sábado, 28 de junio de 2025
Serpiente de Luz Capitulo Siete: El Yucatán y los Ocho Templos II
Los últimos cuatro templos El tiempo se fue ralentizando, más y más, hasta que perdí la noción del día en que estábamos. Ya ni siquiera se trataba de pensar. Era un segundo tras otro segundo y el eterno ahora. Todos mis sentidos estaban abiertos de par en par a medida que cada templo disolvía cada vez más mis formas de ser urbanas, y mi espíritu iba lentamente haciéndose consciente del mundo tridimensional con una nueva luz. Allí estábamos sobre la tierra firme de cada día, profundamente inmersos en cada nanosegundo. La vida se abría constantemente a otra nueva apertura. Me sentía de maravilla. Casi no podía esperar a llegar a Tulum. Aquél era el chakra garganta, conectado con el mundo de las corrientes de sonido, una de las primeras energías de la creación. A medida que pasábamos por cada uno de los templos, íbamos ascendiendo cada vez más niveles de consciencia de la parte femenina de la Red de Conciencia de Unidad. Podía sentirla, a pesar incluso de mis problemas para sintonizar con ella. Tulum está a orillas del Caribe, de cata al mar. Había sido fácil conectarse con Chichén Itzá, pues resultaba enormemente familiar, pero Tulum vibraba en lo que me parecía un nivel mucho más elevado. Y era precioso: hierba, piedras vivas, cielo azul claro y agua azul oscuro por todas partes. Pude comprobar con mis propios ojos por qué los mayas habían elegido aquel lugar, pero supe que pronto iba a tener que ver con mi tercer ojo, mi «ojo único», la razón energética de por qué habían ido allí. Antes de que saliéramos de Estados Unidos, Thoth nos había dicho que nos indicaría dónde debían ir los primeros cuatro cristales, pero que para los cuatro últimos Ken y yo estaríamos solos a la hora de encontrar el emplazamiento exacto que devolvería cada templo a la vida o a otro nivel de vibración. En Tulum me sentía confiado cuando comencé a buscar el lugar, pero a medida que pasaba el tiempo comencé a pensar que aquel trabajo estaba por encima de mi comprensión o de mi capacidad. Había estado utilizando un péndulo para sentir las energías antiguas, al igual que había hecho Ken; pero en Tulum cada punto parecía tan increíblemente fuerte que la tarea de elegir uno u otro resultaba en principio insuperable. Le confié a Ken que era como distinguir la melodía de un violín en una orquesta de cien instrumentos. Todos producían la misma sensación: ¡poder! Buscamos durante cinco horas sin encontrar ni una sola posibilidad. En un punto concreto, paramos a comer. Ken me decía que se sentía completamente desconcertado, y que si no éramos capaces de encontrar el lugar especial bien podíamos volver a casa. Eso no hacía más que provocarme una tensión mayor, pues yo sentía lo mismo. Le dije: —De acuerdo; vamos a meditar y ver si hay algo dentro de nosotros que sienta de forma nueva. Es evidente que lo que estamos haciendo no funciona. Encontramos los dos un lugar en el que sentarnos a unos pocos metros uno del otro y entramos en nosotros mismos. Al cabo de media hora obtuve un «conocimiento». No podría decirte cómo llegué a aquella conclusión, pero sentí que sería capaz de encontrar el emplazamiento del cristal si dejaba que mi intuición tomara el control de mi mente emitiendo un zumbido y «siguiendo» el sonido. Después de todo, estábamos en el chakra garganta. Ken dijo simplemente: —Yo te sigo. ¡Adelante, tío! (Tener a Ken allí era como tener al personaje serio de un dúo cómico siguiéndome por todo México.)
Pues funcionó. Comencé a moverme sin pensar, escuchando el sonido de mi garganta. Este método nos condujo, en cuestión de minutos, a un pequeño templo situado en las alturas, cerca del borde de un acantilado que daba al océano, un lugar en el que antes no habíamos reparado. Si me alejaba del punto donde debía enterrar el cristal, el sonido cambiaba y bajaba de tono, pero cuando me acercaba a él aumentaba su potencia. Cuando entramos en el pequeño edificio, de no más de tres metros cuadrados y medio, el sonido de mi garganta paró por completo. Supe que había llegado. Lo supe con certeza cuando saqué el cristal y pude comprobar que la antigua pintura que cubría el interior de la cúpula era exactamente del mismo color. Enterramos el cristal bajo aquella cúpula y nuestro trabajo quedó finalizado. Kohunlich Mientras circulábamos siguiendo la costa hasta nuestro próximo templo, nos mantuvimos en silencio. Después de Tulum, sabíamos que aquello iba a ser mucho más complicado de lo que creímos en Nuevo México, ¿íbamos a tener que cambiar psíquicamente en cada uno de los templos? ¿Poseíamos en nuestro interior ese tipo de habilidades? ¿Las poseía todo el mundo? ¿Qué iban a suponer para nosotros, como seres humanos, aquellas experiencias? ¿Había algún propósito en nuestra estancia allí más allá de lo que Thoth nos había dicho? Las preguntas no cesaban de formularse en mi mente. Dejamos el océano a nuestra izquierda cuando pasamos de la cosa oriental de México a un pueblecito llamado Chetumal, cerca de Belize. Al principio no sabíamos si el templo de Kohunlich estaba en aquel país o en México. Se había descubierto hacía poco y no llevaba mucho tiempo reflejado en los mapas, y daba la sensación de estar situado justo en la frontera. Una vez en Chetumal, sin embargo, la gente nos dijo que Kohunlich estaba en México. Fue un gran alivio, pues pronto descubrimos que el gobierno mexicano no nos dejaría llevar nuestro coche alquilado a Belize. — ¿Están ustedes locos? —dijeron—. Si llevan ese coche a Belize, se lo habrán desguazado y vendido antes de que transcurra un solo día. Así que fuimos disminuyendo la marcha cada vez más y nos detuvimos para pasar la noche en una hacienda apartada de la carretera. Decidimos beber un poco de tequila por vez primera para relajar nuestros cuerpos cansados. Y lo logramos. Yo no estoy acostumbrado a beber. A la mañana siguiente nos despertamos muy tarde, pero con anchas sonrisas de felicidad en nuestros rostros. Estábamos preparados para cualquier cosa. O eso pensábamos. Echamos todas nuestras cosas en el «viejo rojo» y partimos llenos de emoción, como si estuviéramos sobre el camino de baldosas amarillas del Mago de Oz. Estábamos convencidos de que aquel día iba a suceder algo mágico. Tulum había sido increíble y Kohunlich tenía que serlo aún más. Estaba más alto en el espectro de energía. Habíamos comprado un mapa del terreno que mostraba con gran detalle las carreteras secundarias y los pueblecitos pequeños. Kohunlich estaba claramente señalado y el camino para llegar allí parecía muy sencillo. Creíamos que nuestro día estaba ya establecido. Pero cuando llegamos al lugar en el que el mapa señalaba Kohunlich, éste no estaba allí. De hecho, allí no había nada. Las gentes del lugar nos miraban como si estuviéramos locos. Confundidos, regresamos a Chetumal. No sabíamos qué hacer. De vuelta al pueblo, decidimos preguntar a alguien que pudiera saber dónde estaba realmente situado Kohunlich. Vimos a un militar de pie junto a un viejo y destartalado restaurante mexicano, y Ken entabló conversación con él, pues aquel hombre hablaba inglés. Ken le preguntó si conocía Kohunlich, y los ojos del hombre se iluminaron. —Sí 1. Llevé a mi familia y a mis hijos a Kohunlich el mes pasado, y sé exactamente dónde está. 1 En español en el original (N. de la T.) Estudió nuestro mapa y se echó a reír. Nos dijo que la persona que lo había dibujado no tenía ni idea de dónde se encontraba el templo. Según él, ni siquiera estaba en el mismo lado del mapa.
Nos marcó el lugar y nos dio detalles de cómo llegar a él. Le dimos las gracias y nos pusimos en camino hacia Kohunlich, con la sensación de que por fin íbamos a ser capaces de empezar aquella parte de nuestro viaje. Unos tres cuartos de hora más tarde, llegamos a la zona donde el militar nos había dicho que estaba Kohunlich, pero allí no era. Nadie sabía de qué estábamos hablando. Kohunlich estaba empezando a constituir un problema. Volvimos al pueblo una vez más, pensando a quién podríamos pedir que nos indicara el camino, y decidimos que un conductor de taxi sería quien mejor lo podría saber. Elegimos a uno y le preguntamos acerca de Kohunlich. Él sacó nuestro mapa y reunió a otros cinco taxistas en corro. Empezaron a hablar en español muy rápido. Luego se separaron, y el primero nos dijo: —Bueno 2, podemos mostrarles exactamente dónde se encuentra en este mapa. Todos hemos estado allí muchas veces, pero estaba intentando buscarles la mejor ruta para llegar desde aquí. La he marcado con el bolígrafo. Es un sitio precioso. Les gustará. Le dimos las gracias y Ken le entregó una propina por su ayuda. Su sonrisa se hizo casi más ancha que su cara. Seguimos la ruta que nos había sugerido el taxista y ésta nos llevó directamente al punto al que él había pretendido que fuéramos, pero, como de costumbre, Kohunlich no estaba allí. Después de tres viajes, lentamente estábamos perdiendo el día. Paramos a la orilla de la carretera, mudos de asombro. No dijimos nada, sino que nos quedamos mirando el paisaje. Parecía imposible. De repente, Ken se incorporó de golpe y gritó: —Ya lo tengo. Sé lo que se supone que debemos hacer. Me hizo dar un brinco, pues estaba empezando a dejarme llevar por mis pensamientos. — ¿Y qué es lo que debemos hacer, Ken? — ¿No es Kohunlich el sexto chakra, el del tercer ojo? ¿No te acuerdas de que en Tulum tuvimos que cambiar? Quizá se suponga que debemos utilizar nuestro tercer ojo para encontrar este templo. Drunvalo, estoy seguro de que es así. Escucha, tú utilizas tus habilidades psíquicas para encontrar Kohunlich y yo conduzco. Todo lo que pude decir fue: —Gracias, Ken. Me di cuenta de que probablemente tenía razón. Thoth había dicho que en los últimos cuatro templos deberíamos encontrar el punto especial por nosotros mismos, y que ambos íbamos a aprender de este viaje. Quizá había llegado el momento de hacerlo. La idea me excitó y levantó mi ánimo. —De acuerdo, tú conduces —me volví hacia Ken—, y yo te diré cuándo debes girar. Sigue de frente —Ken arrancó y volvió a la carretera, dirigiéndose a algún lugar. Cerré los ojos y repetí el sonido del nombre del templo, «Kohunlich», una y otra vez para mis adentros. Tras tres o cuatro minutos, dejé de pensar y comencé a sentir. Cada vez que llegábamos a una intersección o un cruce de caminos, dejaba que mi cuerpo sintiera y respondiera. Cualquier cosa que mi cuerpo sugiriera, yo lo aceptaba. —Ken, gira a la izquierda en esta próxima intersección. Sin hacer ninguna pregunta, Ken giraba. Continuamos así durante casi ciento veinte kilómetros, girando allí donde mi cuerpo decía que lo hiciéramos. Estábamos completamente perdidos. Todo nos resultaba extraño y estábamos muy lejos de nuestro hotel. Recuerdo el último desvío hacia un camino de tierra muy poco transitado. Era estrecho y estaba lleno de baches. Y lo peor de todo era que nos estábamos metiendo en una selva muy espesa.
Yo creo que Ken estaba empezando a ponerse nervioso por la forma en la que se sentaba, erguido en su asiento, y por primera vez expresó una duda. —Drunvalo, ¿estás seguro de que este camino es el correcto? —Ken, no estoy seguro de nada. Sólo estoy intentando utilizar mis posibilidades. Y el camino nos llevaba cada vez más hacia el interior de la selva. Ya no había ningún rastro de civilización, sólo jungla.
Seguimos unos cinco minutos más por aquel camino y, de repente, observamos una señal marrón con una flecha dorada señalando el camino: Kohunlich. Ken y yo casi nos volvimos locos de alegría. ¡Bien! ¡Había funcionado! Nada en mi vida había jamás despertado mis emociones y movilizado mi adrenalina tanto como la vista de aquella sencilla señal. También me enseñó cosas acerca de mí mismo y de las posibilidades de los seres humanos, cosas que he conservado hasta hoy. Thoth tenía razón, íbamos a aprender mucho el uno del otro.
El tercer ojo Entramos en aquel recinto, inmerso en la jungla, en el que el cielo quedaba completamente fuera de la vista. Había estanques con flores de loto flotando en la superficie del agua y plantas tropicales por todas partes. Era increíblemente fantástico..., ¡y tan surrealista! Nada parecía real. Me sentí como si estuviera en el escenario de una película de Hollywood. Encontramos a un hombre solitario, un arqueólogo a punto de irse a casa, y nos dijo que su equipo acababa de descubrir Kohunlich hacía un año y medio. Sólo estaban trabajando en la primera pirámide, pero el lugar se extendía a lo largo de kilómetros en todas direcciones. —Adelante, echad un vistazo —nos dijo—. Pero, por favor, no toquéis la superestructura que rodea la pirámide. Y nos dejó solos. Subimos por la única pirámide expuesta y por primera vez vimos algo que nos dejó muy claro el concepto de la conexión de cada uno de estos templos con los chakras. Cubriendo cada superficie de esta pirámide de cuatro lados había caras humanas en relieve. Cada una de estas caras medía unos tres metros de altura y sobresalía de la pirámide alrededor de medio metro. Y en cada cara, en la zona situada entre las cejas, aparecía un punto redondo señalando el tercer ojo. Nunca había visto nada parecido en todo México. Kohunlich estaba conectado con el sexto chakra, que se localiza exactamente en el tercer ojo. Y allí, sobre la frente de cada uno de aquellos rostros regios, estaba la prueba de que los antiguos mayas también conocían la función energética de este lugar sagrado. Era impresionante. Pero teníamos trabajo que cumplir, y al cabo de un cuarto de hora dejamos de ser turistas y comenzamos a buscar psíquicamente el lugar secreto donde debíamos colocar nuestro cristal. Kohunlich era el lugar más poderoso, en términos de energía pura, de todos los que habíamos visitado hasta entonces. Pero fue como si padeciéramos de muerte cerebral y, olvidándonos de la lección de Tulum, una vez más comenzamos a utilizar nuestros péndulos. Al cabo de una hora nos rendimos. Aquello no funcionaba. La realidad nos hizo recordar nuestro dilema inicial. Nos sentamos en los escalones de un pequeño templo cercano a la pirámide grande y comenzamos a razonar como habíamos hecho en Tulum. —Drunvalo, esto no vale para nada —dijo Ken—. Deberíamos haber aprendido algo de Tulum. Puesto que aquí está el tercer ojo, y dado que encontramos este templo gracias a nuestras habilidades psíquicas, creo que sólo necesitamos ese método para localizar el punto. Tú fuiste el que encontraste este sitio, pero ahora quiero hacer yo lo que tú hiciste y, de un modo u otro, encontrar el punto en meditación. ¿Crees que podré hacerlo? —Ken, yo creo en ti. Adelante, y hazme saber lo que encuentres.
Ken cerró los ojos y estuvo ausente unos veinte minutos. Luego los volvió a abrir muy excitado. —Ya sé lo que estamos buscando. Déjame que te lo enseñe. Sacó papel y bolígrafo y dibujó lo que había descubierto en su meditación. Me dijo que en el suelo había un agujero como el del dibujo, y que directamente delante de él había un arbolito. Entre el árbol y el agujero grande había otro agujero pequeño de unos siete centímetros de diámetro. Allí, en ese agujero pequeño, era donde debíamos colocar el cristal. El agujero grande era tan raro que, si lo encontrábamos, no íbamos a tener ninguna duda de que fuera ése, pero resultaba muy extraño que un agujero así pudiera existir. En lugar de expresar mis dudas, me levanté y dije: —De acuerdo, vamos allá. Si está por ahí, lo encontraremos. Ken respondió con rapidez:
—Drunvalo, yo he descubierto el aspecto que tiene el agujero. Te toca a ti encontrarlo —no hay duda de que lo suyo es la oratoria. Acepté el reto. Mantuve la imagen del agujero en mi mente e intenté percibir la realidad para buscarlo. Mi cuerpo se vio empujado en una dirección que nos alejaba de la pirámide principal hacia la jungla. En cuestión de segundos había desaparecido todo rastro de civilización y estábamos rodeados sólo de naturaleza. Pero el tirón de mi cuerpo continuaba. Era difícil moverse a través de la densa jungla, y no contábamos con ningún machete, que es lo que la mayoría de los mexicanos utiliza. Pero no dejamos que eso nos detuviese. Nos abrimos camino entre la maleza y seguimos avanzando. Noté que me estaba arañando los brazos, por lo que me bajé las mangas y las abotoné para protegerme. Debíamos llevar casi tres kilómetros recorridos cuando el tirón de mi cuerpo cambió. Estábamos pasando a la izquierda de dos grandes colinas cuando mi cuerpo, literalmente, se volvió hacia ellas. Entre ambas colinas había un espacio abierto y supe que debíamos entrar en él. —Ken, ven conmigo. No estoy seguro, pero creo que el camino es por aquí.
Aquel espacio abierto entre las dos colinas medía unos dieciocho metros de ancho y, por alguna extraña razón, estaba limpio de maleza. Por primera vez pudimos caminar con facilidad, y habíamos recorrido la mitad del camino cuando ambos paramos de golpe. Estábamos contemplando algo que no debería haber estado allí, pero que estaba. Sobre la ladera que quedaba a nuestra derecha había una escalera que conducía a la cumbre. Allí, en medio de la densa selva mexicana, una escalera que parecía traída de Grecia. Estaba fabricada de un mármol dorado y blanco formando dibujos y pulido como el cristal. Daba la sensación de haber sido construida el día anterior. Una barandilla de mármol conducía a lo que debían ser unos ciento cincuenta o doscientos escalones. A ambos lados de la escalinata, selva áspera y enmarañadas raíces de viejos árboles. Realmente era como si alguien la hubiera construido hasta la cima de la selva y es tuviera escondido en algún lugar, observándonos. Producía escalofríos.
Habíamos olvidado totalmente nuestra misión. Aquello resultaba demasiado fascinante. Finalmente, Ken preguntó: — ¿Tú crees que habrá alguien que conozca esto?
Yo no supe qué responder. En su lugar, le dije: —Subamos y veamos dónde nos conduce. En completo silencio, como si pudiésemos despertar a alguna criatura mitológica, trepamos por aquellas escaleras que parecían elevarse hasta el cielo. En la parte superior, la escalera giraba a la derecha y se abría a una zona dispuesta para el descanso, de unos trece metros cuadrados, con suelo y bancos de mármol. Toda la cumbre de la colina estaba cubierta por la selva excepto aquella zona. Totalmente confundidos y fascinados, nos sentamos en uno de los bancos. — ¿Qué te parece, Ken? ¿Tú crees que los griegos llegaron a Yucatán y reclamaron esta colina como de su propiedad? Ken negó silenciosamente con la cabeza. Por alguna razón, saqué mi péndulo y lo probé. Funcionaba. A través de él podía sentir que el extraño agujero de Ken estaba allí, en aquella colina. La excitación recorrió mi cuerpo. —Ken, está funcionando. Creo que es aquí. — ¿Dónde? ¿En esta colina? Sin contestarle, le pedí que me siguiera y caminé en la dirección que sugería el péndulo. Me condujo directamente al otro lado de la cumbre de la colina. Otra vez estábamos envueltos por la densa selva, avanzando con lentitud. Y de repente, allí estaba. Nos sentimos como si acabara de tocarnos la lotería y no supiéramos qué hacer con todo el dinero. Cuando miré hacia abajo, hacia aquel extrañísimo agujero del suelo, me recorrió el cuerpo un sentimiento que nunca olvidaré. Aquel sentimiento me decía: «Recuerda esto, pues la Vida te va a presentar cosas aún más extrañas durante tu vida, y todas ellas poseen un significado y un propósito». Aquel agujero medía unos tres metros de profundidad y entre tres y medio y cuatro de ancho. Las paredes y el suelo, que se adentraban en la tierra, estaban fabricados por el hombre y bordeados de piedras perfectamente cortadas en forma rectangular. Había algo obvio que Ken no había visto en su meditación: del suelo salían dos tubos de arcilla roja. Cada uno de estos tubos tenía unos treinta centímetros de diámetro y sobresalía otros treinta del suelo. Reflexioné acerca de lo que podrían ser, pero no se me ocurrió nada. Volví a mirar hacia arriba y vi el arbolito que Ken había visto en su meditación. Me levanté de un salto, me dirigí hacia él a través de la vegetación y busqué un agujero pequeño frente a él. Allí estaba, tal y como Ken lo había visto con su visión interior. Enfoqué mi linterna a través de él para ver lo que había en su interior, pero no pude ver nada. Estaba negro como ala de cuervo. Pero en cuanto al lugar donde se suponía que debíamos colocar el cristal, no cabía ninguna duda. Ken se acercó y miró también hacia el interior, pero tampoco pudo ver nada. Era como mirar hacia las estrellas, pero sin que hubiera estrellas. ¡Todo lo que podíamos ver era misterio! Misterio, pero confianza. Retiramos el cristal de la tela. Ambos lo sostuvimos un momento en oración por los mayas y luego yo fui el elegido para colocarlo en el interior de la Tierra. Recuerdo que, durante nuestra ceremonia y en el momento adecuado, dejé caer el cristal en la oscuridad y pude sentir cómo caía. No estaba golpeando contra nada. Psíquicamente era como si lo hubiera liberado al espacio profundo y el cristal estuviera flotando, alejándose del planeta. Nos mantuvimos en silencio durante largo rato. Sin decir nada, ambos nos sentamos en el borde del gran agujero maya para observar el arbolito. Cerramos los ojos. Me daba la sensación de que los mayas estaban a nuestro alrededor, y ahora eran mis hermanos y hermanas. Éramos del mismo espíritu. Nuestro propósito era el mismo: acercar el cielo a la tierra. Estuve bastante tiempo meditando y, de repente, volví a mi cuerpo y me encontré sentado frente al sagrado agujero maya, mirando hacia la tierra. Ken seguía meditando. En silencio me levanté y seguí a mi corazón a través de la selva hasta el borde de la colina, y mis sospechas se confirmaron. ¡La colina era una pirámide maya! Los tubos de arcilla roja eran los que habían despertado mis sospechas. Creo que eran los tubos de respiración de los espacios interiores. Todo quedó claro. En ese momento comprendí muchas cosas. Me sentí increíblemente honrado por ser una de las personas que estaban ayudando a traer de vuelta los antiguos recuerdos, algo que le sucede a la consciencia sobre la Tierra siempre que la humanidad de ese momento comienza a recordar lo que realmente es.
Palenque Estuvimos conduciendo toda la tarde con la intención de llegar a Palenque a la puesta de sol, pero no lo conseguirnos. Estaba mucho más lejos de lo que creíamos. Palenque estaba vallado y no lo abrían hasta las ocho de la mañana siguiente, por lo que nos dimos la vuelta para encontrar el hotel más cercano. Ken aparcó y pagó el hospedaje mientras yo descargaba el equipaje. Habíamos encontrado una habitación pequeña y sin grandes lujos, con dos camas bastante viejas que casi la ocupaban por completo. La puerta chocó contra mi cama antes incluso de llegar a abrirse a la mitad, lo que me pareció que tenía una cierta elegancia desde el punto de vista mexicano. (No me malinterpretes; me encantan México y los mexicanos. Por tanto, si sabes lo que quiero decir, sabes lo que quiero decir.) Saltamos de la cama al amanecer y ya estábamos en los terrenos del templo cuando lo abrieron. Éramos los primeros y únicos en entrar a aquella hora, y todo el espacio era perfecto para nosotros. Muy pronto aquello se iba a convertir en un hormiguero de personas. Sin perder un minuto comenzamos a buscar el punto sagrado. Como el templo estaba conectado con el séptimo chakra, el pineal, nos encontramos en la misma situación que en Tulum y Kohunlich. Sabíamos que teníamos que cambiar nosotros mismos de alguna forma para adquirir la sensibilidad necesaria para encontrar el lugar. Cuando una persona alcanza el nivel de consciencia asociado con el chakra pineal en el cuerpo humano, es porque se está preparando para dejar su cuerpo y ascender al siguiente nivel de consciencia, más allá de lo humano. En los doscientos mil años anteriores de consciencia humana, sólo tres Maestros Ascendidos habían sido capaces de alcanzarlo. Ahora, por supuesto, todo ha cambiado. Todos los ocho mil Maestros Ascendidos han pasado ese nivel en los últimos diez años, llevando la consciencia humana hasta la frontera de nuevas y realmente asombrosas posibilidades. Con el tiempo, todos sabremos de lo que estoy hablando, pues ninguno de nosotros escapará a los cambios que están a punto de sobrevenirnos. La glándula pineal, situada muy cerca del chakra pineal, en el centro de la cabeza, es la clave para el tercer ojo. Y el tercer ojo tiene posibilidades de largo alcance y que superan en mucho lo que la mayoría de las enseñanzas permiten que se conozca en el mundo exterior. Es el enlace entre el campo Mer-Ka-Ba y el Espacio Sagrado del Corazón. Cuando ambos se unen, un ser humano se convierte en más que humano. Se extiende a la divinidad. (El próximo libro que escriba explicará esto con gran detalle.) Jesús no podría haber caminado sobre las aguas si no se hubiera abierto su tercer ojo y los ocho rayos de luz procedentes del chakra pineal no hubieran salido sobre la superficie de su cabeza. No es más que un dato cósmico. Tras varias horas de búsqueda, Ken y yo nos rendimos, como habíamos hecho las veces anteriores, y nos sentamos en los escalones de un templo pequeño, pero muy elegante, al borde de la selva. Habíamos probado con el péndulo, con una aproximación psíquica y con todo lo que conocíamos, pero nada había funcionado. Estábamos realmente cansados y la sensación de estar perdidos inundó nuestros espíritus. Nos quedamos mirando hacia la selva y pedimos ayuda interior. De repente, un joven maya pasó corriendo a nuestro lado, vestido sólo con un taparrabos, y desapareció en la jungla. Aquella imagen nos produjo la sensación de haber retrocedido unos cuantos cientos de años. Era tan maya y tan real... Sentimos una sacudida. Nos miramos mutuamente y supimos con exactitud qué era lo que debíamos hacer, pero no el porqué. Sin pronunciar una sola palabra, corrimos tras el joven y entramos en el muro de vegetación. Un camino bien definido se alejaba de Palenque, y al cabo de unos minutos estábamos avanzando por la selva más espesa que habíamos visto en México. Palenque no está situado en Yucatán, sino en una zona denominada Chiapas, más hacia el interior del país. Allí las colinas podrían denominarse montañas. Ésa es la belleza de Palenque; todos los templos están edificados sobre montañas a diferentes alturas, lo que le da un cierto aire de misterio.
Nuestro joven amigo maya había desaparecido. O bien era mucho más rápido que nosotros, o bien había tomado otro sendero, pero aquello carecía de importancia. Sabíamos que ése era el camino para encontrar el punto especial, aunque no sabíamos por qué ni cómo. Debimos caminar al menos once o doce kilómetros por la jungla. A esa distancia de la civilización, la selva vuelve a la vida. De los árboles colgaban las serpientes y unos raros y coloridos pájaros pasaron volando junto a nosotros para ver quién era el loco que penetraba en aquel mundo misterioso. Todo estaba húmedo y viscoso, lo que nos hacía resbalar y caer a cada momento. Pronto adquirimos el aspecto de dos mugrientos mendigos escapando de la justicia. Pero nada podía detenernos. De repente, el terreno cambió y comenzamos a correr cuesta arriba. Aquello parecía no tener fin. En lo alto de la colina prácticamente tuvimos que escalar, usando nuestras manos para auparnos a lo que parecía ser un saliente de la roca. Y entonces, cuando alcanzamos la cumbre de la montaña, nos asomamos al otro lado para descubrir otro mundo. Toda la falda sur era un campo de maíz. Resultaba enormemente extraño pasar de la jungla salvaje, húmeda y fresca, aparentemente interminable, a un campo de maíz, fabricado por el hombre, seco y cálido. Aquello supuso un fuerte choque para mi cuerpo. No podíamos creer lo que estábamos viendo. Pero cuando nuestros ojos se volvieron a acostumbrar a la luz, tras salir de la oscuridad de la maleza, pudimos ver que allá abajo, en el valle que se encontraba frente a nosotros, había un auténtico pueblo maya, a poco más de un kilómetro de distancia. Nos quedamos muy quietos y nos sentamos para observar a sus pobladores. Mi corazón se sentía inmensamente feliz de poder comprobar que los mayas seguían viviendo igual que hacía cientos de años. Me eché a llorar. No pude evitarlo. Seguían vivos. De alguna forma, me habían hecho creer que los mayas ya no conservaban sus antiguos modos de vida y que habían sido asimilados por la civilización. Había al menos quince cabañas redondas de hierba, con perros y otros animales correteando a su alrededor. En un hoyo en el centro del grupo ardía un fuego. Unas cuantas personas se movían de acá para allá entre las cabañas. Era como si hubiéramos corrido hasta un pasado distante muy anterior a la llegada del hombre moderno. Me invadió una sensación de paz y mi respiración se ralentizó, pues mi cuerpo prácticamente había detenido su funcionamiento. Alguien se estaba comunicando conmigo. Se me apareció la imagen de un templo y el espacio junto a él. No lo reconocí. La imagen se concentró en una zona pequeña, de no más de un metro cuadrado, junto a una de las paredes del templo. El punto especial para el cristal vibraba de energía. En ese momento supe dónde debía plantarse. Llevábamos allí sentados una media hora cuando, sin previo aviso para Ken, me levanté y le dije. —Ken, vámonos. Creo que sé lo que debemos hacer. Ken no dijo ni una palabra. Pude ver que aquella experiencia también había sido fuerte para él. Cuando volvimos a Palenque, mi cuerpo se vio empujado directamente a través del complejo del templo, por detrás del Templo de las Inscripciones; pasamos el palacio y el observatorio astronómico, y llegamos a un pequeño templo que se encontraba a un lado, a unos trescientos metros de distancia. Al llegar a él, mi cuerpo se movió hacia una pared en concreto. Cuando llegué a aquella zona, miré hacia el suelo y, en unos pocos minutos, encontré el punto exacto. Reconocí cada piedra de aquel espacio de un metro cuadrado junto a la pared. Había estado allí anteriormente. Justo cuando el Sol se estaba poniendo, enterramos el cristal elevando oraciones para que los sueños de los mayas y los de otras personas conectadas con aquella tierra pudieran sincronizarse y crear una nueva realidad, un nuevo comienzo. La séptima nota de la octava estaba terminada. La octava nota está, en realidad, en otra dimensión, en otra octava, en otro ciclo. En otras palabras, el regreso de la energía a los templos de Palenque estaba completando la primera espiral. La siguiente no estaba en México, sino en Guatemala, y representaba el comienzo de un nuevo ciclo de consciencia. El octavo chakra es una bola de energía, un diminuto campo Mer-Ka-Ba, que flota en el espacio a un palmo de distancia sobre la cabeza. Es la primera nota de la siguiente octava de la consciencia superior.
Khan Kha: un ojo Di la espalda a la pared y al punto en que acabábamos de enterrar el cristal vivo, el punto sagrado de luz, y mirando hacia la entrada di un paso al frente. Un terrible dolor me atravesó la cabeza, especialmente entre los ojos, y me hizo tambalearme. Me rehíce y consideré mi situación. No suelo padecer dolores de cabeza, quizá uno cada diez años, y no suelen durarme más de unas horas. Pero en aquel momento estaba padeciendo uno de los peores de mi vida. Parecía no proceder de ningún sitio. Cuando busqué sus causas, descubrí que había abusado de mis habilidades psíquicas, prácticamente infantiles. Había sido como utilizar los músculos de las piernas por primera vez en muchos años y hacer una caminata de cuarenta kilómetros cuesta arriba. Los músculos se agotan, y eso era lo que les había sucedido a mis habilidades psíquicas. Necesitaba descansar lo antes posible. Cerraron las puertas del templo detrás de nosotros cuando salimos. Habíamos sido los primeros en entrar y los últimos en salir. El hotel se encontraba a pocos cientos de metros, por lo que unos minutos después estábamos dejando el coche. Ken aparcó en la cuneta, entre otros dos. Salí y la primera cosa que vi fue la matrícula del coche aparcado delante de nosotros. Era 444- XY-OO. Hace mucho tiempo, los ángeles me enseñaron que ver un número triple en la Realidad posee un significado relacionado con lo que estás pensando o con tu entorno. Tiene que ver con la música y con el hecho de que todas las notas de una octava están separadas entre sí por intervalos de once ciclos por segundo. Por tanto, los intervalos entre las notas son de 11, 22, 33, 44, 55, 66, 77, 88 y 99 ciclos por segundo, o múltiplos de esos números, lo que nos presenta un afinamiento armónico o momento en el tiempo, dado que toda la Realidad fue creada a través de los armónicos de la música. Por eso, cuando aparecen números triplicados o repetidos más veces de cualquier manera, representan físicamente un momento matemático en el tiempo que contiene los armónicos del valor de ese número. En palabras humanas, 444 podría describirse como la Escuela de Misterio, allí donde uno aprende acerca de la Realidad. Alice Bailey fue la primera persona en escribir acerca de este significado de los números. Brevemente, he aquí los significados de los números triples. 111= Flujo de energía: cualquier flujo energético, como la electricidad, el dinero, el agua, la energía sexual, etc. 222 = Nuevo ciclo: el comienzo de un nuevo ciclo cuya naturaleza depende del siguiente número triple que veas. 333 = Decisión: debes tomar una decisión, que te llevará al 666, lo que significa que debes repetirla de alguna otra forma, o al 999, que significa culminación y que has aprendido la lección. 444 = La Escuela de Misterio: lo que está ocurriendo en la vida es una lección para aprender acerca de la Realidad. En esta escuela se trata de aprender, leyendo libros o estudiando un tema, y no de hacer. 555 = Conciencia de la Unidad: es el número de alguien que ha obtenido la Conciencia de la Unidad. Ha dominado todos los niveles de la Escuela de Misterio. Es el número más alto. Es el número de Cristo. 666 = Consciencia de la Tierra: en la Biblia es el número de la Bestia, por lo que puede representar el mal puro, pero también es el número de la humanidad y de la vida. El carbono es la base de ésta, y este elemento cuenta con seis protones, seis neutrones y seis electrones. Cuando vemos este número, suele significar que debemos estar alerta ante los acontecimientos físicos que se presentan en ese momento, y que debemos tener cuidado. 777 = La Escuela de Misterio: ésta es la parte de la escuela en la que no estás sólo leyendo libros sobre la vida, sino poniéndolos en práctica. 888 = Culminación de una lección concreta en la Escuela de Misterio. 999 = Culminación de un ciclo de acontecimientos concreto. 000 = Carece de valor.
De pie junto al coche, y mientras observaba el 444, me pregunté qué era lo que se me iba a presentar. Me di la vuelta y vi que la matrícula del coche que estaba detrás era 666. Esto me indicó que la lección estaría relacionada con el plano físico. Me dirigí hacia el hotel y, por primera vez, vi su nombre. Era el hotel Khan Kha. Me quedé mudo durante cinco minutos pensando en lo que aquello significaba. Cuando estaba a medio camino del hotel, Ken me vio de pie allí y volvió sobre sus pasos hasta donde yo me encontraba. —Drunvalo, ¿qué ocurre? —Ken, mira el nombre del hotel. — ¿No es ése el nombre del maya que habló contigo en Chi-chén Itzá? —Sí —y le mostré las dos matrículas. — ¡Vaya! ¿Qué crees que significa? —Ken, no lo sé, pero creo que es importante. Recuerda: Khan Kha dijo que era el arquitecto del Templo de las Inscripciones de Palenque. Es posible que realmente lo sea. Nos encaminamos hacia nuestra habitación, charlando acerca de la lección que nos estaba presentando la vida. Abrimos la puerta, entramos, e inmediatamente encontré una nota doblada por la mitad sobre mi cama. La cogí, y Ken se colocó a mi lado mientras la leía. Decía: «Gracias por todo lo que habéis hecho. Permaneceréis en el corazón del pueblo maya por siempre». Y firmaba «Khan Kha». Antes de que pudiera reaccionar ante la nota, Ken me la arrebató de las manos, la contempló durante un segundo, me miró a los ojos, y dijo: —Lo has hecho tú. Sé que lo has hecho tú. Khan Kha nunca escribió esta nota. Intenté decirle que yo no tenía nada que ver con aquello, pero no me creyó. Durante casi media hora estuvo gruñendo cosas como: «Seguro, un espíritu escribió esta nota y la colocó sobre tu cama. ¿Es que te has creído que soy idiota?» No paraba. Continuó murmurando hasta que, por fin nos quedamos dormidos. Para que lo sepas, guardé la nota durante muchos años. Incluso ahora sigue siendo una inspiración para mí. Me costó dormirme, pues el dolor de cabeza no cesaba. Eventualmente, me quedé traspuesto. Y de repente, en medio de la noche, me desperté. Algo me había sacado de un profundo sueño. Me di la vuelta y miré hacia el espacio sobre mi cama. Allí había un enorme ojo humano que me miraba fijamente. Al principio pensé que seguía soñando, pero el ojo no se iba y la habitación era real. Aquel ojo medía casi dos metros de ancho y algo más de uno de alto. Era fundamentalmente dorado, pero el iris era verde y negro. De cuando en cuando, parpadeaba. He visto tantos fenómenos psíquicos a lo largo de mi vida que aquello no me alteró, pero supe que tenía que entender lo que estaba ocurriendo. Mientras lo intentaba, una voz masculina comenzó a hablar. Inmediatamente la reconocí. Era la de Khan Kha. Comenzó a hablarme acerca de Palenque y de lo que había sucedido aquel día. De repente, paró un segundo y dijo: —Drunvalo, tienes un terrible dolor de cabeza. Debemos ponerle solución. Dentro de un momento voy a enviarte un conocimiento que te lo curará. Pero ese conocimiento tiene un significado y un propósito que exceden en mucho a tu dolor de cabeza. Al instante siguiente, en un abrir y cerrar de ojos, recibí un conocimiento ancestral relacionado con la glándula pineal del centro de la cabeza y con los rayos de luz que salen del chakra pineal cuando se dan las debidas condiciones. Hice lo que me indicaba aquel conocimiento y al instante desapareció el dolor. Resulta impresionante pasar del dolor a la falta de él en unos segundos. Khan Kha dijo: —Así está mejor —y siguió hablando de Palenque. En ese momento, Ken rebulló en su cama. Supongo que fueron mis movimientos los que lo estaban despertando. Se giró para mirarme, luego hacia lo alto de la habitación, y vio el inmenso ojo de Khan Kha. Se sentó de un salto, tiró de las sábanas contra su pecho y gritó todo lo fuerte que puede hacerlo un hombre adulto. Estoy seguro de que despertó a todo el hotel. Rápidamente intenté calmarle: —Ken, tranquilo. Sólo es Khan Kha
Pero aquello no sirvió de nada. Ken estaba mirando fijamente hacia el fenómeno psíquico y parecía estar en estado de shock. Al cabo de unos minutos logré captar su atención y me escuchó cuando le dije que todo iba bien. Creo que fue su primera experiencia de un fenómeno psíquico que apareciera en la Realidad misma y no sólo dentro de su cabeza. Tardamos un rato en volver a quedarnos dormidos, pero al cabo de un tiempo lo logramos. La iniciación de Ken en Palenque completó el chakra pineal. La reacción de Ken ante Khan Kha puso fin a la conversación, pero la información que me había dado era de lo más interesante. Y al cabo de los años he descubierto la increíble importancia que tiene para la consciencia humana en expansión. Es demasiado complicada para un libro de relatos, pero algún día, en otro libro, te la explicaré claramente para que, si lo deseas, puedas comprenderla y ponerla en práctica. Guatemala Me sentía completo. Ir al siguiente templo en Guatemala parecía un trabajo que casi no necesitara ni ser terminado, pero sabíamos que sí debíamos hacerlo. Tikal era el lugar en que debíamos terminar nuestro viaje. Aquél es el lugar donde viven los mayas más ancianos y con mayores conocimientos. El Templo del Jaguar era el que guardaba el punto de luz sagrado que necesitaba recibir el último cristal. Sin embargo, allí tuvo lugar un acontecimiento del que los mayas no me dejan hablar. Lo siento. Nuestro relato debe terminar en este punto. Quizá en un futuro, cuando llegue el momento adecuado, pueda contar la historia de lo que realmente sucedió. Pero debo obedecer, en honor al deseo maya, de que esta información quede reservada por el momento. In Lak'esh. Es el saludo y la despedida maya, y significa «tú eres otro yo».
viernes, 27 de junio de 2025
Serpiente de Luz Capitulo Seis: El Yucatán y los Ocho Templos I
La entrada de Juan Concha Cuando Ken se alejó, yo no estaba muy seguro de que fuera a volverle a ver. Habían pasado diez años desde la última vez que estuvimos juntos, pero ahora parecía que la distancia que nos separaba estaba disminuyendo. Unas dos semanas más tarde, me llamó por teléfono. Estaba tan excitado que casi no podía ni hablar. Con voz temblorosa me dijo que había estado alojado en el hotel Hilton de Walnut Creek (California), y que cuando se disponía a abandonar el hotel observó que en el vestíbulo se estaba celebrando una exposición de cristales en la que vendían unos ejemplares fantásticos. Gracias a su pequeño conocimiento de los cristales, le había llamado la atención un enorme generador de cristal de cuarzo de calidad superior, y lo había comprado. Un generador de cristal concentra tu propia energía y la usa según tus intenciones. Aquel cristal en concreto medía unos veinticinco centímetros de longitud por unos cinco de ancho. Empleado correctamente, poseía un gran poder potencial. Mientras conducía hacia su casa, al otro lado de las montañas y junto al mar, Ken sostenía el generador de cuarzo con la mano izquierda y el volante con la derecha. Estaba circulando por una autopista a algo más de cien kilómetros por hora cuando otro coche pasó por su lado como una exhalación, se metió en su carril y comenzó a girar fuera de control delante de él. Ken no tuvo más opción que dar un volantazo hacia el tráfico que venía en dirección contraria para evitar chocar contra el otro coche. Me dijo que la siguiente cosa que recordaba era que se estaba dirigiendo directamente contra un coche conducido por una mujer. Ambos se movían a gran velocidad y les separaban unos seis metros. Ken podía ver a la mujer gritando y con los brazos hacia arriba para protegerse la cara. Y entonces pareció perder la consciencia, y la siguiente cosa que recuerda fue que estaba de nuevo en su carril, circulando a poco más de veinte kilómetros por hora. No había nada delante de él. Miró por el retrovisor y pudo ver muchos coches amontonados a causa de un accidente múltiple, quinientos metros a sus espaldas, pero él estaba bien, no había sufrido ni un rasguño. No era capaz de explicar lo ocurrido. Bajó la mirada hacia el brillante cristal de cuarzo que sostenía en la mano y se preguntó si aquella piedra había tenido algo que ver con el hecho de que él siguiera vivo. Por teléfono, me preguntó: —Drunvalo, ¿por qué sigo vivo? ¿Cómo es posible que no chocara contra aquella mujer? Es imposible que haya sucedido todo esto. Yo no era capaz de responderle, por lo que le dije que le volvería a llamar. Colgué el teléfono y entré en mi sala de meditación para hablar con los ángeles. Éstos me explicaron que Ken y Juan Concha habían hecho un pacto hacía mucho tiempo por el cual ese día se cambiarían los puestos, lo que significaba que el espíritu de Ken pasaría al lugar donde estaba el espíritu de Juan, y el espíritu de Juan pasaría al cuerpo de Ken, pero sólo durante un tiempo, y que luego volverían a cambiarse. El pacto debía durar dos años. Éste es otro tema del que el público en general no suele ser consciente, pero que es conocido en muchas partes del mundo. Los espíritus avanzados pueden «entrar» en otros cuerpos bajo determinadas condiciones. Normalmente, la persona que ocupa el cuerpo muere y deja este mundo, pues ha llegado el momento en que debía morir, y el nuevo espíritu entra en él y lo devuelve a la vida. No es tan sencillo, pero tiene lugar en lo que dura una respiración. Lo que fuere que haya matado al cuerpo es reparado instantáneamente por un profundo conocimiento del modo en que funciona la creación. (Podéis creerme, la vida sobre el planeta Tierra no es lo que parece. Ni siquiera se aproxima a ello.) Hay un par de razones por las cuales un espíritu utilizaría este proceso. La primera y más evidente es para ahorrar tiempo. El espíritu avanzado no tiene que atravesar las etapas iniciales de la vida, pero en ocasiones el proceso de entrada tiene lugar a una edad muy temprana. La otra es para seleccionar a una persona con especiales habilidades, conocimiento o un puesto en la jerarquía de la Tierra que será necesario cuando el espíritu entrante tome el cuerpo para cumplir la razón de su venida a la Tierra. Este proceso se emplea por todo el universo. Para ofrecerte algo más de mi experiencia personal, yo entré en este cuerpo el 10 de abril de 1972. Durante casi nueve años antes del cambio, yo había estado hablando por telepatía con la persona que estaba en este cuerpo para prepararle para lo que iba a suceder. Entonces, cuando exhaló su último aliento, yo respiré hacia el interior de su cuerpo por primera vez e inmediatamente recuperé todos mis recuerdos. Pero a las doce horas olvidé por completo quién era en realidad y los recuerdos del cuerpo tomaron el control durante casi tres años. Realmente creí que era la persona que había nacido en aquel cuerpo. Un día, los ángeles me dijeron: —Ha llegado el momento de que recuperes tus recuerdos. Me pidieron que me tumbara sobre mi cama y me preparara. No sabía de qué estaban hablando, pero casi al instante comencé a recordarlo todo. La llegada desde otro mundo, la entrada en esta galaxia a través de la nebulosa del Cangrejo (detrás de la estrella central de las Tres Marías, las estrellas que forman el cinturón de Orión), el recibimiento de mi tatara-tatara-tatara-tata-rabuelo Machiventa Melchizedek, el paso a las Pléyades, luego a Sirio, más tarde a Venus y, finalmente, a la Tierra en 1840. (Diez años después entré en mi primer cuerpo humano mediante un nacimiento normal.) Por eso entendí perfectamente las dificultades por las que estaba atravesando Ken. En el pacto entre Ken y Juan, este último podría entrar en el cuerpo del primero durante dos años, y luego Ken volvería a recuperarlo para continuar con su vida. Este acuerdo en concreto es muy, muy poco habitual. Juan había muerto hacía unos pocos años, por lo que Ken debía entrar en otro mundo para llevar a cabo aquella hazaña. No era cosa fácil. En cualquier caso, los ángeles me pidieron que le contara todo esto a Ken. Recuerdo que estaba allí sentado, con el teléfono en las manos, incapaz de marcar su número porque no sabía cómo decírselo. Después de los tres días que habíamos pasado juntos, yo era consciente de que él no sabía nada acerca de la consciencia superior. Por fin decidí que lo mejor era exponérselo simplemente, pues me daba cuenta de que probablemente no lo iba a entender. —Ken, ¿eres tú? —Sí. ¿Has averiguado lo que sucedió? —Si, pero probablemente no vas a entender realmente lo que voy a contarte. —No importa —contestó Ken—. Después de lo que me dijiste acerca de los cristales, soy capaz de creer cualquier cosa. —De acuerdo —le dije—. Ken, según mi guía interior, esto es lo que sucedió. Le expliqué todo lo relativo a Juan Concha y cómo realmente en aquel momento él no era Ken, sino Juan. Le expliqué todo, hasta cómo Juan se iría dentro de dos años y Ken volvería. Silencio completo al otro lado del hilo telefónico. —Ken, ¿sigues ahí? Ken suspiró y habló lentamente, arrastrando las palabras: — ¿Estás loco? Y me colgó. Supuse que nunca volvería a saber de él, pero yo había seguido lo que mi guía interior creyó que sería el camino más sano: sencillamente, decir la verdad. Y dejé los resultados en manos del Gran Espíritu. Juan está vivo Pasé algún tiempo sin recibir noticias de Ken. Decidí seguir con mi vida, con el convencimiento de que él recordaría cuando llegara el momento apropiado. Me estaba preparando para ir a Yucatán, en México, para colocar los cristales especialmente programados en los templos de la selva y nunca había estado allí antes.
Me figuraba que, a partir de ese momento, probablemente iba a hacerlo sin ninguna ayuda, excepto la procedente de mi corazón. Y este primer viaje al mundo original debía mantenerse en secreto. Nadie debía saberlo, nadie excepto mi familia y unos cuantos amigos. Estaba solo. Una mañana, poco antes del viaje, sonó el teléfono mientras hacía las maletas. Era Ronda, la mujer de Ken, a la que tampoco había visto en diez años. Por el sonido de su voz me di cuenta de que estaba enfadada: —Drunvalo, sé que hace años que no hablamos, pero hay algo que debo preguntarte ahora mismo. Estoy realmente preocupada. Yo le contesté: —Hola, Ronda. ¿Estás bien? ¿Qué es lo que necesitas preguntarme? Ella respondió: —Sé que has estado trabajando con Ken, y quiero que me digas lo que hiciste con él. ¿Le diste algún tipo de drogas o algo parecido? En ese momento se me dispararon todas las alarmas. Al instante, repliqué: —No. ¿Qué es lo que quieres decir? Su voz se aceleró. —Drunvalo, en este momento Ken está arriba, en el dormitorio, completamente desnudo, con una pluma de águila en el pelo, tocando el tambor y bailando en círculos. Está fuera de sí y creo que tú tienes algo que ver con esto. ¿Qué podía decirle? De ningún modo podía explicarle lo que le había dicho a Ken. Por tanto, sencillamente le conté la verdad. —Ken no parecía el mismo la última vez que hablé con él. Le dije que esperaba que Ken estuviera bien, y ella colgó. Me quedé allí, sentado, intentando entender dónde nos llevaba todo aquello. Menos de una semana después, unos días antes de que emprendiera el viaje, Ken (Juan) me llamó. —Drunvalo, sé que estás a punto de irte a Yucatán, y tú sabes que debo estar contigo durante este viaje. No había previsto aquello. No sabía qué contestarle. Le dije que debía confirmarlo, y así lo hice. Se me comunicó que, efectivamente, él debía acompañarme en aquel viaje a México y Guatemala. Thoth me dijo que ambos tendríamos cosas que enseñarnos mutuamente. El comienzo del viaje Ken me informó de que había decidido ir en coche de California a Alburquerque, donde nos debíamos encontrar para tomar el avión. En la carretera que atraviesa Arizona, cruzando el cálido y seco desierto, se pueden encontrar «tiendas de piedras» en las que viejos mineros venden las piedras y cristales que encuentran entre la artemisa y en los ríos y montañas cercanos. Estos establecimientos no se parecen en nada a las bonitas y refinadas tiendas en las que la mayoría de nosotros adquirimos nuestros cristales. Las viejas tiendas de piedras son unos lugares decididamente mugrientos, pero a veces se puede descubrir en ellas algún estupendo cristal. Ken se había parado en una de aquellas tiendas y estaba observando una vitrina de cristal que protegía los mejores objetos cuando reparó en un péndulo de ónice negro. Estaba depositado en el estante inferior y muy hacia el fondo de la vitrina. Le picó la curiosidad y pidió que se lo enseñaran. El viejo dudó: — ¿De verdad desea ver ese péndulo? Ken se sintió sorprendido, y pensó: « ¿Por qué no?» —Sí, si me hace el favor. —Un hombre me encargó que fabricara este péndulo en los años veinte, pero nunca volvió para recogerlo —respondió el anciano—. Es usted la primera persona que, en todo este tiempo, me ha pedido que se lo enseñara. Ken tomó esto como una señal, y dijo: —Lo hizo usted para mí. Lo que pasa es que me ha llevado algún tiempo llegar hasta aquí — y lo compró, creyendo que, de verdad, el hombre lo había fabricado sólo para él.
Cuando me lo enseñó, no pude creer lo que veían mis ojos. La mayor parte de la gente utiliza péndulos pequeños, ligeros y fáciles de transportar. Aquél medía unos quince centímetros de largo y al menos cinco en la parte más ancha, y tenía forma de cono terminado en punta. Le habían perforado un agujero en la parte superior para atarle una cuerda. Al ser de ónice, era negro como el carbón, estaba muy pulido y pesaba bastante. Era también el mismo tipo de piedra que el primer cristal que Katrina había elegido para que fuera colocado en el templo de Uxmal. Ken se sentía orgullosísimo de su péndulo. Yo no sabía qué decir. No me sentía capaz de contarle que nadie utiliza herramientas psíquicas tan grandes. ¿O sí lo hacen? Los ocho templos Aterrizamos en Mérida y descansamos una sola noche. Barajamos la idea de salir a explorar la ciudad y divertirnos un poco antes de empezar, pero tanto Ken como yo nos sentíamos tan ilusionados con la idea de empezar nuestro trabajo que decidimos hacerlo directamente. Alquilamos un pequeño Toyota rojo con aire acondicionado. Nos dijeron que saldría mucho más caro, pero la verdad es que nos alegramos de poder escapar del calor de vez en cuando. Le expliqué a Ken qué era exactamente lo que estábamos haciendo allí. Le mostré el mapa de México y la lista de los ocho templos, y le dejé sentir los ocho maravillosos cristales que nunca volverían a casa con nosotros. Cada uno de ellos había sido programado por Thoth específicamente para uno de los templos. Le expliqué a Ken que los ocho templos que íbamos a visitar no habían sido erigidos en sus respectivos lugares al azar. Estaban colocados formando una espiral que se ensanchaba cada vez más. El centro exacto de esa espiral estaba situado en Uxmal, y se decía que era más pequeño que un átomo. Cada una de aquellas asombrosas pirámides también había sido construida en un emplazamiento geográfico concreto para representar y canalizar la energía de la Tierra. La energía de cada templo representaba la energía de un chakra del cuerpo humano. 1. Uxmal (México): el chakra base de un nuevo ciclo. 2. Labná: el chakra sexual, la unión de los contrarios. 3. Kaba: el tercer chakra, la fuerza de voluntad. 4. Chichén Itzá: el chakra corazón, el amor incondicional. 5. Tulum: el chakra garganta, las corrientes de sonido y su manifestación. 6. Kohunlich: el chakra tercer ojo, la glándula pituitaria; habilidades psíquicas. 7. Palenque: el chakra pineal, la preparación para el nuevo mundo. 8. Tikal (Guatemala): el chakra base de un nuevo ciclo. Esto lo sabían los mayas desde hacía muchísimo tiempo. Conocían también muchas más cosas, como el mundo está a punto de descubrir. Esta parte femenina de la Red de Conciencia de Unidad está conectada a muchas más espirales de energía femenina. Tikal está conectado con el principio de otra octava de templos encarados hacia el norte, que eventualmente vuelve a conectarse y forma un enorme círculo que procede del sur. Para poder entenderlo mejor, imagina cómo están distribuidos los ocho chakras principales del cuerpo humano. Luego observa los complejos de los templos y te darás cuenta de que sus energías están conectadas entre sí exactamente de la misma forma. Cada templo posee la energía de un chakra concreto. Por ejemplo, al igual que el cuarto chakra del cuerpo humano es el del corazón, así también el cuarto templo posee esa misma energía del corazón. Existe mucha más información esotérica relacionada con este propósito, que tiene que ver con la Red de Conciencia de Unidad que rodea la Tierra. Son estos templos, junto con otros lugares sagrados, los que realmente producen el impulso necesario para formar la red. Sin ellos, seríamos incapaces de pasar a los niveles superiores de consciencia. Estas espirales de energía de los templos invierten su dirección cada vez que se alcanza una octava de templos. Se mueven hacia el sur, desde Guatemala hacia Nicaragua, Costa Rica, Panamá y Colombia, para entrar a continuación en Perú. En este país, en el lago Titicaca, entre la isla del Sol y la isla de la Luna, la energía da un giro de noventa grados para dirigirse hacia el océano Pacífico a través de Chile. En el océano Pacífico, esta energía femenina continúa por el fondo marino hasta llegar a la isla de Pascua y sigue hasta una increíble isla llamada Moorea, en cuyo centro se encuentra el punto central del eje de la Red de Conciencia de Unidad. Si atravesáramos la Tierra siguiendo este eje, volveríamos a salir a la superficie en Egipto, a unos dos kilómetros y medio de la Gran Pirámide. Este punto estaba claramente marcado en el antiguo Egipto. Moorea posee un gran significado para la humanidad. Concentra toda la energía de la Red de Conciencia de Unidad a través del centro de su territorio con forma de corazón. Según yo lo siento, Moorea es el lugar más femenino del mundo. Desde Tikal, en Guatemala, la energía también se dirige hacia el norte, pasando por más templos mayas y luego por templos aztecas, continuando a través de México hasta alcanzar el territorio estadounidense. En Nuevo México, justo al otro lado de la (tontera entre los dos países (según me dijeron los apaches, que me aseguraron que todo esto es verdad), esta energía femenina sigue moviéndose a través de tres pirámides físicas que fueron construidas hace mucho tiempo por los nativos americanos. Estas pirámides eran necesarias como puente hacia el norte para la energía, pues en ese lugar no existía ningún campo natural de energía. Al llegar a Taos Pueblo y a la montaña Taos, continúa hacia el lago Azul, el más sagrado para los taos, y da un giro de noventa grados, exactamente igual que en el Titicaca pero en dirección contraria. El lago Azul, aunque de un tamaño mucho menor que el Titicaca, canaliza esta energía femenina exactamente del mismo modo y con el mismo poder. Desde el lago Azul, la energía pasa al monte Ute, la misma montaña sagrada de la que hablamos anteriormente. A partir de este punto continúa hacia el oeste, pasando sucesivamente de un lugar sagrado a la cumbre de una montaña, a otro lugar sagrado, hasta que llega al lago Tahoe, el lago Donner y el lago Pirámide, en California y Nevada. A continuación, se mueve con rapidez hacia el océano Pacífico y sigue a lo largo de montañas sumergidas y puntos de energía hasta alcanzar la isla de Maui y el cráter Haleakala. Desde ese lugar comienza a dirigirse hacia el sur, siguiendo la cadena de islas que hace mucho tiempo constituían Lemuria. Su destino final es otra vez la isla de Moorea, completando así el círculo. Esta energía femenina de la Red de Conciencia de Unidad forma, más o menos, un enorme círculo dividido en dos partes que se juntan en Moorea. Esta es una isla interesante y asombrosamente bella. Tiene forma perfecta de corazón y está rodeada por un arrecife de coral, que también presenta la misma forma. Cada casa de la isla tiene un dibujo de un corazón en algún lugar que dé a la calle. En ella, tu cuerpo puede sentir el amor. En aquel momento, según le dije a Ken, los Maestros Ascendidos sólo estaban interesados en corregir la red en México y Guatemala. Lo demás formaba parte de una ceremonia que vendría después. Ken estaba sentado, lleno de incredulidad. —Según lo que yo entiendo —comentó Ken—, esta Red de Conciencia de Unidad se comenzó hace más de trece mil años y se está completando justo ahora. La complejidad de este campo de energía sobrepasa todo lo que yo podría imaginar. —Ken, no tienes ni idea. Lo que hemos hablado no es más que una pequeña parte de toda la red de pirámides, templos, iglesias, monasterios, sinagogas, ashrams, kankas, edificios sagrados, mezquitas, círculos de piedra, etcétera, y fenómenos naturales como montañas, valles, manantiales, ríos, lagos, masas de agua y, lo que es más importante, vórtices, que han sido conscientemente alterados mediante la geomancia y funcionan como una unidad que realmente crea la Red de Conciencia de Unidad que rodea el planeta. Si realmente supieras las relaciones interconectadas entre todos esos lugares sagrados que están representados por más de ochenta y tres mil lugares sagrados de todo el mundo, por no mencionar todos los demás que son naturales, te sentirías abrumado. En especial cuando te dieras cuenta de que fue una sola consciencia la que concibió, organizó y creó esta asombrosa Red de Vida que el mundo denomina las «redes». »Ken, lo que me han explicado es que esta Red de Conciencia de Unidad es lo único que separa la extinción del ser humano de su ascensión. Lo que es seguro es que, en este punto de los ciclos, será una cosa o la otra.
»De ahí la importancia de nuestro viaje. El aspecto femenino de la Red de Conciencia de Unidad debe ser equilibrado para que los cambios geométricos de la red que permiten la posibilidad de la nueva consciencia femenina sagrada se conviertan en una realidad viva. Para que las mujeres de todo el mundo recuerden su íntima conexión con Dios y, con ello, sepan exactamente lo que deben hacer para traer el equilibrio a este mundo y más allá. Tenía que decirlo: —Ken, el tiempo de la precesión de los equinoccios está sobre nosotros. Sólo quedan unos veintiocho años para la llegada de 2012 y 2013, el momento en que el calendario maya afirma que será el fin de este largo ciclo. Y los cambios están siendo cada vez más rápidos. Como lo femenino está a punto de recibir el poder para decidir la dirección en la que la Tierra debe moverse, debe ser preparado. Y nosotros podemos ayudar. Uxmal Ken arrancó nuestro Toyota y salimos del hotel. Habíamos comprobado que teníamos todos los mapas que íbamos a necesitar para el viaje. Intentamos pensar en todo lo que podría hacernos falta, cosas como agua embotellada, comida para el viaje y protector solar. Sabíamos que íbamos a estar dentro de aquel coche durante bastante tiempo. Cuando salimos creíamos que todo el viaje nos llevaría unas dos semanas o algo menos, pero en realidad tardamos más de un mes en completarlo. No es fácil viajar por México y Guatemala, pues en muchos sitios las carreteras son muy deficientes. Un estadounidense mira el mapa de carreteras, y dice: —Perfecto, tardaremos una hora. Pero la realidad es que son tres o cuatro horas. Todavía no habíamos adquirido las lentas maneras mexicanas, pero aquello era inevitable. Habíamos planeado ir a los tres primeros templos el primer día, puesto que estábamos al principio de la espiral y no había demasiada distancia entre ellos. Y luego volveríamos a Mérida para pasar la noche y haríamos los otros cinco templos durante los siguientes doce días, más o menos. Uxmal está a unos ciento doce kilómetros de Mérida hacia el interior, y como a Ken le apetecía conducir, yo me recosté en mi asiento. Era la primera vez que estaba en Yucatán y no había esperado que fuera tan llano. No sé por qué, tenía la idea de que estaba cubierto de montañas y selvas. Es verdad que hay montañas y selvas en México, pero no están en Yucatán. Hay mucha maleza y resulta casi imposible avanzar sin un machete, pero para llegar a la auténtica selva hay que ir más hacia el interior. Llegamos a Uxmal fácilmente y sin problemas. Era antes de que el gobierno mexicano decidiera colocar vallas alrededor de los templos para controlar a la gente. En aquella época, prácticamente, no había nadie a quien le importaran los templos y no había necesidad de vallas. Pudimos entrar hasta los lugares sagrados, al menos hasta la mayor parte de ellos, sin pasar ningún control, y pudimos permanecer en ellos todo el tiempo que quisimos. Pero estábamos cumpliendo una misión y sentíamos que aquellos tres primeros templos tenían que quedar finalizados el primer día. Cuando entramos en los terrenos de Uxmal y nos acercamos al Templo del Mago, sentí que la vibración me penetraba hasta los huesos. Se percibía allí una energía claramente diferente de cualquier otra que yo hubiera sentido en México hasta entonces. Había vivido algo parecido en Egipto, en la Gran Pirámide. Es una sensación muy difícil de describir. De pie junto a la base del templo, tuve que inclinarme hacia atrás para ver la punta de la pirámide. Era magnífica. Tenía la piedra de ónice en mis manos, y Ken me dijo: —Drunvalo, ven aquí —Ken estaba recostado contra la pirámide mirando las piedras muy de cerca—. Mira. Y señaló el mortero que unía las piedras. Allí estaba la razón de la piedra de ónice. El mortero negro grisáceo estaba fabricado con ónice molido y cubría toda la pirámide. Es evidente que aquello supuso una recarga para ambos. En ese momento supimos con seguridad que estábamos haciendo exactamente lo que se suponía que debíamos hacer, fuera lo que fuese. Y nos echamos a reír.
Cuando cambiamos de lugar, pudimos contemplar por vez primera una vista general del emplazamiento del templo, y nos pusimos serios. Sabíamos que la pirámide cerca de la cual se suponía que debíamos colocar el cristal de ónice era la llamada Gran Pirámide, y en ese momento nos dimos cuenta de lo colosal que era aquel lugar. Se extendía varios kilómetros a la redonda. No sabíamos por dónde empezar. No tardamos mucho en encontrar a alguien que sabía exactamente dónde estaba la Gran Pirámide. Nos dirigimos hacia ella en línea recta. Tuvimos que andar un rato, pero allí estaba: majestuosamente erguida frente a nosotros. Una pirámide inmensa, impresionante. Todo lo que Thoth me había comunicado era que el cristal debía colocarse en algún lugar directamente frente a la fachada norte. Habíamos traído una brújula para estar seguros de cuál era la que daba a ese punto cardinal. Delante de la fachada norte se extendía una pradera totalmente llana que enmarcaba la pirámide. Era rectangular, creo que de unos treinta metros de largo por unos doce de ancho, y carecía de características distintivas. Ken sacó su ya famoso péndulo, al que había atado una cuerda. Esta cuerda medía casi un metro de largo. Una vez más me quedé sin poder articular palabra. Escondí una sonrisa, me senté sobre los escalones de la pirámide y observé. Ken estaba en plena acción... Lo malo es que nunca había utilizado un péndulo con anterioridad. Sólo me había oído hablar sobre ellos en Taos, cuando le conté cómo puedes encontrar cualquier cosa con uno de ellos. Él no sabía que normalmente las piedras de los péndulos miden entre dos y cinco centímetros, y que la cadena o cuerda que los sostiene puede tener entre quince y veinte. Y que los pequeños círculos se utilizan para encontrar localizaciones o la respuesta a las preguntas. Todo esto carecía de importancia. Ken se encontraba en su corazón y estaba trabajando para Dios. Su péndulo, de casi veinte centímetros y con su cuerda de casi un metro, comenzó a girar en grandes círculos, prácticamente golpeándole las piernas mientras caminaba. Era un hombre que daba la sensación de saber exactamente lo que estaba haciendo, y yo le dejé hacer. ¿Quién era yo para decirle que lo estaba haciendo mal? Ken siguió maniobrando así durante unos veinte minutos, caminando por la hierba hacia delante y hacia atrás varias veces. De repente, dejó de mover el péndulo justo cuando iba a pasar junto a mí, y me dijo: —Drunvalo, ¿cómo sé cuándo he llegado al punto especial en el que debemos colocar el cristal? Con cara seria, le respondí: —Ken, sigue lo que te marque el corazón y, de una forma u otra, lo sabrás. Realmente creía en él, pero aquello suponía un desafío para mi estrecho sendero de entendimiento espiritual. Ken pareció comprender perfectamente y comenzó a utilizar el péndulo otra vez con más energía aún y unos movimientos todavía más amplios. Esto duró unos veinte minutos más; y de pronto sucedió. Cuando Ken estaba pasando sobre un punto concreto, el péndulo giró en espiral al instante hasta alcanzar una posición única y comenzó a tirar hacia el suelo. Ken tiró hacia atrás. Estaba realmente de puntillas, con los brazos levantados y tirando con todas sus fuerzas, cuando la cuerda se rompió y el cristal de ónice se hundió con gran fuerza en el suelo unos siete centímetros. Ken volvió la cabeza hacia mí y me dirigió una mirada que significaba: «No ha sido culpa mía». Lo que realmente salió de sus Labios fue: —Y ahora, ¿qué hago? —Ken, acabas de encontrar el punto; estoy seguro. Recogí su péndulo y en el suelo quedó un agujero cónico perfecto. No cabía ninguna duda. Aquél era el punto en el que debíamos enterrar el cristal. Me eché hacia atrás un momento y contemplé el punto en relación con el conjunto del complejo, y al instante me quedó claro. El punto estaba exactamente en el centro de la pirámide, y si dibujásemos una línea imaginaria a lo largo de la pared final del edificio que estaba inmediatamente a la izquierda de la pirámide, cruzaba exactamente por ese punto. Eso haría que en el futuro resultara muy fácil encontrarlo, si ello fuese necesario. Celebramos nuestra primera miniceremonia, enterramos el cristal de ónice en el agujerito y lo tapamos. El punto desapareció como si nunca hubiera estado allí. Es interesante señalar que, diez años más tarde, el chamán y sacerdote maya Hunbatz Men me pidió que celebrara una ceremonia con él y con su tribu en Uxmal. Volví a aquel punto para ver qué sensación me producía y, ante mi sorpresa, un arbolito había crecido exactamente sobre el lugar en el que el cristal estaba enterrado. Era el único árbol de la pradera. Sentí que la Madre quería asegurarse de que nadie podría mover o tocar el cristal. ¡Qué forma más natural de hacerlo! Kaba Nos apresuramos para que nos diera tiempo a terminar con los otros dos templos. Labná debía ser el siguiente, pero mientras íbamos en el coche Thoth se me apareció y me dijo que quería que cambiásemos el orden y fuéramos primero a Kaba. A medida que nos acercábamos a ese lugar, el centro de la fuerza de voluntad, el cielo se oscureció y comenzó a llover con suavidad. El recinto del templo estaba rodeado por una cadena y daba una sensación extraña, casi carcelaria. No deseaba entrar en él, pero sabía que tenía que hacerlo. Si hubiera podido, me habría saltado aquel lugar. En la entrada nos recibieron dos ancianos; resultaría más exacto decir dos ancianos gruñones. Intentaron que nos fuéramos y volviéramos otro día, pero como comprenderás no teníamos más remedio que llevar aquello a cabo, pues los templos debían seguir su secuencia o la que nos habían indicado. Al fin, aunque a disgusto, nos dejaron entrar en el recinto del templo. Aquel sitio era mucho más pequeño que Uxmal y no creo que tardáramos más de quince minutos en encontrar el punto en el que debíamos enterrar el cristal. Utilicé mi péndulo «normal» y en unos minutos lo teníamos. Enterramos el cristal detrás de una antigua pared y salimos de allí tan pronto como nos fue posible.
Labná Salimos corriendo de Kaba como si acabáramos de asaltar una gasolinera y enfilamos hacia Labná, situado a sólo unos minutos de distancia. Al acercarnos, el cielo se despejó y una preciosa luz rosada nos envolvió como si de una neblina se tratara. Labná era el centro sexual de Yucatán y era fácil sentir su energía. En los límites del recinto del templo nos recibió una pareja joven y hermosa que parecía estar enamorada de la vida. Su forma de invitarnos a «entrar en su hogar» fue extremadamente cordial. Nos dijeron que podíamos ir a cualquier lugar que nos apeteciera y quedarnos allí tanto tiempo como quisiéramos. El cristal de este templo era la cornalina, una piedra rojiza, y la tierra y los caminos del lugar tenían el mismo color. Recuerdo que coloqué la piedra que debíamos plantar sobre el suelo y fue como si desapareciera. La piedra y la tierra eran exactamente del mismo color. Pensé en Katrina. Una vez más, sólo tardamos entre quince y veinte minutos en encontrar el punto, y enterramos el cristal en su hogar. — ¡Qué fácil es esto! —nos dijimos el uno al otro—. Deberíamos ser capaces de terminar este viaje en otros siete u ocho días. Qué poco sabíamos. Llegamos de vuelta a Mérida justo a tiempo para cenar un poco y nos fuimos derechos a la cama. En cuestión de minutos, los dos estábamos dormidos. La energía del día había sido más fuerte de lo que habíamos creído, y antes de que nos diéramos cuenta estábamos ya en brazos de Morfeo. Chichén Itzá Al día siguiente nos pusimos de nuevo en carretera, Ken conduciendo nuestro pequeño hogar rojo lejos del hogar. Teníamos la idea de terminar Chichén Itzá y seguir hacia Tulum, junto al mar Caribe, donde pretendíamos pasar nuestra tercera noche. Pero el día no transcurrió como habíamos planeado. Los retrasos menudearon e hicieron que nuestro viaje se volviera mucho más complicado de lo que habíamos creído al principio. El maravilloso cielo azul y la selva verde eran fascinantes. El olor de la jungla me hacía sentir vivo. Incluso comencé a soñar despierto con mi niñez en California. Lo que más recuerdo de mi época de crecimiento son los olores del campo donde vivía. Y el aroma de todas aquellas flores tropicales disparaba mis recuerdos. Es indudable que aquellos recuerdos formaban parte de un periodo de mi vida anterior a mi entrada en este cuerpo (en abril de 1972), pero se mantenían dormidos en mis células y yo los sentía como propios. De repente me vi sacudido de vuelta a la realidad cuando Thoth intentó llegar hasta mí. Apareció en mi visión interior y comenzó a informarme de que había hecho un cambio en el emplazamiento del cristal de Chichén Itzá. Se estaba comunicando telepáticamente, y este modo de comunicación revela mucho más que las palabras que se pronuncian. Lo que me estaba diciendo en realidad era que el emplazamiento del cristal en Chichén Itzá era tan importante para que todo funcionara correctamente, que no quería que nadie supiera dónde se situaba. Por eso me había dado una localización falsa, por si acaso otra persona leía mi lista. Thoth me miró directamente a los ojos, y me dijo: —Drunvalo, te pido que abras los ojos y yo te mostraré dónde deseo que lo coloques. Hice lo que me indicó, y al instante apareció un punto brillante de luz frente a mí, muy parecido al que había visto con Bupi Naopendara muchos años atrás. La esfera de luz se expandió formando un óvalo y se abrió una ventana a otro lugar de la Tierra. Cuando se completó, tenía un aspecto muy parecido a un brillantísimo y suave anillo dorado de luz de unos noventa centímetros de ancho por sesenta de alto. Fuera de él estaba la realidad del lugar por el que circulábamos. Dentro del anillo aparecía otro lugar. Contemplé un pequeño lago o estanque de agua color esmeralda a través de la cual nada se transparentaba. Un saliente de piedra blanquecina de unos doce metros de altura rodeaba la orilla exterior. Del borde del saliente colgaban plantas y flores, y la selva envolvía el agua. Era precioso. Estaba mirando aquel profundamente romántico agujero de agua cuando Thoth me interrumpió, y me dijo: — ¿Puedes ver lo que hay en el interior del anillo dorado? Le describí el estanque y sus elevadas paredes blancas, y Thoth pareció darse por satisfecho. Me dijo: —En lugar de colocar el cristal sobre la fachada norte de la pirámide llamada El Castillo, como te pedí que hicieras en un principio, tírala al agua cuando la encuentres. ¿Has comprendido? Le pregunté dónde estaba el agua, y el me respondió: —Te llevarán allí. No tienes que hacer nada. Y desapareció. Salí de la meditación, me volví hacia Ken, que estaba conduciendo, y le conté todo lo que acababa de suceder. No pareció extrañarle. Me miró, y dijo: —De acuerdo; sin problemas. Supongo que después del péndulo que se enterró por sí mismo en Uxmal, Ken estaba preparado para cualquier cosa. Cuando llegamos a un cartel que decía «Aparcamiento de (Chichén Itzá», Ken entró y empezó a buscar un sitio donde dejar el coche. Se volvió hacia mí, y dijo: —Drunvalo, las últimas tres veces que estuvimos en los templos nos perdimos. He leído que este sitio es muy grande y me parece que esta vez deberíamos llevar un guía. ¿Qué opinas? — ¿Por qué no? —le respondí, mientras aparcábamos el pequeño Toyota. Estábamos empezando a recoger nuestras cosas cuando un viejo indio de ochenta años o más llamó a la ventanilla de Ken. Ken se sobresaltó y se echó sobre mí, literalmente, mientras se hacía un juicio del anciano, que le estaba pidiendo que abriera la ventanilla. Ken bajó el cristal unos cinco centímetros y le preguntó qué deseaba. El anciano, sonriendo amablemente, le dijo: — ¿Desean un guía? Mirándolo en retrospectiva, no era un anciano cualquiera. Había sido enviado por el Universo y sabía exactamente lo que hacía.
Ken se sintió excitadísimo y se volvió hacia mí como si acabara de crear aquel milagro. Y quién sabe, puede que así fuera. Salimos del coche para conocer a aquel hombre. El viejo maya poseía una energía que yo había percibido con anterioridad muchas veces con algunos de mis maestros. Supe de inmediato que el hombre estaba allí para mucho más que sólo para guiarnos por el recinto del templo. Me incliné y le mostré el respeto que merecía. Era muy amigable y realmente nos «mostró» los terrenos del templo. Pasó unas cuatro horas hablando entre templo y templo, contándonos la historia secreta que se escondía tras cada uno de los edificios. Hacia el final nos condujo a la Pirámide del Castillo, el punto central del recinto, allí donde Thoth nos había pedido originalmente que colocáramos el cristal. Nos dijo que aquella pirámide era la entrada al corazón humano y la clave para el entendimiento maya. Pero a continuación, dijo algo que me sorprendió. Se volvió hacia nosotros y nos miró a los ojos con seriedad. —Esta pirámide —dijo, señalando al Castillo— y todo este gigantesco complejo están aquí por una única razón. Y esa razón no tiene nada que ver con los edificios que nosotros, los mayas, creamos. Aquí, en esta selva, hay algo mucho más poderoso e importante. Si desean seguirme, se lo enseñaré. Se volvió y comenzó a alejarse del templo, y en cuestión de minutos estábamos inmersos en la selva mexicana. Siguió avanzando a través de la espesa vegetación durante medio kilómetro y, de repente, emergió a un claro, un claro que yo reconocí en mi interior. Frente a nosotros estaba la imagen que Thoth me había mostrado de camino hacia Chichén Itzá. Allí, en la vida real, estaban el estanque de agua color esmeralda y la pared blanca de detrás. Era exactamente como Thoth me lo había enseñado. Exactamente igual. El anciano comenzó a hablar, pues tanto Ken como yo nos habíamos quedado mudos. Ligeramente excitado, su voz pareció adquirir mayor potencia. —Este pequeño lago es lo que se denomina un cenote. Para los mayas es un estanque que se abre directamente al corazón de la Madre. Tanto en la antigüedad como ahora nosotros, los mayas, lo consideramos sagrado, y constituye la verdadera razón por la cual construyeron Chichén Itzá en este lugar. No lo hicieron por ninguna otra razón, sólo para honrar este estanque sagrado. Y continuó diciendo: —En mil novecientos cincuenta, los de la revista National Geographic vinieron y dragaron el fondo, encontrando los huesos de más de trescientos mayas que se habían sacrificado a sí mismos a esta agua. Eso se llevaba a cabo durante una ceremonia, y la persona elegida para ser sacrificada recibía el gran honor de volver a la Madre de este modo honorable. »Pero cuando estaban dragando este cenote, el personal de National Geographic encontró también miles y miles de cristales junto a los huesos. Aquellos cristales contenían las oraciones de nuestros antepasados, y se los llevaron. Y por si eso no hubiera bastado para desmoralizarnos, volvieron al cabo de unos pocos años y volvieron a dragar para encontrar cualquier cristal que pudiera haber quedado en el cenote, y se fueron. «Grande fue la tristeza de mi pueblo, pero sabemos por qué estáis aquí. Con gran respeto y honor, os dejo con nuestro sagrado cenote. ¡Qué el Gran Sol bendiga lo que hacéis! Con estas palabras, se volvió y desapareció, envuelto por la jungla. Ken me miró. Sabíamos lo que teníamos que hacer. Cogimos el cristal de la tela que lo envolvía y lo sacamos a la luz. Sabíamos que Thoth había programado en aquel cristal palabras destinadas a sanar la Red de Conciencia de Unidad, pero ambos sentíamos que hacían falta más. No sé lo que Ken le habló al cristal, pero por lo que a mí respecta había visto el interior de aquel anciano y mi corazón se había conectado con él. Podía sentir y conocer la belleza del alma maya a través de él, y lo único que deseaba era ayudarles. Por eso recé al cristal, para que los mayas que viven en la actualidad pudieran despertar y recordar su antiguo pasado, recordar su sagrado conocimiento y sabiduría, y para que les fuera permitido devolver ese poder a la vida. Con estas palabras resonando aún en mi corazón, Ken arrojó el cristal al centro mismo del cenote. Cuando se hundió hasta el fondo y el agua comenzó a cargarse de aquellas oraciones, de alguna forma supe que mi relación con los mayas acababa de empezar. Lloré de alegría, pues sabía que ese cristal iba a devolver la vida al pueblo maya. Mientras las lágrimas rodaban
por mis mejillas, pude sentir cómo el poder volvía a la tierra. Me sentí enormemente humilde y excitado por lo que iba a venir en el futuro. Khan Kha Nos pareció que la ceremonia había sido completada y volvimos a la jungla para regresar al hotel. Pero al salir de ella, lo primero que vimos fue El Castillo, y su vista nos hizo desear subir hasta la cumbre una vez más. En ese momento ya no éramos más que unos turistas, pero ¿qué más daba? Era divertido. En la cumbre de la pirámide se abrían cuatro puertas. Tres de ellas estaban conectadas entre sí por un pasillo interior en forma de «U». En la abertura de la «U» había otra puerta, dando al norte, que conducía al centro mismo de la pirámide. La razón de que los mayas dispusieran así las entradas, la ignoro. Entramos por el este a las tres puertas interconectadas, y una vez dentro vimos que había empezado a lloviznar. Pensando que sería mejor que nos apresuráramos por si se ponía a llover en serio, cruzamos rápidamente la cuarta puerta sólo para sentir aquel lugar una vez más.
Para mí, la energía de aquella pirámide era una de las más poderosas del mundo. Así como la Gran Pirámide de Egipto canaliza la energía de la mente (masculina) de la Red de Conciencia de Unidad, Chichén Itzá canaliza la energía del corazón (femenina). Y a medida que la nueva energía pura y femenina de la kundalini de la Tierra comience a moverse por los cuerpos físicos de nosotros, los seres humanos, y luego a las redes, todos cambiaremos. Tenía que sentirla una vez más. Llevábamos allí unos quince minutos, sintiendo aquella energía, cuando el sonido del aguacero nos devolvió a la realidad. Al darnos cuenta de que debíamos irnos, nos miramos el uno al otro y corrimos hacia la entrada, pero era demasiado tarde. Estaba lloviendo a cántaros, tanto que sólo podíamos ver a una distancia de treinta metros. Todo el resto de la gente se había ido y estábamos completamente solos en la cumbre de aquella increíble pirámide, a excepción de un perrito que, por lo que fuere, se encontraba en nuestra misma situación. ¡No había manera de bajar! Ríos de agua bajaban por los escalones de la pirámide formando pequeñas cascadas. Para poder hacerse una idea de lo que era aquello, habría que haber estado allí. Los escalones mayas de la pirámide están pulidos como cristales por los miles de personas que suben y bajan por ellos cada año, y a diferencia de los de la Gran Pirámide de Egipto, que son inmensos, éstos sólo miden unos veinticinco centímetros de ancho. Estaban tan resbaladizos que resultaba imposible bajar por ellos. Ni siquiera el perro estaba dispuesto a intentarlo. No podíamos hacer más que esperar a que cesara la lluvia Al cabo de una hora, Ken empezó a impacientarse, pero no había nada que hacer. Miré hacia la enorme pradera que rodea la mayor parte de la pirámide y vi que había desaparecido bajo el agua. Era como si estuviéramos sentados en lo alto de una pirámide en medio de un enorme lago. La lluvia nos impedía ver la selva y sólo había agua desde el cielo hasta el suelo y hasta el borde de la pirámide. Creo que jamás podré olvidar aquella imagen. Mientras Ken se reclinaba indolentemente contra la pared de la entrada y observaba la lluvia, yo decidí ir hacia el centro de la pirámide a meditar. Llevé conmigo aquella imagen de la pirámide en medio de un lago y me senté en lo que sentí que era el centro exacto, de cara a la abierta entrada en la que Ken seguía esperando su libertad. Cerré los ojos. Comencé a sentir el fluir de la energía de mi cuerpo humano de luz, el antiguo campo Mer-KaBa de los egipcios y los judíos. Descansé durante unos minutos, simplemente sintiendo el flujo por encima y por debajo. Comencé a entrar en estados de consciencia más profundos, pero sin ningún propósito ni intención. En un momento dado pude percibir todo el campo de energía de la pirámide y me sentí conectado con los mayas. Lo que sucedió después fue de lo más extraño. Me olvidé de dónde me encontraba y, como un niño pequeño, decidí adentrarme en la pirámide para ver si podía encontrar alguna sala. No pedí permiso; tampoco albergaba ningún propósito concreto. Recuerdo con claridad cómo la tierra pasaba a mi lado mientras mi espíritu y mi cuerpo de consciencia se adentraban más y más en el espacio interior de la pirámide. Pude observar los cambios en la estructura de piedra y tierra mientras descendía. Y entonces sucedió. En realidad, fueron dos las cosas que sucedieron simultáneamente. Un gran murciélago negro salió de la lluvia torrencial, pasó volando junto a Ken y el perro y se dirigió directamente hacia mi cara. Se paró unos centímetros antes de llegar, chilló y me clavó ligeramente las garras en la cara. En ese momento exacto, y desde el interior de la pirámide, una voz de hombre gritó a escasos centímetros de mi oído izquierdo: — ¡No! Estos dos sucesos simultáneos me devolvieron de golpe a mi cuerpo con una fuerza enorme. Decir que me hicieron chocar contra mi cuerpo describiría mejor lo que pasó. Lo cierto es que estaba de vuelta. El murciélago me tocaba la cara. Instintivamente levanté el brazo y el animal voló hasta un saliente de piedra, se dejó caer hacia un lado y me observó. Yo le observé a él durante un rato hasta que comprobé que no iba a atacarme de nuevo. Luego volví a cerrar los ojos, en un intento por recuperar el equilibrio tras un sobresalto semejante. Tardé unos minutos en volver a tranquilizar mi respiración, pero cuando lo conseguí volví a estar en espíritu. Me sentí avergonzado porque sabía que nunca debería haber intentado entrar en aquel espacio sagrado sin permiso. ¿Cómo pude hacer algo semejante? La voz masculina que había gritado « ¡no!», volvió a hablar. Me dijo: —Podemos ver tu corazón, así que no te sientas mal. Sabemos que no pretendías hacer ningún daño, pero aun así no puedes entrar en esta zona sagrada. Me hablaba con un tono de voz cargado de amor y respeto, y mi corazón se abrió a él. Este tipo era puro. Muy pocas veces en la vida se encuentra uno a alguien que viva en ese nivel de consciencia. Le pregunté su nombre, y él me contestó: -Khan Kha. Luego me preguntó el mío, y yo se lo dije. Empezó a charlar conmigo como si fuera un viejo amigo. Me dijo que era el arquitecto de aquella pirámide y uno de sus protectores. Yo le dije que lo estaba haciendo muy bien. El se rió como un chiquillo. Me dijo que también era el arquitecto de una pirámide de Palenque que llamamos el Templo de las Inscripciones. Pero me dijo: —Éstos son los dos únicos templos que he diseñado. Oí unos ruidos procedentes de Ken y supe que debía irme. Me despedí de Khan Kha y honré su luz. Abrí los ojos y Ken, desde la entrada, me estaba diciendo que me levantara para irnos. Sentí la energía de Khan Kha y pensé que me gustaba aquella persona. Lo triste era que probablemente nunca le iba a volver a ver. Para entonces no tuvimos ningún problema para bajar, pues hacía ya un rato que la lluvia había cesado y Ken había esperado hasta que los escalones estuviesen más o menos secos. En unos minutos estábamos de vuelta al hotel y allí le conté a Ken todo lo que había pasado en el centro de la pirámide con Khan Kha. Días después me había olvidado por completo del señor Kha. Un apunte de historia Ken y yo decidimos pasar un día más en Chichén Itzá, pues nos habían dicho que la tarde siguiente, a la puesta del sol, iba a tener lugar un fenómeno maya secreto. El día siguiente era el 21 de marzo de 1985, el equinoccio de primavera. ¿Qué importancia tenía esto? En la base de la cara norte de la pirámide del Castillo se puede ver una gigantesca cabeza de serpiente tallada en la piedra. Está mirando hacia el norte. Pero si te sientas de cara a la pared occidental de la pirámide a la puesta del sol de ese día en concreto, sucede una cosa que debes ver para creer. Ese día, los escalones de la pirámide producen una sombra que, durante un corto periodo de tiempo, justo a la puesta del sol, conecta con la cabeza de serpiente de piedra y da la sensación de ser una serpiente completa que baja por el borde de la pirámide. ¡Es impresionante! Esta serpiente anunciaba a los mayas la llegada del equinoccio de primavera, el momento de plantar sus semillas y otros asuntos espirituales. Pero el lector de este libro debe darse cuenta de otra cosa aún más importante. Por todas partes está aumentando el número de personas espirituales, pero en México se puede comprobar la velocidad con la que están despertando. Observa lo siguiente: Ken y yo estábamos allí en 1985, y el gobierno había instalado unas gradas metálicas para que los turistas pudieran contemplar el acontecimiento. Había sitio para unas cien personas y no se llenaron. Diez años más tarde, en 1995, el sacerdote maya Hunbatz Men me pidió que participara con él en la ceremonia de Chichén Itzá, y resultó ser el mismo día, el 21 de marzo. La creciente consciencia en temas espirituales era evidente, pues estaban presentes más de cuarenta y dos mil personas. En 2005 me volvieron a pedir que celebrara la ceremonia con los mayas en Chichén Itzá (además de en otros templos) y había más de ochenta mil personas. (Véase capítulo trece.) Era un mar de gente. La visión de tantas personas despertando a la consciencia hacía que mi corazón cantara y mi mente comprendiera que la humanidad estaba por fin comenzando a abrirse lentamente como un loto a la luz del amanecer. Puede dar la sensación de que, como siempre, la vida es algo serio y que no admite distracciones, pero no es así. Estamos evolucionando de forma exponencial, incluso frente a la vida diaria y corriente que parece no saber dónde va, pero que aun así procede con rara exactitud. El ADN cósmico gira y la vida responde.
martes, 24 de junio de 2025
Serpiente de Luz: Capítulo cinco: Los ocho Templos y los Ocho Cristales
Como tanto Katrina como yo vivíamos en Taos (Nuevo México), el encargo era fácil y me acerqué en mi coche hasta su casa. Pero aquél no era un día corriente para Katrina. Era una experta en cristales que estaba escribiendo su primer libro, titulado La iluminación por los cristales, acerca de sus conocimientos especiales, y su editor le había pedido que entregara el manuscrito a las cinco de la tarde de ese mismo día. Por eso, cuando me asomé a la puerta, me dijo: —Vete, Drunvalo; hoy no. Estoy demasiado ocupada para charlar. Levanté el índice de mi mano izquierda, y dije: —Katrina, sólo necesito unos cinco minutos, por favor. —Drunvalo, por favor, voy retrasadísima. En otro momento. Pero a mí me habían dicho que me asegurara de recibir la información de dónde iban los cristales ese día. Por eso insistí, y ella me contestó: —De acuerdo, cinco minutos, ni un segundo más. Rápidamente le hablé de los ocho templos y los ocho cristales, y le entregué la lista que se me había dado. La leyó durante unos tres segundos, abrió la tela azul que contenía los ocho cristales y, sin pensarlo, señaló los templos uno a uno y anunció un cristal para cada uno, sin emplear más de ocho segundos en cada cristal. —Muy bien, Drunvalo, tengo que trabajar. —De acuerdo, de acuerdo —murmuré—. Déjame que escriba lo que acabas de decirme. Al recordar aquella experiencia, sé que realmente fue la grandeza lo que inspiró a Katrina para elegir qué cristal iba en cada uno de los templos. En mi recorrido por ellos, cada cristal que ella había elegido era siempre exactamente del mismo color principal o de la energía de ese templo. Sigo sin saber por qué no me dijeron eso de principio. Supongo que estaba aprendiendo a confiar. Mientras estaba teniendo lugar el viaje a México y Guatemala, otra parte de la historia, relacionada con los fenómenos psíquicos y la red sobre la Tierra, se engranó con él. Para contar esta parte debo volver al principio. Los taos pueblo En mi anterior y única otra vida sobre la Tierra, desde 1850 hasta 1890, viví como curandera de una pequeña tribu de Nuevo México llamada los taos pueblo. Puedo recordar cada minuto de esa vida, que forma una historia por sí misma, pero no una que necesite contar aquí. Lo importante es que mi padre en aquel tiempo era el jefe de la tribu, y mi madre estaba considerada por los taos como una gran alma. En mi vida actual, mi madre de la tribu es mi hermana mayor, Nita Page, y mi padre de la tribu es el hijo de mi hermana, Ken Page. Ahora soy su tío, aunque sólo nos llevemos cuatro años de diferencia. (Mi hermana es dieciséis años mayor que yo.) En esta vida, cada año y durante más de cuarenta, un hombre fuerte y realmente santo llamado Juan Concha, el dirigente espiritual de la tribu taos en 1985, estuvo yendo a casa de mi hermana, en California, para asegurarse de que Nita, Ken y yo nunca olvidáramos nuestras raíces. En realidad, la tribu iba a tener trabajo para nosotros en el futuro y no quería perder nuestro rastro. Los tres osos se despiertan Mi hermana fue la primera en despertar, hace mucho tiempo, a principios de los años sesenta. La tribu la recogió, confirmó quién era, y dio comienzo a un programa de entrenamiento especial creado específicamente para ella. Dentro de la tribu taos había doce tribus, y cada una de estas tribus menores poseía su propia kiva y su camino espiritual específico. Nita fue entrenada en la tribu «fetiche de cristal», que la condujo a su kiva de las profundidades de la tierra para empezar su entrenamiento. Esto resultaba tremendamente inusual, pues normalmente sólo los hombres son admitidos en las kivas. Pero debido a quién era, hicieron una excepción y le enseñaron los antiguos modos. Yo fui el segundo en despertar, en 1971, cuando las dos esferas de luz, los ángeles, se me aparecieron, pero hasta 1980 no me pidieron que fuera a Taos para comenzar mi entrenamiento con la tribu. Yo di por supuesto que, cuando llegara allí, la tribu correría hacia mí con los brazos abiertos y me acogería, pero no fue así. Anuncié que había ido para comenzar mi recuerdo. Sólo me miraron, y dijeron: —Entra en el pueblo y espera. Vendrán a buscarte cuando llegue el momento. Dos años más tarde, cuando ya casi había olvidado por qué estaba allí, Jimmy Reyna, mi futuro mentor, llegó a mi casa y me pidió que asistiera a una ceremonia tribal. Era el comienzo de un programa de entrenamiento, de doce años de duración, en el que me enseñaron gran parte de lo que he aprendido acerca de los niveles espirituales. Pasaba mucho tiempo con la hermana de Juan Concha, Cradle Flower, que me enseñó el funcionamiento interno de las formas que tenía la tribu de usar los cristales, los fetiches y los sueños para crear realidades. Aunque aprendí todo esto directamente de la tribu, fue en la vida diaria donde tuve que darme cuenta de su poder. Lo que debía dominar era el cruce del puente entre dos mundos, los dos modos de ser, tan diferentes. Mi hermana y yo esperamos durante años el despertar de Ken. Pensábamos que tendría lugar cualquier día, pero nada sucedía. Ken había crecido en la tradición católica, pero su dios era el dinero. Se había hecho muy rico con centros comerciales, puertos deportivos, restaurantes, tiendas de automóviles y muchas cosas más. Creo que puedo afirmar que Ken era un multimillonario con el materialismo instalado en el núcleo de su mundo. Pasaron los años. Tanto Nita como yo comenzamos a creer que Ken nunca iba a despertar. Finalmente, debo admitir que lo dejé a un lado y me mudé desde Nuevo México a Colorado, donde estaba viviendo en aquel momento, para continuar con mi vida. Muchos años más tarde casi me había olvidado de él, pues vivíamos en dos mundos paralelos. Y entonces un día de 1983 ó 1984, un año o dos antes de que la Pirámide Nakkal fuera descubierta, Ken tuvo una experiencia. Ken no tenía ni idea de temas como el que estamos tratando en este libro. Vivía una vida basada por entero en las cosas materiales que uno posee y con las que uno se pasea. La única parte de la vida que le importaba era el tipo de coche que conducía, la marca del traje que llevaba o la dirección donde vivía. El lado espiritual de la vida no le afectaba en absoluto. ¿Habilidades psíquicas? Ken no creía en ninguna de esas extrañas posibilidades. De hecho, si alguien hubiera hecho flotar un objeto por la habitación, al instante habría creído que era cosa del demonio. Católico cien por cien. Pero aquel día, la vida de Ken cambió para siempre. Le habían invitado a una fiesta, con vino y queso, y todo el mundo paseando y hablando de sí mismos. Pero la Madre Tierra había decidido que había llegado el momento en que Ken debía despertar. Una mujer joven se le acercó y le preguntó si le gustaría tener una «lectura». Él le respondió: — ¿Quieres leerme un libro? Ella le hizo sentarse y sacó un mazo de cartas de tarot y comenzó a hacerle una lectura, la primera de su vida. Creo que podríamos llamarla su lectura virginal. La mujer empezó a decirle cosas que sólo él conocía. No una o dos, sino muchas experiencias pasadas y profundamente escondidas, y con todo lujo de detalles. Él estaba abrumado. Nadie, y en especial ningún extraño, le había dicho jamás cosas así de sí mismo de la manera en que esta joven lo estaba haciendo. Aquello estaba alterando su concepto de la vida. Al final de la lectura, Ken estaba completamente abierto a cualquier cosa que ella dijera. Para él, estaba sucediendo un milagro. Ella se inclinó hacia él, señaló con el dedo directamente hacia su tercer ojo, bajó la voz y dijo: —Ken, tienes un tío que vive en Nuevo México y debes visitarle. Tiene algo que enseñarte. Deberás quedarte con él tres días. Aquello era la gota que colmaba el vaso. Ken sabía que yo vivía en Nuevo México, pero no podía imaginar cómo podía saberlo aquella muchacha. Dejó la fiesta y a la mañana siguiente llamó a su madre para pedirle mi número de teléfono. Aquello era algo que, sencillamente, no podía pasar por alto. Era demasiado poderoso, y su curiosidad acerca de lo que yo iba a enseñarle estaba estallando como una supernova.
Reunión
En aquella época yo estaba viviendo con mi novia en una vieja comunidad hispana cerca de Taos. Nuestro hogar era primitivo: una pequeña casita de adobe con dos habitaciones y sin un auténtico cuarto de baño. Ambos éramos artistas y pintábamos sobre el lienzo escenas de naturaleza suroccidental para poder conseguir algo que llevarnos a la boca. Yo me había licenciado en bellas artes y era un apasionado de la materia. Parece que eso nunca me abandona durante demasiado tiempo. Aunque mi entorno era precario, yo me sentía muy feliz viviendo allí. Un día recibí una llamada telefónica de Ken. No había hablado con él desde hacía casi diez años, como le dije, y nuestras vidas habían avanzado en direcciones divergentes. Ken me contó la lectura de la chica y me preguntó si podía venir a visitarme «durante tres días». —Por supuesto, Ken. Me encantará verte. Alrededor de una semana después llegó a mi humilde casa en un flamante Lincoln Town Car negro. Estaba totalmente fuera de lugar en aquella vieja y pobre comunidad hispana. Se bajó del coche con su traje de tres piezas y sus gafas de sol especiales, que se aclaran cuando te apartas del sol. Abrí la puerta. En lugar de saludar, miró hacia el interior, escrutando la habitación; luego dirigió su mirada hacia mí, y dijo: — ¿Vives aquí? No podía creer, acostumbrado a su estilo de vida, que yo pudiera realmente vivir en una casa así. ¿Qué podía decir yo? —Ken, sé que es sencilla, pero a mí la vida me parece maravillosa. Pasa. Caminó hasta una silla, le quitó el polvo con asco y se sentó. Me miró directamente a los ojos, y dijo: —Bueno, pues ya sabes lo de la lectura, pero lo que no sabes es que ella me dijo que tienes algo que enseñarme y que tardarás tres días en hacerlo. ¿De qué se trata? —Poco a poco, Ken. No tengo ni idea de lo que se supone que debo enseñarte, si es que debo enseñarte algo. Si esperas unos minutos, vuelvo enseguida y quizá pueda contestarte. Fui a la habitación trasera, donde había preparado un lugar de meditación. Me senté, y muy pronto entré en un estado de consciencia alterado, tal y como me habían enseñado. Allí, en mi visión interior, estaban los dos ángeles. Les pregunté qué querían que hiciera. —Enséñale a Ken todo lo que sepas acerca de los cristales —me dijeron. Y desaparecieron. Me levanté y pensé en ello por un momento. Yo llevaba muchos años estudiando los cristales y estaba incluso dando talleres sobre éstos para sacar algo más de dinero. (El arte y la pintura no eran suficientes, desde luego.) Si tuviera que enseñar a Ken todo lo que sabía sobre los cristales, eso nos llevaría cada minuto de aquellos tres días. Volví a entrar en la habitación en la que me esperaba Ken. —Bueno, ¿sabes ya lo que vas a enseñarme? —me preguntó. Sin rodeos, como quería Ken, le contesté: —Sí, parece ser que debo enseñarte todo lo que sé acerca de los cristales. A Ken se le salían los ojos de las órbitas y su expresión era de perplejidad. — ¡Piedras! Me vas a enseñar cosas sobre las piedras. ¡Es ridículo! Las piedras no van a ayudarme. —Ken, los cristales son algo más que piedras. Comencé a explicarle cómo los cristales están, en realidad, vivos y conscientes; algo que comprendo que está más allá de la consciencia normal, pero no más allá de la ciencia. Le enseñé la tabla periódica de los elementos, que había colgado en una pared. Le mostré cómo el carbono, el sexto elemento, está asociado con toda la química orgánica y todo lo que normalmente se considera vivo. Pero directamente debajo de él, una octava por debajo, está el silicio, el elemento principal del cristal de cuarzo y del ochenta por ciento de la corteza terrestre. Le expliqué que la ciencia había descubierto, en los años cincuenta, que el silicio posee exactamente los mismos principios de vida que el carbono, y que hoy día la ciencia entiende que el carbono y el silicio son los únicos dos elementos que se sabe que pueden crear vida. La ciencia ha encontrado formas de vida en las profundidades del océano que están vivas, conscientes y que se reproducen, cuyos cuerpos están formados enteramente por silicio, sin ningún rastro de carbono. Por tanto, cuando hablamos de cristales, debemos entender que son conscientes de mucho más de lo que los humanos admitimos. Los cristales son capaces de recibir y enviar tanto los pensamientos humanos como las emociones. Esto lo descubrió el científico Marcel Vogel, que posee más de doscientas patentes, incluida una del disco flexible de los ordenadores mientras trabajaba para la Bell Labs. Todo esto tiene sentido cuando uno se da cuenta que la primera radio del mundo estaba fabricada con cristales. Simplemente colocabas un cristal de cuarzo sobre una mesa, lo tocabas con un cable y podías escuchar la señal de radio por los altavoces. El cristal estaba recogiendo la señal electromagnética en la banda de frecuencias de la radio. Pero también los pensamientos humanos se encuentran en la escala de frecuencias electromagnéticas. Los pensamientos tienen una longitud de onda muy, muy larga, comparada con las ondas de radio; pero a excepción de esa longitud, son exactamente lo mismo. Por tanto, ¿por qué no iba un cristal a ser capaz de captar los pensamientos? Ken jamás había pensado en esto con anterioridad. — ¿Así que quieres decir que un cristal puede saber lo que estás pensando? —Sí, Ken. Pero es mucho más que eso. ¿Cómo crees que funcionan los ordenadores? No son otra cosa que cristales, y sin esos cristales los ordenadores no existirían. Es la naturaleza viva de un cristal lo que les permite hacer lo que hacen. ¿Lo entiendes? »Los cristales naturales pueden guardar un «programa», lo que significa un patrón de pensamiento, y seguir ejecutando ese patrón de pensamiento durante toda la eternidad a menos que alguien lo borre. Un cristal debidamente programado puede cambiar vastas zonas del mundo humano e influir sobre ellas. Así fue como Ken y yo comenzamos a intercambiar ideas acerca de los cristales. Nuestra discusión duró tres días, hasta que sentí que Ken se había hecho buena idea de cómo trabajaban los cristales con la consciencia humana. Al cuarto día, Ken me dio un fuerte abrazo y volvió a su mundo ligeramente cambiado. Al menos creo que entendió que un cristal era algo más que una piedra.
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