarto día, Ken me dio un fuerte abrazo y volvió a su mundo ligeramente cambiado. Al menos creo que entendió que un cristal era algo más que una piedra.
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